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jueves, 22 de marzo de 2012

Anécdotas Históricas -129-



Al rey Luis XIV de Francia le gustaba viajar en su carroza acompañado por mujeres solamente; fuesen sus hijas bastardas, sus nueras, sus nietas o damas de alta alcurnia, éstas tenían el gran privilegio de subir en el real carruaje y sufrir, por otra parte, la tiranía del soberano. El Duque de Saint-Simon habla de ello en su capítulo dedicado a  "la Corte de Luis XIV" :

"En esa carroza, durante los viajes, había siempre muchas cosas que comer: viandas, pastelería y frutas. No habiendo rebasado el cuarto de legua ya recorrido que el rey preguntaba si no querían comer. Él jamás comía nada entre horas, ni siquiera una fruta, pero se divertía viendo comer, comer hasta reventar. Las damas debían tener hambre, estar alegres y comer con apetito, con ganas, de otro modo no lo encontraba bueno y lo demostraba agriamente. Se hacían las graciosas, las delicadas, las dispuestas, y eso no impedía que esas mismas damas o princesas que cenaban con otras a su mesa el mismo día, se encontrasen obligadas, bajo las mismas penas, a mostrarse tan dispuestas como si no hubiesen comido en toda la jornada. Con esto, no se podía hablar de necesidades, ni siquiera mencionarlas, lo que, por otro lado, habría sido muy embarazoso para esas damas hacerlo con los destacamentos de la Casa del Rey y los Guardias-de-Corps que iban delante y detrás de la carroza, y los escuderos que iban a la altura de las puertas, y que levantaban una polvareda que invadía todo lo que se encontraba dentro del coche. El rey, que amaba el aire libre, quería que todas las ventanillas estuvieran bajadas y habría encontrado de muy mal gusto que cualquier dama hubiese tirado la cortina contra el sol, el viento o el frío. No solamente era menester que no se percatase de esas y otras incomodidades: encontrarse mal habría sido motivo suficiente para no volver a subir en el carruaje.



He oído contar a la Duquesa de Chevreuse, que el rey siempre estimó y honró, y que él, siempre que ella pudo, quiso tenerla en sus viajes y en sus particulares, que yendo en su carroza con él de Versailles a Fontainebleau, le vino, al cabo de dos leguas, una de esas necesidades imperiosas a las que uno no cree poder resistirse. El rey paró en camino para almorzar sin apearse del carruaje. Esas necesidades, que redoblaban a cada momento, no se hacían sentir en vano como en ese ágape, de la que hubiera podido escabullirse un instante bajando hasta la casa de enfrente. Pero la comida, que tomó de manera comedida, redobló la extremidad de su estado. A punto estuvo, por momentos, en confesarlo forzosamente y poner un pie a tierra, como dispuesta también a perder el conocimiento, su coraje la sostuvo hasta Fontainebleau, dónde creyó reventar. Poniendo pie en tierra, vio al Duque de Beauvilliers, llegado la víspera con los Infantes de Francia, a las puertas del carruaje del rey. En vez de subir con el séquito, agarró al duque por el brazo diciéndole que iba a morirse si no se aliviaba. Atravesaron el Patio Oval y entraron en la capilla que allí se encontraba y que, felizmente, estaba abierta y dónde se decía misa todas las mañanas. La necesidad no tiene ley; Madame de Chevreuse se alivió a sus anchas en aquella capilla y tras cuya puerta el Duque de Beauvilliers montaba guardia. Cuento esta miseria para mostrar cual era la penuria que sufría diariamente cualquiera que codeara al rey y gozara de su favor y privilegio, como en el caso de la Duquesa de Chevreuse en el apogeo del suyo. Esas cosas que parecen naderías y son naderías de hecho, caracterizan demasiado bien para omitirlas. El rey tenía en ocasiones algunas necesidades, y no se privaba de bajar para poner pie en tierra, mientras que las damas debían permanecer en el carruaje."



Anécdota de: Jeanne-Marie Colbert, Duquesa de Chevreuse y 3ª Duquesa de Luynes (1650-1732).  

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