MARÍA AMALIA DE SAJONIA
REINA DE NÁPOLES Y DE SICILIA
REINA DE LAS ESPAÑAS Y DE LAS INDIAS
1724 - 1760
María Amalia de Sajonia (Dresde, 1724-Madrid, 1760), esposa del rey Carlos III era la tercera hija de Federico Augusto II, rey de Polonia (con el nombre de Augusto III), y de la Archiduquesa María Josefa de Austria. María Amalia fue desde pequeña alejada del ambiente de inmoralidad que reinaba en Dresde, su ciudad natal, y educada en un ambiente más serio y religioso, siguiendo el estricto protocolo de la Casa de Austria, de la que descendía su madre.
Retrato del Elector Federico-Augusto II de Sajonia, Rey Augusto III de Polonia (1696-1763); obra de Louis de Silvestre.
Retrato de la Archiduquesa María-Josefa de Austria, Electriz de Sajonia, Reina consorte de Polonia (1699-1757); obra de Louis de Silvestre.
Según cuentan las crónicas, la reina María Amalia de Sajonia fue criada en un ambiente muy culto. Debido a esto fue educada desde niña en dos idiomas, el alemán, su idioma materno, y además el francés. Igualmente se le inculcaron desde niña virtudes tales como la autodisciplina y el sentido del deber. Virtudes que luego en su matrimonio le serían muy útiles debido a su numerosos deberes como reina, y a su numerosa familia.
Según las crónicas de la época, lograr el parentesco con los Austrias fue el motivo principal que llevó a Felipe V y a su segunda esposa Isabel de Farnesio, a concertar el matrimonio de su primogénito Carlos con la nieta del emperador alemán José I. Así con el matrimonio del infante Carlos, y la joven princesa María Amalia de Sajonia se lograba reconciliar a la Corte española con la Casa de Austria tras los enfrentamientos en la Guerra de Sucesión, que tuvieron como principal consecuencia la llegada de la Casa Borbón a España.
En 1732, con dieciséis años, Carlos (Madrid, 1716- Madrid, 1788) primogénito de Felipe V y su segunda esposa, la italiana Isabel de Farnesio, consiguió el ducado de Parma tras la muerte de su tío el duque Antonio Farnesio sin descendencia. En el Tratado de Viena cambió el ducado por la Corona de Nápoles y Sicilia. Los napolitanos lograron así por vez primera en los últimos siglos un rey residente en Nápoles, que además era hijo del rey de España y de una noble italiana.
Retrato de la Princesa Electriz María-Amalia de Sajonia, Princesa Real de Polonia (1724-1760), vestida "a la Polaca", según Louis de Silvestre en 1738.
Retrato de Carlos VII de Borbón y Farnese, Infante de España, Duque de Parma y luego Rey de Nápoles y de Sicilia (1716-1788); obra de El Molinaretto.
Cuentan las crónicas que, cuando el joven rey Carlos VII de Nápoles, y la joven princesa alemana María Amalia de Sajonia se conocieron sintieron un flechazo instantáneo. Es por ello que cumplieron gozosa y rápidamente con el compromiso matrimonial que sus respectivos padres habían acordado. En la historia de los matrimonios concertados raramente sucedían estos flechazos.
Carlos VII de Nápoles y la princesa alemana María Amalia de Sajonia se casaron en Gaeta, localidad próxima a Nápoles, el 19 de junio de 1738. El tenía veintidós años, y ella tan solo catorce. Pese a su juventud, la alta, rubia, robusta y piadosa María Amalia consiguió conectar rápidamente con su esposo. Ambos compartían una formación religiosa y moral sólida, el aprecio por los placeres familiares y el desdén por el boato y el protocolo.
Conocedora la reina María Amalia de Sajonia de la importancia de su matrimonio con Carlos VII de Nápoles, que la hacia emparentar nada menos que con la reconocida monarquía española, consideró que debía mantener buenas relaciones con sus suegros, los reyes Felipe V e Isabel de Farnesio. Es por esto que estableció con los monarcas españoles una nutrida y afable correspondencia en la que narraba todos los acontecimientos familiares de la corte napolitana que servía a la vez para mantener informada de todo a su suegra.
Las crónicas de la época comentan con regocijo como en los primeros meses de matrimonio los reyes de Nápoles, Carlos VII y María Amalia tuvieron que utilizar el francés para comunicarse ya que era la única lengua que ambos conocían. María Amalia no hablaba ni español ni italiano, y Carlos no hablaba alemán. Esto fue así hasta que María Amalia aprendió el italiano, idioma de su nuevo hogar.
Podemos comprobar, si consultamos la correspondencia entre la reina de Nápoles María Amalia de Sajonia (Dresde, 1724-Madrid, 1760) y sus suegros los reyes de España Felipe V e Isabel de Farnesio, conservada en el Archivo Histórico Nacional. Que todas las cartas están escritas en francés, ya que María Amalia no conocía el español. Además podemos comprobar también como María Amalia firmaba siempre como Amélie.
Desde niña a la reina María Amalia de Sajonia le había sido inculcado, por sus damas de compañía, el gusto por la decoración, los elegantes tapices y los bellos muebles. Además, María Amalia había vivido en palacios decorados con las porcelanas de Meissen, originarias de Sajonia, y tan de moda durante el siglo XVIII. Es por esto que disfrutó tanto en los palacios de Nápoles, que habían sido decorados por Carlos con muebles, cuadros y distintos ornamentos traídos de la ciudad de Parma, su antiguo ducado.
María Amalia de Sajonia, fue reina de Nápoles durante diecinueve años, y reina de las Españas durante apenas dos. Pese a esta diferencia de tiempo, y como su marido Carlos III fue una reina muy amada tanto por los napolitanos como por los españoles, ya que ambos, como monarcas realizaron grandes obras tendentes a la modernización primero de Nápoles y a partir de 1759 de España.
De los trece hijos que tuvieron los reyes María Amalia de Sajonia y Carlos III, siete de ellos fueron niñas y los seis restantes, niños: Isabel (1740-1742), Mª Josefa Antonia (1742), María Isabel (1743-1749), Mª Josefa Carmela (1744-1801), Mª Luisa (1745-1792), Felipe (1747-1767), Carlos Antonio (1748-1819), Mª Teresa (1749-1750), Fernando (1751-1825), Gabriel (1752-1788), Mª Antonieta (1754-1755), Antonio Pascual (1755-1817) y Francisco Javier (1757-1771). Pero no todos llegaron a la vida adulta, falleciendo cinco de ellos cuando todavía residían en Nápoles, cinco de las niñas.
Retrato de los Infantes Carlos Antonio y Gabriel de Borbón.
Las cinco hijas de los reyes de Nápoles María Amalia de Sajonia y Carlos III, fallecidas en Nápoles, las tres primeras: Isabel (1740-1742), Mª Josefa Antonia (1742) y María Isabel (1743-1749); la octava, Mª Teresa (1749-1750), y la undécima, Mª Antonieta (1754-1755), están enterradas en la iglesia de Santa Clara de Nápoles. Esto es así debido a que su padres fueron nombrados reyes de España en 1759, después de sus fallecimientos.
María Amalia de Sajonia fue una mujer muy fecunda, ya que tuvo hasta trece hijos con el rey Carlos III. La única pena es que pasaron años y niños hasta que le dio un heredero varón a Carlos. Primero llegaron cinco niñas. Por fin, llegó un varón, Felipe, que resultó retrasado mental. Y luego otros dos varones: el futuro Carlos IV y Fernando, luego rey de Nápoles. Cumplidas las obligaciones dinásticas y ya con ocho hijos, tuvieron más descendencia, hasta trece.
Según recogen las crónicas, después de tantos alumbramientos, la reina María Amalia de Sajonia había perdido parte de la dentadura y la lozanía. Además, parece ser que la sucesiva llegada de cinco niñas hasta el ansiado heredero, junto con la muerte de tres de ellas, le habría provocado cierta frustración y le había estropeado el carácter hasta el extremo de mostrarse colérica con todo el mundo excepto eso si, con su marido, el rey Carlos III, al que adoraba.
Podemos leer en distintas crónicas como la reina María Amalia de Sajonia había adquirido, para calmar sus estados de nerviosismo, el hábito de fumar grandes cigarros habanos, gustándole además los de sabor más fuerte. Los cigarros habanos se los hacía enviar a Nápoles, desde Madrid, por sus suegros, los reyes Felipe V e Isabel de Farnesio.
Parece ser que la reina María Amalia no fue nunca una mujer excesivamente coqueta. Se sabe que tenía una modista en Viena que le confeccionaba los vestidos de etiqueta. Y otra en Nápoles que le hacia los trajes de diario y la ropa interior. Esta última al parecer no era muy abundante debido a la costumbre de la época de cambiarse nada más que una vez al mes.
La reina María Amalia, esposa de Carlos III, fue una mujer de gran cultura, y que colaboró activamente con su esposo en el gobierno de Nápoles. Además ambos tenían gustos parecidos, disfrutaban de la vida en el campo, la caza, la pesca... todo en familia. Cuentan algunos embajadores que la reina María Amalia acompañaba a su esposo Carlos III a todas partes, excepto eso si, a las expediciones bélicas.
La vida napolitana, amable y sosegada de los reyes María Amalia de Sajonia y Carlos III se fue a pique cuando, Fernando VI falleció sin descendencia, y ellos se convirtieron en los nuevos reyes de España y tuvieron que venirse a Madrid. Así pues en 1759, María Amalia acompaña a su marido a España, país del que desconoce la lengua y las costumbres, y del que solo tiene superficiales referencias.
El momento de la partida de la familia real de Carlos III y María Amalia de Sajonia en 1759 con destino a España fue triste tanto para ellos como para todo el pueblo napolitano. Este momento lo recoge el cuadro de Joli que podemos disfrutar en el Museo del Prado. Podemos observar el desconsuelo de los napolitanos al despedir a la primera familia real que tenían desde hacia siglos, y a la que tanto le debían ya que ante todo habían sido buenos gobernantes que se habían preocupado por el bienestar del pueblo.
Los reyes Carlos III y María Amalia de Sajonia desembarcaron en España en 1759, tras dejar a sus hijos Felipe y Fernando en Nápoles. Les acompañaban en cambio, sus otros seis hijos supervivientes: el príncipe Carlos, las infantas María Josefa Carmela y María Luisa, y los infantes Gabriel, Antonio Pascual y Francisco Javier. Junto con la servidumbre viajaban también un papagayo, dos monos, varios perros, muchas cajas de habanos y, naturalmente, un belén.
Se puede leer en diversas crónicas cortesanas como la familia compuesta por María Amalia de Sajonia, Carlos III y sus hijos venidos de Nápoles eran grande amantes de la vida al aire libre y de los animales. Hasta tal punto llegaba ese amor a los animales que parece ser que permitían que, los animales que habían traído de Nápoles a saber: un papagayo, dos monos titíes y varios perros anduvieran libres por los salones de los palacios.
Recogen las crónicas que cuando Carlos III aceptó la corona de España, hubo de firmar un documento que excluía a su hijo primogénito, Felipe, de la sucesión al trono de Nápoles, debido a su probada incapacidad para gobernar a causa de su falta de razón. Fue nombrado heredero del trono de Nápoles y Sicilia su tercer hijo, Fernando (Nápoles, 1751-Nápoles, 1825, de tan solo ocho años de edad.
Tanto le gustaban a los monarcas napolitanos María Amalia de Sajonia y Carlos VII, las porcelanas que, en 1743 fundaron en Capodimonte, Nápoles, una fábrica de porcelanas a imitación de la fábrica de porcelanas de Meissen. En 1759, cuando hubieron de hacerse cargo del trono de España, sus instalaciones fueron trasladadas al palacio del Buen Retiro de Madrid.
Tras grandes recibimientos en Barcelona y Zaragoza, el 11 de septiembre de 1759 llegaron a Madrid los reyes María Amalia de Sajonia y Carlos III. Fueron recibidos por toda la Corte, y especialmente por la reina madre Isabel de Farnesio, quien había actuado de regente durante cuatro meses. La nueva familia real fijó su residencia en el Palacio de El Buen Retiro, debido a que las obras del Palacio Real, que estaba siendo levantado en el solar del incendiado Alcázar, aún no habían concluido.
Tras la llegada de los reyes María Amalia de Sajonia y Carlos III a Madrid en 1759, el segundo de sus hijos varones, Carlos (Portici, 1748-Roma, 1819), fue jurado Príncipe de Asturias como futuro heredero del trono español. Gobernando España posteriormente con el nombre de Carlos IV.
Cuando en 1759 los reyes Carlos III y María Amalia de Sajonia llegaron a Madrid el genio de la reina estaba más avivado que nunca, hasta el extremo de que sólo se amansaba en presencia de su marido, el rey. El trato con su suegra Isabel de Farnesio resultó un calvario, pese al buen trato que por carta se habían demostrado, pero como con las mujeres de sus hijastros Luis I y Fernando VI, empezó a entrometerse en el gobierno de la corte, cosa que, Amalia acostumbrada a dirigir su hogar no vio con buenos ojos. Evidentemente las discusiones debieron desarrollarse en italiano o en francés, ya que Amalia desconocía el español.
Según cuentan diversas crónicas cortesanas, la hostilidad existente entre la reina María Amalia de Sajonia y su suegra la reina Isabel de Farnesio era debida, además de al carácter dominante de Isabel, a las numerosas obligaciones que esta le imponía a su nuera. Entre ellas estaba la que obligaba a Amalia a visitar a su suegra durante al menos dos horas, y todos los días. Otra le impedía abrir las puertas de los balcones de los palacios, aunque estuvieran en verano.
Recogen las crónicas de la época, que hasta tal punto había empeorado el carácter de María Amalia de Sajonia cuando en 1759 vino a España con su esposo el rey Carlos III, que este, para tranquilizarla organizaba un gran número de cacerías por los bosques cercanos a Madrid, sobre todo los de La Zarzuela y El Pardo. Al parecer, esta afición calmaba visiblemente los decaídos ánimos de la reina, que añoraba mucho su vida en Nápoles.
El principal obstáculo que tuvo la reina española María Amalia de Sajonia cuando en 1759 se instaló con su esposo Carlos III en Madrid fue el del idioma. Ella desde su infancia hablaba alemán y francés, y tras convertirse en reina de Nápoles aprendió italiano. Cuando se convirtió en reina de España en un principio decidió hablar francés con todos los cortesanos, reservando el italiano para comunicarse con su marido, hijos y suegra.
Varios factores se unieron para amargarle a la reina María Amalia de Sajonia, esposa de Carlos III, su primera Nochebuena en España, y que tristemente resultó también la última. Además del desconocimiento del idioma, estaban el feroz invierno madrileño, los fríos aposentos del Palacio del Buen Retiro y la insalubre capital de España, que le pareció horrible en todos los aspectos. Sin olvidar que la salud de la reina había empeorado visiblemente como consecuencia sobre todo del clima, mucho más frío que el de Nápoles.
Parece ser que algunos cronistas de la época atribuyen a la reina María Amalia de Sajonia la frase: "...para acostumbrarme a este país creo que no me bastaría toda mi vida..." refiriéndose a España, país en el que tan solo pudo residir un año. Al parecer Madrid, la ciudad donde residió le causó a la reina una desagradable impresión, posiblemente por su falta de urbanismo y sobre todo por su insalubridad.
Según recogen las crónicas de la época, lo único que le gustó de verdad a la reina María Amalia de Sajonia de España fue el Monasterio de El Escorial. Hasta tal punto le agradó y cautivó el lugar que dejó escrito en su testamento que deseba ser enterrada en el Panteón Real del monasterio, y con el hábito de carmelita.
Resulta curioso que una reina de España no hable ni aprenda a hablar español. Esto sucedió con la esposa del rey Carlos III, quien no llegó a hablar castellano debido a la corta duración de su reinado, que apenas duró dos años. Tan solo uno de los cuales vivió en España, y más concretamente en Madrid.
María Amalia de Sajonia, durante su breve reinado introdujo ciertos cambios en el protocolo de palacio. Entre ellos el más conocido fue el de instalar un Belén en el palacio durante la Navidad. Las figuras que componían el nacimiento, y que los reyes habían traído de Nápoles se conservan hoy en día en el Palacio Real. María Amalia se sorprendió por el éxito que su belén había tenido entre los madrileños, inmediatamente imitado por todas las clases sociales.
Parece ser que al igual que a los reyes Isabel de Farnesio y Felipe V, a la mujer de su hijo Carlos III, la reina María Amalia de Sajonia tampoco le gustó nada la fiesta nacional española, los toros. Esto era debido a que María Amalia siempre había tenido un gran amor por los animales, y las corridas de toros le parecieron un espectáculo muy cruel, sobre todo para los toros.
Retrato del Infante Carlos Antonio de Borbón, Príncipe de Asturias (1748-1819); obra de A.R. Mengs. / Abajo, retrato de Fernando IV, Rey de Nápoles y de Sicilia (1751-1825)
La reina española María Amalia de Sajonia tuvo entre sus hijos a dos reyes y a una emperatriz. El segundo de sus hijos varones, Carlos Antonio llegó a ser rey de España como Carlos IV; Fernando (1751-1825), tercero de sus cinco hijos varones llegaría a ser rey de Nápoles y de Sicilia con el nombre de Fernando IV. Y su hija María Luisa (1745-1792), tras su matrimonio con Leopoldo II de Austria-Lorena se convirtió en la emperatriz de Alemania, después de ser gran duquesa de Toscana.
El duodécimo de los hijos de los reyes de España Carlos III y María Amalia de Sajonia, el infante Antonio Pascual de Borbón (1755-1817), sería quien, en 1808, asumiría la presidencia de la Junta Suprema encargada del gobierno de España tras la marcha de Fernando VII a Bayona como consecuencia de la llegada de las tropas francesas de Napoleón Bonaparte.
Parece ser que mientras la reina María Amalia de Sajonia iba poniendo las hermosas figuras del belén, que había traído de Nápoles, su esposo el rey Carlos III, preocupado por su deteriorada salud, le hablaba de edificar una fábrica de porcelana en el Buen Retiro, adecentar y modernizar las calles de Madrid, terminar el Palacio Real y los jardines y hacer otras muchas mejoras que España necesitaba. Todo con la intención de que la reina olvidase la tuberculosis que minaba su salud.
Pocos meses después de que Carlos III ocupara el trono, el veintisiete de septiembre de 1760 murió la reina, con los pulmones demasiado débiles por el tabaco, y de tuberculosis. Su esposo Carlos III confesó: "En veintidós años de feliz matrimonio, este es el primer disgusto serio que me da Amalia."
Carlos III, que había estado muy enamorado de María Amalia no volvió a contraer matrimonio.
Tras la muerte de su esposa María Amalia de Sajonia, el rey Carlos III nunca volvió a casarse, pero cumplió todas las promesas que le había hecho a ella. Madrid fue otro. Y las navidades españolas, también. Los artesanos levantinos rivalizaron con los italianos en la creación de figuras para el belén y años después, en Barcelona, se hicieron moldes de yeso para el nacimiento, baratos y populares. En Madrid, hasta los más pobres se acostumbraron a comprar figuras de arcilla cocida en los puestos de la Plaza Mayor. Tradición ésta que continua hasta nuestros días.
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