EL TRÁGICO FINAL DE GABRIELLE D'ESTRÉES
Retrato de Gabrielle D'Estrées (1571-1599), Marquesa de Monceaux y Duquesa de Beaufort.
En los tres últimos meses del año de 1598, Gabrielle D'Estrées, Duquesa de Beaufort y de Verneuil -desde 1597-, está en el zénit de su carrera de favorita real y reina sobre el corazón del soberano francés Enrique IV, hasta el punto que éste, terriblemente prendado de su maitresse-en-titre, irá a provocar una insostenible situación a ojos de sus súbditos, comprometiendo el futuro de la Corona y de su casa: querer desposarla.
Pese a sus numerosas traiciones, Gabrielle parece haber tenido un sincero amor por el rey que, por su parte, tampoco ha sido fiel a ésta. No hay duda que ambos se aman y que Enrique IV, enamorado hasta las trancas de esa beldad, ya no puede vivir sin tenerla a su lado. Está tan orgulloso de su favorita que, en numerosas ocasiones, le pide que se quite la máscara para que los embajadores extranjeros puedan admirar la belleza de su rostro. Para colmo, le ha dado lo que tanto ansiaba: hijos, a los que enseguida legitimó y cubrió de títulos.
El Idilio Real: un escándalo para Europa
Retratos del rey Enrique IV de Francia y de Gabrielle D'Estrées, Duquesa de Beaufort; fotomontaje de Andelot, 2009.
En octubre de 1598, Enrique IV cae enfermo. Una retención de orina se produce en el real paciente a consecuencia de una infección mal curada, declarándose una fuerte fiebre que casi lo manda al otro barrio. El rey pierde el conocimiento durante 2 horas y ya, en las antecámaras, circulan confusos rumores anunciando su inminente muerte. Pero, el 21 de octubre, la fiebre remite y el rey se empeña en curarse siguiendo al pie de la letra todas las prescripciones médicas. De hecho, se curará...
El día 29 del mismo mes, creyéndose totalmente restablecido, se permite el lujo de cenar copiosamente y, a medianoche, sufre de vómitos y taquicardias. Reaparece la fiebre durante un momento pero, finalmente, se recupera. Durante aquella enfermedad, Gabrielle ha hecho prueba de tal devoción por Enrique que éste, nuevamente, se encuentra indeciso. Deja que sus diplomáticos inicien los tratos con el gran duque de Toscana al tiempo que tiembla pensando cómo anunciará la noticia a la duquesa que el bien del Estado le obliga a casarse con María de Médicis. Cuando le objetan que su matrimonio con la reina Margot aún no se ha disuelto, se encoge de hombros. ¿Quién podría impedirle repudiar a una reina por causa de manifiesta esterilidad? Incluso el papa no tendría más opción que la de asumir los hechos.
Bruscamente, y pese a las negociaciones entabladas con Florencia, Enrique IV decide que casará con Gabrielle D'Estrées!
El Palacio del Louvre tal y como era a finales del siglo XVI y durante el reinado de Enrique IV, según una estampa parisina decimonónica.
El 23 de febrero de 1599, en pleno carnaval, una gran fiesta es ofrecida a la corte en el palacio del Louvre. Los convidados se apretujan ante una larga mesa que amenaza con colapsarse bajo las bandejas y piezas montadas. El Gran Chambelán pide silencio... El rey se levanta y conduce a su vera a Gabrielle y, levantando la voz para que todos puedan oírle, declara:
-Madame, he aqui el anillo de mi coronación, el anillo de mis nupcias con el reino de Francia, os lo doy!
Y acto seguido pasa en el dedo de su amante el anillo que le fue entregado durante su consagración en la catedral de Chartres. La estupefacción es total entre los cortesanos. La asistencia se indigna y empiezan los ensordecedores murmullos de que aquello es un escándalo intolerable. Apenas se puede oír al rey prometer, al tiempo que posa sus labios sobre la mano de la favorita:
-Celebraremos nuestra boda después de Pascuas, a la Quasimodo.
Gabrielle, radiante, toca con los dedos el cielo. Todos sus temores se han desvanecido de golpe. Encarga inmediatamente la confección de su vestido de novia, en color encarnado pálido, bordado en oro y plata. Incluso llega a exclamar orgullosamente: "No hay más que Dios y la muerte del rey para impedir que me convierta en reina de Francia!"
Advertido, el papa Clemente VIII ordena un ayuno general en toda la ciudad de Roma. Su Santidad se retira para rogar que el rey de Francia no cometa semejante disparate. Cuando sale de su capilla privada, afirma haber tenido una visión y se exclama, extasiado: "Dios ha proveído!"
El Castillo Real de Fontainebleau visto desde el patio de honor.
Menos de un mes después, la corte abandona París para Fontainebleau, donde se pasará la Semana Santa. En ese momento, la duquesa de Beaufort está en estado de buena esperanza, de seis o siete meses. Como su estado no le permite subir a lomos de un caballo, la transportan en una engalanada litera tendida de terciopelo negro doblado de naranja sostenida por dos mulas. Puesto que la Semana Santa ya se acerca, es costumbre que el rey mantenga las apariencias de un recogimiento espiritual y, sobretodo, que no viva en el pecado. Por ello, la concubina real no puede permanecer junto al rey como tampoco bajo el mismo techo durante aquellas fiestas religiosas; por tanto, los amantes han de separarse hasta que terminen. Gabrielle acepta mal la separación y llora.
Una muerte presentida
Gabrielle D'Estrées, Duquesa de Beaufort y de Verneuil (1571-1599).
El 6 de abril, con tristeza, la duquesa de Beaufort abandona sus habitaciones del castillo de Fontainebleau. El rey la acompaña hasta la riba del Sena, en Savigny-le-Temple, donde embarca en una chalupa que tiene que llevarla de regreso a París. Presa de un extraño presentimiento, Gabrielle encomienda encarecidamente a Enrique IV sus tres hijos: César, Alejandro y Enriqueta de Borbón.
Tras un último abrazo, el monarca confía Gabrielle al cuidado del Marqués de Bassompierre y del Duque de Montbazon.
Sobre las 3 de la tarde, la chalupa deja a su pasajera ante el Arsenal, donde reside Diana D'Estrées su hermana. La misma noche, Gabrielle decide cenar en casa del banquero italiano Sebastián Zamet, un arribista que siempre la corteja como una reina. Luego, vuelve al palacio de Sourdis, hogar de su tía vecino a la iglesia de Saint-Germain-l'Auxerrois.
Al día siguiente, miércoles santo, recibe al poderoso ministro Barón de Rosny buscando su alianza y apoyo con la promesa de una fortuna sin límites. Pero el futuro Duque de Sully finge no entender sus mielosas indirectas.
El jueves santo, con gran séquito, la duquesa se persona en la iglesia del Petit-Saint-Antoine para oír el oficio de Tinieblas. El Duque de Montbazon la escolta. Nuevamente, la favorita se va a cenar invitada por el banquero Zamet. Durante el ágape, Gabrielle encuentra un limón*, que le sirven, de un sabor extrañamente ágrio. Ya que hace buen tiempo, desea dar un pequeño paseo por el espléndido jardín italiano de su cicerone. De repente, se desmaya sintiendo, según sus propias palabras, un terrible fuego en la garganta y, sobretodo, atroces dolores en el estómago,... como si la estuvieran trinchando por dentro. Los allí presentes creen que va a dar a luz en breve. La transportan con toda urgencia hasta el palacio de Sourdis. Se siente mejor poco después.
El viernes santo por la mañana, su estado empeora. Presa de violentas convulsiones, la eclampsia** se declara... los sufrimientos son intolerables. La escena que sigue es atrozmente horrorosa: los médicos se precipitan y arrancan del vientre de Gabrielle un niño nacido muerto ¡a pedazos!
Retrato de Enrique IV (1553-1610), Rey de Francia y de Navarra.
Tres correos sucesivos parten para Fontainebleau con el fin de notificarlo al rey. El tercero anuncia a Enrique IV que una terrible hemorragia se ha producido. Y, claro está, la terapia de la época lleva a los galenos a sangrar varias veces a la moribunda. Enrique IV ordena inmediatamente que ensillen su montura para galopar hacia París. En la posta de Villejuif, se cruza con el canciller Pomponne de Bellièvre, que esperaba que le ensillaran su caballo para retomar el camino hacia Fontainebleau. Se aproxima al rey:
-Sire, le dice el canciller, la duquesa está moribunda. Me han comunicado que las convulsiones la han desfigurado y que su rostro parece como torcido por alguna mano invisible. Menudo disgusto sería el vuestro, viendo en tan deplorable estado y sin remedio, una persona que Vuestra Majestad ha amado tanto!
El ayuda de cámara del rey, Pierre de Béringhen, llega a su vez de París y, tras bajar de su montura, da nuevos detalles:
-Madame la duquesa se ha quedado ciega y sorda. Ella misma se golpea incesantemente el cuerpo y el rostro. Los médicos, los cirujanos, los boticarios no entienden la violencia de su mal.
Enrique, plantado como una estátua, atontado por el dolor, no puede retener las gruesas lágrimas que resbalan sobre su rostro arrugado y se pierden en su barba grisácea. Le oyen murmurar:
-Esto es obra de Dios que ama este Estado y no quiere perjudicarlo. No abusaré de su misericordia.
El rey está tan afligido que sus acompañantes le llevan hasta la vecina abadía de La Saussaye, donde se echa sobre una cama para llorar a lágrima viva. Horas más tarde y en plena noche, se deja llevar nuevamente a Fontainebleau. No verá el rostro irreconocible de la mujer a la que ha amado apasionadamente, ese rostro tan bello, devastado por la enfermedad, ese rostro ahora horrible y repugnante, según cuentan los testigos.
Pese a todo, la duquesa vivirá aún doce largas horas de abominables sufrimientos. Los sacerdotes, llamados para darle la extrema unción, se ven en la imposibilidad de administrarle ese último consuelo; la duquesa se debate en medio de los sobresaltos de una espantosa agonía.
El sábado santo, 10 de abril de 1599, a las 6 de la mañana, Gabrielle D'Estrées exhala su último suspiro. La noticia corre cual reguero de pólvora por las calles de París y provoca inmediatamente una general a la par que macabra alegría. Se afirma en los mentideros de la capital que la duquesa de Beaufort hizo un pacto con el Diablo para casarse con el rey de Francia y que, por ello, ha muerto fulminada.
Retrato de Maximilien de Béthune, Barón de Rosny (1559-1641), 1er Duque de Sully y Par de Francia, Superintendente de las Finanzas a partir de 1598 y principal ministro del rey.
Sully acoge la noticia con toda la exultación que le permite su natural gravedad. Al principio, no pudo creer lo que le estaba contando el mensajero, y acabó tomando su desayuno escuchando el macabro relato del portador de tan buena noticia. Después, se fue a despertar a su esposa diciendo:
-Hija mía, hay buenas noticias. No iréis al despertar ni al acostar de la duquesa. La cuerda se ha roto.
La "remembranza" representando a la favorita real, a imagen y semejanza de una reina, fue colocado bajo un dosel de paño de oro. La tía de la difunta, Madame de Sourdis, ha revestido el cuerpo del maniquí con el suntuoso vestido de novia que había encargado su sobrina para sus esponsales con el rey. La efigie funeraria, enmarcada por dos heraldos con tabardo sembrado de flores de lis, es de esta guisa presentada para que familiares y extraños presenten sus respetos a la muerta. El desfile no había aún comenzado cuando la familia de Gabrielle se precipita en su casa con carros y mulas para hacerse con todos sus muebles y bienes. Todas sus joyas, incluso los anillos que lleva la muerta, le son arrancados de los dedos... El expolio es vergonzoso, el saqueo... total.
Retrato del papa Clemente VIII (1536-1605), Sumo Pontífice Romano entre 1592 y 1605.
En Roma, el papa expresa su alegría sin disimulo: su visión de lo que iba a pasarle a la favorita se ha cumplido! Contarini describe, en Venecia, "la alegría y el alivio que se resiente en general por ese accidente..." Cada uno reconoce que esa gracia procede milagrosamente de Dios, quien ha querido extender su especial protección sobre Francia en el momento en el que ésta lo necesitaba urgentemente.
La muerte de Gabrielle D'Estrées desenreda la inextricable situación en la cual se había metido el rey con tanta ligereza: anunciar a la corte su boda con la duquesa de Beaufort, mientras dejaba a sus representantes llevar a buen puerto las negociaciones de su compromiso con la princesa florentina.
Aquel jueves santo, en casa de Zamet, ¿ofrecieron a la favorita esos italianos un limón envenenado? ¿Acaso el papa no había anunciado que Dios había proveído? Todo apunta a una conspiración urdida entre florentinos y franceses que, por distintas razones, se oponían a que el rey de Francia convirtiera en reina a su puta, a la madre de sus bastardos. Muerta Gabrielle, el camino era nuevamente despejado para que María de Médicis, la elegida, se convirtiera en la próxima consorte del monarca galo.
Retrato juvenil de María de Médicis, Princesa de Toscana (1573-1642).
(*)_Los testigos no se aclaran sobre qué tipo de cítrico se dio a la favorita, porque unos afirman que era un limón y otros una naranja. Otros hablan de limonada. La misma noche, Gabrielle D'Estrées declaró que la habían envenenado en casa de Zamet.
(**)_la eclampsia es la aparición de convulsiones o de un coma en las embarazadas a las 20 semanas de gestación y se califica como enfermedad hipertensiva. Suelen darse casos de eclampsia en embarazadas que están por debajo de los 18 años o por encima de los 35, y puede ser una enfermedad hereditaria. Las madres que sufren esta enfermedad durante la gestación podrían tener hijos aquejados de epilepsia en edad adulta.
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