"Un Sonado Robo"
Fue la noche del 10 al 11 de enero de 1791 cuando, aprovechando la ausencia de la dueña del lugar, unos cinco ladrones se introdujeron en el Castillo de Louveciennes para perpetrar el más sonado robo de la época. Tras romper los cristales de una de las ventanas de la planta baja y forzar la lujosa cómoda* que se encontraba en la alcoba de la señora, echaron las zarpas sobre su deslumbrante contenido: las fabulosas joyas de la Condesa du Barry. Ésta se encontraba entonces en París, con su amante el Duque de Brissac, y no desaprovecharon la ocasión brindada. El botín valió la pena: se hicieron con ciento cuarenta grandes diamantes, setecientos brillantes, tres enormes zafiros, siete grandes esmeraldas y trescientas enormes perlas de un valor incalculable, incluyendo multitud de rubíes y otras piedras de menor tamaño, collares, medallones, cadenas y sortijas. Y se esfumaron en la noche... y de la faz de la tierra.
La Condesa du Barry, ex amante del difunto rey Luis XV, la víctima del crimen, denunció los hechos ante la policía y se estimó que le habían robado joyas por valor de 1 millón y medio de libras (hoy serían 15.300.000,00 Euros), una fortuna en piedras preciosas que habían sido regaladas precisamente por el desaparecido monarca. Dispuesta a recuperarlas, la condesa mandó imprimir el detallado inventario de sus alhajas, pieza a pieza, y mandó distribuir los impresos a diestro y siniestro prometiendo 1.000 luises de oro de recompensa a quien le ayudara a encontrarlas o se las devolvieran. Huelga decir que la publicación de semejante nomenclatura soliviantó los ánimos del populacho, en plena fiebre revolucionaria.
El hecho es que sus fabulosas joyas fueron finalmente descubiertas en Inglaterra más de un mes después y los ladrones, pillados en su intento de revenderlas a bajo precio a un rico joyero londinense, arrestados, por lo que la Condesa du Barry, avisada por la policía inglesa, tuvo que cruzar el canal para poder recuperarlas. Sin embargo, el asunto se complicó cuando los tribunales británicos cogieron con pinzas el caso por ser un robo cometido en Francia (en el que no tenían jurisdicción), y se limitaron a retener a los criminales en la cárcel de Newgate que, al fin y al cabo, habían cometido un delito en un país vecino y, torciéndose las relaciones franco-británicas en ese momento, no había acuerdo de extradición entre ambos países. La guinda del pastel a semejante desconcierto fue comprobar cómo la justicia británica había incautado las fabulosas joyas recuperadas, pruebas del delito, impidiendo a su legítima dueña recuperarlas y remitiéndolas a la custodia de los banqueros Hamersley & Morland, del Pall Mall de Londres, hasta que se celebrara el juicio.
En cuatro ocasiones, la Condesa du Barry tuvo que cruzar el Canal de la Mancha, requerida por la Justicia londinense. Sus gastos supusieron como poco un desembolso total de 51.000 libras, pagados por su generoso amante el Duque de Brissac. Finalmente, el juicio se celebró: los cinco cacos fueron condenados por intentar revender el producto del robo (no por cometerlo) e "invitados", una vez concluídas sus condenas, a ir voluntariamente a Francia por sus propios medios para ser juzgados por el robo (cosa que no hicieron). En cuanto a los diamantes, éstos fueron restituidos a su legítima propietaria pero, sorprendentemente, confiados provisionalmente a los banqueros Hamersley & Morland.
La condesa tuvo entonces que regresar urgentemente a Francia, al serle notificado el embargo de sus bienes tras ser acusada de "emigración" por el directorio de Versailles, y nunca volvió a Londres para recuperar sus joyas, ya que fue arrestada como sospechosa, juzgada y guillotinada.
Los excepcionales diamantes de la Du Barry fueron finalmente vendidos en subasta por James Christie, el fundador de la Casa de Subastas Christie's de Londres, el 19 de enero de 1795.
(*)_La famosa cómoda dónde se guardaban los diamantes y alhajas de la condesa, ejecutada por el ebanista Martin Carlin y decorada con paneles de porcelana de la Real Manufactura de Sèvres, valía por sí sola más de 40.000,00 libras!
Fue la noche del 10 al 11 de enero de 1791 cuando, aprovechando la ausencia de la dueña del lugar, unos cinco ladrones se introdujeron en el Castillo de Louveciennes para perpetrar el más sonado robo de la época. Tras romper los cristales de una de las ventanas de la planta baja y forzar la lujosa cómoda* que se encontraba en la alcoba de la señora, echaron las zarpas sobre su deslumbrante contenido: las fabulosas joyas de la Condesa du Barry. Ésta se encontraba entonces en París, con su amante el Duque de Brissac, y no desaprovecharon la ocasión brindada. El botín valió la pena: se hicieron con ciento cuarenta grandes diamantes, setecientos brillantes, tres enormes zafiros, siete grandes esmeraldas y trescientas enormes perlas de un valor incalculable, incluyendo multitud de rubíes y otras piedras de menor tamaño, collares, medallones, cadenas y sortijas. Y se esfumaron en la noche... y de la faz de la tierra.
La Condesa du Barry, ex amante del difunto rey Luis XV, la víctima del crimen, denunció los hechos ante la policía y se estimó que le habían robado joyas por valor de 1 millón y medio de libras (hoy serían 15.300.000,00 Euros), una fortuna en piedras preciosas que habían sido regaladas precisamente por el desaparecido monarca. Dispuesta a recuperarlas, la condesa mandó imprimir el detallado inventario de sus alhajas, pieza a pieza, y mandó distribuir los impresos a diestro y siniestro prometiendo 1.000 luises de oro de recompensa a quien le ayudara a encontrarlas o se las devolvieran. Huelga decir que la publicación de semejante nomenclatura soliviantó los ánimos del populacho, en plena fiebre revolucionaria.
El hecho es que sus fabulosas joyas fueron finalmente descubiertas en Inglaterra más de un mes después y los ladrones, pillados en su intento de revenderlas a bajo precio a un rico joyero londinense, arrestados, por lo que la Condesa du Barry, avisada por la policía inglesa, tuvo que cruzar el canal para poder recuperarlas. Sin embargo, el asunto se complicó cuando los tribunales británicos cogieron con pinzas el caso por ser un robo cometido en Francia (en el que no tenían jurisdicción), y se limitaron a retener a los criminales en la cárcel de Newgate que, al fin y al cabo, habían cometido un delito en un país vecino y, torciéndose las relaciones franco-británicas en ese momento, no había acuerdo de extradición entre ambos países. La guinda del pastel a semejante desconcierto fue comprobar cómo la justicia británica había incautado las fabulosas joyas recuperadas, pruebas del delito, impidiendo a su legítima dueña recuperarlas y remitiéndolas a la custodia de los banqueros Hamersley & Morland, del Pall Mall de Londres, hasta que se celebrara el juicio.
En cuatro ocasiones, la Condesa du Barry tuvo que cruzar el Canal de la Mancha, requerida por la Justicia londinense. Sus gastos supusieron como poco un desembolso total de 51.000 libras, pagados por su generoso amante el Duque de Brissac. Finalmente, el juicio se celebró: los cinco cacos fueron condenados por intentar revender el producto del robo (no por cometerlo) e "invitados", una vez concluídas sus condenas, a ir voluntariamente a Francia por sus propios medios para ser juzgados por el robo (cosa que no hicieron). En cuanto a los diamantes, éstos fueron restituidos a su legítima propietaria pero, sorprendentemente, confiados provisionalmente a los banqueros Hamersley & Morland.
La condesa tuvo entonces que regresar urgentemente a Francia, al serle notificado el embargo de sus bienes tras ser acusada de "emigración" por el directorio de Versailles, y nunca volvió a Londres para recuperar sus joyas, ya que fue arrestada como sospechosa, juzgada y guillotinada.
Los excepcionales diamantes de la Du Barry fueron finalmente vendidos en subasta por James Christie, el fundador de la Casa de Subastas Christie's de Londres, el 19 de enero de 1795.
(*)_La famosa cómoda dónde se guardaban los diamantes y alhajas de la condesa, ejecutada por el ebanista Martin Carlin y decorada con paneles de porcelana de la Real Manufactura de Sèvres, valía por sí sola más de 40.000,00 libras!
Avisen a la policia o a la guardia civil
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