Citemos nuevamente a Iván IV "el Terrible" de Rusia (1530-1584), cuya enfermedad mental resulta tanto o más extraordinaria por su exacerbada crueldad.
De niño, se divertía arrojando perros desde lo alto de las torres del Kremlin para ver cómo se espachurraban en el suelo. También gustaba cabalgar sus caballos, arrollando a la gente por las calles de Moscú.
Cuando accedió al trono a la edad de 14 años, se divirtió de lo lindo haciendo ejecutar a 30 boyardos, colgando sus cadáveres a lo largo del camino que llevaba a las puertas de la capital. A uno de ellos, el príncipe Shuisky, le reservó otro tipo de muerte: le soltó en plena campiña, dándole caza y persiguiéndole con su jauría de perros, los cuales acabaron devorándole cuando le abandonaron las fuerzas y ya no pudo correr más...
A un embajador francés, hizo que le clavasen en la cabeza su sombrero con un clavo, y a un mensajero hizo que le clavasen los pies en el suelo. También arremetió contra el clero ortodoxo, cuando mandó que estrangulasen a San Felipe, metropolitano de Moscú.
A los arquitectos de la catedral de San Basilio, les pagó cegándolos para evitar que repitiesen una tan magnífica obra arquitectónica.
En sus últimos años, el demente zar abandonó sus ricos abrigos de brocado y cibelina para enfundarse en un traje de monje, adoptando costumbres de ermitaño y exigiendo a todo el mundo que le llamasen Jonás.
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