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martes, 30 de agosto de 2011

LUIS XIV o La Majestad hasta en el retrete



Rey sin privacidad

Hubo un tiempo en que los monarcas europeos, por pertenecer sus personas al Estado, carecían de toda privacidad. Las jornadas de un rey eran públicas desde el despertar hasta el acostar y ni siquiera se hacía un receso para que pudiera aliviarse en privado. No podemos encontrar mejor ejemplo entre los reyes del Antiguo Régimen que el de Luis XIV, el rey solar por excelencia, un semi-dios en la tierra que gobernó Francia de manera absoluta e impresionó Europa entera con sus logros y triunfos. Imbuído de su papel de monarca ungido, que no debía rendir cuentas a nadie de sus actuaciones salvo a Dios, Luis XIV se "divinizó" llevando a rajatabla una etiqueta que regía su vida cotidiana las 24 horas del día. Hubo quien dijo entonces que, cualquiera que se encontrara lejos de Versailles, solo tenía que mirar su reloj de bolsillo para saber qué hacía en ese preciso momento el soberano.

Si el rey necesitaba miccionar o defecar, lo hacía en público y había quien se ocupaba de pasarle el algodón por la raja de las posaderas. Se aprovechaba incluso esa necesidad tan humana para conceder audiencias, fuesen a familiares, cortesanos solicitantes o embajadores extranjeros, y se consideraba ese gesto como algo impagable y del mayor honor. Luis XIV era rey hasta sentado en su silla-retrete. Y si repasamos algunos episodios de la Historia de Francia, descubrimos que esa escatológica costumbre ya venía de lejos... ; un predecesor de Luis XIV, el rey Enrique III, se encontraba sentado en el retrete cuando el fatídico 1 de agosto de 1589, a las siete de la mañana, recién levantado y aún por vestirse, recibió en audiencia al monje que le asestó una ponzoñosa puñalada en el bajo vientre.

Pasaba con frecuencia que, en el curso de las largas audiencias y paseos reales, algún que otro cortesano sintiera la apremiante urgencia de hacer sus necesidades sin poder ausentarse del evento. Existen, al respecto, no pocas anécdotas escatológicas de personalidades que tuvieron que aliviarse entre los demás o aprovechar un batiente de una puerta para desahogarse "privadamente" en un abrir y cerrar de ojos. La vida cortesana no era un camino de rosas, placentero y liviano, sino duro y riguroso, lleno de inconvenientes e incomodidades que iban a peor a medida que se envejecía y el esfínter o la próstata escapaban al control del sujeto. Versailles no olía precisamente a ámbar pese a los cargantes perfumes de las damas y caballeros y a los quemadores de inciensos, por lo que no era de extrañar que a Luis XIV le obsesionara tener todas las ventanas abiertas para que circulara el aire fresco. Incluso su cuñada, la Princesa Palatina, se quejó en su correspondencia de que el Palais-Royal (su residencia parisina), apestaba tanto a orines que le era imposible convivir con aquel hedor tan penetrante, y en otra carta se lamentaba tener que cagar en los jardines de Fontainebleau a la vista de todos porque no tenía en sus aposentos ningún cubículo que le sirviera de retrete. La magnificencia tenía su precio...

La vida privada era cosa de pobres y, aún diciéndolo así, quedan serias dudas si éstos también tenían sus momentos íntimos aparte del nocturno en sus míseras chozas, en las que malvivían apretujados y en medio de su propia inmundicia.

lunes, 29 de agosto de 2011

Cita de la Semana



"Cuando era joven, me decían: "Ya verás cuando tengas 50 años." Tengo 50 años, y no he visto nada."

frase de: Érik Satie, compositor y pianista (1866-1925).

jueves, 25 de agosto de 2011

VICIOS, LOCURAS, MANÍAS & ENFERMEDADES REGIAS -17-



Enrique VIII (1491-1547), rey de Inglaterra y Señor de Irlanda entre 1509 y 1547, queda enmarcado en la memoria colectiva por sus seis esposas a las que, por un motivo u otro, repudió o mandó al cadalso de forma inapelable. Tan solo dos le sobrevivieron; la 4ª, Anne, princesa de Clèves y la 6ª y última, Lady Catherine Parr, aunque a ésta le fue de un pelo acabar como la 2ª y la 5ª de no haber sido por la providencial muerte del rey.

Nacido en Greenwich Palace el 28 de junio de 1491 -a poca distancia de Londres-, es el tercer hijo de los reyes Enrique VII y Elizabeth de York. Precedido en la cuna por su hermano mayor Arturo, Príncipe de Gales, no opta por la sucesión al trono más que como segundón y parece ser que su educación académica está hecha para orientarle hacia una carrera eclesiástica. A los 3 años de edad, su padre le concede el título de Duque de York, de Conde-Mariscal de Inglaterra y de Lord Teniente de Irlanda. En el curso de su formación llegará a hablar con fluidez el latín, el francés y el castellano. De hecho, Enrique se convertirá en un príncipe intelectual que gustaba escribir, componer poesías y pequeñas obras musicales. Alternó esas aficiones con el deporte de su época: el tenis, la caza y las justas caballerescas que, por culpa de un accidente que iba a marcar el curso de la historia y de su salud física y mental, tuvo que dejar de lado a regañadientes. Gran aficionado a los juegos de azar, se convirtió en un consumado jugador de dados, de cartas y en un obseso de las apuestas.

En 1501, el entonces Príncipe de Gales contrae matrimonio con la Infanta Catalina de Aragón y de Castilla para sellar una alianza anglo-española forjada entre Enrique VII y los Reyes Católicos Isabel y Fernando. Veinte semanas después del enlace, el heredero del trono muere súbitamente y el Duque de York se convierte en el nuevo Príncipe de Gales. Para resolver el problema de la muerte sin descendencia del príncipe Arturo, y la pérdida de interés del rey por la alianza con los monarcas castellano-aragoneses, el que será el nuevo monarca consentirá desposar a su cuñada pese a la creencia de que aquello solía traer mal fario al contrayente. A partir de ese momento clave, se determina el consabido futuro de la Corona Inglesa y sus consecuencias.



Menos de ocho años después, Enrique VII fallece y el Príncipe de Gales se convierte en el nuevo rey Enrique VIII. Nueve semanas antes de ser coronado en la abadía de Westminster, el flamante soberano de apenas 18 años, desposa a la Princesa Vda. de Gales haciendo caso omiso de los consejos del papa Julio II y del arzobispo de Canterbury, William Warham. Tanto Enrique como Catalina serían ungidos, consagrados y coronados reyes de Inglaterra el 24 de junio de 1509.

Al año siguiente, en 1510, se da pública noticia en todo el reino de que la reina Catalina está en estado de buena esperanza. Meses después, lo que iba a ser un feliz acontecimiento: alumbrar a un posible heredero, se queda en un aborto. Enrique VIII, que no cejaba en su empeño por ser padre, volvió a dejar a la reina encinta y el primer día del año nuevo de 1511 nacía un varón: Enrique, Duque de Cornwall... La alegría del rey será breve: el heredero muere el 22 de febrero siguiente. A esos nubarrones domésticos se unieron otros más preocupantes en el ámbito de la política exterior: el rey prometió ayudar a España en su guerra contra Francia y, en 1513, se permitió el lujo de hacer una incursión en territorio galo y derrotar a los franceses, provocando que su vecino escocés, el rey Jacobo IV -aliado de Luis XII-, hiciera su propio "paseíllo" al Norte de Inglaterra hasta darse mortalmente de bruces frente a los ingleses en Flodden Hill. Porque por su lado ya había solucionado sus diferencias con Francia, Fernando II de Aragón se desentendió de su alianza con Enrique VIII y, los demás implicados, imitaron al primero dejando en la estacada al soberano inglés (1514). Por culpa de esos reveses, la reina Catalina tuvo que soportar estóicamente las iras de su esposo, que se sentía traicionado por todos, e incluso habló de repudiarla para castigar así a la Casa Real Castellano-Aragonesa. Pasada la tormenta, Enrique VIII volvió a plantearse su relación con España tras la ascensión al trono de Francia de Francisco I (1515), sucesor y yerno del rey Luis XII que, poco antes de morir, había contraído matrimonio con la princesa María de Inglaterra, su hermana menor, para sellar la paz entre los dos reinos rivales.

Retrato de Catalina de Aragón (1485-1536), Reina de Inglaterra e Irlanda; fue la primera consorte de Enrique VIII y madre de la futura reina María I "la Sangrienta".


En 1516, la reina Catalina da a luz a una hija sana: la princesa María; un hecho que renueva las esperanzas de un Enrique obsesionado con proporcionar a Inglaterra un sucesor que dé continuidad a la dinastía que él representa y que necesita imperativamente consolidarse. Ese mismo año, fallece su suegro Fernando II de Aragón, entonces regente en nombre de su hija Juana I "la Loca" de Castilla y León, y le sucede en el poder su nieto Carlos I, sobrino de la reina Catalina de Aragón. Tres años más tarde, en 1519, al morir el emperador Maximiliano de Austria, se abrió la veda para postular por el solio imperial; aunque oficialmente Enrique VIII respaldaba la candidatura del rey Francisco I de Francia, frente a la de su sobrino político Carlos I de España -nieto de Maximiliano-, no dudó en presentar secretamente la suya propia, aunque en vano. Aquello le convirtió en el mediador entre dos potencias rivales que se daban de codazos para gozar de sus favores, y le otorgó el manejo del equilibrio del poder europeo hasta que, en 1521, su influencia empezó a diluirse en la nada.

1518 es el año en el que la reina Catalina de Aragón queda por sexta o séptima y última vez preñada de Enrique VIII. De entre sus abortos y sus alumbramientos, tan solo sobreviviría hasta la edad adulta la princesa María, esa misma que la historia acabaría bautizando como "María la Sangrienta". Enrique se quedaba, por tanto, sin heredero varón que diera continuación a la Casa de Tudor y, consciente de que los ingleses no parecían muy proclives a aceptar una sucesión femenina, empezó a creer que era menester convertir en heredero a su hijo bastardo habido con Lady Elizabeth Blount en 1519: Lord Henry FitzRoy, 1er Conde de Nottingham. Por ello, no dudó en elevarle al más alto rango nobiliario, otorgándole nada menos que dos ducados: los de Richmond y de Somerset; y, no contento con ello, pretendió hacerle pasar por delante de su legítima heredera, María, en el orden sucesorio a la Corona. Las cosas se agravaron aún más cuando en 1526 quedó patente que Catalina de Aragón no podría tener más hijos... Puesto que la reina había dejado de ser útil a sus propósitos de perpetuación, Enrique VIII se sintió libre para cultivar otros jardines. De hecho, ahí empezó a encapricharse de Lady Anne Boleyn.

Enrique VIII rodeado de su 3ª esposa, Lady Jane Seymour, y de su heredero el Príncipe Eduardo de Gales, futuro rey Eduardo VI.


Aunque las culpas recayeron en la reina Catalina, y me refiero al problema de dar hijos sanos, las recientes investigaciones de historiadores y médicos forenses señalan al rey Enrique VIII como el principal causante de esa falta de descendencia o, mejor dicho, de esa mala calidad reproductora. Todo parece apuntar que padecía del Síndrome de McLeod, una enfermedad que hacía prácticamente inviable que tuviera hijos varones y más aún que fueran sanos y llegasen a la edad adulta.

El Síndrome de McLeod consiste en una alteración genética que bien puede llegar a afectar el riego sanguíneo, el cerebro, el sistema nervioso periférico, la musculatura y el corazón; todo ello estaría causado por una mutación en el gen XK del cromosoma X, con carácter hereditario recesivo. El citado gen XK sería el responsable de una proteína llamada "antígeno Kell" sobre la superficie de los hematíes que provoca distrofia muscular y una alteración en el grupo sanguíneo. Los síntomas, que son progresivos a medida que el paciente llega a los cincuenta, incluyen signos de neuropatía periférica, miocardiopatía y anemia hemolítica; se añaden otros signos visibles como tics faciales, convulsiones, demencia y graves alteraciones en el comportamiento. Queda por precisar que las hijas de un enfermo con síndrome de McLeod son portadoras de dicha dolencia, mientras que los hijos lo son en un 50%.



Con estos datos en la mano, podemos entender la evolución en el carácter del rey Enrique VIII y el por qué de su irascibilidad, de sus ataques de ira, de sus paranoias. A éstos se añade el famoso accidente padecido en el curso de una justa en 1536, que le provocó la reapertura de una anterior herida sufrida en el curso de una cacería y le incapacitó para continuar con el ejercicio físico del que tanto gustaba. Por culpa de la inacción y de los atroces dolores que sufría, Enrique VIII centró su atención en la comida hasta niveles alarmantes; la gordura se apoderó del monarca de tal forma que llegó a padecer obesidad mórbida (con una cintura de 137 cms.) y una diabetes de tipo II. Uniendo una más que probable gota a esa obesidad progresiva con la herida ulcerada y pestilente que no dejaba de supurar pus, Enrique VIII se vio pronto obligado a hacer uso de un bastón para poder caminar y, cuando ya no bastó el bastón, se tuvo que recurrir a inventos mecánicos para poder desplazar al monarca de un lado a otro, o incluso para sacarlo de palacio a través de alguna que otra ventana -ya que por algunas puertas no cabía- con ayuda de poleas y hombres forzudos, asi como para ensillarle en su montura.

Queda, sin embargo, descartada la vieja teoría que barajaba que el rey padeciera de sífilis, como su homólogo francés Francisco I. Esa enfermedad venérea ya era de sobras conocida por los médicos del siglo XVI y, de haberla padecido, los galenos que se ocupaban del monarca inglés así lo habrían constatado y dejado por escrito en sus informes.

Retrato en miniatura de Lady Catherine Howard, 5ª consorte de Enrique VIII que, por haberle sido infiel con Sir Thomas Culpeper, acabó decapitada en la Torre de Londres en 1542.


Por otro lado, cabe reseñar el problema sexual que tenía Enrique VIII. Pese a ser un hombre de gran prestancia en su juventud, fuerte y musculoso, de talla imponente, sus genitales no iban en proporción a la imagen de su imponente físico. Consta que Lady Anne Boleyn, su segunda esposa, se quejó amargamente del tamaño del real pene de Su Graciosa Majestad. Más cruda fue Lady Catherine Howard, su 4ª consorte, quien dejó escrito de su puño y letra que el miembro viril del rey no conseguía hacerle gozar y que su cuerpo seboso le causaba cierta repulsa, amén del pestilencial hedor que destilaba aquella herida ulcerada en su pierna. No nos ha de extrañar que aquélla le pusiese los cuernos con el joven y apuesto ayuda de cámara del rey, Sir Thomas Culpeper, que estaba mejor dotado y más apetecible que un hombre de 50 años y de 136 kgs. de peso...

El historiador francés Georges Minois precisa sobre las costumbres sexuales de Enrique VIII:

"Enrique nunca fue un hombre refinado y galante; como en todo lo demás, sus maneras amorosas eran brutales y directas, los preámbulos muy cortos, los desarrollos restringidos y la conclusión abrupta; el amor físico fue siempre reducido por él a lo esencial, un rito biológico sin fantasía, con el solo objetivo de procrear. La galante Catherine (Howard) había conocido algo mucho mejor antes de casar con el rey, cuya apariencia carecía de todo atractivo."   

Enrique VIII moriría a sus 55 años, el 28 de enero de 1547 en el Palacio de Whitehall, Londres. Sus últimas palabras fueron éstas: "Monjes! Monjes! Monjes!" .
En el momento de trasladar su cuerpo desde Whitehall hasta Windsor, su féretro se partió en dos debido al enorme peso del difunto rey.
Se le dio sepultura junto a aquella a la que consideró su auténtica esposa, Lady Jane Seymour, madre de su único hijo varón y sucesor Eduardo VI, en la Capilla de San Jorge del Castillo de Windsor.

martes, 23 de agosto de 2011

EL DERECHO DE PERNADA: una falsedad histórica

EL MITO DEL DERECHO DE PERNADA




Se tiene por primer indicio del célebre "Derecho de Pernada" una canción satírica de principios del siglo XIII, de origen normanda, que evoca en verso francés la pésima condición del "villano", es decir del campesino dependiente de un noble señor feudal. Pero, sobretodo, menciona por vez primera lo que llamaríamos mucho más tarde el "Derecho de Pernada" y del que sabemos con certidumbre que realmente nunca existió.


Una leyenda cuidadosamente mantenida



Según ese documento, el señor normando habría tenido el derecho de acostarse con toda joven campesina viviendo en sus tierras, la primera noche de bodas, si contraía matrimonio con un hombre que no dependía de él; he aqui el por qué se ha llamado "el derecho de la primera noche" (jus primae noctis) o "derecho del señor". Este derecho que formaría parte del conjunto, complejo y múltiple, de los derechos señoriales durante el período feudal, se habría mantenido a lo largo de todo el Antiguo Régimen hasta la famosa noche del 4 de agosto de 1789, que protagonizó la abolición de todos los privilegios feudales en los primeros meses de la Revolución Francesa. Y respecto a esa célebre noche en la que cundió el general pánico entre la nobleza gala, hay que ser justos y honestos afirmando que de aquellos viejos privilegios y derechos feudales anacrónicos, no quedaba en realidad nada o casi nada.

De hecho, uno de los últimos rastros del derecho de pernada se encuentra en La Boda de Fígaro, obra teatral de Beaumarchais representada en 1787, y comedia que tuvo gran influencia social antes de la Revolución.


Retrato de Pierre Augustin Caron de Beaumarchais.

Entre el texto del siglo XIII y la comedia teatral de Beaumarchais, los eruditos del siglo XIX recuperaron una cincuentena de textos que atestiguaban de ese pretendido Derecho de Culada, que era tal y como se denominaba claramente en esa canción normanda.

Pero ese sombrío cuadro de costumbres bárbaras de tiempos pasados tiene un inconveniente: es absolutamente falso.

Pese a las ideas heredadas, el Derecho de Pernada jamás existió en la Europa Occidental Medieval. Obviamente, sería absurdo pretender absolver la Edad Media de cualquier brutalidad cometida contra las mujeres, o pretender que en aquella época un señor carecía de medios para imponer, en el aspecto sexual, su voluntad a aquellos que dependían de él. Sin embargo, no se trata de algún derecho reconocido.

Cuando el movimiento feminista, de finales del siglo XX, aborda y denuncia el "acoso sexual" en el ámbito laboral bautizándolo como "Derecho de Pernada", no se equivoca. En la Edad Media como en el siglo XX, y en todas las culturas, encontramos abusos sexuales fundados sobre el cúmulo de dos poderes: el poder social (ejercido por el señor sobre la campesina, o por el empresario sobre su empleada) y el poder sexual (la dominación masculina). Ese tipo de abusos puede ser reprimido o implícitamente tolerado, pero no se constituye como un derecho tanto en la Edad Media como en nuestra época.


La Estratagema de algunos monjes



Cómo, entonces, interpretar los documentos medievales y sobretodo la canción satírica normanda? Anotemos primero que ese texto presenta el derecho como de uso antiguo, transformado en un simple desembolso monetario ("cuatro monedas") para la generosidad del señor. De hecho, la gran mayoría de los documentos auténticos que evocan el "Derecho de Pernada", lo ubican en el pasado y lo presentan como orígen de una tasa o impuesto en vigor. Sin embargo, a finales de la Edad Media, no dudaban en inventarse cualquier cosa con tal de justificar numerosos impuestos señoriales, cuyo motivo primitivo ha sido olvidado. El derecho de pernada constituye pues, indudablemente, un mito explicando el orígen de una tasa particular que había que pagar al señor en el momento de una boda campesina.


Fotografía de la Abadía benedictina del Mont-Saint-Michel, en Francia.

Otro aspecto del texto normando llama poderosamente la atención de los historiadores contemporáneos: el poema, firmado por un tal "Estout de Goz", totalmente desconocido, se encuentra en medio de un conjunto de documentos y cartas que establecían los derechos señoriales y los títulos de propiedad o de usufructo sobre un dominio o tierra. Redactado por los monjes de la Abadía del Monte-Saint-Michel, esos pergaminos conciernen a los campesinos de Verson (hoy en el Departamento del Eure), y enumera todos las cargas y las tasas que tendrían que sufrir los villanos si se encontraban bajo la jurisdicción y el dominio de un señor laico. Por otro lado, el documento incluído en primera página dentro del paquete de pergaminos, da una serie más corta de las tasas debidas a los monjes por los padres de esos mismo villanos.



Esto nos lleva a pensar que, amenazados por la concupiscencia de algún señor que andaría tras sus tierras, los monjes redactaron unos documentos tendenciosos: oportunamente, como quien no quiere la cosa, su dominación se presenta como mucho más favorable a los campesinos que lo sería la de su rival. Y claro está, no habría que temer de unos hombres que, dedicados a la castidad, ejercieran sobre las jóvenes novias ese escandaloso derecho del cual habla la canción!


Polémica


Retrato de François-Marie Arouet de Voltaire, realizado en 1735.

Ese aspecto polémico juega ciertamente un gran papel en la constitución y el éxito del mito. A partir del siglo XV, es entre los magistrados y los oficiales reales, hostiles al poder de los nobles, que se encuentran con más frecuencia las menciones al derecho de pernada. El Siglo de las Luces recogería el testigo de la acusación y lo aplica al Antiguo Régimen en su conjunto; es en 1755 cuando Voltaire inventa la expresión Derecho de Pernada que, por cierto, tendría un éxito inmenso, no solo en Francia sino en toda Europa.

En cuanto a la comedia de Beaumarchais, ésta toma su sitio en toda una tradición literaria inaugurada a principios del siglo.

Finalmente, a principios del IIº Imperio Francés, la afirmación del "Derecho de Pernada" se ve confortada por una poderosa corriente anticlerical y republicana que pretende así oponer el nuevo mundo, nacido durante la Ilustración, a una sociedad caduca, fundada sobre la aristocracia, la monarquía y la religión. Es en esta época que los historiadores se prestan a recoger sistemáticamente cualquier testimonio sobre el derecho de pernada. Pese al empeño de éstos, la mayoría de los documentos han revelado ser falsos o tan solo mencionan una inocente tasa sobre las bodas contraídas fuera del dominio señorial.



De hecho, esas bodas implicaban una pérdida para el señor, ya que los hijos de la pareja, según las reglas de la época, podían pasar a depender de otro señor si lo deseaban. La tasa entonces percibida nada tenía que ver con el famoso Derecho de Culada, tan gráficamente representado en la canción normanda del siglo XIII.

Queda aún un pequeño lote de documentos auténticos que mencionan un derecho de pernada caído en desuso, e incluso un derecho en vigor compensable por un regalo simbólico, como una parte del banquete de bodas. Esos textos, muy raros y escasos, señalan a señores de finales de la Edad Media venidos a menos y casi tan pobres como sus villanos, y que se esforzaban en conservar su prestigio a través de la evocación de un pasado bárbaro y legendario, en el que sus antepasados tenían todos los derechos. Pero no se encuentran huellas de esta afirmación más que en los documentos privados, que no tienen valor oficial.

Por otro lado, se sabe de costumbres vejatorias o folclóricas ligadas a los enlaces matrimoniales, como por ejemplo comunidades de jóvenes solteros que se cobraban su "tasa" sobre el novio foráneo, mediante bromas y farsas que también se denominaban "Culadas" ...


El Derecho de Pernada, ese mito masculino que esconde la realidad de los abusos sexuales, ya no debe beneficiar el pretendido ejemplo medieval.

Cita de la Semana



"Si cada español hablara solamente de lo que entiende, habría un gran silencio que podríamos aprovechar para el estudio."

frase de: Manuel Azaña Díaz, escritor, periodista, político y Presidente de la IIª República Española (1880-1940).

lunes, 15 de agosto de 2011

Cita de la Semana



"En general, pedimos consejo para no seguirlo o, si lo hemos seguido, reprocharlo al que nos lo dió."


frase de: Alexandre Dumas "Padre", escritor (1802-1870).

jueves, 11 de agosto de 2011

ANA BOLENA o la tragedia de una reina -2-

LADY ANNE BOLEYN
aka
ANA BOLENA



La Tragedia de una Reina
2

En desgracia


En septiembre de 1533, Ana Bolena dio a luz una niña ‑la futura reina Elizabeth I de Inglaterra‑ que fue recibida por su padre con decepción. Ana tampoco le traía el ansiado varón y, como su pasión por ella se enfriaba, Enrique empezó a pensar cómo sustituirla. Además, la reina Ana, mal aceptaba por el pueblo inglés ‑era conocida como "la ramera del rey"‑ le restaba popularidad. Posiblemente fue en estos años cuando el rey contrajo supuestamente la sífilis, enfermedad por entonces casi desconocida, "recién traída de América", que marcó una pauta decisiva en su vida. Deformó su figura y su carácter se hizo más despiadado, excitado y duro.

Retrato de Lady Jane Seymour (c.1508-1537), futura 3ª esposa del rey Enrique VIII y única de las que tuvo un heredero varón: el futuro rey Eduardo VI. Suplantó a Ana Bolena en el corazón del monarca y, tras la ejecución de ésta, ocupó su lugar como nueva reina de Inglaterra aunque por breve tiempo.


A fines de 1535, Enrique VIII descubrió en la corte a una muchacha, Lady Jane Seymour, de 25 años, que había sido dama de honor de la reina Catalina. No obstante, ante la noticia de un próximo alumbramiento de Ana Bolena, el romance se suspendió. Todo quedó, sin embargo, en un aborto más. Si el fuego amoroso del rey por Ana ya se había apagado, políticamente, comenzaba a ser un problema tanto interior, por su impopularidad, como exterior: en enero de 1536, falleció la reina Catalina en su destierro de Kimbolton, circunstancia que redujo un tanto el antagonismo entre el Imperio e Inglaterra y, dado que el gremio de comerciantes de Londres deseaba mejorar sus relaciones con Flandes ‑posesión del Imperio español‑ se inició un acercamiento al emperador Carlos V que era estorbado por la camarilla de Ana Bolena, de tendencia luterana... Los días de Ana Bolena estaban contados.

17 de mayo de 1536, Tower Hill, Londres: Sir William Weston, Sir Richard Brereton, Sir Henry Norris, George Boleyn, Vizconde de Rochford y el músico de la corte Mark Smeaton son ejecutados públicamente tras ser juzgados y encontrados culpables de haber cometido adulterio con la reina Ana...


A principios de mayo de 1536, Mark Smeaton, un músico que con frecuencia había actuado ante los monarcas, fue acusado de ser el amante de la reina Ana. El desgraciado Smeaton, sometido a tortura, confesó su "presunto" delito y aquella confesión llevó a la muerte a Ana Bolena, a su primo Sir Harry Norris, a los caballeros Sir William Weston y Sir Richard Brereton y al hermano de Ana, Lord Rochford, este último fue denunciado por su propia esposa ‑amante de Cranmer‑ y murió decapitado por "incesto con su hermana Ana" el 12 de mayo. El delito se basaba en el hecho de haber estado, en una ocasión, más de una hora en el cuarto de su hermana la reina.

Sorprendentemente, el 17 de mayo, un tribunal presidido por Cranmer, que previamente se había entrevistado con Ana en la Torre de Londres, declaró que su matrimonio con Enrique VIII era nulo, aunque no dio explicación alguna. Teniendo en cuenta que había sido Cranmer quien había apoyado con mayor empeño el divorcio de Catalina, después había respaldado las relaciones entre la Bolena y el rey y hacía menos de tres años que les había casado, esa nulidad resulta incongruente. Cranmer, asediado por las lógicas preguntas, solamente respondió que en aquella última entrevista Ana Bolena le había comunicado algo que no podía hacerse público y era de "un indescriptible horror".

Incógnitas escabrosas



Muchos historiadores siguen haciéndose cábalas acerca de esa inexplicable nulidad de matrimonio. Era absurdo e ilógico condenar y ejecutar por adulterio a una mujer que, según esa sentencia, nunca había estado casada.

La historiadora Alison Plowden supone que el padre de Elizabeth ‑la futura gran reina de Inglaterra‑ podría haber sido Harry Norris y no Enrique VIII. Y otros, más osados, como Felix Grayeff, han llegado a sugerir que "la madre de Ana Bolena (Elizabeth Howard) había sido amante de un muy joven Enrique VIII y ella misma era fruto de aquella relación".

Y hay quien afirma, a pesar de las múltiples veces que Ana Bolena aseveró haber sido fiel al rey, que antes de ser decapitada se descubrió que estaba encinta y no, precisamente, de Enrique VIII. Quizá debido a esas incertidumbres se deba que sigamos ignorando la fecha exacta del nacimiento de Ana Bolena, que según diferentes fuentes oscila entre 1501 y 1507, y conozcamos tan deficientemente su infancia y adolescencia.


Retrato de Thomas Howard, 3er Duque de Norfolk (1473-1554).

Ana Bolena, tras un apresurado juicio, cuyo tribunal estaba presidido por su tío el duque de Norfolk, y en el que como miembro del jurado se encontraba su propio padre, fue sentenciada a muerte y decapitada el 19 de mayo de 1536. Según documentos de la época, Ana Bolena "no era la mujer más bella del mundo. De estatura mediana, piel morena, pechos reducidos, nariz pronunciada y ojos grandes, negros, bellos y expresivos. Adornaba con joyas su larga melena de pelo negro y sabía sacar el máximo partido de sus atractivos. Del extremo de uno de los dedos de su mano izquierda sobresalía la punta de un sexto dedo que ella siempre trataba de ocultar".

Según Alison Weir: "Ana Bolena recibió la muerte con tal dignidad y valor que hasta Cromwell quedó impresionado: fue ejecutada con espada en Tower Green a las 9,00 de la mañana del viernes 19 de mayo y fue enterrada por la tarde en la capilla de St. Peter ad Vincula, dentro de la Torre de Londres. Richmond y su amigo Surrey se encontraban entre la multitud que presenció la ejecución. Los gastos de la casa real de ese día son los más bajos de todo el año, lo que sugiere que el rey pasó el día encerrado. El domingo siguiente, día de la Ascensión, hizo el gesto de llevar luto blanco."

El Dictionary of National Biography no le hace ningún favor, pues dice que Ana Bolena "fue tan arrogante y despótica en sus días de prosperidad que al ser ejecutada nadie la compadeció". De hecho, a los diez días de su ejecución, Enrique VIII se casó con Lady Jane Seymour.

La teoría del embarazo



En la obra Henry VIII, Rey y Corte editado en el mes de junio de 2001, la historiadora británica Alison Weir sostiene que Ana Bolena fue víctima de una conspiración urdida por el consejero del Rey, Cromwell. Al saber que estaba embarazada de nuevo, Cromwell consideró que era un obstáculo para un acercamiento entre Enrique VIII y el emperador Carlos V tras la muerte de Catalina de Aragón. Cromwell consideraba que este acercamiento era necesario para Inglaterra. Además, la recuperación del favor del rey por parte de Ana Bolena representaba un peligro para su propia carrera y quizás para su cabeza, ya que había actuado de complice de Enrique VIII con Lady Jane Seymour durante un enfriamiento de las relaciones entre los esposos.

Thomas Cromwell fue quien más interesado estaba por sacar del medio a Ana Bolena, por eso fraguó su ejecución.

Que Ana Bolena estaba embarazada desde finales de febrero de 1534 lo prueba, según Weir, una carta enviada en abril por Enrique VIII a sus embajadores en Roma y París, en la que escribía "parece que Dios nos va a enviar un heredero varón".


Fue entonces cuando Cromwell, de acuerdo con esta tesis, decidió que Ana Bolena debía ser eliminada, y así se lo dijo el 6 de junio, cuando la reina ya había sido ejecutada, al embajador español Chapuys, según la documentación empleada por la investigadora procedente de los Calendarios del Estado Papal.

En mayo, el destino de Ana Bolena quedó enredado en la trama de Cromwell, que convenció al rey de que su mujer era una adúltera y estaba embarazada de otro. Así lo explica Weir:

"Está claro que la pérdida de favor de Ana fue súbita. El 30 de abril, mientras la reina contemplaba una pelea de perros en Greenwich Park, Cromwell puso ante el rey pruebas sorprendentes y aparentemente incontestables de que había seducido a Smeaton y a otros miembros de su Consejo Privado, incluido su propio hermano. Aún más, había tramado un regicidio con la intención de casarse con uno de sus amantes y gobernar como regente para el hijo que llevaba en su seno. Las pruebas eran lo suficientemente sólidas y convincentes como para arrojar dudas sobre la paternidad del bebé y para alejarla más del rey. Con devastadora claridad, Enrique VIII veía que durante mucho tiempo había estado criando una víbora en su seno: no sólo le había engañado y humillado, sino que ‑lo que era más grave‑ había puesto en peligro la sucesión y había cometido la peor clase de traición al tramar la muerte del rey."

La mayoría de los historiadores contemporáneos cree que Ana no era culpable de ninguna de las 22 acusaciones de adulterio que se presentaron en su contra; de once se puede demostrar que eran falsas. Es muy poco probable que hubiese conspirado para asesinar al rey, que era su principal protector y fuente de poder. Las circunstancias de su caída sugieren que le tendieron una trampa; en la víspera de su muerte, la propia Ana juró por el sagrado sacramento que era inocente. Sin embargo, su reputación, su naturaleza frívola, su disfrute de la compañía masculina y su indulgencia con el galanteo y los juegos del amor cortés hicieron que las acusaciones en su contra fueran verosímiles. No sólo el rey, sino mucha más gente de la corte y el mismo pueblo la creyó culpable.



Ana estaba condenada. En un funcionamiento normal de la justicia, su embarazo la habría salvado de la pena de muerte, o al menos la hubiera retrasado, pero no se podía permitir que viviera ese vástago, ya que el rey no se atrevería a tener una sucesión cuestionable. Tampoco se le podía ver como a un monarca que condenaba a muerte a un bebé inocente, que es quizás la razón por la que varios documentos del proceso de Ana se destruyeron. No se vuelve a hacer mención de su embarazo y es quizás significativo que no sufriera una revisión por parte de un grupo de matronas antes de su ejecución, como era lo habitual. La propia Ana nunca mencionó su estado mientras se encontraba en la Torre de Londres, pero tampoco habló de su hija Elizabeth. En ambos casos debió haberse dado cuenta de que hacerlo era inútil, ya que Enrique había endurecido su corazón contra ella.

Cromwell logró la mayor parte de sus pruebas interrogando a los miembros del entorno de Ana, en concreto a las damas de su Consejo Privado que, aseguró, estaban tan horrorizadas por sus crímenes que no podían ocultarlos. Lo que descubrió fue definido en el juicio como "lascivo y subido de tono" y sólo han sobrevivido fragmentos, pero son suficientes para comprender que todo el tejido de acusaciones contra Ana se construyó a base de insinuaciones e inferencias. Fue bastante, sin embargo, para convencer a un hombre tan extremadamente suspicaz como el rey.

De los acusados de adulterio con Ana Bolena, el de origen más modesto era el músico Mark Smeaton, de quien los testigos registraron una conversación con la reina, en la que sugería que estaba enamorado. Smeaton fue llevado a la Torre de Londres en la mañana del 1 de mayo. Allí, bajo tortura, confesó haber cometido adulterio con la reina en tres ocasiones, en la primavera de 1535.


miércoles, 10 de agosto de 2011

ANA BOLENA o la tragedia de una reina -1-

LADY ANNE BOLEYN
aka
ANA BOLENA



La Tragedia de una Reina

Lady Anne Boleyn, castellanizada en Ana Bolena siguiendo la mala costumbre de los íberos en traducir hasta los nombres propios, nació probablemente entre los años 1501 y 1507, fruto de un brillante matrimonio formado por Sir Thomas Boleyn, 1er Vizconde de Rochford y posteriormente 1er Conde de Wiltshire y de Ormonde, y Lady Elizabeth Howard, hija de los poderosos Duques de Norfolk. La Historia la recuerda sobretodo por ser la segunda de las seis consortes que tuvo el irascible rey Enrique VIII, segundo representante varón de la dinastía Tudor, y por su trágico destino: la de verse repudiada como su antecesora española, Catalina de Aragón, acusada de adulterio, de incesto y de crímen de lesa-majestad y, finalmente, decapitada tras escasos tres años de reinado. Ha sido, sin embargo, una de las reinas de Inglaterra más poderosas e influyentes de la historia de la monarquía británica, teniendo en cuenta su decisivo papel en la Reforma Inglesa, que impulsó personalmente hasta conseguir la ruptura con Roma y la Iglesia Católica y, con ello, la independencia del clero nacional. Tampoco hay que olvidar que fue la madre de una de las más celebradas y largamente recordadas reinas, Elizabeth I, bajo cuyo reinado Inglaterra emergió como una nueva potencia europea y vivió su Edad de Oro en la 2ª mitad del siglo XVI.


El Rey



Enrique VIII, fue un personaje que desde lo alto de su trono no se conformó con oponerse a leyes, reglas o preceptos. Él fue aún más allá de todo eso y se enfrentó a grandes figuras desde ministros, gobernantes e incluso hasta al mismísimo Papa. Nació en el pequeño poblado de Greenwich, Inglaterra, allá por el año 1491 y, como segundo hijo varón del monarca, recibió el título de Duque de York. Rey de Inglaterra de 1509 a 1547, Enrique VIII fue el sucesor del rey Enrique VII y de Elizabeth de York.

Retrato del Príncipe Arturo de Gales (1486-1502), primogénito del rey Enrique VII de Inglaterra y hermano mayor del que sería a la postre Enrique VIII siete años después de su desaparición. En noviembre de 1501 contrajo matrimonio con la Infanta Catalina de Aragón y de Castilla, y ambos se trasladaron a Ludlow Castle para su luna de miel donde, repentinamente, falleció de "sudor inglés" a la edad de 15 años.


Sucedió a su padre a causa del prematuro fallecimiento, en 1502, del primogénito, el Príncipe Arturo de Gales, su hermano.


Su primer matrimonio


Retrato de la Infanta Catalina de Aragón y de Castilla (1485-1536), Princesa Vda. de Gales y luego Reina de Inglaterra e Irlanda al casarse con su cuñado Enrique VIII el 11 de junio de 1509; tenía entonces 23 años.

A los dieciocho años, en el mismo año de su coronación (1509), contrajo matrimonio -principalmente por razones de Estado-, con la Princesa Vda. de Gales Catalina de Aragón, su cuñada (ya que Arturo su hermano había muerto en 1502). Catalina era hija de los Reyes Católicos quienes implementaron la política de los casamientos para afianzar su poder.

Su política


Retrato del rey Enrique VIII de Inglaterra e Irlanda, según una miniatura de 1526.

Enrique basó su política en la confiada alianza con España dirigida contra Francia, su tradicional rival.

Desde los inicios de su reinado apoyó al papado frente a la Reforma, e incluso escribió en 1521 un tratado (Defensa de los siete sacramentos) contra el credo luterano, por lo que se le concedió el título de "Defensor de la fe", pero la cuestión matrimonial (el querer casarse nuevamente, sin que hubiese muerto su legítima esposa) inició su distanciamiento y futuro rompimiento con la Santa Sede y con el Papa.

Ruptura con Roma


Retrato del Papa Clemente VII (1478-1534), Sumo Pontífice entre 1523 y 1534.

A falta de descendencia masculina del enlace con Catalina de Aragón, quiere Enrique romper su vínculo matrimonial; solicita la anulación al Papa, pero éste se opone (no olvidemos que Catalina de Aragón era la tía del Gran Carlos V, emperador de casi toda Europa y gran defensor del Catolicismo). La vida de Enrique VIII empieza a disiparse. Ya no es el de antes y empieza a tener amoríos con quien se le ponga a tiro.

Retrato de Henry FitzRoy, 1er Conde de Nottingham, 1er Duque de Richmond y de Somerset (1519-1536); fruto de una aventura del rey Enrique VIII con Lady Elizabeth Blount, fue inmediatamente reconocido por su padre y elevado al más alto rango e incluso destinado a sucederle en el trono si el rey viniera a fallecer sin hijos varones legítimos de su matrimonio con Catalina de Aragón. Casado en 1533 con Lady Mary Howard, hija de los Duques de Norfolk -y prima de Ana Bolena-, falleció prematuramente de tuberculosis (?) el 18 de junio de 1536, en Saint-James Palace, Londres.


Ante esta falta de descendencia masculina, Enrique VIII decide nombrar duque de Richmond a su hijo ilegítimo Enrique FitzRoy, anteponiendo los derechos de éste a los de su esposa y de su hija, María Tudor (nacida en 1516).

Retrato en miniatura de la Princesa María de Inglaterra en 1521 o 1525, única hija habida del matrimonio del rey Enrique VIII con Catalina de Aragón, y entonces saludada como Princesa de Gales antes de verse declarada bastarda.


Los problemas comienzan. Catalina es relegada a un segundo término. Piensa pedirle el divorcio. De hecho lo hace. Ella se opone. Luego, Enrique va más allá y le solicita al Papa la anulación. En 1527 inician las negociaciones, aludiendo, o alegando como pretexto, su parentesco. (Recordemos que Catalina era la esposa de Arturo, hermano de Enrique).

Retrato del Cardenal Thomas Wolsey, Lord Canciller de Inglaterra y Arzobispo de Canterbury.


Retrato de Sir Thomas Cromwell (c.1485-1540), 1er Barón Cromwell y 1er Conde de Essex, Lord Canciller de Inglaterra, Secretario de Estado entre 1532 y 1540, fue el sucesor del Cardenal Wolsey en los asuntos del Gobierno y el responsable de la disolución de los monasterios ingleses asi como del avance de la Reforma en todo el reino británico.


Cuando dichas negociaciones fracasan, ante la firme negativa de Clemente VII de otorgarle la anulación, se produce la caída del ministro Wolsey, siendo éste substituido por Thomas Cromwell. Luego, para lograr la sumisión del clero, Enrique VIII convoca al Parlamento (1529-1536) que dicta la anulación de muchos privilegios eclesiásticos.

Catalina, por su parte, había apelado al tribunal pontificio y a la ayuda de su sobrino Carlos V. El papa Clemente VII se había mostrado indeciso y conciliador, pero en 1529 el pontífice prohibió a Enrique VIII contraer nuevo matrimonio, aunque no se pronunció sobre el divorcio.

Retrato de Thomas Cranmer (1489-1556), Arzobispo de Canterbury en 1533; fue el primer arzobispo anglicano de Canterbury tras la ruptura con la Santa Sede.


No obstante, el arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer, declaró nulo el matrimonio (esto el 23 de mayo de 1533) y Catalina terminó sus días recluida en distintos castillos, sin renunciar jamás a sus derechos de reina. Por su parte Enrique VIII recibía de parte del propio arzobispo de Canterbury la aprobación para su enlace con Ana Bolena.

Supuesto retrato de Lady Anne Boleyn, según H. Holbein.


En junio de 1533, Ana Bolena fue coronada como la legítima reina de Inglaterra. Con el tiempo, Ana quedó embarazada. Pero el gran sueño del Rey, que era tener un hijo varón, fue defraudado cuando nació su hija a la que llamaron Elizabeth. Esta niña fue posteriormente la gran Elizabeth I, reina de Inglaterra y única heredera de Enrique VIII. En enero de 1536, Ana dio a luz a un niño muerto el mismo día en que Catalina de Aragón falleció. Esta circunstancia unida al mal carácter de Ana y a que el Rey ya se había encaprichado con Lady Jane Seymour, dama de honor de Ana, hicieron que la reina perdiera el favor de Enrique. Acusada de traición y de adulterios, fue condenada a muerte y decapitada en la Torre de Londres a las 9 de la mañana del 19 de mayo de 1536.

¿Cual fue la causa de su muerte, antes incluso de que se cumplieran los tres años de su boda?

Sin duda, los celos. Fue acusada de cometer adulterio con numerosos personajes, que pagaron con la tortura y la vida hasta la más mínima proximidad a la reina. Tantas acusaciones hicieron pensar a los historiadores que todo fue un pretexto del rey para casarse, semanas después, con una nueva dama. Sin embargo, los últimos estudios acaban de descubrir que la reina estaba embarazada cuando fue ejecutada y que su condena se debió a una conspiración urdida por Thomas Cromwell, que hizo creer a Enrique VIII que el hijo no era suyo.

Antecedentes de amoríos con las damas de la familia Bolena


Retrato de Enrique VIII (1491-1547), Rey de Inglaterra y de Irlanda entre 1509 y 1547; según una pintura de alrededor de 1520.

La historia de Enrique VIII y de la familia Bolena había comenzado muchos años antes. Entre las jóvenes damas que en abril de 1514 acompañaron a María Tudor ‑hermana de Enrique VIII‑ en su viaje a Francia para casarse con el rey galo Luis XII, figuraban María y Ana, hijas de Thomas Boleyn y Elizabeth Howard, cuyo padre era el influyente duque de Norfolk. Por entonces, María tenía 17 años y Ana era una niña. En aquella deslumbrante corte francesa, María, joven atractiva, destacó por su carácter alegre, expansivo, coqueto y su afición "por intimar con los hombres" y parece que su hermana menor, Ana, "una graciosa, perspicaz e inteligente chiquilla", no le iba a la zaga.


Retrato de Lady Mary Boleyn (c.1500-1543), Lady Carey desde 1520 tras casarse con Sir William Carey de Aldenham.

Enrique VIII, el lujurioso


Recreación del Encuentro Anglo-Francés del Campo del Paño de Oro, celebrado entre el 7 y el 24 de junio de 1520 y en el que se entrevistaron el rey Enrique VIII de Inglaterra y el rey Francisco I de Francia. Este último pretendió obtener de su homónimo inglés el compromiso de la princesa María Tudor con el Delfín para deshacer las intrigas del emperador Carlos V pero fracasó.

Posteriormente, con motivo de la célebre reunión entre Enrique VIII y Francisco I de Francia, llamada del "Campo del Paño de Oro", celebrada en 1520, ambas hermanas retornaron a la corte gala y se supone que fue entonces cuando Enrique comenzó su "relación" con María Bolena, que duró hasta 1523, año en el que esta amante del rey fue casada con Sir William Carey. Pero las relaciones de Enrique con los Bolena aún eran anteriores: uno de los historiadores del período Tudor, J. D. Mackie, asegura que Lady Elizabeth Howard, la madre de María y Ana, ya había sido amante de un muy joven Enrique VIII. Las relaciones de Ana Bolena con Enrique VIII son más tardías. A comienzos de los años veinte del siglo XVI, Ana se trasladó a Flandes para entrar al servicio de Margarita de Austria ‑cuñada de la reina Catalina de Inglaterra, tutora hasta hacía poco del futuro Carlos V y, a la sazón, Gobernadora de los Países Bajos, donde permaneció hasta el año 1525-. Cuando se instaló de nuevo en Londres, Enrique VIII, que ya la conocía de vista, inició su trato con ella en alguna de las fiestas organizadas por el cardenal Thomas Wolsey, lord canciller del reino.

Meses después, como el joven Lord Henry Percy, hijo del 5º Conde de Northumberland, pretendiera la mano de Ana, fue oficialmente reprendido porque, según Wolsey, "esa grata doncella había sido destinada por su Majestad a otra importante persona".

Entre tanto, los encuentros entre Ana y el rey eran frecuentes y la familia Bolena progresaba: sir Thomas, el padre de Ana, recibió el título de Lord Rochford, un puesto en la Cámara de los Lores y fue nombrado Par del reino. Pero en la primavera de 1526, por recomendación de su padre, Ana se retiró a la propiedad familiar en el condado de Kent. Allí fue vanamente cortejada por su primo y poeta Sir Thomas Wyatt.



De esta época datan 17 cartas de Enrique VIII, conservadas en los archivos del Vaticano, en una de las cuales escribe a su amada: "Todo mi corazón, mi alma y mi ser te pertenecen y te espero anhelante el día en el que seáis mi cuerpo, lo que diariamente ruego a Dios me conceda". Y tras firmar: "Enrique, que no desea sino ser vuestro", agrega la posdata: "Indicadme algún lugar en el que pueda recibir vuestra respuesta de palabra y yo acudiré con todo mi corazón y con toda mi fuerza".

Así sucedió: en el castillo de los Bolena, Hever Castle, en la placentera campiña del condado de Kent, Enrique y Ana confirmaron su relación.

Pero la inteligente Ana no deseaba seguir el ejemplo de las anteriores amantes del rey ‑incluyendo a su hermana María y, probablemente, su madre‑ que en un momento dado fueron abandonadas o casadas "rutinariamente". Ana coqueteaba, se dejaba querer por Enrique, pero parece que no convivió con él hasta pasado un cierto tiempo y estar "más o menos segura" de una promesa de matrimonio. La reina Catalina ‑la hija de los Reyes Católicos‑ pasaba por alto los amoríos y las traiciones del rey; había aprendido a aceptarlos con serenidad. Para ella, en un principio, Ana Bolena era una amante más de su libertino marido.

Problema de Estado



Sin embargo, un asunto que con prioridad preocupaba a Enrique VIII era el de su sucesión en el trono. En 1526, la reina Catalina había cumplido los 41 años y se confirmó que no tendría más descendencia. De sus siete alumbramientos, solamente había sobrevivido la princesa María, una niña dócil de diez años, cuyo futuro no ofrecía sólidas garantías y, para evitar contiendas civiles, los consejeros del rey exigían un varón como heredero. Pero fue Wolsey quien, preocupado por el poderío de Carlos V (sobrino de su esposa), apoyó la idea de prescindir de la reina Catalina para unirle a una princesa francesa y reforzar así una alianza franco‑inglesa.

Thomas Wosley fue quien llevó adelante la idea política de anular el matrimonio de Enrique con Catalina y acercarlo a Ana Bolena.

En mayo de 1527, Wolsey, actuando como arzobispo de Canterbury, intentó celebrar un juicio al que fueron convocados Catalina y Enrique y en el que trató de establecer que su matrimonio era nulo porque la dispensa del papa julio II de 1503, que declaró la virginidad de Catalina tras sus cinco meses de vida marital con el príncipe Arturo, de 15 años de edad, no era válida.


Pero Catalina, que hasta su muerte sostuvo que no había consumado su primer matrimonio con el hermano mayor de Enrique VIII, se negó a asistir al juicio y las protestas del embajador español determinaron que la decisión se tomara en otro tribunal, compuesto por "los más sabios obispos de Inglaterra".

Finalmente, el caso llegó a Roma. Clemente VII decidió que el cardenal Campeggio se desplazara a Londres para dictar sentencia en el pleito matrimonial. Pero el 7 de mayo de 1527, Roma, que había desafiado a Carlos V, fue asaltada y saqueada por los ejércitos imperiales y el Papa, encerrado en su castillo de Sant'Angelo, difícilmente podía recomendar una sentencia contraria a la voluntad de Catalina, la tía del Emperador.

Debido a esta difícil situación todas las artimañas de Wolsey fracasaron y Enrique VIII, lo expulsó de su corte.

En 1529, el rey y Ana Bolena se alojaron en el palacio de Greenwich y aparecían juntos en fiestas y celebraciones, mientras "La buena reina Catalina" soportaba con entereza las ausencias del rey. Sin embargo, debido a la falta de popularidad de Ana Bolena, Enrique VIII fingía congraciarse con su esposa ‑siempre querida por su pueblo‑ y en varias ocasiones llegó a compartir mesa y amante con ella. Al fin, el 14 de julio de 1531, Enrique, sin despedirse de ella, la abandonó para no volver a verla más.

Los siguientes pasos de Enrique VIII en su litigio con Roma fueron imponer una multa de 100.000 libras al clero "por haber aceptado las órdenes de una nación extranjera" (Roma) y en 1532 suspendió la contribución anual a la Santa Sede, que suponía un tercio de las rentas de los obispados ingleses. La respuesta de Roma fue amenazar al monarca inglés con la excomunión y, si osaba casarse con Ana Bolena dejar "vacante" el trono de Inglaterra.

Doble retrato del rey Enrique VIII junto con Ana Bolena.


Pero Enrique VIII tenía prisa. Ana estaba embarazada y el heredero esperado debía nacer de un matrimonio legítimo. En su ayuda acudió Thomas Cranmer (sustituto de Wosley), que aprovechando la indecisión de Roma les casó el 25 de enero de 1533, en una ceremonia privada. El 23 de mayo, un tribunal compuesto por los "primeros jueces y obispos del reino" promulgó que el matrimonio de Catalina y Enrique era nulo y el 1 de junio Ana Bolena fue solemnemente coronada en la abadía de Westminster. Poco después, el Parlamento de 1534 aprobó el decreto de supremacía por el que el rey de Inglaterra y sus sucesores se constituían en jefes supremos de la Iglesia de Inglaterra. Todo aquel que osara dudar de esa supremacía podía ser condenado a muerte por crimen de alta traición. La ruptura con Roma era total.

Thomas Cranmer fue quien les casó en una ceremonia privada y no válida legalmente.

El 23 de marzo de 1534, Roma promulgó la esperada sentencia por la que declaraba válido el matrimonio entre Catalina de Aragón y Enrique VIII, pero llegaba demasiado tarde, cuando el Parlamento había aprobado múltiples leyes en su contra y el rey, por medio del soborno o la fuerza, controlaba todos los resortes del poder. Sin embargo, Enrique VIII, que pretendía conservar el dogma católico, era opuesto a la doctrina luterana, que consideraba "hereje y negativa", tendencia que sí favorecía su consejero y Lord del Sello, Thomas Cromwell, lo que con el tiempo le costaría la vida.

-1ª Parte-