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martes, 6 de diciembre de 2011

1715: EL MISTERIO DE LA DAMISELA DE MONTSÉGUR




LA TRAGEDIA DE MONTSÉGUR
Una Verídica Historia de Terror



Esta historia aconteció en el año 1715, en el Castillo de Montségur, situado al Sur de la localidad de Grignan, en Provenza (Francia) y hoy en ruinas. Por entonces, lo habitaban la familia del Marqués y de la Marquesa de Tabartel, señores del lugar, y su hija Éloïse, que tenía entonces 16 años. Ésta había sido prometida en matrimonio al Conde Henri de Soubeyran de Saint-Prix, perteneciente a una vieja familia de la nobleza de toga del Haut-Vivarais cuyo castillo se encuentra en la región del Ardèche.

La Novia Imprudente



El 25 de junio de 1715, se celebró el casamiento de Éloïse de Tabartel con el Conde de Soubeyran, acudiendo al evento todas las familias nobles de los alrededores para celebrar dicha unión. La madre de la novia ofreció a sus distinguidos invitados un gran banquete de bodas que debía terminarse con un baile entre los muros de su castillo, hasta bien entrada la noche. Después de que los novios bailasen hasta caer exhaustos, uno de los invitados propuso a los demás jugar al escondite. La sugerencia, bien acogida, fue aplaudida por la novia que, como habitante del lugar, jugaría con ventaja sobre los demás convidados al conocer muy bien todos los recovecos del castillo familiar. Para evitar ser fácilmente encontrada por los demás, Éloïse se aventuró a recorrer un ala desafectada del castillo cuyo acceso siempre le había sido terminantemente vetado por su madre. Sin duda pensó que, por ser el día de su boda, su madre le perdonaría esa pequeña infracción a las normas y se adentró en un pasillo oscuro y desangelado, buscando una habitación en la que poder esconderse de aquellos que la buscaban.

Pasaron un par de horas hasta que el juego se dio por terminado al descubrirse a todos aquellos que se habían escondido, excepto a Éloïse, que seguía sin aparecer. Extrañados, tanto la Marquesa de Tabartel como el flamante marido empezaron a preocuparse pidiendo a los demás invitados que la buscaran por todo el castillo. Por mucho que gritasen su nombre por corredores, salones y escaleras, solo les volvía el eco de sus voces. La búsqueda se prolongó durante horas sin resultado alguno. Alarmada, la Marquesa de Tabartel mandó alertar a los habitantes del pueblo para que la ayudasen. Todos, invitados y pueblerinos, antorchas en mano, empezaron a registrar minuciosamente el castillo y sus alrededores; desde las golfas hasta las bodegas, pasando por las antiguas y olvidadas mazmorras, los armarios disimulados en las paredes, las grandes chimeneas con puertas secretas y los pasadizos subterráneos, como los que llevaban a la cripta de la iglesia y el que desembocaba en el bosque, al pie de una gran roca coronada por la estátua de la Virgen... Nada.

Pasaron los días y la esposa del Conde de Soubeyran siguió sin aparecer. Por las noches, sobretodo en un castillo, se oyen ruidos extraños: las maderas crujen, el viento silba en las chimeneas y por debajo de las ventanas y puertas, dejandose oír como un largo y agónico gemido. En dos o tres ocasiones, la Marquesa de Tabartel y su yerno, asi como los criados, creyeron oír gemir, pero lo achacaron a las malas pasadas que da la imaginación.

El Conde Henri de Soubeyran, desesperado al no dar con su joven esposa, acabó por tirar la toalla y, antes que permanecer en Montségur, prefirió olvidar su tragedia yéndose a sus tierras. Nunca volvería al lugar. Pasó el tiempo, sucediéndose los años, y nadie consiguió esclarecer la misteriosa desaparición de la bella Éloïse de Tabartel. La familia de la desaparecida abandonó Montségur unos meses después, por culpa de su recuerdo, dejando el castillo al abandono y al cuidado de un guarda.


El Misterio Resuelto


Treinta y cinco años después, durante el verano de 1750, el joven Vizconde François de Soubeyran, que andaba de cacería (?) con un nutrido grupo de amigos por los alrededores del castillo de Montségur, quiso detenerse para almorzar con su séquito. Los visitantes descubrieron en una esplanada próxima al castillo una cruz de granito cuya inscripción rezaba: Éloïse de Tabartel, 25 de junio de 1715. Se toparon con el guardián del lugar, Antoine Garnier, y les explicó la misteriosa desaparición de la única hija de los Marqueses de Tabartel entre los viejos muros del castillo. Impresionados por el relato, el vizconde y sus amigos quisieron visitar la lóbrega mansión deshabitada y, tras la visita, se dispusieron a comer en el patio de armas. A medio almuerzo, estalló una tormenta y tuvieron todos que refugiarse al interior del castillo. Para hacer tiempo y, en espera de que cesara el chaparrón, el vizconde de Soubeyran quiso nuevamente visitar el lugar, espoleado por la curiosidad. Alejándose de sus amigos, se encontró al pie de una escalera, penetró en un largo corredor y se encontró con que no había salida y tenía que volver sobre sus pasos. Al dar la vuelta y regresar por donde había venido, tropezó con una baldosa suelta del pavimento. Tuvo el reflejo de adelantar sus manos a los lados para evitar la caída cuando sintió el muro desvanecerse bajo sus dedos. Oyó un ruido mecánico y una puerta disimulada en la piedra se abrió ante él, encontrándose de repente en una habitación oscura y sin ventanas. Apenas entrado, el mecanismo de la puerta secreta se reactivó cerrándose sobre él, sin que le diera tiempo a salir. Necesitó un momento para habituar sus ojos a la oscuridad de aquella habitación y, gracias a la débil luz que se colaba por un respiradero, pudo ver que no era muy grande. En medio de aquella estancia, distinguió una silueta extraña. Al acercarse, descubrió que se trataba de una mujer sentada en un sillón, que parecía estar adormecida, enfundada en lo que parecía un vestido de gala pasado de moda. Se aproximó, con el corazón a punto de estallarle en el pecho. Sobre una mesa cercana, descubrió un candelabro, un tintero y un libro. En el suelo, topó con la punta de su bota con lo que parecía una daga con la hoja manchada y ennegrecida. Un trozo de papel sobresalía del libro; sacudió el papel para quitarle el polvo y pudo leer a duras penas: "Oh, desgraciado, que la fatalidad ha empujado vivo en este abismo, encomienda tu alma a Dios, pídele perdón por tus faltas, resígnate al sacrificio de tu vida. Jamás saldrás vivo de esta tumba." La firma acabó por helarle la sangre: Éloïse de Tabartel.

El joven sintió un escalofrío recorrer su espalda. Acababa de dar con Éloïse, la novia desaparecida la noche de su boda, aquella misma protagonista de una historia de terror que le contó, en su infancia, su abuela Elisabeth de Saignan. Pero Éloïse no era más que un cadáver disecado, de labios encojidos y sonrisa siniestra, con las cuencas de los ojos vacías, pareciendo gritar en silencio para toda la eternidad. Aterrado, acababa de comprender que él también había caído en la misma trampa mortal, emparedado para siempre junto a aquella desafortunada. Se puso a gritar, a golpear en vano contra la puerta secreta de la pared que se había cerrado sobre él. Largas y angustiosas horas pasaron sin que encontrara la solución para abrir de nuevo aquella ratonera, y cayó la noche. Mientras se consumía, vio dos ojos brillantes mirarle desde el respiradero: era un gato. Consiguió agarrarlo y anudarle al cuello su pañuelo bordado con sus iniciales coronadas, y devolvió el gato al agujero por donde había salido, en la esperanza de que alguien lo viera, sino el guarda, sus amigos que debían andar buscándole por todos los recovecos del castillo.



El Castillo de Montségur en ruinas, en la actualidad.


Al día siguiente por la mañana, el guarda Garnier vio a su gato con un pañuelo anudado al cuello. Se fue derechito a avisar a los amigos del vizconde, que habían pernoctado en el castillo, para darles la noticia que debía estar seguramente vivo y atrapado en algún lugar del edificio. Fue observando los vaivenes del gato de Garnier, que aquellos descubrieron el respiradero... Con ayuda de picos, empezaron a demoler el muro, piedra a piedra, hasta abrir un boquete que dejó al descubierto un angosto pasadizo descendente, por el cual apenas conseguían oír los gritos del vizconde, dada su profundidad. Con ayuda de unas cuerdas, consiguieron hizar al desgraciado por aquel respiradero y rescatarle de aquella tumba infernal.

Retrato de François de Beaumont, Barón Des Adrets (1513-1587), pasó a la historia por su legendaria crueldad durante las guerras de religión que sacudieron Francia en la 2ª mitad del s. XVI.


François de Soubeyran supo que, tiempo después y tras investigar la historia del lugar, uno de los propietarios del Castillo de Montségur, en el agitado siglo XVI, fue el tristemente célebre Barón Des Adrets, un siniestro caballero de legendaria crueldad durante la guerra civil y religiosa que desangró Francia durante los reinados de Carlos IX y Enrique III. Los rumores de entonces pretendían que, ciertas noches, siniestros gemidos subían desde los subterráneos del castillo. Si hemos de creer la leyenda, el Barón Des Adrets tuvo el poder maléfico de desaparecer misteriosamente en su castillo para escapar de sus enemigos... Sin duda porque él conocía esa habitación secreta y su mecanismo infernal.

La terrorífica aventura del vizconde de Soubeyran en Montségur tuvo una sonada repercusión en toda la región, más cuando se resolvía de este modo la misteriosa desaparición de la hija de los Marqueses de Tabartel y su trágico final.

¿Cuanto tiempo duró la agonía de la desgraciada Éloïse, hasta que decidió ponerle fin al percatarse que jamás la encontrarían? Su demacrado cadáver fue rescatado y cristianamente sepultado en la cripta de la capilla del castillo, junto a sus antepasados, encontrando por fin el descanso eterno.

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