Esta anécdota la atribuye Dn. José Antonio de Urbina al rey Alfonso XIII de España.
En el transcurso de un almuerzo oficial ofrecido por Alfonso XIII en palacio, uno de los invitados que no había visto en su vida un lavafrutas ni para qué servía, creyó que el bol con agua que cada uno tenía al lado de su plato servía para bebérselo. Asi que, ni corto ni perezoso, aquel caballero lo cogió y se lo bebió de un trago para mayor asombro de los allí presentes. Percantándose el rey de la metedura de pata del invitado, y para evitar que se pusiera en ridículo, hizo lo propio de manera inmediata: cogió su bol de agua y también se lo bebió. Puesto que el monarca había imitado al pobre hombre, los demás comensales, que no iban a ser menos, hicieron lo mismo sin mediar palabra.
Un hermoso ejemplo de educación y de cómo evitar que se ponga en evidencia la ignorancia de un invitado ante los demás.
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