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martes, 7 de febrero de 2012

Anécdotas Históricas -120-



Napoleón I no poseía ni la educación, ni el refinamiento y aún menos el pudor y el saber estar de sus cortesanos. Era notablemente rústico y grosero con todos, y sus malas maneras no le atraían generalmente las simpatías de los que le rodeaban, por lo que era tan temido como odiado, a excepción de sus soldados que le profesaban una adoración sin límites.
En una ocasión, encontrándose en la Isla de Lobau en 1809, se aseó sin reparos en medio de sus tropas y a la vista de todos.
Cuando se sentaba a la mesa, comía de la forma más marrana imaginable: con rapidez, manchándose con aceites y salsas, sirviéndose con los dedos en vez de utilizar cuchillo y tenedor, pasando indistintamente de una entrada a un hors d'oeuvre para volver a un rustido con el mayor desorden y para desconcierto del maître, y para colmo bebía un chambertin totalmente aguado...

Un día, una tal Mademoiselle Duchesnois está esperando en la antecámara imperial para ver al emperador. El chambelán recuerda a Napoleón que ésta esta pacientando desde hace un tiempo; absorbido por el trabajo, espeta rudamente:
-"¡Que espere!"
Al rato y acordándose de ella, llama al chambelán y le suelta:
-"¡Que se desnude y se acueste!"
Las horas pasan y Napoleón sigue absorto en sus papeleos. El chambelán reaparece y le recuerda de nuevo que la señorita le sigue esperando. Exasperado, el emperador ordena secamente:
-"¡Que se vista y se vaya!"

Anécdota de: Napoleón I, Emperador de los Franceses (1769-1821).

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