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domingo, 24 de marzo de 2013

LAS TULERÍAS: redescubriendo un palacio en 3D

EL PALACIO DE LAS TULERÍAS
reconstitución virtual de un palacio histórico
 
 

Iniciado en la 2ª mitad del siglo XVI para la reina Catalina de Médicis a las afueras de la capital del Sena, y unido al viejo palacio del Louvre mediante una larguísima galería que bordea aún el muelle Norte del río, fue completado bajo el reinado de Luis XIV y ocupado en varias ocasiones por éste y sus sucesores, se convirtió en la residencia oficial de Luis XVI después de 1789. A raíz de la revolución, y durante el Consulado, el palacio volvió a recuperar su papel de residencia oficial del poder con Napoleón y en sede de la corte imperial. Después de 1814, con la restauración de los Borbones, siguió ostentando el rango de principal residencia de la monarquía a pesar de las dos revoluciones siguientes (la de 1830 y la de 1848), al ser nuevamente elegido por el último monarca francés Napoleón III. Fue este último emperador el que consiguió hacer realidad el sueño de sus antecesores: reunir en un único y vasto complejo los dos palacios históricos. La fecha de 1870, con la caída del IIº Imperio y la sublevación de los comuneros durante la ocupación prusiana, significó el final de una larga historia de 300 años cuando el palacio de Las Tulerías fue incendiado y finalmente arrasado durante la IIIª República.

A partir de grabados, fotografías y planos, se ha podido reconstruir virtualmente las estancias oficiales del desaparecido palacio, que sirvieron de marco de las monarquías borbónica y napoleónica. He aqui algunas de las muy logradas recreaciones del interiorismo del palacio de Las Tulerías:

 
Fachada del Palacio de Las Tulerías desde el Patio del Carrusel.
 
 
La Sala de los Guardias.


 
 
La Sala del Trono.
 


 
 
 
El Salón de Apolo, lugar de recepciones.
 
 
 
El Salón Luis XIV o comedor de diario, con la mesa dispuesta en su centro.

 
El Salón de Luis XIV o comedor de diario desde diferentes ángulos.
 

 
 
La Galería de Diana, antaño Galería de los Embajadores, que precedía los apartamentos reales e imperiales.
 
 

sábado, 14 de enero de 2012

Anécdotas Históricas -96-

LOS CALZONES DE NAPOLEÓN I



La imagen ha popularizado los retratos de Napoleón I en uniforme. Todo el mundo sabe que el poderoso dueño de Francia iba normalmente vestido con una casaca verde de los coroneles de los Cazadores de la Guardia, de un chaleco y unos calzones de casimiro blanco. Esas dos últimas partes de su uniforme eran de una extrema delicadeza. La menor mancha hacía imposible llevarlos y, para colmo, el emperador no era nada cuidadoso. Siempre que se sentaba en la mesa, se manchaba inevitablemente. No dedicaba más de 20 minutos a sus comidas y, como siempre estaba ocupado en proyectos de gran envergadura, guiaba sin mirar sus manos del plato a la boca. Obviamente, las salsas acababan por inundar sus calzones y su chaleco inmaculados y, como la pulcritud de esos dos componentes de su vestimenta eran capitales, siempre acababa por cambiarlos. Esa operación solía ocurrir varias veces al día.



Eso llevó a Napoleón I a poseer un gran número de calzones y chalecos blancos, mucho mayor que el número de sus victorias. A base de limpiar sus trajes y de renovarlos con tanta frecuencia, la factura del Sr. Léger, el sastre de Su Majestad Imperial, se inflaba considerablemente. El proveedor se alegraba, ya que el Emperador era un cliente serio a quien se podía, con toda seguridad, abrir un crédito sin límite. Pero, en el Palacio de Las Tulerías, un alto funcionario veía con angustia aumentar la cuenta de gastos en calzones y chalecos: el Conde de Rémusat, Gran Maestre de la Guardarropía Imperial, encargado de velar por el correcto mantenimiento y renovación del armario del Emperador. Para ello, se le destinaba anualmente la suma de 20.000 Francos para sus uniformes pero, el gasto rebasaba desde hacía mucho el crédito concedido por el sastre.

Preocupado, Rémusat no osaba informar a Su Majestad que se estaba endeudando, ya que Napoleón no siempre se mostraba de buen humor. Una observación en un momento inoportuno, una palabra que le desagradara y el funcionario era fulminantemente despedido. Asi que, para evitar la cólera del Emperador, Rémusat no imaginó otro medio que el de hacer esperar al Sr. Léger y retrasar los pagos que se le adeudaban. El sastre tenía mucha paciencia; sin embargo, la cuenta llegó a los 30.000 Francos y el Emperador seguía manchando sus ropas!



Un día, Léger se encontró en la necesidad de disponer del dinero que se le adeudaba y solicitó al Conde de Rémusat que se le liquidara la cuenta. El Gran Maestre se salió por la tangente y consiguió retrasar el vencimiento a un mes. Expirados los treinta días, el sastre reiteró su demanda; Rémusat consiguió retrasar el pago quince días más. Al final, el pobre Sr. Léger tuvo que ir día si y día también a palacio para intentar que se le abonaran las cantidades adeudadas por el Emperador. Usando de estratagemas poco creíbles, Rémusat huía de él pretextando malestares, una urgencia o un recado de última hora para no recibirle.

Ese circo habría durado mucho de no ser que Napoleón juzgó oportuno encargar un uniforme nuevo. Las sesiones de prueba en palacio ofrecieron al sastre la ocasión de ver al Emperador en persona y hablarle directamente pero, ¿de qué modo? Tenía que exponerle el problema sin despertar su enfado. Léger estaba tan absorto en buscar cómo plantear al soberano el asunto de su factura pendiente de pago que, al cortar la casaca verde, se equivocó en las medidas.



El día fijado, se presentó en palacio sin haber constatado su error. Cuando el Emperador le recibió en su gabinete y se ponía a su disposición para probar el uniforme, pareció que éste estaba de humor agradable.

-"Buenos días Monsieur Léger. Parecéis preocupado, señor."

-"Sire, los asuntos van con dificultad. Se me adeuda mucho dinero. Los clientes no pagan siempre regularmente..."

El giro que estaba tomando la conversación habría podido dar lugar al sastre exponer sus quejas, sin embargo, el temor de despertar la cólera imperial le frenó. Finalmente, Napoleón endosó la casaca verde y reventaron las costuras.

-"¿Qué es esto, Monsieur Léger?¡No entro en este uniforme! Es demasiado estrecho."

El sastre empalideció. Era la primera vez que se equivocaba en las medidas, y eso para un proveedor de la corte era inaceptable. Antes que reconocer su error, el Sr. Léger se aventuró jugando la carta de la audacia.

-"Sire, Vuestra Majestad perdonará mi franqueza pero, me veo en la obligación de confesarle que, con ella, debo ensancharle el paño para vestirla."

-"¿Qué significan esas palabras Monsieur Léger? Si falta el paño en Francia, conquistaré Inglaterra donde se fabrican unos muy buenos!"

-"Sire, no es el paño lo que escasea sino el dinero. Monsieur de Rémusat me debe más de treinta mil Francos para liquidar la cuenta de Vuestra Majestad."

Sin mediar palabra, el Emperador tiró de la campanilla y mandó que acudiera en su presencia el Gran Maestre de la Guardarropía para relevarle de sus funciones.

-"En cuanto a vos, Monsieur Léger, tendréis cuidado, mañana, de traerme otro traje que no sea ni demasiado estrecho, ni demasiado ancho!"

El día siguiente, el Emperador tuvo su traje nuevo y el sastre cobró la totalidad de la suma que se le adeudaba. Napoleón dio el puesto de Rémusat a uno de sus chambelanes, el Conde de Montesquiou-Fezensac, aconsejándole:

-"Espero, señor, que nunca me expondréis a la vergüenza de verme reclamar el precio de mis calzones y de los trajes que llevo!"



Anécdota de: Napoleón I, Emperador de los Franceses (1769-1821).

viernes, 30 de diciembre de 2011

EL PALACIO DE LAS TULERÍAS: un proyecto pendiente


UNA RECONSTRUCCIÓN AMBICIOSA:
EL PALACIO DE LAS TULERÍAS



Desde su destrucción por un incendio intencionado de los Comuneros parisinos, en 1871, el Palacio de Las Tulerías, anexo y complemento del vasto Palacio del Louvre, ha sido objeto de numerosos proyectos de reconstrucción. Alain Bournier, presidente de la Academia del Segundo Imperio, reabrió el dossier en 2002, en el curso del 150 aniversario de la decisión por el Presidente de la IIª República Luis-Napoleón Bonaparte de reunir el Palacio de Las Tulerías al Palacio del Louvre, construyendo el Ala de la calle Rívoli. En 2004, crea y luego preside el Comité Nacional para la reconstrucción de Las Tulerías, y que cuenta con 1.500 miembros y actúa a través de múltiples conferencias, debates o cartas dirigidas al ministro de Cultura y de Comunicaciones francés. Muchas son las acciones que, poco a poco, aportan más credibilidad a ese loco y titanesco proyecto.

Maqueta parcial del Palacio de Las Tulerías, según los diseños originales de la 2ª mitad del siglo XVI y en el que se aprecia en primer plano el Pabellón de Flora.

Maqueta del palacio primitivo de Las Tulerías inacabado, con el cuerpo central diseñado para la reina Catalina de Médicis. / Abajo, recreación virtual del aspecto que tenía el cuerpo central del palacio de Catalina de Médicis.




En junio de 2006, el proyecto se concretiza con la puesta en pie, por el entonces ministro de Cultura (Renaud Donnedieu de Vabres, de una Comisión de Estudios sobre la reconstrucción del famoso palacio real erigido por Catalina de Médicis en el siglo XVI y completado bajo Luis XIV (siglo XVII). Alain Bournier forma parte de la Comisión junto con Maurice Druon, de la Academia Francesa (presidente de la Comisión) y siete miembros más.

Fotografía trucada mostrando el aspecto definitivo que tendría el conjunto palaciego con la reintegración del Palacio de Las Tulerías en su antigua ubicación, unido al Palacio-Museo del Louvre.

El objetivo del Comité Nacional para la reconstrucción de Las Tulerías, es completar de nuevo el Gran Louvre reedificando el palacio desaparecido con sus 266 m de largo y sus 25 m de anchura, entre la Plaza del Carrusel y los Jardines de Las Tulerías. Un espacio que será consagrado a actividades culturales y a un museo sobre el histórico palacio. Para los miembros del Comité, la reconstrucción del palacio devolverá sobretodo a la capital una de las más bellas perspectivas urbanas de Europa entre el Arco de Triunfo y el Palacio de Las Tulerías. Permitirá también a Francia de dejar de ser el único país europeo que no ha reconstruído el palacio histórico de su capital. Finalmente, entre los argumentos invocados: la inexistencia de una ley que haya ordenado la destrucción del edificio, y el terreno sobre el cual podría ser reedificado el palacio y en cuyo lugar se habla de inseguridad, agresiones y venta de drogas.

Recreación virtual de la fachada Este del Palacio de Las Tulerías, que da a la Plaza del Carrusel con el arco de triunfo de Napoleón I (que servía de entrada principal) y se alza frente a la explanada del Palacio del Louvre.

El coste de semejante proyecto se ha cifrado en 350 millones de €uros, y sería financiado por fondos privados. Una inversión para el futuro, según Alain Bournier, puesto que "los franceses podrán estar orgullosos" y los turistas vendrán en masa a visitarlo.

¿Sería técnicamente posible la reconstrucción de Las Tulerías ? ¿Cuales son los obstáculos? ¿El nuevo palacio sería fielmente reconstruído e idéntico al original? ¿Este tipo de proyecto tiene antecedentes en Francia y en Europa? ¿Quién financiaría semejante proyecto?

Cuadro conmemorativo de la unión de los palacios del Louvre y de Las Tulerías gracias a la edificación del Ala de la calle Rívoli, bajo el reinado del emperador Napoleón III (1852-1870), culminación de un viejo sueño de sus predecesores en el trono.

En 2006, la situación económica era buena, pero desde el estallido de la crisis financiera en el año 2008, que tiene visos de prolongarse en 2012, parece que el proyecto peligra. Es más, desde que Chirac dejó el Palacio del Elíseo reemplazado por Sarkozy, la austeridad está al orden del día y no creo que en la actualidad se prosiga con un proyecto de tal magnitud, al menos por el momento, aunque me consta que sus promotores siguen muy activos.

domingo, 18 de diciembre de 2011

EL ARBOL DE NAVIDAD EN LA HISTORIA


BREVE HISTORIA DEL ARBOL DE NAVIDAD



La primera mención documentada que se tiene del abeto o árbol navideño data de 1521, en Alsacia, también llamado "Arbol de Cristo", que al parecer remonta a una tradición aparecida en el siglo XII en Europa. Se habla entonces de decorar las casas con brancas cortadas tres días antes de la Noche Buena. La costumbre se generalizó en Alsacia y en Basilea (Suiza), representando el árbol del Edén en los misterios interpretados en vísperas de Navidad a orillas del Rhin, y delante de las iglesias y catedrales. Para decorarlo, se ataban manzanas rojas a sus ramas.

Existen también documentos refiriéndose a una fiesta del 24 de diciembre de 1510, en Riga (Letonia), en la cual los mercaderes y comerciantes solían bailar alrededor de un árbol decorado con rosas artificiales antes de proceder a su quema.

En 1546, se habla más seriamente de los árboles de Navidad cuando el Ayuntamiento de Sélestat (Alsacia), autoriza a sus ciudadanos a cortar abetos para la festividad del Nacimiento, en el curso de la noche de San Tomás, el 21 de diciembre.

Símbolo virginal, las rosas formaban parte del abanico de decoraciones para guarnecer los abetos en Alsacia en el curso del siglo XVI, así como las manzanas rojas, pastelitos y galletas dulces. Las manzanas tenían un valor simbólico puesto que en el calendario de los santos, el 24 de diciembre estaba reservado a Eva y a Adán, canonizados ambos por las Iglesias Orientales.

En aquellos tiempos, la Iglesia Católica consideraba al árbol de Navidad como una práctica de los ritos paganos y francmasones. De hecho, existía una fiesta pagana que celebraba el solsticio de Invierno en la que se decoraba un árbol, símbolo de vida, con frutas, flores y espigas de trigo. Muchísimo más tarde, se coronaría al abeto navideño con la famosa estrella de los Reyes Magos, que los guió hasta Belén.

Ilustración representando la celebración de la Navidad en el hogar familiar de Martin Luther, padre de la Iglesia Reformada Luterana.


En 1560, en la época de la Reforma, los protestantes rechazaron representar la Natividad con el tradicional Belén de los católicos (muy presente en Italia, sobretodo), prefiriendo desarrollar la tradición del abeto de Navidad, árbol que simboliza el paraíso perdido de Adán y Eva así como el conocimiento del Bien y del Mal. Por este motivo, la tradición del abeto navideño se expandería exitosamente en toda la Europa Protestante, sobretodo en Alemania y en Escandinavia.

Siendo la cera un artículo casi de lujo en el siglo XVII, se utilizaban los cascarones de las nueces a modo de velitas para adornar el abeto navideño, llenándolas de aceite y provistas de una pequeña mecha, y atándolas a las ramas del árbol. Una práctica que, pronto, se revelaría como fuente de pequeñas y grandes tragedias en diversos hogares, sobretodo en el siglo XIX.

Retrato de María Leszczynska, Reina de Francia (1703-1768), consorte de Luis XV; según J.B. Van Loo.


Fue en el Palacio de Versailles donde tronó, por vez primera en un ambiente oficial y cortesano, el árbol de Navidad de la mano de la reina María Leszczynska, consorte del rey Luis XV de Francia (1738). Ésta introdujo esa costumbre navideña traída de Alsacia, donde había pasado sus últimos años de soltera antes de casarse con el monarca francés. Una tradición que, interrumpida por la Revolución Francesa, volvería con más fuerza si cabe al Palacio de Las Tulerías (1837), residencia oficial de los soberanos franceses en París, gracias a una de las nueras del rey Luis-Felipe I : la Princesa Elena de Mecklenburgo-Schwerin, Duquesa de Orléans y consorte del Príncipe Heredero de Francia, Fernando-Felipe.



En España, sin embargo, fue Carlos III y su esposa sajona quienes introdujeron en la corte madrileña los tradicionales belenes napolitanos en plena mitad del siglo XVIII.

Retrato de la reina Victoria I de Gran-Bretaña e Irlanda, según F. X. Winterhalter en 1843.


La corte británica de Saint-James adoptaría el abeto navideño a instancias de la Reina Victoria en 1840, quizá a raíz de sus repetidas visitas a la corte francesa. Ella y su marido, el Príncipe Alberto, instalaron el árbol de Navidad en el Castillo de Windsor por vez primera, y como centro de reunión de la Familia Real Británica durante las celebraciones navideñas. Las estampas populares que fueron sacadas de tal evento contribuyeron a su rápida generalización en todos los hogares británicos pudientes.



La tradición del abeto se generalizaría en Francia tras 1870, gracias sobretodo a la influencia de los alsacianos que habían emigrado a París o a otras regiones francesas. Sin embargo, Alemania seguía siendo la primera productora de materiales de decoración navideña hasta 1950, en vidrio soplado, hilado, moldeado, así como elementos de metal, ceras y maderas. Se fabricaban también pequeños personajes en algodón y cabellos de ángel metálicos que procedían de la localidad francesa de Lyon.




En EE.UU., la Casa Blanca tendría su propio árbol de Navidad en 1890. Diez años antes, en el mismo país, aparecieron por primera vez las guirnaldas con luces eléctricas, pero eran tan caras que tan solo las familias ricas podían permitirse ese lujo. Habría que esperar al final de la IIª Guerra Mundial y la década de 1950, para que las tradicionales y peligrosas velitas fuesen reemplazadas por las guirnaldas eléctricas, mucho más seguras y de coste más accesible.



Aunque tradicionalmente se colgaban manzanas rojas a las ramas de los abetos, el invierno tan riguroso de 1858 no permitió que se siguiera haciendo al faltar el preciado fruto de Adán y Eva en los mercados. Un artesano vidriero de Meisenthal, en la región del Mosela, tuvo la ocurrencia de reemplazarlo por delicadas bolas de vidrio tintado, creando así las bolas de Navidad.