"Una noche de bodas de mierda"
La Princesa María Josefa Amalia de Sajonia (1803-1829), fue la hija del Príncipe Maximiliano de Sajonia y de la Princesa Carolina de Parma. Cuando su madre falleció de fiebres en 1804, la pobre princesita huérfana fue arrinconada por su padre y enviada a un convento a orillas del río Elba, del que no saldría hasta 15 años después (en 1819), para verse prometida en matrimonio al rey Fernando VII de España, un viejuno de 35 años desde la perspectiva de una adolescente como ella. Aparte de bordar, rezar con una devoción sin igual y escribir poesías que atufaban a cursilería, la princesa sajona no sabía nada del mundo exterior y mucho menos de la vida.
Casada un 20 de octubre de 1819 con Fernando, e informada de que en la noche de bodas debía acogerle en su cama, se negó en redondo por considerar ese acto inmoral e incompatible con lo aprendido en el convento. El real enfado del contrayente, que no estaba ya para cortejos y preámbulos románticos, llevó a la corte de Madrid a solicitar del papa Pío VII una carta personal suya para convencer a la flamante reina que el acto sexual entre cónyuges no era pecado sino un deber que tenía que cumplir a rajatabla.
Tras recibir la bendición del pontífice, la reina accedió finalmente a abrir su alcoba al ardiente e impaciente marido. Sin embargo, cuando Fernando VII apareció ante ella con su enorme miembro inflado e intentó, sin precalentamientos, introducírselo, María Josefa Amalia se puso a gritar horrorizada. Aterrorizada, no solo se meó del susto sino que encima se hizo caca, pringando a Fernando quien, encolerizado, salió de la alcoba de la reina echando pestes.
La Princesa María Josefa Amalia de Sajonia (1803-1829), fue la hija del Príncipe Maximiliano de Sajonia y de la Princesa Carolina de Parma. Cuando su madre falleció de fiebres en 1804, la pobre princesita huérfana fue arrinconada por su padre y enviada a un convento a orillas del río Elba, del que no saldría hasta 15 años después (en 1819), para verse prometida en matrimonio al rey Fernando VII de España, un viejuno de 35 años desde la perspectiva de una adolescente como ella. Aparte de bordar, rezar con una devoción sin igual y escribir poesías que atufaban a cursilería, la princesa sajona no sabía nada del mundo exterior y mucho menos de la vida.
Casada un 20 de octubre de 1819 con Fernando, e informada de que en la noche de bodas debía acogerle en su cama, se negó en redondo por considerar ese acto inmoral e incompatible con lo aprendido en el convento. El real enfado del contrayente, que no estaba ya para cortejos y preámbulos románticos, llevó a la corte de Madrid a solicitar del papa Pío VII una carta personal suya para convencer a la flamante reina que el acto sexual entre cónyuges no era pecado sino un deber que tenía que cumplir a rajatabla.
Tras recibir la bendición del pontífice, la reina accedió finalmente a abrir su alcoba al ardiente e impaciente marido. Sin embargo, cuando Fernando VII apareció ante ella con su enorme miembro inflado e intentó, sin precalentamientos, introducírselo, María Josefa Amalia se puso a gritar horrorizada. Aterrorizada, no solo se meó del susto sino que encima se hizo caca, pringando a Fernando quien, encolerizado, salió de la alcoba de la reina echando pestes.
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