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jueves, 31 de diciembre de 2015

DOCUMENTAL: The Aristocracy -Part 4- (V.O. English)

THE ARISTOCRACY:
Survival of The Fittest
1970 - 1997
 
 
Cuarta entrega del documental de la BBC en el que se aborda las dos últimas décadas del siglo XX, años de una altísima revalorización de sus propiedades y fincas que los aristócratas británicos aprovechan se reciclan para sobrevivir y convierten sus históricas mansiones en auténticas cajas registradoras: aparte de ser lugares de obligada visita para nostálgicos de tiempos pasados, las alquilan a cineastas en busca de suntuosos decorados, convierten sus antiguas dependencias en concurridos museos con restaurantes y salones de té, y sus jardines en marcos idóneos para conciertos y acontecimientos culturales, venden en prestigiosas salas de subasta algunas obras de arte que les aportan fortunas e incluso comercializan sus nombres para vender productos de sus tierras, como los pioneros y emprendedores Duques de Devonshire. Pero también hay nobles que, no pudiendo asumir esas inversiones para prosperar, desisten y abandonan sus castillos para instalarse en casas más modestas y prácticas, llevándose consigo algunos tesoros artísticos, retratos, recuerdos de familia y vestigios de su desaparecida fortuna. 
 
 





 

DOCUMENTAL: The Aristocracy -Part 3- (V.O. English)

THE ARISTOCRACY:
Letting in the Hoi Polloi
1945 - 1970
 
 
Tercera entrega del documental de la BBC en el que se aborda la nueva situación de la aristocracia en la sociedad británica desde la posguerra hasta inicios de 1970. Acosada por una política laborista que busca acabar con sus últimos privilegios y sus extensas propiedades, aplastada por multitud de gravámenes fiscales, las grandes familias de la nobleza se ven abocadas a vender sus bienes heredados o a abrir las puertas de sus históricas mansiones ancestrales al público seis días a la semana, y a relacionarse con la plebeya pero pujante meritocracia y los turistas de la clase obrera. En esos tiempos tan duros, los últimos aristócratas venidos a menos, venciendo sus viejos prejuicios clasistas, tienen que idear cualquier medio para su sustento y seguir viviendo en sus vastas mansiones, cuyos mantenimientos consumen sus ya de por si escasos recursos. Otras no tienen tanta suerte y asisten impotentes a la ruina, expropiación y demolición de sus hogares señoriales, mientras se dispersan sus fabulosas colecciones de arte en diversas subastas.
 
 
 



 

 

DOCUMENTAL: The Aristocracy -Part 2- (V.O. English)

THE ARISTOCRACY:
Never The Same Again
1919 -1945
 
 
Segunda parte del documental de la BBC, que aborda las vicisitudes y lento declive de la aristocracia británica durante los "Años Locos" o "Brideshead Years" (en recuerdo de la novela de Evelyn Waugh), la época de entreguerras que desde finales de la Iª Guerra Mundial hasta la finalización de la IIª Guerra Mundial, selló definitivamente la pérdida de su preeminencia tanto social como política.
  



 

 

DOCUMENTAL: The Aristocracy (V.O. English)

THE ARISTOCRACY:
Born to Rule
1875 - 1914
 
 
Documental sobre la aristocracia británica de finales del siglo XIX y principios del XX, desde su auge en la Era Victoriana hasta su decadencia en la Eduardiana y el golpe de gracia tras la Gran Guerra de 1914-1918, emitido en 1997 en la BBC -Versión Original-.
 
 

 

 

 

lunes, 8 de abril de 2013

SECRETOS DE LAS GRANDES MANSIONES V.O.

SECRETS OF THE MANOR HOUSE
English Version

Interesante programa televisivo sobre los entresijos de la vida cotidiana en las grandes mansiones de la Gran-Bretaña de la Era Eduardiana, trasladándonos a la época de los grandes terratenientes británicos bajo el reinado de Eduardo VII. Un instructivo viaje al pasado de una desaparecida sociedad clasista, mostrando el anverso y reverso de ésta y que nos recuerda, de pasada, la famosa serie de Arriba y Abajo (Upstairs & Downstairs) o la más reciente Downton Abbey : de un lado la despreocupada y ociosa vida de los señores, y del otro la semi-esclavitud de los criados y la extrema miseria de la clase obrera.
 

viernes, 28 de diciembre de 2012

EL MARQUÉS DE MIREPOIX


EL MARQUÉS DE MIREPOIX
Del esplendor de Versailles a la miseria de Venecia
 
 
 
Louis François Marie Gaston de Lévis-Léran, Marqués de Léran y 8º Marqués de Mirepoix, nació en el Castillo de Léran, Languedoc, Francia, 1724, y falleció en Venecia, Italia el 23-02-1800. Hijo de Gaston-Jean-Baptiste de Lévis, Conde de Léran (1704-1747) y de Jeanne-Gillette Baillon de Blancpignon, era el nieto de Paul-Louis de Lévis, Marqués de Léran y Vizconde de Pradelles (1666- ? ), caballero de la Orden Militar de San Luis, y de Anne-Marguerite de Lévis-Mirepoix. Fue el representante y jefe de la rama de Lévis-Léran.
 
 
Escudo de armas de la Casa de Lévis-Léran.
 

Nuestro personaje pertenece a una de las primerísimas familias de muy rancio e ilustre abolengo de la Francia meridional, muy ligada al Languedoc. Hasta donde alcanza la memoria popular, ya existía un proverbio que hablaba de la familia Lévis como una de las responsables, con otras cuatro locales, de haber echado a sangre y fuego a visigodos y sarracenos de aquellas tierras, forzándoles a cruzar los Pirineos. Lejos de contentarse con sus viejas gestas militares en las Cruzadas, los Lévis gustaban recordar su "parentesco" con la Virgen María, madre de Jesús de Nazaret, indicando que ésta procedía de la tribu judía de los Lévi y que, por ese motivo, todos ellos eran "primos" de la madre de Cristo. Cierto o no ese lazo de sangre, todo parece apuntar que dicho linaje sacó su nombre de la localidad francesa de Lévis-Saint-Nom, señorío que fue cedido en el siglo XII a Philippe I de Lévis (c.1150-1204), probablemente (y como todo parece apuntar) benjamín de una muy numerosa y ya poderosa familia feudal como los Chevreuse y los Montfort (?). De hecho, esas tres casas compartían los tradicionales nombres de pila de Guy, Simon y Philippe.
 
 
Estátua yacente y orante de Guy I de Lévis, 1er Señor de Mirepoix.
 

Guy I de Lévis (c.1180-1233), será el 1er señor de Mirepoix, feudo concedido por su suegro Simon de Montfort, después de haber participado activamente en la Cruzada Albigense, y cuya posesión sería ratificada en 1229 por el Tratado de París. Los Lévis pasaron a ser llamados "mariscales de Mirepoix" y, en el siglo XV, a ostentar el título hereditario de "Mariscal de la Fe". La familia consiguió erigir su ciudad de Mirepoix (actualmente en el Departamento de l'Ariège, región del Mediodía-Pirineos) en sede del obispado del mismo nombre en 1317, de manos del papa Juan XXII. También ostentaron la senescalía de Carcassone a lo largo de dos siglos. En el siglo XVII, la tierra de Mirepoix era erigida en marquesado.

El viejo linaje dio extraordinarios frutos a la Corona Francesa, sobretodo en el ámbito militar y clerical a lo largo de su historia.

Louis François abrazó la carrera militar siguiendo la ya muy antigua tradición familiar, inaugurándola como Mosquetero de la Guardia del Rey en 1744; luego pasó a ser coronel del Regimiento Royal-Marine en 1745, brigadier en 1756... Participó activamente en las guerras de Sucesión Austríaca y de los Siete Años, siendo condecorado con la cruz de la Orden Militar de San Luis por Luis XV, y licenciándose con una impecable y brillante hoja de servicio.

Ya en aquella época, alternaba la vida de los cuarteles y campos de batalla con la de gran propietario agrario y de patrón industrial dueño de 3 fundiciones, sin olvidarse de las imprescindibles aunque cortas estancias en la Corte.
 
 
Retrato de Charles-François de Lévis, Marqués de Châteaumorand (1698-1751), suegro del Marqués de Mirepoix.
 
 
 
Retrato de Catherine Agnès de Lévis-Châteaumorand, 8ª Marquesa de Mirepoix y de Léran (1736-1783).
 

En 1751, casó con su prima Catherine-Agnès de Lévis-Châteaumorand (1736-1783), una de las cuatro hijas de Charles-François de Lévis, Marqués de Châteaumorand (1698-1751) y de Philiberte de Languet de Robelin de Rochefort. Las otras tres hermanas de la novia fueron:

-Anne-Charlotte de Lévis-Châteaumorand, c.c. Louis-Claude de Clermont, Marqués de Montoison (1722-1765).

-Marie-Éléonore-Eugénie de Lévis-Châteaumorand, c.c. Charles-François-Casimir, Conde de Saulx-Tavannes, Ier Duque de Tavannes (1739-1792).

-Marie-Odette de Lévis-Châteaumorand (1740-1766), c.c. Achille-Joseph de Robert, Marqués de Lignerac, IIº Duque de Caylus.

 

La pareja, bien avenida, tendrá ocho hijos a los dos años de casados:

-Charles-Philibert-Marie-Gaston de Lévis, Conde de Lévis-Mirepoix (1753-1794), c.c. Alexandrine-Marie-Julie-Félicitée de Montboissier de Beaufort-Canillac (ob.1807) => con descendencia.

-Marie-Vincentine de Lévis-Mirepoix, c.c. Jean-Jacques Joseph de Polastron de La Hillère, Marqués de Grepiac.

-Henriette-Charlotte de Lévis-Mirepoix, canóniga en Metz.

-Marie-Gabrielle de Lévis-Mirepoix, Abadesa de Montargis.

-Jeanne-Odette de Lévis-Mirepoix, canóniga en Neuville.

-Marie-Thérèse de Lévis-Mirepoix, c.c. Louis Sylvestre de Crugy Marcillac.

-Louise-Élisabeth de Lévis-Mirepoix, religiosa en Montargis.

-Guy-Casimir de Lévis-Mirepoix, Vizconde de Lévis-Mirepoix, subteniente de caballería.
 
 
Retrato de Gaston-Pierre-Louis de Lévis-Lomagne (1699-1757), 7º Marqués de Mirepoix, 1er Duque de Mirepoix, Mariscal de Francia.
 

En 1757, al fallecer su pariente el Mariscal-Duque de Mirepoix, heredó, no solo del marquesado de Mirepoix, sino también de todas las tierras de las dos ramas mayores de la familia, que se extinguieron por línea de varón en 1699 y 1757. Invierte mucho, entonces, en su castillo de Lagarde a partir de 1759: restauración y reacondicionamiento de una antigua fortaleza medieval reconvertida cien años atrás en una joya arquitectónica del clasicismo francés por capricho de una antepasada suya, la Marquesa Viuda de Mirepoix, Louise de Roquelaure (ob.1674). Los trabajos serán tan logrados, que la mansión merecerá el justo apelativo de "Pequeño Versailles del Languedoc". Tan absorbido por ese pasatiempo, le llevó a que sus apariciones en la corte de Luis XVI se hicieran cada vez más raras por no decir escasas:

-"¡Sois raro de ver, Monsieur de Mirepoix!" le soltó un día la reina Maria-Antonieta al verle aparecer en Versailles.

-"¡Madame, ya se ve que Vuestra Majestad no conoce Lagarde!" espetó el marqués.
 
 
Reconstitución del Castillo de Lagarde, principal residencia de los Marqueses de Mirepoix. / Abajo, grabado del s.XVIII, representando el Castillo de Lagarde.
 
 
 
Abajo, fotografía del castillo en ruinas en la actualidad.
 
 
 

De hecho, a finales del reinado de Luis XV, el marqués prefiere invertir su tiempo en gestionar su patrimonio y su negocio de la fundición -que le da más beneficio que la explotación agraria de sus tierras-, que perder su tiempo en pavonearse por los salones de Versailles o París. Después de la firma de la paz en Europa y a partir de 1774, el Marqués de Mirepoix deja de lado las armas para dedicarse a gestionar su fortuna y vigilar sobre el terreno la buena marcha de sus negocios.

 
5 de mayo de 1789: apertura de los Estados Generales en Versailles.
 

Cuando en 1789 se cierne sobre Francia la grave crisis económica que trae consigo la tormenta revolucionaria, el marqués asiste a la apertura de los Estados Generales del Languedoc, el 17 de marzo. De aquellas sesiones políticas saldría elegido diputado de la nobleza junto con su hijo, para representar a su provincia en los Estados Generales convocados por Luis XVI en Versailles. Sin embargo, rehusa participar activamente en éstos y delega en su hijo Charles-Philibert, quien se encarga de acudir a la ceremonia de apertura el 5 de mayo. Con ese gesto, el Marqués de Mirepoix pone de relieve su incomprensión de la situación.
 
 

Después del 14 de julio, la revolución es un hecho y los desórdenes se multiplican tanto en París como en provincias. Muchos aristócratas optan por emigrar a tierras más apacibles y seguras, siguiendo el ejemplo del Conde de Artois, hermano menor del Rey. Durante aquel agitado verano, el marqués se ve en la obligación de hacer constatar a las autoridades populares que, contrariamente a lo que afirman los rumores, no hace acopio de miles de armas y de municiones en pólvora y en balas de plomo en su castillo de Lagarde. Para poner punto final a esa acusación popular, requerirá de los municipios de Pamiers, Saverdun y Foix una visita con inspección incluída. Los inspectores darán fe, mediante acta oficial, "de que no se encontró en su residencia más que las armas habituales de un gran propietario que vive en el campo, y que puede y debe de tener junto con sus municiones para la caza."

El municipio de Saverdun le librará, en consecuencia, un certificado de "civismo".

Pese a todo, el marqués ya no se siente a gusto en sus tierras: su autoridad es puesta en entredicho, desafiada por el pueblo aplastado por los impuestos y por esa naciente burguesía que aspira al poder político.

Oliendo lo que se le viene encima, el marqués de Mirepoix opta por trasladar sus archivos históricos a Toulouse y manda arreglar a su notario la sucesión a favor de su hijo, cediéndole todos sus bienes. Con todos sus asuntos arreglados y dejando al Sr. Dufresne, su notario e intendente, al frente de la gestión de sus tierras y con precisas ordenes de liquidar sus negocios, de vender sus caballos y despedir a parte del personal doméstico sobrante, prepara su huída al extranjero. Su hijo, que se encuentra en ese momento en París, intentará defender el patrimonio familiar en medio de la imparable marea revolucionaria.

 
Grabado ilustrando "La Grande Peur / El Gran Miedo", que estalla después del 14 de julio de 1789: envalentonado, el pueblo asalta, saquea y quema castillos, conventos, monasterios e iglesias; asustados ante los desmanes populares y los linchamientos, aristócratas y clérigos huyen y emigran, llevándose consigo sus capitales al extranjero.
 

En octubre de 1789, el Marqués de Mirepoix hace sus baúles y abandona discretamente su querido Castillo de Lagarde llevándose con él todo el dinero que ha podido reunir: 500.000 Francos. No sin dificultades, consiguirá llegar a Roma el 29 de octubre, donde será cálidamente acogido por su amigo el embajador de Francia en la Corte Vaticana, el Cardenal de Bernis. Atrás, ha dejado a sus hijos e hijas; su mujer había fallecido en 1783, ahorrándole la muerte el disgusto de ver cómo se hundía, de la noche a la mañana, todo su mundo.
 
 
Retrato del Cardenal-Conde François-Joachim de Pierre de Bernis (1715-1794), Embajador de Francia en la Corte Vaticana.
 

En 1790, el diplomático y cardenal de Bernis intentará, desde su embajada romana, evitar tener que prestar el juramento a la Constitución Civil del Clero. Un año después, en 1791, recibe la orden desde París de prestar dicho juramento pero se niega a hacerlo y, en consecuencia, recibe una carta oficial anunciándole que debe regresar de inmediato a París. Una segunda negativa por parte del cardenal, que opta por permanecer en Roma, provoca su relevo del cargo, le quitan su obispado de Albi, su renta y embargan todos sus bienes. Fallecería completamente arruinado en Roma, en 1794.

El hijo del Marqués de Mirepoix, Charles-Philibert, que ha optado por permanecer en Francia, intenta en vano salvar el patrimonio familiar. Arrestado en su castillo de Lagarde, es transferido a París, llevado ante un tribunal y guillotinado el 28 de mayo de 1794. El castillo de Lagarde, mientras tanto, será saqueado e incendiado por el populacho.

El intendente y notario del marqués, Dufresne, será a su vez apresado junto con otras 11 personas de la ciudad de Mirepoix y llevadas en carreta hasta París para ser allí guillotinadas. Por fortuna, el convoy de los condenados llegará justo después de la caída del gobierno de terror de Robespierre y Saint-Just, lo que les salvará a todos la vida.

Tras la muerte del Cardenal de Bernis, su principal sostén en Roma, el Marqués de Mirepoix y de Léran tendrá que abandonar las orillas del Tíber para instalarse en Venecia. Es allí donde le sorprende la muerte, el 23 de febrero de 1800, arruinado y viviendo en el umbral de la indigencia. Sus restos serán sepultados en la Iglesia de San Vitale, donde una placa de mármol y un retrato perpetúan su recuerdo.

lunes, 24 de diciembre de 2012

PARÍS 1795: EL BAILE DE LAS VÍCTIMAS

LAS EXCENTRICIDADES DE UNA NUEVA GENERACIÓN DE ARISTÓCRATAS



El "Baile de las Víctimas" eran bailes concertados por asociaciones de personas de ilustre procedencia tras el período del Terror. Para ser admitido en esas asociaciones o en esos bailes, era imprescindible tener entre su familia, como mínimo, a un miembro guillotinado durante la Revolución Francesa.

Esos bailes, francamente macabros, comenzaron después de la ejecución de Maximilien de Robespierre, que aconteció el 28 de julio de 1794 (según el calendario revolucionario, el 10 thermidor Año II), siendo la primera señal de euforia y liberación de los franceses después de la muerte del dictador sanguinario, que puso un punto final a la opresión, a las persecuciones y ejecuciones arbitrarias.

El primer baile tuvo lugar en enero de 1795, en el Palacio de Richelieu, organizado por jóvenes cuyos padres o próximos parientes habían sido guillotinados, pero a quienes la Revolución había recientemente restituido los bienes anteriormente confiscados. Con ese cambio de actitud tan brutal por parte de la Iª República, en la que sus nuevos dirigentes querían subsanar los excesos del Terror y remediar las injusticias cometidas, esos asociados u organizadores del baile, a su vez aristocrático y decadente, pretendían reencontrarse entre ellos y recomponer su sociedad.

La descripción de esos bailes varían, pero tienen en común el de servir de catarsis a la expresión emocional de la ejecución de parientes, así como de las convulsiones sociales ligadas a la revolución. Tiempo después, mucha gente encontró que esos bailes eran algo inadmisible, infame, de muy mal gusto y motivo de escándalo e indignación.

 
Retrato de Madame Arnault de Gorse, peinada a la Tito; obra de Louis Léopold Boilly, 1796.


Los participantes llevaban vestidos de duelo o trajes con brazaletes negros. A la inversa, algunas mujeres aparecían enfundadas en vestidos greco-romanos de finísimas y translúcidas telas, iban descalzas o con sandalias planas que se ataban con cintas. Algunas llevaban los cabellos cortados muy cortos, peinados a la erizo o recogidos a la Tito o a la Caracalla con ayuda de una peineta, a imagen y semejanza de los condenados antes de su ejecución. Incluso, muchas se complacían en poner la guinda al pastel anudándose un hilo, una fina gargantilla o una cinta de seda rojo sangre alrededor del cuello, justo donde se supone que cortaba la cuchilla de la guillotina separando la cabeza del tronco.

Para colmo de ese sentido del humor negro francés, por no llamarle siniestro y lamentable cachondeo, las damas y los caballeros se saludaban entre ellos sacudiendo la cabeza con un golpe seco, queriendo imitar así el momento de la decapitación.



No extraña que, a la larga, esas "siniestras mascaradas", indignasen a los aristócratas de más edad, a los que habían padecido la cárcel y la angustia diaria ante el tan temido momento de oír si gritaban o no su nombre en la lista de la próxima hornada.

Hay un ejemplo anecdótico muy ilustrativo de la frivolidad de esa generación de aristócratas post-revolución. Un testigo de aquellos años, apodado Polichinela, acudió a uno de esos bailes que se celebraban en distintas residencias señoriales parisinas. Se topó con un joven y hermoso aristócrata vestido para la ocasión que, con expresión llorosa, se lamentó:

-"Ah! Polichinela,... han matado a mi padre!"

-"¿Han matado a su padre?", contestó sacando un pañuelo de su bolsillo para ofrecérselo al desconsolado.

Y, de repente, el caballero cambió radicalmente de expresión, pasando de la pena a la alegría; se puso a bailar y a cantar:

-"Ziga raga don don, un paso de rigodón!"

Anécdotas Históricas -204-



Esta anécdota fue transmitida por Madame de Rouzé a sus descendientes, cuando en plena Revolución Francesa y reinando el régimen de terror impuesto por Robespierre, se encontraba apresada en la cárcel del Bouffay, en Nantes, en el verano de 1794, y de la cual consiguió salir viva.

Madame de Rouzé, aristócrata francesa perteneciente a una familia de chuanes, espera la muerte encarcelada en la terrible cárcel del insalubre y tétrico castillo du Bouffay, en la ciudad de Nantes. Una tarde de finales de julio de 1794, mientras está mirando desde la ventana de su celda, que da a la calle, ve a una mujer librarse a una curiosa pantomima. Levanta varias veces hasta las rodillas los bajos de su vestido, pretendiendo atraer la atención en éste. Luego, se agacha otras tantas veces. Seguidamente, agarra una piedra mostrándola con insistencia a los prisioneros que empiezan a agolparse contra los barrotes de sus ventanas, atraídos por el extraño juego de la mujer. Finalmente, pasa su mano por la nuca en un gesto inequívoco y familiar para la gente allí apresada, que no deja ninguna duda sobre su significado. De repente, Madame de Rouzé cae en la cuenta y descifra la adivinanza mimetizada: falda (robe), agacha (baisse), piedra (pierre), guillotinado (guillotiné) !

No puede reprimir la emoción y se exclama en voz alta:

-"¡Robespierre ha sido guillotinado!"

En un instante, la noticia recorre toda la cárcel cual reguero de pólvora; estallan gritos de incontenible alegría, se multiplican los abrazos, lloros, risas llenas de emoción inundan las celdas, empujándoles a bailar y a cantar, celebrando la muerte del sangriento asesino.

Anécdota de: Madame de Rouzé, prisionera de la Cárcel del Bouffay, Nantes (Francia), 1794.

jueves, 19 de abril de 2012

CARLOS XI DE SUECIA



CARLOS XI
REY DE SUECIA
1655 - 1697


Carlos XI (Karl XI), rey de Suecia de 1660 a 1697, nació en el Palacio de Tre Kronor de Estocolmo el 24 de noviembre de 1655, y murió el 5 de abril de 1697. Único hijo varón del rey Carlos X Gustavo y de la duquesa Hedvig Eleonora de Holstein-Gottorp, ascendió al trono con apenas 5 años de edad.

Retrato de Hedvig Eleonora de Holstein-Gottorp (1636-1715), Reina Viuda y Regente de Suecia; obra de David Klöcker Ehrenstrahl.

Retrato de Magnus Gabriel de La Gardie, Conde de Läckö (1622-1686).

Cuando su alcoholizado padre, Carlos X Gustavo, fallece prematuramente, aún es menor de edad. Los años que precedieron su mayoría fueron marcados, como en tiempos de la minoría de Cristina I, por una intromisión de la aristocracia en los asuntos del reino. Su madre, la reina viuda Hedvig Eleonora, asumía la regencia en su nombre pero era esencialmente asesorada por cinco altos dignatarios de la corte que, entre otras cosas, descuidaron la labor encomendada de otorgar al joven monarca una educación esmerada. En consecuencia, el joven Carlos XI se convirtió en un príncipe sin modales, caprichoso, autoritario y con una paupérrima formación académica. En aquellos años de la regencia, el Conde de Läckö, Magnus Gabriel de La Gardie, ex-favorito de la reina Cristina I, cuñado del finado rey Carlos X Gustavo y tío político de Carlos XI, se convirtió en el auténtico gobernante de Suecia que hacía y deshacía a su antojo, llevando a cabo una política belicista principalmente financiada por Francia, entreteniendo una aplastante maquinaria burocrática y dilapidando el tesoro en guerras y mantenimiento de unas tropas mercenarias al servicio del aliado francés. Su gobierno fue el responsable de la grave crisis económica de aquellos años, de la ruina del erario público y del consiguiente empobrecimiento del país.

Retrato infantil del rey Carlos XI de Suecia (1655-1697), en 1662; obra de D. Klöcker Ehrenstrahl / Abajo, retrato ecuestre del rey Carlos XI en su mayoría de edad según el mismo artista.




Como aliada de Francia, Suecia tuvo que tomar parte en la guerra franco-holandesa, dirigiendo sus tropas contra el Brandenburgo (1674), que se soldaría con una humillante derrota de los suecos en Ferhbellin (1675). Dinamarca aprovechó la ocasión para invadir Escania, iniciándose la guerra del mismo nombre. Se tuvo que esperar a que el rey fuera declarado mayor de edad en 1672, para empezar a expulsar a los daneses del territorio sueco. Carlos XI tuvo que ponerse al frente de sus ejércitos y librar tres victoriosas batallas (Halmstadt, Lund y Landskrona) para echar al enemigo de sus posesiones. En 1679, una paz favorable para Suecia fue firmada con Dinamarca en Lund con la mediación diplomática del rey Luis XIV de Francia.

Retrato de Carlos XI (1655-1697), Rey de Suecia de 1660 a 1697.


El reinado personal de Carlos XI, iniciado en 1672 al proclamarse mayor de edad, se caracterizó por una marcada indolencia y una ociosidad que dejaron a La Gardie las manos libres para seguir manejando el timón del gobierno. Lejos de interesarse por la gravedad de la situación de su país, Carlos XI pasó sus primeros años de reinado huyendo de sus responsabilidades en medio de fiestas y escapadas lejos de la capital, hasta que la acuciante falta de dinero, la pérdida de prestigio en el exterior, la amenaza de otros Estados que ambicionaban con hacerse con las posesiones suecas y el descontento del pueblo sueco le obligaron a reaccionar y tomar las riendas para evitar el desastre.



Carlos XI sacaría provecho de la grave crisis financiera y del gran descontento popular hacia la nobleza, para dotarse en octubre de 1680 de un poder casi ilimitado, tras reunir en el Riksdag a los tres estamentos representativos del reino. Con sus medidas de "reducción", consiguió arremeter contra la élite aristocrática del país exigiendo la devolución de gran parte de las tierras y títulos nobiliarios concedidos anteriormente por la Corona a ésta. Magnus Gabriel de La Gardie cayó en desgracia y fue condenado a devolver gran parte de sus posesiones a la Corona, además de pagar una multa de 352.159 riksdals, lo que supuso el hundimiento de su fabulosa fortuna. Aunque tenido por máximo responsable del déficit estatal, La Gardie pudo retirarse tranquilamente del escenario público sin ser molestado.
Por otro lado, Carlos XI suprimió las atribuciones del Consejo del Reino asumiendo sus prerrogativas legislativas y reduciéndolo a la mínima expresión, reformó la administración, combatió la corrupción, cortó en seco con el despilfarro de los recursos públicos y reorganizó en profundidad el ejército y la armada suecas, además de fundar los astilleros de Karlskrona.

Retrato en grupo de la Familia de Carlos XI de Suecia, reunida bajo un retrato del rey Carlos X Gustavo.


El mismo año de 1680, para sellar la paz de Lund firmada con Dinamarca, pidió la mano de la princesa Ulrika Eleonora, hija del rey Federico III. El matrimonio produjo siete vástagos; los suficientes para asegurar la continuidad de la dinastía bávara de la que era el segundo representante en el trono sueco.

Durante el resto de su reinado, marcado por una política pacifista, se consagró a las reformas financieras y administrativas, en crear un sistema de educación básica y superior, en fomentar la instrucción del campesinado, en establecer una nueva relación Iglesia-Estado, fijándose sobretodo el objetivo de crear una sólida base económica para el mantenimiento de sus ejércitos y del imperio.


jueves, 22 de diciembre de 2011

LA TRADICIÓN DE LA HORA DEL TÉ


EL "FIVE O'CLOCK TEA"
capricho de una duquesa



En la década de los cuarenta del siglo XIX, Anna-Maria Stanhope Russell, 7ª Duquesa de Bedford (1783-1857)*, transformó la costumbre de tomar el té que, habitualmente, se servía como simple bebida refrescante o caliente -dependiendo de la estación del año-, convirtiéndolo en el principal ingrediente de una merienda ligera de la tarde, el "Afternoon Tea", que se servía entre las tres y las cinco.

En el Reino-Unido, durante esa época de apertura económica, de revolución industrial y de libre cambio, el ritmo de las comidas consumidas en el curso de la jornada dependía de diferentes factores culturales, económicos y sociales.

La élite británica se ponía a la mesa una media de dos veces al día. El desayuno, tomado poco después del despertar, y la cena servida al principio del anochecer. La hora de esa comida siendo cada vez más tardía, se añadió lo que se conoce como "lunch" (luncheon) o almuerzo ligero para apaciguar la sensación de hambre entre esas dos principales comidas del día.

El "afternoon tea time" británico es la merienda social de media tarde, en la que se ofrece una variedad de pequeños emparedados salados y pastelitos dulces que se sirven con un té (Darjeeling), a las 17 horas.


Pero la Duquesa de Bedford, cuyas apetencias contrariaban a menudo las tardes, tomó la costumbre de hacerse servir un surtido de emparedados o "sandwiches" y pastelerías acompañadas con una taza de té. Una especie de merienda que le permitía contener su necesidad de saciarse y poder pacientar hasta la cena de la noche.

Fue ella quien invitó a sus amigas a unirse a sus meriendas diarias, sentando el origen de las "Tea Party" organizadas en la corte inglesa.

Retrato de la reina Victoria I de Gran-Bretaña e Irlanda; según F.X. Winterhalter.


Con la aprobación de la reina Victoria, el "Afternoon Tea" adquirió rápidamente gran auge en el seno de la alta sociedad británica. Desde los salones de la aristocracia, esa práctica pasó a generalizarse en los de la encopetada burguesía extendiéndose luego hasta la clase obrera, marcando fundamentalmente las costumbres alimentícias de los ingleses.

Con el paso de los siglos, ese ritual del té de la tarde se ha desarrollado progresivamente como una golosa tradición, implicando algunas convenciones sociales de buenas maneras y de saber estar en las reuniones.

Una tradición Británica muy Francesa

Es, en cualquier caso, interesante hacer hincapié sobre esta tradición reinventada por la Duquesa de Bedford; y digo reinventada porque la gran dama no hizo otra cosa que "revivir" -por muy curioso que resulte al lector-, una costumbre que imperaba entonces en los aristocráticos salones de Francia en el curso del siglo XVIII: la de ofrecer una merienda a los invitados con té, chocolate o café, amenizada con tertulias político-filosóficas y conciertos de cámara. Esa tradición salonnière francesa (que también se exportó a Rusia) se interrumpió bruscamente en 1789, año del estallido revolucionario, y no se reintroduciría hasta mediados del siglo XIX para ¡"imitar" a los británicos!

Maqueta del Barrio del Temple, París 1783 (Museo Carnavalet); el Palacio del Temple se encuentra ubicado a la derecha de la fotografía, cuyo jardín trasero precede la famosa Torre del Temple.


Famosa es la prueba gráfica de este hecho innegable: el cuadro dieciochesco titulado "El Té a la inglesa en el Salón de los Cuatro-Espejos", en el que aparece, en medio de tan egregia compañía, un niño precoz llamado Wolfgang Amadeus Mozart tocando el clavicémbalo para amenizar un evento social semanal. El cuadro fue ejecutado por Michel Barthélémy Ollivier, pintor ordinario del Príncipe de Conti, en 1766, para reproducir ese momento especial en el que el talentoso y jovencísimo Mozart había sido invitado por el príncipe a tocar en su residencia parisina del Palacio del Temple.





(*)_Lady Anna Maria Stanhope (1783-1857), hija de Charles Stanhope, 3er Conde de Harrington y de Jane Fleming, casó en 1808 con el entonces Marqués de Tavistock, Francis Russell (1788-1861), heredero del 6º Duque de Bedford que accedió al título ducal en 1839. Fue una gran amiga y dama de cámara de la reina Victoria I de Gran-Bretaña entre 1837 y 1841.

lunes, 31 de octubre de 2011

LOS FUNERALES REGIOS

Un Arte Macabro al Servicio del Poder




Mencionar los antecedentes históricos del arte funerario puede parecer, a estas alturas, un poco supérfluo para los que ya conocen cronológicamente su evolución a lo largo de los avatares de la humanidad. Sin embargo, más que ocuparnos de sarcófagos y ataúdes, queremos hacer especial hincapie en los añadidos que se implantaron en los ritos religiosos y que, de algún modo, guardan semejanzas entre si.


Interior de una tumba Etrusca (Italia).

Citar que en Europa todo empezó con la erección de túmulos y dólmenes, cuando en Egipto los faraones ya descansaban debajo de impresionantes pirámides, puede parecer repetitivo. Pero las honras al fallecido eran similares: tanto en el continente europeo como en el continente africano, asi como en Asia y América, los muertos eran enterrados con sus pertenencias y ofrendas alimenticias ya que se creía firmemente que la muerte era tan solo un tránsito hacia otra vida. Con más o menos abundancia, con más o menos riqueza, los muertos eran enterrados o sepultados con todo lo que habían poseído en vida: armas, utensilios de a diario, joyas, ropajes,... para que no les faltara de nada. Por supuesto, los reyes, reyezuelos, jefes de tribu, hechiceros, generales y altos dignatarios solían beneficiarse de una consideración post-mortem que no era concedida al común de los mortales.


Máscara mortuoria en oro del rey Agamemnón.


Máscara mortuoria en oro de una princesa Chen (China, siglo X).

Que fuera en Grecia, en China, en América del Sur o en Egipto, los monarcas se iban con todos los honores hacia sus últimas y elaboradísimas moradas. Y hay más: en todos esos países, los reyes y príncipes eran enmascarados con una faz de semblante hierático fabricada en oro, en jade o en madera pintada, en un vano intento de fijar en la eternidad su rostro con más o menos fortuna según el artista y orfebre. Buenas muestras de ello son las máscaras de oro de Agamemnón o de Tuthankamón, por citar a las más populares del siglo XX. En Europa, los enigmáticos etruscos fueron unos maestros en ese arte: no solo se contentaban con tallar, cincelar y esculpir sarcófagos con las efigies de los finados, tumbados o recostados, sino que además les excavaban en la roca viva su última morada, con salones y habitaciones que pudieran contener sus muebles y pertenencias que, a diferencia de los egipcios, no amontonaban esos enseres previamente desmontados, en algunos casos, en habitáculos reducidos que precedían la cámara mortuoria.


Recreación virtual del mausoleo subterráneo del primer emperador chino Qin Shi Huang.

Legendaria es la tumba del primer emperador chino, de la que se conservan citas sobre su magnificencia y grandiosidad bajo una montaña de tierra y piedras, y que se cree haber localizado recientemente. Se habla de una reproducción a escala del territorio chino, con sus ríos y mar de mercurio, de ejércitos petrificados y de tesoros de incalculable valor arqueológico. El hecho de haber descubierto tumbas imperiales menores, con sus momias de princesas y emperadores cubiertas por armazones de jade y piedras preciosas, dan una pequeña idea de lo que puede descubrirse si, finalmente, se consigue encontrar la entrada al templo funerario del primer emperador.



Y si los romanos son decepcionantes al reabrir sus tumbas, éstos observaban una costumbre oriental que consistía en moldear sobre el semblante de sus cadáveres una máscara de cera, que luego conservaban en sus casas y villas como retratos realistas en un lugar preferente que servía de "templo" particular, dónde les honraban de cuando en cuando. A esos recuerdos de sus muertos se sumaban bustos y estátuas a tamaño natural del finado o finada tallados en el mármol más impoluto. Y si en Grecia y Roma depositaban una moneda en la boca o un par sobre los ojos del muerto, para pagar su viaje a bordo de la barca de Caronte, en China a los emperadores y sus consortes se les introducía una gran perla apenas exhalado el último suspiro.


Los funerales de los reyes europeos


Sarcófagos policromados de Enrique I de Inglaterra y de Alienor de Aquitania en la Real Abadía de Fontevrault (Francia).

Europa es otro cantar. Desde la Edad Media hasta el Renacimiento, las tradiciones evolucionan y se perfeccionan. De sencillas losas desnudas hasta las grabadas de escudos en relieve, excarvadas en los suelos de iglesias y catedrales, se pasa a sarcógafos diminutos que sirven de osarios como antiguamente se hacía en Israel, empotrados en lo alto de las capillas y policromados. Pronto se esmeran los artistas y maestros artesanos góticos: los sarcófagos se agrandan hasta contener el cuerpo entero del monarca, y sus pesadas tapas son delicadamente esculpidas con sus efigies adornadas con sus símbolos de soberanía, agarrando con elegancia sus cetros flordelisados y la testa recostada en un cojín y ceñida con sus coronas reales, arropados en sus mantos y túnicas de gala, y con los pies descansando sobre el flanco de un lebrel. Mármoles, alabastros, granitos, maderas e incluso bronces dorados serán cincelados para reproducir los rasgos de reyes, reinas, príncipes y princesas lo más fielmente posible; y para darles más realismo, las pintarán como si estuvieran de cuerpo presente. Colmo de ingeniosidad: consiguen incluso enmarcar esas regias tumbas bajo pequeñas capillas flamígeras que descansan sobre delicadas columnas.


Sepulcro encastrado del rey-emperador Alfonso VII de Castilla, justo debajo del Infante Pedro de Aguilar, bastardo del rey Alfonso XI, en la Capilla Mayor de la Catedral de Toledo. Aunque muerto en 1157 (siglo XII), los restos de Alfonso VII fueron ubicados en distintos sitios del templo toledano hasta que, a finales del siglo XV, su sepultura fue definitivamente colocada en su actual emplazamiento por orden del Cardenal Cisneros.


Tumbas Reales de los Condes de Barcelona y Reyes de Aragón, Pedro II "el Grande", Jaime II "el Justo" y Blanca de Anjou, en el Real Monasterio de Santes-Creus (Tarragona, Catalunya); los sarcófagos, antiguas bañeras romanas de porfirio, fueron especialmente traídas de Italia para acoger los restos de padre e hijo y nuera, siendo posteriormente añadidas las efigies esculpidas de los monarcas y los templetes góticos -originalmente policromados- que los resguardan (1307).


Tapa del sarcófago con efigie yaciente del Caballero Jean d'Alluye (Francia, siglo XIII).


Conjunto escultórico funerario para la tumba de Philippe Pot, Señor de La Roche-Pot.

Con la ola renacentista en el Sur del viejo continente, los difuntos ilustres siguen tronando sobre sus pesados sarcófagos, aunque en ocasiones algunas tumbas acaben siendo auténticas composiciones escultóricas de dos piezas: el osario o sarcófago por un lado, y la figura del finado tronando desde lo alto como un héroe de guerra que medita sobre su existencia, tal y como hizo con un Médicis el gran Michelangelo Buonarrotti, con reminiscencias de la antigua Roma Imperial.


El rey ha muerto, ¡viva el rey!


Mausoleo del rey Luis XII de Francia y de su segunda esposa la Duquesa Ana de Bretaña, en la Real Abadía de Saint-Denis (Francia).

Se cree que, sacado de la ceremonia de los regios funerales, nació la invención de los monumentos renacentistas de dos pisos en la Europa del Norte. Concretamente en Francia y desde el reinado de Carlos VI "el Loco", a la muerte del monarca se realiza una efigie funeraria de éste con su rostro moldeado con cera directamente sobre la cara, vestido con sus ropajes de la coronación y con la diadema real en las sienes, en posición orante o sosteniendo el cetro y la mano de Justicia y al que se sirve, tres veces al día, solemnes comidas respetando el habitual desfile de platos. Generalmente dispuesto sobre una cama engalanada, el maniquí del difunto rey representa la permanencia de la monarquía. Además de la coreografía de las comidas, se añaden los desfiles de príncipes llevando una barba dorada postiza en señal de duelo, y de nobles, clérigos, burgueses y gente común que acuden para despedir al finado en respetuoso silencio.


Mausoleo del rey Enrique II de Francia y de su consorte la reina Catalina de Médicis, en la Real Abadía de Saint-Denis, necrópolis de los soberanos galos / Abajo, detalle de las efigies de los mismos monarcas.



Estátua yaciente de la reina Elizabeth I de Inglaterra e Irlanda, sobre el sarcófago que guarda sus restos, en la Real Abadía de Westminster (Londres, Inglaterra, s. XVII).


Vista parcial del mausoleo del Primer Duque de Lesdiguières y de Vizille, último Condestable de Francia, con su efigie recostada y esculpida en alabastro, obra de los hermanos Jean y Jacob Richier (Francia, 1610); Originalmente situado el conjunto funerario en la capilla edificada junto al castillo de Lesdiguières, en ruinas desde 1692 tras sufrir un incendio, el mausoleo fue finalmente rescatado en 1798 y trasladado a la capilla de Saint-Pierre de la Catedral de Gap hasta 1836; tras varios traslados, fue finalmente instalado en la Sala de Armas del Museo de Gap (1972). El monumento contenía originalmente ocho ataúdes (del duque, de su esposa, de su hijo primogénito, de su yerno, de su hija, entre otros...) y los restos fueron finalmente sepultados en el castillo de Sassenage, cerca de Grenoble, en 1822.


El día de la inhumación, el ataúd es depositado dentro de un catafalco mientras la efigie regia es colocada sobre una plataforma superior. De este modo, la doble tumba de los reyes Luis XII y Ana de Bretaña traduce en mármol las arquitecturas efímeras de los funerales en la Real Abadía de Saint-Denis. Las otras dos tumbas dobles de los reyes Francisco I y Enrique II con sus respectivas consortes, son construídas según el mismo modelo: abajo, los cuerpos, generalmente representados de manera macabra; arriba, las efigies de almas serenas que rezan para elevarse hacia Dios.

Tumba del rey Enrique IV de Francia y de Navarra, Real Abadía de Saint-Denis, 1610 / Abajo, Tumba del rey Luis XIV de Francia y de Navarra, en el panteón real de Saint-Denis, 1715. Ambos nichos fueron, como todas las tumbas reales, profanados y los cadáveres embalsamados mutilados por los revolucionarios y luego enterrados en una fosa común hasta que, durante la IIª Restauración, fueron exhumados y recolocados en sus respectivas tumbas por el rey Luis XVIII.



Después de los Valois y a diferencia de éstos, los Borbones (de Enrique IV a Luis XV) optarán por ser inhumados en féretros de plomo encerrados por otros de madera bajo losas sencillas o en nichos ricamente adornados con esculturas en bajo relieve. Pese al cambio, se seguirá observando la costumbre de utilizar un maniquí con el semblante del rey para las exequias, permaneciendo arrodillado sobre una cama y rezando de cara al altar desde un lugar preferente de la abadía a lo largo del reinado siguiente y así sucesivamente.


Busto funerario en cera policromada del rey Enrique VII de Inglaterra, que formaba parte del maniquí para la remembranza en el momento de sus solemnes funerales en Westminster / Abajo, cabeza policromada de la reina María I de Inglaterra.


Los ingleses copiarán, desde el siglo XV, punto por punto esas ceremonias fúnebres que acabarán extendiéndose a gran parte de Europa del Norte (Suecia, Dinamarca, Países-Bajos, Polonia, Alemania, Austria,...), incluyendo al maniquí regio con sus máscaras de cera moldeadas y pintadas con más o menos éxito. Los grandes señores, no queriendo ser menos que sus monarcas, imitarán el ceremonial y tendrán sus propios maniquís, además de sus efigies esculpidas y policromadas sobre sus catafalcos que siguen haciendo las delicias de los turistas que visitan las iglesias, capillas y catedrales, y en las que demasiadas veces muestran su vandalismo con grafitis y amputaciones de manos, narices y pies.


Sepulcro de Henry Howard y Lady Frances De Vere, Condes de Surrey, con sus estátuas yacientes y orantes, sus escudos heráldicos e inscripciones en bajo relieve.


La evolución de la efigie real: del servicio fúnebre al museo de cera


Maniquí funerario de la reina Elizabeth I de Inglaterra; en el siglo XVIII su vestido estaba tan ajado que tuvieron que hacerle uno nuevo para sustituir el original caído en girones, y que dista mucho de ser exacto al de inicios del siglo XVII.

Durante la Revolución Francesa, se cometieron irreparables barbaridades: a las violaciones de sepulturas reales y nobles, se sumó la quema indiscriminada de los maniquís de reyes y príncipes y la destrucción sistemática de numerosos panteones. Por suerte, en Gran-Bretaña, se siguen conservando milagrosamente muchas efigies reales y principescas que fueron utilizadas entre el siglo XV y el siglo XVIII, tal y como se puede ver en el museo de la Real Abadía de Westminster, y que consiguieron sobrevivir a una revolución y a los infernales bombardeos alemanes. Los maniquís de Enrique VII, de María I, de Elizabeth I, de Carlos II, de Guillermo III y de María II, de Ana I, de la duquesa de Richmond, de los tres Jorges (Jorge I, Jorge II, Jorge III) siguen suscitando curiosidad entre los visitantes del templo y sirvieron, a finales del siglo XVIII, para que Madame Tussaud realizara sus copias en cera para su museo londinense después de abandonar la Francia revolucionaria, dónde sus últimos trabajos no eran más que siniestras representaciones de nobles y políticos recién guillotinados. Podríamos pues afirmar, sin equivocarnos mucho, que Madame Tussaud perpetuó en cierto modo esa antigua costumbre europea de inmortalizar a los ilustres muertos.


Otra efigie funeraria de la reina Elizabeth I de Inglaterra -obviamente rejuvenecida-, y con gorguera.


Efigie funeraria a tamaño real del rey Carlos II de Inglaterra con el hábito de Gran Maestre de la Orden de la Jarretera, realizado en febrero de 1685; la impresionante figura tronó durante 150 años sobre la tumba del finado hasta que fue trasladada al museo de Westminster Abbey / Abajo, fotografía de la misma en 1896, realizada por Sir Benjamin Stone.



Efigie funeraria en cera del rey Guillermo III de Inglaterra.

Hoy en día, no hay nación que no cuente, entre sus atracciones turísticas, con algún museo de cera donde estén representados sus monarcas, políticos, militares, famosos e incluso asesinos de todas las épocas, gracias a la influencia de Madame Tussaud.

En cuanto a la tradición funeraria de confeccionar maniquís regios, acabó por ser abandonada en los albores del siglo XIX.