¿Has pensado alguna vez cuantas historias se esconden tras un retrato? Pues ésas son las que componen lo que llamamos "Historia".
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miércoles, 27 de noviembre de 2013
DOCUMENTAL: Alienígenas ancestrales / Secretos de las Pirámides
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miércoles, 16 de octubre de 2013
LA CONQUISTA DE AMÉRICA BAJO REVISIÓN
LA BARBARIE ESPAÑOLA EN AMÉRICA
Entrevista con Antonio Espino, autor de "La Conquista de América" / in www.elconfidencial.com / Javier Zurro.
Masacres, asesinatos, amputaciones de manos y pies, heridas curadas con aceite hirviendo, violaciones… semejantes crímenes parecen sacados de una mente perturbada. Sin embargo esto era el día a día en las batallas que tuvieron lugar durante la conquista de América. Un periodo de nuestra historia que tiende a mitificarse obviando sus pasajes más oscuros. El catedrático de Historia Moderna en la Universidad Autónoma de Barcelona y especialista en Historia Militar, Antonio Espino López, según cuenta a El Confidencial, propone una mirada sin prejuicios de la colonización hispana en su libro La conquista de América: Una revisión crítica (RBA Ediciones). En su obra, Espino se sirve de los testimonios dejados en las numerosas crónicas de Indias para describir con precisión las armas, tácticas, batallas y sangrientas prácticas que 'héroes' como Hernán Cortés llevaron a cabo.
¿Cuándo surge su interés por revisitar la conquista de América?
Desde siempre me he preocupado especialmente por cuestiones relacionadas con la historia de la guerra. Poco a poco fue surgiendo el interés por explicar mejor a mis alumnos las estrategias y tácticas militares empleadas en la conquista de América y ello me llevó a releer un número importante de Crónicas de Indias. Allí descubrí numerosos testimonios de las técnicas utilizadas para someter a las poblaciones aborígenes, todas ellas basadas en el terror, la crueldad y la violencia extrema. Una realidad muchas veces obviada por otros historiadores.
¿Por qué se tiene mitificada la conquista de América por parte de, sobre todo, la ficción?
Por un puro y simple desconocimiento histórico. Aquellos que se dedican a ello pueden conocer algunos datos, pueden tener algunas nociones, pero carecen habitualmente de una perspectiva historiográfica del asunto. Y, en buena medida, los culpables somos los historiadores, claro.
¿En qué son culpables los historiadores?
Una amplia mayoría, hasta hace muy pocos años, apenas se había atrevido a mostrarse crítica con el imperialismo hispano en las Indias, en América. Hay que tener en cuenta que, durante mucho tiempo, se había considerado que mostrarse crítico con las hazañas hispanas era sinónimo de ser un mal español, me atrevería a decir; de hacerle el juego a todos aquellos que habían fomentado la famosa "leyenda negra". Me da la sensación que, por una cuestión de patriotismo mal entendido, siempre se ha negado cualquier exceso cometido en América o se ha querido justificar como una típica "acción de guerra" que, además, en el caso que nos ocupa duró muy poco tiempo.
¿Cree que existe miedo a reconocer la crueldad que usted describe en su libro?
En realidad todo el mundo es más o menos consciente de que tenemos una factura pendiente con los descendientes de las poblaciones aborígenes. Pero no sólo los españoles, sino todas las potencias europeas imperialistas en las épocas moderna y contemporánea. No hay que tener miedo a la hora de reconocer que cualquier imperialismo es expansionista y agresivo por definición, y prácticamente todos ellos usaron de la crueldad. Lo mejor es tenerlo claro, estudiarlo y aceptarlo para encarar cualquier crítica que se pueda hacer. No somos ninguna excepción. No somos ni mejores ni peores que los demás. Hay que entender este tipo de realidades, conocerlas y procurar erradicarlas en nuestro presente y en el futuro.
Nuestros conquistadores muchas veces son mostrados como héroes
Una vez más, esa imagen es fruto del desconocimiento o la falta de reflexión. Es fruto de la idea tan generalizada de que los aborígenes ganaron mucho con la presencia hispana en sus tierras. Por lo tanto, si a la larga resultaron beneficiados, las "molestias" causadas eran asumibles y, en el fondo, poco importantes. Por otro lado, los conquistadores siempre se presentaron a sí mismos como héroes, sus ejemplos eran los antiguos hacedores de imperios: Alejandro Magno, Julio César… Los intelectuales de la época jugaron un papel importante transformando sobre todo a Hernán Cortés, y en menor medida a Francisco Pizarro, en nuevos héroes a la altura de los mencionados. Esa imagen fascinó y convenció a lo largo de los años, sobre todo en un país en el que no hubo grandes "héroes" a partir del siglo XVII.
¿Existe algún conquistador que destacara por su compasión?
Yo diría que nos encontramos en general con personas que utilizan la crueldad sólo cuando era necesario, el problema es que lo fue muy a menudo teniendo en cuenta las características de la conquista hispana de las Indias: contingentes hispanos muy reducidos, necesidad de imponerse sobre grandes poblaciones aborígenes, necesidad de demostrar firmeza ante los amerindios aliados…
¿Considera que fueron excesivas las medidas que se tomaron?
Las medidas que se tomaron fueron muy duras. La conquista de América fue un proceso terrible, muy alejado de la imagen idílica que habitualmente se tiene. No fue en absoluto un conflicto de baja intensidad. Fue una guerra muy dura bajo el paraguas jurídico-religioso del derecho hispano a su presencia en aquellas tierras con el único interés por la civilización y la evangelización de sus habitantes, cuando más bien lo que se escondía era un deseo brutal por obtener riquezas. Como se ha afirmado, la codicia fue el verdadero motor de la conquista. Leyendo numerosos testimonios de la época es evidente que fue así.
¿Cree que la conquista del territorio podía haberse llevado a cabo de una manera menos sangrienta?
Sinceramente, creo que no. Creo haber demostrado en mi libro que existió toda una tradición bélica a la hora de enfrentarse a un enemigo diferente, distinto, al europeo. En sus razzias en el norte de África, en la guerra de Granada, en la conquista de Canarias y en los primeros años de presencia hispana en las Antillas (y Panamá), los españoles fueron perfeccionando unas formas de enfrentarse a dichas poblaciones que culminarían en las conquistas de México y Perú. Se trataba de usar el terror para imponerse de manera contundente a un enemigo difícil que podía, en un momento dado, complicar mucho las cosas.
¿Culturalmente cree que la colonización fue positiva?
Claramente, de la atomización cultural aborigen imperante antes de 1492 se pasó a una cierta uniformidad cultural, pero una y otra vez se nos quiere dar a entender que sólo por la adquisición de un idioma europeo el beneficio obtenido puede justificar cualquier exceso cometido, y hay quien duda de que se cometieran excesos. En el caso de América, el etnocidio cultural cometido durante y después de la etapa colonial hispana es evidente.
Respecto a ese tema Carmen Iglesias, miembro de la RAE, declaraba hace poco que "A veces, la leyenda negra predomina, pero les dejamos una herramienta de unidad como es el español". ¿Qué opina de ese punto de vista?
Es la típica reacción de aquel que, conociendo los muchos excesos cometidos, tiene que buscar una justificación adecuada. Y el idioma, por lo que vemos, es esa justificación. Sería algo así como la herencia amable recibida.
¿Cuántas tribus indígenas pudieron perderse o esclavizarse?
No soy especialista en etnología y, por lo tanto, no puedo ofrecer respuestas concretas. Lo que está claro es que numerosos grupos humanos sufrieron mucho con las guerras de conquista: hubo no sólo matanzas, sino también desplazamientos humanos importantes y ello tuvo consecuencias. Dicha circunstancias alteraban los equilibrios de poder en diversas regiones y todo ello tenía sus repercusiones en forma de nuevos conflictos. También es conocida la táctica hispana de usar los conflictos interétnicos en su provecho: se obtenían indios aliados y se les incitaba a la lucha contra sus enemigos aborígenes. Es de sobra conocido como poblaciones enteras en las islas Bahamas, La Española (Haití y República Dominicana actuales), en la costa de la actual Venezuela, en Panamá, en Ecuador y Colombia actuales, etc., resultaron muy mermadas.
Por otro lado, si bien la Monarquía procuró evitar en la medida de sus posibilidades la esclavitud del indio, lo cierto es que casi todas las poblaciones aborígenes sufrieron un trato equivalente al de la esclavitud
En el libro se citan muchas fuentes, basadas en testimonios, pero muchas de ellas se contradicen en las cifras, ¿qué es más normal en los documentos históricos la exageración o el esconder los hechos reales?
Siempre hay exageraciones a la hora de presentar, por ejemplo, los efectivos del enemigo, porque de esa manera justificamos y magnificamos no sólo la victoria conseguida, sino también las medidas terribles que se hubiesen podido tomar. Por otro lado, he detectado algunos casos en los que hubo una clara voluntad más que por esconder, por reducir a la baja las consecuencias de determinadas conductas basadas en la crueldad, en el terror. El problema es que numerosos historiadores de las últimas décadas, tanto españoles como extranjeros, han exhibido una cierta voluntad por "maquillar" mediante el lenguaje utilizado algunos pasajes de la conquista bastante conflictivos. No me atrevería a hablar de autocensura, pero estaríamos en el límite de la misma. Por otro lado, creo haber detectado entre algunos hispanistas un verdadero esfuerzo por justificar la conquista hispana de América de la mejor forma posible, dado que eran muy conscientes de los excesos cometidos por la denominada "leyenda negra", un conjunto de opiniones que, en general, se caracterizan por ser muy burdas intelectualmente hablando.
miércoles, 14 de agosto de 2013
CURIOSIDADES -106-
"El gran saqueo de América"
Entre los siglos XVI y XVII, el Imperio Español se sirvió a manos llenas de las riquezas metalúrgicas del Continente Americano para sufragar sus gastos, sobretodo militares, y pagar sus deudas con los banqueros europeos. Sumando los datos recogidos en los archivos históricos, se calcula que entre 1503 y 1660, los navíos españoles desembarcaron en el puerto andaluz de Sanlúcar de Barrameda la friolera de 185.000 kgs. de oro y 16.000.000 kgs. de plata!!!
Entre los siglos XVI y XVII, el Imperio Español se sirvió a manos llenas de las riquezas metalúrgicas del Continente Americano para sufragar sus gastos, sobretodo militares, y pagar sus deudas con los banqueros europeos. Sumando los datos recogidos en los archivos históricos, se calcula que entre 1503 y 1660, los navíos españoles desembarcaron en el puerto andaluz de Sanlúcar de Barrameda la friolera de 185.000 kgs. de oro y 16.000.000 kgs. de plata!!!
domingo, 4 de agosto de 2013
DOCUMENTAL: Alienígenas ancestrales / Templos de oro -2-
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DOCUMENTAL: Alienígenas ancestrales / Templos de oro -1-
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sábado, 10 de noviembre de 2012
ARTÍCULO DE PRENSA: La Democracia al filo de la Nueva Edad Media
LA DEMOCRACIA AL FILO DE LA NUEVA EDAD MEDIA
"Vamos hacia un nuevo Siglo de las Luces, esta vez apagadas."
in El País, de la viñeta de El Roto, 15 de octubre de 2007.
Ante todo quiero agradecer la invitación de Philippe Ollé-Laprune y de la Casa Refugio Citlaltépetl a participar en este coloquio, que entiendo como un homenaje al líder africano de Burkina Faso Thomas Sankara. Y creo que la mejor manera de homenajear a este combatiente por la libertad de su país y de todo el continente africano consiste en formular algunas reflexiones sobre el estado de la democracia en el mundo, y en particular en América Latina.
A lo largo de la historia de Occidente se han formulado varias ideas acerca de la democracia y, sobre todo, se han observado diversas prácticas de la misma. La más antigua y a la que remiten todas es la idea de democracia ensayada por los griegos, de la cual eran excluidos, sin embargo, los esclavos, las mujeres y los extranjeros (entonces llamados metecos, hoy conocidos como inmigrantes, cuando no se trata de exiliados); no eran excluidos, en cambio, los ciudadanos entregados a las más variadas experiencia sexuales, que no eran objeto de una vigilante mojigatería. Esto nos permite afirmar que desde sus orígenes la democracia nunca ha sido totalmente incluyente, y por esta razón conviene reflexionar críticamente en torno a esta y otras de sus carencias. Un examen así es muy necesario ahora que sus apologistas la han convertido en panacea y condenan por antidemocráticos a aquellos que se atreven a señalar los agujeros negros en el ejercicio de la misma. Por desgracia, con frecuencia la democracia es, como decía Julio César a propósito de la república, sólo una palabra.
Aun cuando durante cierto tiempo la república de Génova respetó los derechos comunales acabó siendo un instrumento de la aristocracia, como ocurrió en la república de Venecia (en la que un moro sólo puede ser su estratega en una obra literaria) y, sobre todo, en la república de Florencia.
La democrática convención francesa proclamó los derechos del hombre y del ciudadano, pero no incluyó en ellos a las mujeres (la famosa Marianne es, más que un símbolo, una metáfora de la república) ni a los esclavos negros de sus posesiones en el Caribe. Y es poco menos paradójico el hecho de que un liberto como Toussaint Louverture haya atentado contra esos derechos en Saint Domingue (hoy Haití) cuando quiso imitar a Napoleón Bonaparte en su antidemocrática voluntad de poder absoluto.
La democracia moderna inició su actual recorrido en Francia y en los USA, y desde el principio no dejó de ser blanco de la crítica aun por quienes la celebraron con entusiasmo, como Alexis de Tocqueville, que añoraba las virtudes del antiguo régimen al igual que Stendhal.
En La democracia en América escribe Tocqueville:
"En los gobiernos aristocráticos los hombres que llegan a los negocios públicos son ricos que no desean sino el poder. En las democracias los hombres de Estado son pobres y tienen que hacer fortuna. / Se sigue de esto que en los Estados aristocráticos los gobernantes son poco accesibles a la corrupción y no tienen sino un gusto moderado por el dinero, en tanto que lo contrario sucede en los pueblos democráticos."
Confirma esta percepción la generalizada corrupción gubernamental que prevalece en las democracias contemporáneas y que en su amplio recorrido va de Corea del Sur y México a España y los USA. ¿Habrá alguna democracia en donde el publicano no sea como la mujer adúltera y pueda arrojar la primera piedra? Sinceramente, lo dudo.
Raymond Aron hizo diana al caracterizar a los USA como "la república imperial", pues mientras que ese país era hasta cierto punto democrático en el interior (la democracia no incluía a los negros), en el exterior era antidemocrático. En tiempos de Aron los gobernantes de los USA hicieron prevalecer la democracia en su territorio, pero al mismo tiempo patrocinaron y/o apoyaron a numerosos regímenes militares en África, Asia, América Latina y aun en Europa (España, Portugal y Grecia). Sufragaron el golpe de estado encabezado por Pinochet en Chile y respaldaron a los militares en Argentina, Brasil y Uruguay de la misma manera que lo habían hecho con las dictaduras de Somoza en Nicaragua, de Strossner en Paraguay y de Papá Doc (Duvalier) en Haití. En su guerra contra los soviéticos apoyaron a dictadores como Ngô Dinh Diêm en Vietnam; en Camboya se asociaron con el dictador Lon Nol y fueron cómplices de los jemeres rojos de Pol Pot que en menos de cuatro años asesinaron a dos millones de personas (la cuarta parte de la población total del país). En África nunca le declararon la guerra a Bourguiba, a Idi Amín o a Bokassa y jamás condenaron el apartheid en Sudáfrica y Rodesia (hoy Zimbabwe). Hacia el final de la guerra fría (no antes) apoyaron la lucha por los derechos del hombre en el interior del imperio soviético, pero al mismo tiempo se dieron a la tarea de disminuirlos al profundizar las desigualdades económicas dentro y fuera de su territorio. Celebraron esta política de la desigualdad tanto en países democráticos como Inglaterra (en donde la señora Thatcher se ensañó con los escoceses y, más aún, con los inmigrantes de sus excolonias), como en los países en donde aún prevalece el engaño de que algún día serán desarrollados si se someten a los lineamientos de instituciones como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, cuando en realidad la mayor parte de sus habitantes caminan a marchas forzadas hacia un régimen de servidumbre que sería la envidia de los antiguos zares.
Tras el derrumbe del imperio soviético los gobernantes de los USA apoyaron la democratización a marchas forzadas en Rusia y en Europa central, sin reparar en los excesos que conducirían a nuevas formas de poder dictatorial en la Rusia de Yeltzin y de Putin, en la Polonia hasta hace muy poco sometida (por fortuna sólo durante dos años), al oscuro poder de los siameses Kaczynski, en la Ucrania de las mafias y en la Rumania post Ceausescu que producen neometecos y neoesclavas sexuales al por mayor. En la actualidad los gobernantes de los USA están demostrando que es imposible imponer la democracia mediante el terror militar en algunas regiones de Asia y Medio Oriente como Afganistán e Irak. Subrayo en algunas regiones porque en otras la democracia no es una prioridad para ellos. No abogaron por ella en la Ruanda de los genocidas hutus, ni les interesa en Chechenia, en Myanmar (la antigua Birmania) ni, menos aún, en Arabia Saudita, feudo de la dinastía Al-Saud hoy representada por Abdullah Bin Abdelaziz, socio petrolero de algunos gobernantes de los USA.
Al margen de esos dudosos procesos de democratización, el punto de partida del establecimiento de la democracia en tiempos recientes es la España de la transición encabezada por Adolfo Suárez. A esta experiencia siguió la de Portugal. Más tarde se sumaron a ella en América Latina Brasil, Argentina, Chile, Uruguay y otros países de la región que estuvieron sometidos a regímenes dictatoriales o autoritarios. En África el caso más notable es el de Sudáfrica.. Tras el triunfo electoral de Mandela se procesó a numerosos esbirros de los antiguos poderes dictatoriales y, tras la confesión de sus crímenes, se les dictaron sentencias cuyo signo distintivo fue el perdón.
Desde hace poco hay en México una democracia que es, más que incipiente, sui generis. Tras más de setenta años de hegemonía autoritaria de un partido único (llamado sucesivamente PRM, PNR y, finalmente, PRI, y que fue más longevo que el PCUS), el PAN desalojó al PRI de la presidencia, pero no se deshizo de los hábitos autoritarios y corruptos del sistema político corporativo creado por Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles y afinado por Lázaro Cárdenas.
En junio del año 2000 el electorado mexicano celebró la derrota del PRI aun cuando no pocos sabían que el ganador del PAN, Vicente Fox, no era el estadista ideal, y no se equivocaron: su sexenio no introdujo ningún cambio significativo en el sistema autoritario. Sí, en cambio, reiteró los vicios que habían caracterizado al antiguo régimen: patrimonialismo, nepotismo, paternalismo (llamado liberalismo social desde la presidencia de Carlos Salinas) y corrupción. Es verdad que el poder presidencial se vio limitado en algunos aspectos, pero esto no se debió a un afán democrático, sino a que el partido del presidente no contaba con la mayoría en las cámaras, en donde la oposición, encabezada por los continuadores del priismo, tampoco introdujo cambios importantes en el sistema. Al contrario: mantuvo en pie las prácticas antidemocráticas del pasado, empezando por la corrupción.
Además del apoyo que recibió de empresarios y medios de comunicación (nada inusual en las democracias actuales), Felipe Calderón pactó con la dirigente del SNTE, Elba Esther Gordillo, un voto corporativo que, no obstante su escaso margen de ventaja en las elecciones, mantiene al PAN en la presidencia en un régimen de supuesta alternancia que no es ajeno al autoritarismo corporativo del PRI. Los cambios políticos en México parecen responder a la divisa de Tancredo Falconieri, el personaje principal de Giuseppe Tomasi de Lampedusa en Il Gatopardo: "Hay que cambiar para que nada cambie", o: hay que cambiar para que todo siga igual.
Una y otra vez se repite la famosa frase de Churchill a propósito del régimen democrático: "La democracia es el peor de los sistemas políticos, con excepción de todos los demás." No exenta d e ironía, esta afirmación es una verdad extraída de la práctica, y eso que Churchill no fue un nativo sometido al régimen colonial británico en la India. Ni en Sudáfrica, ni en Sudán, ni en ninguna otra de las antiguas posesiones y colonias inglesas. Pero nadie en su sano juicio preferiría vivir en un régimen dictatorial o, peor aún, totalitario, a menos que fuese el dictador, el duce, el führer o el camarada secretario general. Sin embargo, la democracia moderna no es la misma en todas partes, ni es igual para todos en el interior de cada país.
La democracia peruana no es igual a la suiza, ni la panameña a la belga, ni menos aún la egipcia o la de la llamada república transicional de Nigeria a la de la República Checa, que se permitió elegir como presidente a un poeta, Vaclav Havel, de la misma manera que antes, durante la primera república, eligió a un filósofo, Mazarik.
No es igual la democracia en Francia para un francés que para un argelino, ni en Inglaterra para un inglés que para un indio, ni en los USA para un norteamericano que para un mexicano. En todas las democracias hay, además de diferentes clases sociales, diferencias étnicas y grandes diferencias económicas (cada vez más profundas), diferentes grados de participación política (no es lo mismo ser candidato de un lobby que anónimo elector), diferentes posibilidades de acceso a la salud, a la educación y a la cultura (determinadas por la posición económica, el origen étnico o el sexo). El pasado 19 de octubre se publicó en el diario español El País un artículo del economista norteamericano Paul Krugman, en donde afirma que la la pobreza de muchos millones de norteamericanos sólo les da risa a los conservadores que allí gobiernan. En la parte final del artículo escribe Krugman: "De modo que, en Estados Unidos, si usted es pobre, o está enfermo, o no tiene seguro, debe acordarse: esa gente [los neoconservadores] cree que sus problemas son divertidos".
Pero lo más grave de todo esto es que estas diferencias se ahondan cada vez más debido a la vocación medieval de la mayoría de los actuales gobernantes que, independientemente de autodesignarse neoconservadores, neoliberales o neo-lo-que-sea, disfrutan por igual el darwinismo social que impide el bienestar a la mayor parte de la población. Frente a este tipo de gobernantes hay quienes aspiran a gobernar, pero su radicalismo social (sólo discursivo) les resta credibilidad. A su manera, unos y otros son proclives a uno de los excesos que atentan contra la democracia según advertía Montesquieu: actúan guiados por el espíritu de las desigualdades, que conduce a la aristocracia, o están poseídos por el espíritu de igualdad extrema, que conduce al despotismo. Sólo añadiría a esta advertencia de Montesquieu que hoy esa aristocracia advenediza ya no es pobre como en los orígenes de la democracia moderna y, a diferencia de los aristócratas del pasado, tiene una afición desmedida por el dinero.
Además, instituciones tan nefastas como las iglesias más poderosas del planeta tratan, en convivencia con las corporaciones nacionales o internacionales (gremios gubernamentales, bancarios, bolsísticos, financieros y de servicios, entre otros), de mantener por la fuerza o de recuperar de igual modo sus antiguos privilegios, y por estos medios instaurar una nueva Edad Media tanto en Oriente como en Occidente. Este intento de restauración o de mantenimiento de la Edad Media en el Oriente Medio y Lejano es protagonizada por las diversas jerarquías religiosas del Islam, sean sunitas o chiítas. En Occidente presenta dos modalidades. La primera ha sido puesta en marcha por ese cruzado anglosajón de los tiempos modernos que hoy está sentado a la diestra de Dios Padre en el Salón Oval de la Casa Blanca. La segunda se apoya sobre todo en dos jerarquías religiosas situadas a la vanguardia de esta embestida, encabezada por el papa fundamentalista de Roma y exsecretario del Santo Oficio, Joseph Ratzinger, alias Benedicto XVI. Estas jerarquías son la de España y la de México. En España el fundamentalismo católico está representado por una legión de déspotas purpurados anclados en el pasado franquista y atrincherados en el Partido Popular; en México lo encarnan cardenales y arzobispos de la época del papa Borgia y uno de los gremios más poderosos del Partido de Acción Nacional: el Yunque de los Millonarios de Cristo. Tal vez no pase mucho tiempo antes que estos primados y sus sicarios vuelvan a encender las hogueras, ahora para quemar a todos aquellos inconformes con el hecho de ser miserables, pobres, marginados, desempleados, emigrados y, para colmo, relativistas.
Sin embargo, esta peligrosa situación sólo produce como respuesta en casi todo el mundo la falta de interés en la democracia, en los partidos políticos, en los candidatos a los puestos públicos y en los procesos electorales, o, peor aún, la irresponsabilidad del electorado que acude a las urnas desprovisto de sentido común, o se siente obligado a votar por cualquier advenedizo. Y esto confirma otra ironía de Churchill: "El mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio". En ese momento se llega a la conclusión de que la frase hecha: "un hombre, un voto" debería ser: "un votante, un tonto".
Todo esto demuestra que tal vez Carlos I de Inglaterra no se equivocó cuando dijo, poco antes que le cortaran la cabeza: "La democracia es una broma griega". Convertir la democracia en panacea y creer piadosamente que la fórmula 50 % más 1 de los votos es mayoría dan pie a la ironía y al sentido común de Borges al afirmar: "La democracia es una superstición muy difundida, un abuso de la estadística". Y así, por el camino de las supersticiones y de las precarias estadísticas marchamos felices, entonando loas al Altísimo, rumbo a la Nueva Edad Media, que amenaza con no ser tan provisional como el reino de los mil años con el que amenazaba Hitler (catapultado al poder debido precisamente a la fragilidad de la democracia), sino tan longevo como el pasado de las iglesias monoteístas.
Julián Meza.
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