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lunes, 23 de abril de 2018

CURIOSIDADES -210-


"EL REY SANGRIENTO"



Carlos IX de Francia (1550 - 1574), penúltimo monarca de la Casa de Valois-Angulema que ostentó la corona francesa y que pasó la mayor parte de su vida matando bestias y hombres, fue eminentemente violento y extravagante. Larguirucho, delgado sin llegar a enjuto, un poco encorvado, daba la falsa impresión de ser un príncipe enfermizo y de salud delicada, pero su comportamiento extremadamente violento y sus extrañas extravagancias no dejaban de sorprender y aterrar a sus cortesanos.

Cuando volvía de sus cacerías, “deporte” en el que brillaba sobremanera, nada le divertía más que abatir asnos y cerdos lo suficientemente desafortunados como para cruzarse en su camino de regreso a palacio. No lo hacía desde luego por despecho tras una mediocre cacería, sino porque era su entretenimiento favorito, su particular juego. Cerrando la comitiva real, iba un lacayo bien provisto de monedas para indemnizar generosamente a los propietarios de las víctimas.

Cuando desmontaba su caballo, y a pesar de haber pasado muchas horas a lomos de su montura, Carlos iba derechito a la herrería real y, a decir del embajador veneciano Sigismondo Cavalli, se ponía a forjar a golpes sobre el yunque, con la ayuda de un enorme martillo, y durante tres o cuatro horas, ¡una coraza!

En la corte, su comportamiento era igualmente extraño, por no decir alarmante. Un día, decidió llanamente que todos los gentilhombres de su séquito debían llevar un pesado pendiente en una oreja, y su orden así fue transmitida. Enseguida se formó una larga cola de caballeros, incluidos los de más edad, ante las puertas del cirujano del rey, esperando su turno para hacerse perforar el lóbulo. Al día siguiente, Carlos IX anuló la orden y se puso a tirar de las orejas, hasta hacerlas sangrar, de sus desafortunados caballeros que no habían sido informados a tiempo.

En otra ocasión, y computando veinte años de edad, se le vio corretear por pasillos, salones y galerías del palacio del Louvre, la cara embadurnada de hollín y con una silla de montar atada a su espalda.

A medida que ganaba en años, su crueldad y su gusto por la violencia fueron en aumento. Aunque pertenece a la leyenda negra y esa falsa imagen se resista a desaparecer de la memoria colectiva, Carlos IX nunca se puso a disparar a diestro y siniestro desde su ventana sobre hugonotes la terrible noche de San Bartolomé [24 de agosto de 1572], como un vulgar francotirador. Sin embargo, los esbirros/asesinos católicos de la Santa Liga que provocaron la masacre y a los que se les dio carta blanca, sí tuvieron su aval. A fin de cuentas, de sus labios cayó esa horrible recomendación: “Matadlos, pero matadlos a todos, para que no quede ni uno para reprochármelo”.

Es precisamente después de esa macabra orgía de sangre, que duró varios días, cuando el monarca empieza a sufrir alucinaciones, debidamente reseñadas por el cirujano real Ambroise Paré, y que le perseguirán regularmente con “sus horribles y sangrientas caras” (las de sus víctimas, se entiende).

Para huir de ellas, Carlos IX redoblará con sus actividades cinegéticas, cada vez más desordenadas y violentas, cada vez más largas. Su afición al aire libre, le hace contraer fiebres intermitentes. Meses más tarde aparece la tuberculosis, con su cortejo de esputos sanguinolentos y de ahogamientos, amén de sus alucinaciones, que redoblan en frecuencia.

Firmado por Ambroise Paré, su autopsia pone de relieve que “sus pulmones estaban podridos”.

lunes, 27 de febrero de 2017

DON CARLOS DE AUSTRIA


DON CARLOS DE AUSTRIA
el sádico hijo de Felipe II
 
 

Hasta sus últimos días, Felipe II recordaría con la mayor de las penas la noche del 18 de enero de 1568. Vestido con la armadura real, el Monarca más poderoso de su tiempo condujo a un grupo de cortesanos y hombres armados por los oscuros pasillos del Alcázar de Madrid «sin antorchas ni velas» al aposento del Príncipe Carlos, el hijo del Rey y su único heredero. Al despertarse y hallarse rodeado de hombres armados, Don Carlos exclamó: «¿Qué quiere Vuestra Majestad? ¿Quiéreme matar o prender?». «Ni lo uno ni lo otro, hijo», contestó Felipe II instantes antes de que el Príncipe se llevara la mano a la pistola cargada de pólvora que guardaba siempre en la cabecera de su cama. Un episodio recogido en detalle por Geoffrey Parker en el libro «Felipe II: la biografía definitiva».

El joven heredero fue arrestado, sin que nadie llegara a apretar el gatillo, y acusado de conspirar contra la vida de su padre. Días antes, uno de sus mejores amigos, Don Juan de Austria –hermano bastardo del Rey y a la postre héroe de Lepanto–, se había visto obligado a desvelar los planes de su sobrino al percatarse de la gravedad de su locura. El cautiverio de seis meses, lejos de calmar a Don Carlos, empeoró su salud mental y terminó costándole la vida en un arranque de demencia a los 23 años de edad. En medio de una huelga de hambre, el heredero de la Monarquía Hispánica se acostumbró a calmar sus calenturas volcando nieve en su cama y bebiendo agua helada, lo cual terminó consumiendo su quebradiza salud. Por supuesto, la propaganda holandesa acusó directamente al Rey de ordenar el asesinato de su hijo y argumentó que lo único que quería Don Carlos era acabar con la tiranía de su padre en los Países Bajos. El melancólico y misterioso carácter del Monarca, a su vez, prestó los ingredientes para que Giuseppe Verdi, recogiendo la leyenda negra, compusiera siglos después una de sus óperas más famosas: «Don Carlo».

Endogamia, malaria y una caída: las culpables

La propaganda holandesa, sin embargo, no podía estar más equivocada en este caso. Felipe II fue excesivamente permisivo con la actitud de Don Carlos, el cual arrastraba problemas mentales desde que era niño. Del Príncipe maldito se ha dicho, sin excesivo rigor, que siendo solo un infante gozaba asando liebres vivas y cegando a los caballos en el establo real. A los once años hizo azotar a una muchacha de la Corte para su sádica diversión: un exceso por el que hubo que pagar compensaciones al padre de la niña. No en vano, junto a su sobrino biznieto Carlos II «el Hechizado», el primer hijo de Felipe II es el máximo exponente de las consecuencias de la endogamia practicada por la Casa de los Habsburgo.

Hijo de Felipe II y María Manuela de Avis, los cuales eran primos hermanos por parte de padre y madre, Don Carlos solo tenía cuatro bisabuelos, cuando lo normal es tener ocho. Según estudios recientes (Álvarez G, Ceballos FC, Quinteiro C, «The Role of Inbreeding in the Extinction of a European Royal Dynasty»), la sangre de Don Carlos portaba un coeficiente de consanguinidad de 0,211 –casi el mismo que resulta de una unión entre hermanos y solo por debajo de Carlos II, un 0,254 –. No obstante, los trabajos históricos actuales consideran que los genes no estaban directamente relacionados con la locura del Príncipe. Así, según el hispanista Geoffrey Parker en su biografía sobre Felipe II, el heredero a la Corona fue un niño relativamente normal, de inteligencia media-baja, que no sufrió graves episodios de demencia hasta la edad madura.

Bien es cierto que, como le ocurrió a Felipe II, el Príncipe heredero se crió lejos de sus padres. Huérfano de madre a los cuatro días de nacer, Carlos quedó bajo la custodia de sus tías, las hijas de Carlos V que todavía no tenían compromisos matrimoniales, puesto que su padre estuvo ausente de España en los primeros años de su reinado. Con 11 años, una plaga de malaria asoló la Corte y afectó al joven, quizás más vulnerable que el resto por sus deficientes genes. La enfermedad provocó en el Príncipe un desarrollo físico anómalo en sus piernas y en su columna vertebral, que, a su vez, pudo estar detrás de la grave caída que sufrió a los 18 años de edad mientras perseguía por el palacio a una cortesana. Los médicos llegaron a desahuciar al joven, dándole apenas cuatro horas de vida, y un grupo de franciscanos trasladaron los huesos de San Diego de Alcalá a los pies de su cama solo a la espera de un milagro. Contra todo pronóstico, una arriesgada trepanación pudo salvar la vida del Príncipe Carlos; no obstante, pronto se evidenciaría que los daños cerebrales se presumían irreparables.

En los años previos a aquella caída, Don Carlos vivió su periodo más feliz en la Universidad de Alcalá de Henares, donde estudió junto a su tío, Don Juan de Austria, y Alejandro Farnesio, que contaban prácticamente su misma edad. Sin destacar en los estudios, sino todo lo contrario, el hijo del Rey al menos se contagió del ambiente juvenil y saludable del lugar. En 1560, Felipe II –juzgando aceptable su comportamiento– le reconoció como heredero al trono por las Cortes de Castilla.

Pero tras su caída nunca volvió a ser el mismo. Las fiebres que le afectaban periódicamente, recuerdo de la malaria, empezaron a repetirse con demasiada frecuencia. «Tiene un temperamento impulsivo y violento. A menudo pierde los estribos y dice lo primero que se le pasa por la cabeza», apuntó el embajador imperial en España designado en 1564 sobre el otro síntoma preocupante: sus radicales cambios de humor. Geoffrey Parker recoge en el mencionado libro las palabras del neurocirujano pediátrico Donald Simpson que ha estudiado el caso: «Mostraba la desinhibida malicia de un chico con un daño frontal en el cerebro».

Fugarse a Flandes para proclamarse Rey

Por el miedo de los embajadores a que se interceptaran sus informes y el Rey pudiera ofenderse, muchas de las actuaciones contra el joven no han podido ser documentadas y se basan en testimonios indirectos. Pero consta, por la correspondencia del embajador Nobili, que el hijo del Rey frecuentaba «con poca dignidad y mucha arrogancia» los burdeles madrileños y trataba con violencia al servicio. En una ocasión, Don Carlos arrojó por una ventana a un paje cuya conducta le molestó, e intentó, en otra jornada, lanzar a su guarda de joyas y ropa. También trascendió por aquellas fechas su intento público de acuchillar al Gran Duque de Alba, al que acusaba de inmiscuirse en los asuntos de Flandes.

Los conflictos entre padre e hijo no tardaron en llegar. Tras su recuperación, Felipe II le nombró miembro del Consejo de Estado en 1564, en un último intento por fingir normalidad, y barajó la posibilidad de casarlo con María Estuardo o con Ana de Austria, la cual sería posteriormente la cuarta esposa del Rey. Pero dentro de su mente enferma, sus prioridades eran otras. Obsesionado con los Países Bajos –en ese momento en rebeldía contra Felipe II–, contactó con varios de esos líderes rebeldes, como el moderado Conde de Egmont o el Barón de Montigny, para organizar su viaje a Bruselas, donde pretendía proclamarse su soberano. En efecto, el Rey en el pasado había sopesado la posibilidad de que su hijo gobernara allí, pero las actuales circunstancias políticas y la mala salud mental del Príncipe descartaban por completo esta opción.

En una reunión mantenida con Don Juan de Austria, al que pidió ayuda para fugarse a Italia, el Príncipe le comunicó sus planes. El general español le reclamó veinticuatro horas a su sobrino para tomar una decisión, e inmediatamente salió a informar al Rey. Advertido de la traición –según varios informadores–, Don Carlos cargó una pistola y pidió a su tío que regresara a sus aposentos. La pistola no pudo efectuar el disparo que habría matado al futuro héroe de Lepanto, puesto que fue descargada previamente por un cortesano, pero Don Carlos se abalanzó daga en mano contra Don Juan de Austria, que, superior en fuerza y habilidad en el combate, redujo a su sobrino. «¡Qué vuestra Majestad no dé un paso más», gritó, apuntándole con su propia daga.

Un adalid de la rebelión de los holandeses
 
 

Las noticias de esta agresión precipitaron los acontecimientos. Felipe II mandó el 18 de enero de 1568 encerrar a su hijo en sus aposentos. En los siguientes días –relata Geoffrey Parker en su libro– licenció a los servidores de su hijo y trasladó a éste a la torre del Alcázar de Madrid que Carlos V usó como alojamiento para otro distinguido cautivo: Francisco I de Francia, capturado tras la batalla de Pavía. La lectura de la correspondencia privada del joven sacó a la luz una conspiración, más bien el amago de una puesto que ningún noble le prestó mucha atención, para acabar con la vida de Felipe II. Y precisamente porque las cartas descubiertas cada vez elevaban más la gravedad de sus crímenes, el Monarca decretó su cautiverio indefinido en el Castillo de Arévalo.
 

Durante los seis meses que el Príncipe permaneció cautivo, en el mismo régimen que había padecido Juana «la Loca», fue perdiendo los pocos hilos de cordura que quedaban sobre su cabeza. Acorde a los síntomas clásicos de las personas que han padecido malaria, sufría súbitos cambios de temperatura, cuya mente enferma convirtió en peligrosos y mortales hábitos. Cada vez que padecía uno de estos ataques, ordenaba llenar su cama de nieve así como ingerir agua helada en grandes cantidades. En medio de sospechas infundadas sobre su posible envenenamiento, falleció el joven a los 23 años el 28 de julio de 1568, probablemente a causa de inanición (se había declarado en huelga de hambre como protesta).

Las vagas explicaciones de Felipe II y su empeño por destruir las cartas que incriminaban a su hijo –quizás buscando ocultar las miserias de su heredero– situaron su muerte en el terreno predilecto para alimentar la leyenda negra que los holandeses, franceses e ingleses usaban en perjuicio del Imperio español. La ópera «Don Carlo» escrita por Giuseppe Verdi siglos después y un drama del poeta alemán Schiller tomaron por referencia el ensayo «Apología», de Guillermo de Orange, que presenta la vida del Príncipe de forma muy distorsionada. El holandés inventó una relación amorosa entre Don Carlos y la esposa de su padre, Isabel de Valois, y colocó al joven como adalid de la independencia holandesa y al malvado Rey como el asesino de ambos. Más allá de una inocente literatura, este episodio se convirtió en el más importante pilar de la leyenda negra contra los españoles.

César Cervera, 2015 / in www.abc.es / El Príncipe maldito: La historia de Don Carlos, el sádico hijo de Felipe II que la leyenda negra convirtió en un màrtir.

martes, 17 de noviembre de 2015

ELEONORA ZU SCHWARZENBERG: La Princesa Vampiro

DOCUMENTAL
ELEONORA AMALIA LOBKOWICZ,
PRINCESA ZU SCHWARZENBERG
aka
LA PRINCESA VAMPIRO
 
Documental sobre el curioso caso de la Princesa Eleonora Amalia zu Schwarzenberg (1682-1741), popularmente conocida como "La Princesa Vampiro" en la 1ª mitad del siglo XVIII, época en la que se desató la histeria sobre el vampirismo en el Sacro Santo Imperio Romano Germánico.
 
 

viernes, 11 de septiembre de 2015

CURIOSIDADES -186-

"Polvos Letales"




En 2004, se descubrió que en las pelucas y cabellos del rey Jorge III de Gran-Bretaña e Irlanda (1738-1820) había un alto contenido de arsénico, a sabiendas que este veneno en polvo se utilizaba entonces para empolvar cabellos y pelucas pero, en el caso del monarca, se registró la siguiente sorpresa: que sobrepasaba 300 veces su nivel tóxico!

¿Fue entonces este envenenamiento paulatino el detonante de su locura después de los cincuenta?¿De qué forma pudo el rey envenenarse?

Los análisis y la investigación de los informes médicos revelaron que Jorge III, además de empolvarse la cabeza con arsénico, utilizaba una crema para la piel que contenía una base de antimonio con trazas de arsénico, amén de una medicación que sus doctores le suministraban diariamente y que también contenían el mismo veneno. Por tanto, los factores fueron muchos y contribuyeron a agravar su caso de porfiria* que, por norma, no suele manifestarse con tanta agudeza en los varones como en las mujeres.


(*)_A día de hoy, varios biógrafos e historiadores han puesto en duda que Jorge III padeciera realmente de porfiria. En lo que están de acuerdo y no hay dudas es sobre su bipolaridad.

lunes, 1 de junio de 2015

CURIOSIDADES -184-

"Remedio Victoriano"



En la Inglaterra de la Era Victoriana, la sífilis hacía estragos no solo en los bajos fondos: las clases acomodadas y hasta la alta sociedad se veían afectadas por esa enfermedad de transmisión sexual. Pese a la férrea moral imperante de aquel recatado siglo XIX, en el que la apariencia de respetabilidad lo era todo, los prostíbulos siempre andaban repletos de clientes masculinos y los lores no desdeñaban encanallarse regularmente entre los brazos de alguna fulana como hacía la plebe. Incluso en la prostitución habían clases y clases de lupanares: para señoritos y para obreros y rufianes. Pero, para la sífilis, no cabía distinción alguna a la hora de elegir víctima. Los remedios medicinales de entonces, eran incapaces de curar esa enfermedad mortal que actuaba como una bomba de relojería en tres fases en sus incautos huéspedes. Al mercurio, le sustituyó en aquella época el arsénico en pastillas como elemento base para su tratamiento, sin por ello resultar más eficaz (más bien todo lo contrario). Para colmo, se difundió una falsa creencia médica -agárrense bien- de que el enfermo de sífilis podía curarse milagrosamente (si tenía los medios económicos para ello, claro) desvirgando a una joven y sana chiquilla, a partir del módico precio, claro está, de 5 libras Esterlinas!
Aquella creencia provocó un auténtico tráfico de niñas de 13 a 14 años que llenó las carteras de los proxenetas y contribuyó a extender aún más la enfermedad.

sábado, 28 de marzo de 2015

FERNANDO VI, REY DE LAS ESPAÑAS

FERNANDO, EL REY PACÍFICO
1713 - 1759

 

 

Hipocondríaco, débil y dominado por mujeres, primero su madrastra y después su mujer, murió loco y sin descendencia teniendo que pasar el testigo a su hermano Carlos .

Fernando VI, el tercer Borbón proclamado rey de España, creció sin madre, ya que la reina María Luisa de Saboya murió tuberculosa cinco meses después de su nacimiento. Fue un hombre triste, destemplado, autoritario, receloso e hipocondríaco, pero todas estas características que conformaron su personalidad tienen un porqué.

Ya hemos contado en capítulos anteriores que su padre, Felipe V, estaba loco y que su segunda mujer, Isabel de Farnesio, fue como la madrastra de Blancanieves para los hijos de su marido. En cuanto a su hipocondría, obedecía a la temprana muerte de su hermano Luis al contraer la viruela.



Fernando nació el 23 de septiembre de1713. Su venida al mundo se celebró con tres días de luminarias, se cantó un tedéum por la mañana en la capilla real y por la tarde el Rey y su séquito acudieron en peregrinación a la basílica de Atocha para dar las gracias a la virgen por el feliz acontecimiento.


Estas alharacas, sin embargo, no cambiaron la actitud general de su padre, Felipe V, en cuanto a la relación afectiva. Como el rey apenas los veía, sus infantes se comunicaban con él mediante cartas cariñosas que les dictaban sus tutores. Los príncipes escribían en francés porque era el idioma que utilizaba la Familia Real.

Al igual que ocurriera con el Príncipe de Asturias, Isabel de Farnesio se encargó de divulgar el rumor de que Fernando era un chico enfermizo, que no viviría muchos años. Como, además, no era el heredero, convenció al loco de su marido para que no le permitiera el acceso a la milicia, al gobierno ni a las relaciones cortesanas. Uno de sus tutores, el conde de Salazar, se apiadó de él y, además de enseñarle lo importante que era ser honrado e íntegro, intentó prepararle para otros cometidos de mayor trascendencia.

De todos modos, en la mente de Fernando cuajaron las tres ideas básicas que su padre mandó imprimirle. A saber: los reyes lo son por derecho divino, la religión católica debía regir toda su vida y nunca emprendería acciones contrarias a los intereses de Francia.

 
Pintura de la Casa de Campo, residencia campestre madrileña del Infante Fernando, regalo de su hermano Luis I.


La tradición exigía que a los siete años tuviera su propio cuarto y fuera asistido sólo por hombres. Su padre también le autorizó a oír misa y hacer las comidas con el Príncipe de Asturias. Conscientes del vacío y el desprecio que Isabel de Farnesio sentía por los dos, combatían el desafecto y la soledad amándose como dos buenos hermanos. Por ello, la temprana e inesperada muerte de Luis convirtió a Fernando en un hipocondríaco para el resto de su vida.





A partir de entonces, el infante tuvo terror a las enfermedades, sobre todo a la viruela, que también le atacó. Precisamente, se encontraba pasando la cuarentena cuando Felipe V en un arrebato de locura, escribió al presidente del Consejo de Castilla abdicando en su persona. El documento fue interceptado por el arzobispo de Valencia, hombre de confianza de Isabel de Farnesio. A1 clérigo le faltó tiempo para entregárselo a la reina y ésta lo rompió en pedazos. Desde ese momento guardias adictos a la soberana vigilaron todos los movimientos de su marido.

 
Retrato de la Infanta María Bárbara de Portugal (1711-1758), Princesa consorte de Asturias; obra de Jean Ranc.
 
 
Retrato del Infante Don Fernando de Borbón y Saboya, XXVIIº Príncipe de Asturias (1713-1759); obra de Jean Ranc.
 


En 1729, el futuro Fernando VI se casó en Badajoz con Bárbara de Braganza, la mujer que le había elegido su madrastra. La princesa había nacido en Lisboa el 14 de diciembre de 1711 y era hija de Juan VI y María Ana de Austria, reyes de Portugal. Era horrorosa, y tan avariciosa que consiguió hacerse con una inmensa fortuna, pero era culta y tenía un carácter estudioso y pacífico. Aprendió música, canto, labores e idiomas.

Cuando falleció, en 1758, hallaron en su biblioteca más de 2.000 libros. Volúmenes firmados por los clásicos, de viajes, medicina, filosofía, ciencias políticas, matemáticas, religión, etc. Para paliar su fealdad y su gordura se vestía siempre con sus mejores galas y se adornaba con impresionantes joyas.

 
Retrato de Doña Isabel de Parma, Reina de las Españas y de las Indias (1692-1766); obra de L.M. Van Loo.


Hasta que Fernando fue proclamado rey, Bárbara tuvo que aguantar la marginación que le impuso la reina. Su marido aceptaba la situación con resignación cristiana, pero ella intentaba rebelarse, aunque sin ningún resultado. Los grupos casticistas y contestatarios, que odiaban a Isabel, tenían puestas sus esperanzas en ellos, pero enterada la reina del tema, rodeó a la pareja de espías.

Temiendo una sublevación, Isabel de Farnesio convenció al rey para que firmara un reglamento que regulara las actividades de los Príncipes de Asturias. Entre otras cosas se les prohibía comer en público, salir de paseo, visitar templos o conventos y recibir a embajadores, excepto a los de Francia y Portugal. Sólo podían visitarles y por separado, cuatro personas previamente autorizadas.

Esta especie de arresto domiciliario supuso una etapa de abandono y olvido, aprovechada por la reina para difundir el rumor de que Fernando era un enfermo irrecuperable y un incompetente. Por ello, cuando sustituyó a su padre, sus primeras medidas fueron desterrar a su madrastra a La Granja y emprender numerosas reformas.



El 9 de julio de 1746 falleció Felipe V. Al nuevo rey, de 33 años, lo describieron como un hombre de pequeña estatura y semblante ordinario. Melancólico y dócil, pero con violentos arrebatos de cólera e impaciencia. De la reina destacaban, su fealdad, su gula, su egoísmo y su avaricia. Pero todos coincidían en que los nuevos monarcas habían quedado tan asqueados de las guerras domésticas y de los conflictos internacionales promovidos por Isabel para situar a sus hijos, que sólo aspiraban a mantener la paz dentro y fuera de casa.

Fernando VI estaba convencido de que el amor a las conquistas territoriales había perjudicado los intereses nacionales, paralizando adelantos en la agricultura y el comercio, y como amaba la tranquilidad y no tenía los intereses políticos de su padre, impulsó una política de desarrollo económico.

Durante su reinado se vivió un decenio de fomento continuado de la riqueza del país. Sentó las bases de un mercado nacional, autorizando la libre circulación de mercancías en cualquier punto del Estado, algo impensable hasta entonces, ya que las aduanas y los impuestos interiores lo había hecho imposible. Otro mérito suyo fue refundir todos los tributos en uno.

En cuanto a Madrid, propulsó la estructura actual de la capital. Amante de la caza y la naturaleza, prohibió a los particulares el aprovechamiento de pastos, pesca y leña de los montes de El Pardo para que no se deterioraran o cayeran en manos privadas. Declaró bosque real la Casa de Campo, que había recibido como regalo de su hermano Luis. Además, la amplió expropiando terrenos y viviendas.

En cuanto a la política internacional, su mayor preocupación fue el lamentable estado en que su padre le dejó el conflicto de Italia. Fernando VI se mantuvo neutral en la primera fase de la Guerra de los Siete Años. Recuperó Menorca, que, al igual que Gibraltar, estaba en poder de Inglaterra. Los ingleses se apoderaron del Peñón en 1704, durante la guerra de Sucesión, y luego se quedaron con él a perpetuidad gracias al tratado de Utrecht.



El pueblo sabía que su rey era un hombre de carácter débil, dominado por su "bárbara esposa", pero como el país marchaba mejor que nunca, estaban contentos con él. Fernando participaba con gusto en una ceremonia vinculada a la sensibilidad callejera. Se celebraba el día de Jueves Santo. El rey sentaba a su mesa y lavaba los pies a 13 pobres de solemnidad. La ceremonia empezaba con el reconocimiento médico de los sin techo para comprobar que no padecían ninguna enfermedad contagiosa. Recordemos que para el monarca un simple catarro era sinónimo de muerte.

El siguiente paso era asearlos, tarea que corría a cargo del servicio. Entonces aparecía el rey, que venía de la capilla en comitiva, escoltado por su guardia. El monarca se quitaba la capa y el sombrero y procedía al lavatorio. Seguidamente se servía la comida con el habitual protocolo utilizado en la corte. En el menú entraban todo tipo de verduras, arroz, pescado fresco y empanado que, dadas las comunicaciones de la época, no se sabe en qué estado llegaría a una capital que no tiene el mar cerca. De postre, dulces y frutas.



En mayo de 1758, Bárbara de Braganza, que estaba muy enferma, sufrió una recaída y ya no se recuperó. Falleció el 27 de agosto, a los 47 años, de un cáncer de útero. El rey no superó la marcha de su amada esposa. Habían afrontado juntos las acometidas de Isabel de Farnesio y ya se sabe que las adversidades unen mucho.

La gran sorpresa vino cuando abrieron su testamento y se descubrió que había nombrado heredero universal a su hermano Pedro. La reina había acumulado siete millones de reales. Una fortuna, fruto de sus años de rapiña. Al pueblo le dolió mucho más que ese capital saliera de España, que la muerte de su soberana. A su marido le legó joyas de poco valor, una imagen de la virgen, y lo que él eligiese de sus pertenencias. Fernando cogió una carta manuscrita de Santa Teresa, unos cuadros y un juego de té. Por deseo suyo, Bárbara fue enterrada en el convento de la Visitación, más conocido por Las Salesas.



El físico y la mente del rey empezaron a debilitarse a pasos agigantados. Abandonó los asuntos de Estado y su cuidado personal. Lloraba sin cesar. Cualquier conversación servía para recordar a su mujer. Dormía sobre dos sillas y un taburete. Se había vuelto loco.

 
Retrato de Don Fernando de Silva y Alvarez de Toledo, XIIº Duque de Alba (1714-1776); obra de A.R. Mengs, 1760. / Abajo, detalle de un cuadro del siglo XVIII que representa el Castillo de Villaviciosa de Odón, propiedad comprada en 1738 por el rey Felipe V y, más tarde, otorgada al Infante Don Luis Antonio Jaime de Borbón Farnese, futuro Conde de Chinchón y "guardián" de su enloquecido y recluído medio-hermano Fernando VI.
 
 

El duque de Alba consiguió que testara. Como no había tenido hijos, nombró sucesor al futuro Carlos III, rey de Nápoles y de Sicilia, y de regente a Isabel de Farnesio, lo que nunca hubiera hecho de estar en su sano juicio. Fernando VI murió el 10 de agosto de 1759, en el castillo de Villaviciosa de Odón, donde se había recluido desde que le faltó su esposa. Fue enterrado junto a ella, en las Salesas.


martes, 17 de marzo de 2015

LUIS I, REY DE LAS ESPAÑAS

LUIS I EL BIEN AMADO
1707 - 1724
 
 

Rey a los 16 años por la abdicación de su padre, Luis I tuvo una infancia triste y bastante solitaria y una constitución física endeble y enfermiza. Lo casaron con una indeseable y murió de viruela, a los 17 años.

Fue el primogénito de Felipe V y de su primera esposa, María Luisa Gabriela de Saboya. Recibió el nombre de Luis en homenaje a su bisabuelo, el Rey Sol.

 
Retratos de Don Felipe V y Doña Maria-Luisa Gabriela de Saboya, Reyes de las Españas y de las Indias, con el Infante Luis, Príncipe de Asturias; obra de Miguel Jacinto Meléndez, 1708.


Siguiendo la tradición, fue educado hasta los siete años por mujeres. A esa edad su padre le puso su propio cuarto para que fuera servido únicamente por hombres. El rey también ordenó que empezara a ser tratado como Príncipe de Asturias aunque era sistemáticamente ninguneado por su madrastra, Isabel de Farnesio.

 
Retrato del Infante Don Luis de Borbón y Saboya, Príncipe de Asturias (1707-1724); obra de M.A. Houasse.
 
 
Cuadro de 1637 representando el Palacio del Buen Retiro en Madrid, construido para el rey Felipe IV por orden del Conde-Duque de Olivares. Bajo los Borbones, el Real Sitio del Buen Retiro se convirtió en la residencia principal de la corte española en detrimento del viejo Alcázar de los Austrias.


La reina odiaba a los hijos mayores de su marido tanto como quería proteger a los suyos; de ahí que hiciera correr el rumor de que tanto Luis como Fernando eran unos chicos débiles y enfermizos, que no vivirían mucho.

Luis permanecía semiencerrado en el palacio del Buen Retiro. El pueblo, que apenas lo veía, se preguntaba qué motivos le impedían mantener contacto con sus súbditos. Como las noticias que les llegaban sobre él estaban relacionadas con su afición a la caza, les preocupaba que, siendo un chico enfermizo, le permitieran que anduviese de cacería por las heladas montañas de la sierra madrileña. Uno de los pasatiempos del infante cuando salía de excursión era matar culebras,por las que Isabel de Farnesio sentía auténtica aversión y por lo único que le felicitaba.



Sus otras diversiones consistían en asistir a representaciones teatrales hechas siempre por hombres, que se celebraban con motivo de la onomástica de algún miembro de la Familia Real, y salir por la noche con sus criados disfrazado de chulapón.

Estas escapadas no eran del todo inocentes, pues las aprovechaba para robar fruta y calar melones de las huertas aledañas al Buen Retiro, con el consiguiente disgusto de los hortelanos, y ya en plena pubertad para visitar casas de prostitutas situadas en los arrabales madrileños.

Físicamente, Luis se parecía a los Habsburgo, y de carácter era exageradamente tímido. Para demostrar a su hermano Fernando lo mucho que lo quería le regaló la Casa de Campo de Madrid para que pudiera cazar a sus anchas. Los infantes eran conscientes de que estaban muy solos. Isabel de Farnesio, que llevaba las riendas de la familia y la política, les hacia el vacío impidiéndoles el contacto con su padre.

 
Retrato de la Princesa Luisa Isabel de Orléans, Mademoiselle de Montpensier (1709-1742), Princesa de Asturias y luego Reina de las Españas y de las Indias por unos meses; obra de M.A. Houasse.


El 20 de enero de 1722, a los 15 años, el Príncipe de Asturias se casó con Luisa Isabel de Orleans. en el castillo del duque del Infantado, en Lerma. La novia fue elegida según los intereses de Isabel de Farnesio y como cabía esperar, el matrimonio fue un auténtico fracaso.

Para conocer los motivos del desastre hay que retrotraerse a lo que era la Corte francesa, la más depravada y corrompida del siglo XVIII. El regente, Felipe de Orleans, fue un ser libertino y abyecto que se había casado, contra la voluntad de su madre, con la bastarda real de Luis XIV y la Marquesa de Montespan, Mademoiselle de Blois. La pareja tuvo cuatro hijas y un hijo, Louis de Orleans, que, sin ser un santo no llegó a ser tan pervertido como su famoso padre.

Las hijas del regente eran la duquesa de Berry, con quien el duque de Orleans mantenía supuestamente relaciones incestuosas. Le seguía Luisa Adelaida, lujuriosa abadesa. La tercera, mademoiselle de Valois, se fugó con el duque de Richelieu estando prometida al príncipe del Piamonte. Después de la escapada la casaron con el duque de Módena, a quien abandonó, siguiendo los consejos de su hermana mayor, para regresar a París y seguir divirtiéndose.

La menor, Luisa Isabel, tratada como mademoiselle de Montpensier, llegó a España con apenas 12 años. Según su abuela, la joven "tenía los ojos bonitos, la piel blanca y fina, la nariz bien hecha y la boca pequeña; sin embargo, es la persona más desagradable que he visto en mi vida" matizaba finalmente.

Como Luis y Luisa Isabel eran unos niños se esperó un tiempo prudencial para que consumaran el matrimonio, permitiendo que en su primera noche de casados, validos y confesores los vieran juntos en la cama.

EL REY LUIS EL BREVE


El 10 de enero de 1724, el Príncipe de Asturias fue proclamado rey por la abdicación de Felipe V. Al nuevo monarca, de 16 años, le faltaba adquirir una formación adecuada. Quienes lo conocían proclamaban sus buenas cualidades, pero a su vez eran públicas su timidez, su lentitud y su pereza, heredada de su padre. Su primera decisión consistió en restablecer la etiqueta de los Austria, que había sido suprimida por su progenitor. Por lo demás, se dedicaba a hacer las mismas travesuras que cuando era Príncipe de Asturias.


En cuanto a Luisa Isabel, su templanza desapareció el mismo día que se vio convertida en reina. Desde ese momento su desenfreno no conoció límite. La Soberana trataba a su marido con desdén, desoía los consejos que le daba y sentía un desprecio total y sistemático hacia la etiqueta y el sentir de los españoles.

Luisa Isabel apenas se aseaba, paseaba por palacio, en bata o camisón, exponiendo su desnudez a servidores y visitas. Su mayor entretenimiento era lavar ropa en público y limpiar los cristales y azulejos de las galerías del Buen Retiro. Coqueteaba sin reparo con los miembros de la guardia y los cortesanos. Actuaba tan escandalosamente que el rey no permitía que lo acompañara a ningún sitio.

Luis llegó a sentir tal aversión por su esposa que se alejó de ella. Además, le llegaron comentarios de la íntima amistad que la reina mantenía con Lady Kilmarnock, una de sus damas, mujer intrigante y ambiciosa, a quien culpaban del proceder de la soberana. Lady Kilmarnock aconsejaba a su señora a tenor de su propio beneficio y era la causante de que la reina abusara habitualmente del alcohol.

El malestar del monarca ha quedado reflejado en las cartas que dirigía a su padre.

"La reina, como de costumbre, no tiene sobre su cuerpo más que el camisón. Anoche, cuando fui a cenar con ella, estaba tan alegre que me pareció que se encontraba borracha".

En otra misiva le dice:

"Esta mañana la reina ha acudido a San Pablo en bata y después de almorzar bastantes tonterías -se alimentaba de ensaladas- se ha ido a lavar pañuelos".

Más ejemplos sobre lo mismo:

"Después de comer, la reina se ha puesto la bata y de esta forma se ha asomado a la gran galería de cristales desde donde la veían de todas partes lavando azulejos. No veo otro remedio que encerrarla y destinar a su servicio las personas que yo considere. Estoy desolado porque no sé lo que me espera".


 
Retrato de Isabel de Parma, Reina de las Españas y de las Indias (1692-1766); obra de M.J. Meléndez en 1724.

Como las etapas de lucidez de Felipe V eran efímeras, Isabel de Farnesio se ocupaba de responderle. "Espera y da un tiempo a la reina para ver si entra en razón". Luis terminó por prohibir a su mujer que saliera de sus habitaciones, a las que sólo tenía acceso el personal de servicio designado por él. Luisa Isabel lloraba y gritaba como una niña consentida cuando no le dan un capricho, pero el rey se mantuvo firme y se planteó pedir al Papa que anulara su matrimonio.



La viruela, una de las enfermedades más temidas, puso fin a la vida del joven Luis I. En carta a su padre, el 19 de agosto de 1724, escribía: "Voy a acostarme porque estoy ronco. Esta mañana he tenido un pequeño desvanecimiento, pero ya estoy mejor".

Isabel de Farnesio, frotándose las manos, pidió al doctor Huyghens un informe sobre el mal que aquejaba el rey. El médico le aseguró que se trataba de un fuerte constipado, pero el 21, en el cuerpo del monarca afloraron granos y pintas. El diagnóstico fue viruela benigna, por lo que lo aislaron. Luisa Isabel, que tan mal se había comportado, permaneció al lado de su marido hasta el 31 de agosto de 1724, cuando el corazón le dejó de latir. Había cumplido 17 años el 25 del mismo mes.

A su muerte, el monarca fue enterrado vestido de gala, con casaca y calzones de raso y oro, con vueltas escaroladas, corbata y sombrero, bastón y espada. Sobre su pecho descansaba el Toisón de Oro y el cordón del Espíritu Santo.

Luisa Isabel de Orleans, contagiada de viruela, pasó los primeros días de viudez totalmente sola. Tenía al pueblo en contra y se llevaba a matar con sus suegros. Decidió instalarse en París, donde siguió llevando una vida disipada hasta que el dinero no le dio más de sí. Entonces se refugió en un convento y de ahí pasó al palacio de Luxemburgo, donde murió en 1742, amargada y llena de deudas.

 

lunes, 16 de marzo de 2015

FELIPE V, REY DE LAS ESPAÑAS

FELIPE V EL ANIMOSO
1683 - 1746
 


Adicto al sexo y maníacodepresivo, vestido con una camisa de su mujer que no se cambiaba, y famoso por sus paseos desnudo por palacio, el primer Borbón que reinó en España, Felipe V, acabó loco pero siendo uno de los pocos monarcas que han reinado dos veces.
El fundador de la dinastía borbónica en España nació en Versalles el 19 de diciembre de 1683. Era el segundo hijo del Delfín, Luis de Francia, y nieto de Luis XIV, el más poderoso de los monarcas de la época y rey de Francia.

 
Retrato del Príncipe Felipe de Francia, Duque d'Anjou (1683-1746); obra de Joseph Vivien.


Felipe, duque de Anjou, llegó a España con 17 años, desconocía el país y el idioma, era inexperto y sin una preparación adecuada, se había criado en una Corte en la que el Rey Sol impuso el culto al lujo, la belleza y la ostentación. Su padre era un anodino personaje que se desentendía de todo y de la madre de Felipe, María Ana Cristina de Baviera, se dice que era fea, retraída e insignificante.

Con estos antecedentes no es extraño que Felipe resultara un hombre retraído, melancólico y triste. Huérfano de madre a los siete años, sus mentores fueron la duquesa de Orleans, el médico Helvetius y Fénelon, su confesor, que acuñó en la mente del niño la frase: "Antes muerto que caer en pecado mortal", algo que le marcaría toda la vida.

 
Retrato de Don Felipe V, Rey de las Españas y de las Indias en 1701; obra de H. Rigaud.


Felipe tenía el pelo rubio y rizado, la frente ancha, los ojos grandes y el labio inferior levantado, como los Habsburgo. Por cuestiones de estrategia su abuelo consideraba que había que casarlo. Eligieron a María Luisa de Saboya, una adolescente de trece años, porte airoso y rostro agradable. La princesa lloró, pataleó y se negó a contraer matrimonio. La boda por poderes se celebró el 11 de septiembre de 1701 en Turín y después en Figueras, hasta donde Felipe había viajado para recibir a su mujer.

 
Retrato de la Princesa Maria-Luisa Gabriela de Saboya, Reina consorte de las Españas y de las Indias (1688-1714).


Felipe, se enamoró de ella en cuanto vio su retrato. Mujer inteligente, María Luisa demostró tener grandes dotes para la política y para adaptarse a las costumbres de su nuevo país. Mujer de enormes cualidades, acostumbraba a salir de incógnito por Madrid para cenar al son de coplas y guitarras en las ventas situadas a las afueras de la capital

La pareja tardó tres días en consumar el matrimonio porque la reina temía el encuentro íntimo. Pero, una vez que los jóvenes saborearon las delicias del amor, no se encontraba fórmula para sacarlos de la cama.

Felipe se convirtió en un obseso sexual, condición que mantendría a lo largo de su vida. Sin embargo, sus convicciones religiosas eran tan fuertes que fue incapaz de cometer una infidelidad. Durante el tiempo que pasó desde la muerte de María Luisa a su boda con su segunda mujer, Isabel de Farnesio se negó a tomar una amante. Eso sí, en ese interregno su carácter se agrió y se convirtió en un ser insoportable. Su única razón de vivir era el sexo.

Felipe y María Luisa se querían. Ella escribía a sus antiguas damas diciéndoles que su esposo la divertía y la fascinaba. "Jugamos al cucú y al escondite para hacer más apetecible después nuestro encuentro".

Con estos juegos amorosos, a Felipe no parecía preocuparle el asalto que sufrían sus territorios y, ante su inercia, la reina, bastante más consecuente que él, lo echó de su cama. Sólo así el monarca se puso al frente de sus tropas. El fuego que llevaba dentro encontró una salida en el campo de batalla. Desde entonces se le conocería por "El Animoso". Cuando regresó se encerró con su mujer en el dormitorio y no salieron en una semana.

El 25 de agosto de 1707 nació el primogénito, a quien llamaron Luis, en homenaje al Rey Sol. En 1709, Felipe, que vivió una semana; y en 1713, el futuro Fernando VI.

Cinco meses después moría la reina, el médico confirmó que estaba tuberculosa, además de tener el hígado y los riñones muy dañados. Un diagnóstico que realizó a simple vista porque el rey no permitió que otras manos tocaran a su mujer y que otros ojos la vieran desnuda. La reina falleció con 26 años y Felipe cayó en una depresión profunda.

 
Retrato de la Princesa Isabel de Parma, Reina consorte de las Españas y de las Indias (1692-1766).


El rey precisaba con urgencia una mujer a su lado y eligió a Isabel de Farnesio, de 22 años, hija de Eduardo III, duque de Parma. Físicamente era de estatura media, rechoncha y con la cara picada de viruelas. Altiva, atrevida y ambiciosa, no era la persona que el rey necesitaba para mitigar su desequilibrio mental.

"La Parmesana" hablaba varios idiomas, tenía algún conocimiento de historia y gustaba de la pintura y la música casi tanto como de la pasta y el queso, que se hacía traer de su país. Educada como una cortesana, enseguida cogió el tranquillo a su marido. Mujer de armas tomar, rivalizaba con su esposo en las cacerías y en la cama, y si para tener contento al rey había que darle sexo, caza y comida, nunca habrían de faltarle las tres cosas. De esta manera, ella podía dedicarse a sus intrigas políticas.

 
Retrato de la Familia de Felipe V en 1743, obra de L.M. Van Loo.


El pueblo nunca la quiso y ella lo sabía. "Los españoles no me aman, pero yo también los odio", solía repetir. Provocó serios conflictos de Estado y promovió desastrosas guerras para situar a los siete hijos que tuvo con Felipe V. No le fue mal. Casó bien a las niñas, y Carlos fue rey de Nápoles, Sicilia y España, y Felipe, su amado "Pippo", duque de Parma, Piacenza y Guastalla.

Desgastado físicamente por el abuso del sexo y desequilibrado mentalmente, un buen día se puso a gritar como un poseso en el palacio del Buen Retiro porque creía que su ropa interior y las sábanas estaban embrujadas. Y empezó a coger la costumbre de no mudarse, de no lavarse, de no cortarse el pelo, ni las uñas. Envuelto en mugre, permanecía semanas enteras en la cama.

 
Retrato de Don Felipe V (1683-1746) en 1739, según L.M. Van Loo.


Cada crisis traía consigo una nueva manía. Vestía, como única prenda, una camisa de la reina porque decía que sus ropas estaban envenenadas. Otras veces se creía rana o difunto. A largos períodos de silencio le seguían otros agresivos. Paseaba desnudo por el palacio de El Pardo. Cantaba a viva voz y pegaba a su esposa, con quien discutía a grito pelado.

Despachaba con sus ministros a las dos de la madrugada, cenaba a las cinco y se acostaba a las siete. Como había perdido la potencia sexual, de la que Isabel se valía para dominarlo, empezó a ser tratado por curanderos sin ningún resultado.

El monarca había abdicado en 1724 en favor de su primogénito Luis, que tan solo reinó 7 meses porque murió de viruela. El rey, a instancias de su dominante mujer, volvió a retomar el poder y lo conservó hasta su muerte, el 6 de julio de 1746. Aparte de su locura, padecía gota y murió fulminado por una apoplejía. Su cadáver fue expuesto tres días en el salón de la primera planta del inacabado Palacio Real.

domingo, 1 de febrero de 2015

CURIOSIDADES -175-

"Paco Natillas"



Francisco de Asís de Borbón y Borbón-Dos-Sicilias, 2º Duque de Cádiz (1822-1902), fue el rey consorte de España tras contraer matrimonio con su prima Isabel II, Reina de las Españas (1830-1904). Los madrileños, siempre al tanto de los trapitos sucios de la corte -difundidos por cortesanos y criados de palacio-, se hicieron eco de su homosexualidad y de su proverbial amaneramiento desde la famosa y catastrófica noche de bodas gracias a la bocazas de Isabel II. Pronto corrió por Madrid y alrededores una cancioncilla sobre Don Francisco de Asís, que rezaba así: "Paco Natillas es de pasta flora y se mea en cuclillas como una señora". La frase burlona hacía referencia al hecho de que el rey consorte se había hecho instalar un váter en sus aposentos y que siempre meaba sentado. De hecho, había una razón de peso: el real consorte padecía hipospadias peneana y, en consecuencia, estaba obligado a hacer pipí sentado si no quería hacerse encima. Ese defecto de nacimiento en su miembro viril consistía en una malformación del conducto urinario que, en vez de expulsar la orina normalmente, lo hacía a mitad de camino, entre el escroto y el glande, cosa que no facilitaba para nada que orinase de pie como el resto de los hombres. 

miércoles, 28 de enero de 2015

Anécdotas Históricas -265-



A finales de su largo reinado y antes de que fuera definitivamente apartado del ejercicio del poder, el rey Jorge III de Gran-Bretaña, aquejado de episodios de psicosis maníaco depresiva y de porfiria, se distinguía por farfullar palabras incomprensibles, divagar y convertir las reuniones del Consejo de Ministros en una experiencia delirante para los que acudían. En una ocasión, y durante una discusión de los ministros sobre los asuntos importantes del momento, el monarca les interrumpió bruscamente inquiriendo:

-"¿Quién de ustedes puede explicarme cómo se las apañan los cocineros para embutir las patatas en su rebozado? Si ¿verdad?"

Anécdota de: Jorge III, Rey de Gran-Bretaña e Irlanda, Elector de Hannover (1738-1820).

domingo, 11 de enero de 2015

CURIOSIDADES -172-

"Pene Real Defectuoso"



El Rey Enrique II de Francia (1519-1559), nació con un defecto de fabricación que hizo creer que le afectaría en el momento de la procreación. En efecto, el soberano padecía lo que su médico personal, el doctor Jean Fernel, calificó de hipospadias peneana. Eso quería decir que, en vez de que la uretra llegase hasta la punta del prepucio como sería lo normal, la suya desembocaba en la parte inferior y a medio camino entre su escroto y la punta de su miembro viril; esto hacía que en vez de orinar o eyacular por el conducto habitual, lo hiciera por ese canal defectuoso. En consecuencia, el médico le aconsejó al rey que practicase el coitus more ferarum con su consorte para que tuviera más probabilidades de fecundarla. La expresión latina se refería más exactamente a una postura sexual hoy conocida como "el estilo perro" (doggy style) y que imitaba a los animales en el coito.


 
Ilustración de 3 tipos de hipospadias.
 
 
Ilustración sobre la postura sexual "Estilo Perro".
 

En realidad, Enrique II no tuvo problemas para engendrar. Su aventura amorosa con una italiana llamada Filippa Duci, en octubre de 1537, produjo una bastarda nacida un 25 de julio de 1538: Diana de Francia. Pero con su esposa Catalina de Médicis, con la que se casó en 1536, no consiguió tener su primer hijo hasta el año 1544. Durante esos años de inquietante esterilidad por parte de la reina, Enrique II se sometió a una pequeña intervención quirúrgica para corregir su hipospadias, con tal de mejorar sus expectativas como procreador.