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domingo, 29 de octubre de 2017

ACTUALIDAD: La Independencia de Catalunya, el problema de Europa

CATALUNYA: París y sus vecinos europeos se equivocan

La historia prueba que esas declaraciones de rechazo al independentismo, rara vez resisten a las realidades políticas.

Artículo de Jean-Baptiste Naudet.



Así, París y las principales capitales europeas han anunciado que no reconocerían la independencia de Catalunya. Conocemos los principales argumentos: el respeto de la ley, de la Constitución española y, en segundo plano, el miedo de una “balcanización” de Europa.

La historia, dicen, es una sucesión de errores de cálculo. Y parece ser que en materia de independentismo, nuestros dirigentes quizás no han conseguido aprender a contar bien. Antes que barrer de un  manotazo la proclamación del 27 de octubre, mejor les habría ido callarse, simplemente callarse. Por varias razones. Primero, porque, sin remontar demasiado atrás y quedándonos en el continente europeo, la historia demuestra que este tipo de declaraciones, a veces contraproducentes, de rechazo al independentismo, resisten raras veces a las realidades políticas. ¿Cómo llamamos a un líder separatista que ha triunfado? Un Jefe de Estado.

Y he aquí que nuestros dirigentes franceses se turnan en Argel para ir a estrechar la mano de un fuera-de-la-ley! Un bandido! Un rebelde! El terrorista del FLN (sin embargo Jefe del Estado Argelino) Abdelaziz Bouteflika. En Argel, vamos incluso a pedir perdón, pero solo con la boca pequeña, por haber masacrado (“legalmente”) hombres, mujeres y niños.

Más recientemente: ¿dónde se encuentra nuestro amigo Slobodan Milosevic, el Jefe de Estado serbo-yugoslavo, que París ha respaldado durante mucho tiempo contra vientos y mareas, en medio de las masacres, contra los “irrealistas” separatistas eslovenos, croatas, bosnios, kosovares, etc.? Ha muerto en prisión en el Tribunal Internacional de La Haya, mientras era juzgado por crímenes de guerra y crímenes de lesa-humanidad.

¿Dónde están esos poco recomendables líderes separatistas de la ex Yugoslavia a los cuales nuestros dirigentes no querían dirigir la palabra? En el poder, en Zagreb, en Pristina, en sus repúblicas independientes. Para descargo del Quai d’Orsay, del Palacio del Elíseo, hay que decir que el embajador de Francia en Belgrado había analizado perfectamente la situación del conflicto. A los periodistas, a esos “catastrofistas sensacionalistas” que se horrorizaban por la peligrosa y sangrienta carrera chovinista de Milosevic, pequeño apparatchik comunista reconvertido al nacionalismo de la Gran Serbia, ese diplomático francés, escuchado en altísimos niveles del Estado Francés, respondía: “Cuando Yugoslavia estalle, estallará de risa.” Todos los que después vivieron, sobrevivieron a esos años de guerra de los Balcanes, no se han reído todos los días.

Tratándose de separatismo, de independentismo, la clarividencia de nuestros dirigentes ha sido aún más impactante en la ex Unión Soviética y en Rusia. En nombre de un apoyo sin fisuras a Mikhail Gorbachov (por otro lado organizador de sangientos conflictos separatistas en la Unión Soviética), el presidente francés François Mitterrand trató con desdén, ninguneó, humilló a Boris Yeltsin, primer presidente electo de Rusia. Resultado: cuando la URSS desaparece y Gorbachov con ella, cuando Bori Yeltsin se convierte en el Jefe de Estado de una de las mayores potencias del mundo, nuestros dirigentes se emplean a corregir, diciéndole que todo lo que hace es justo y bueno. Como por ejemplo aplastar, en la sangre y la tortura, a la minúscula Chechenia (separatistas, musulmanes para colmo). Total que, para reparar un error, se cae directamente en la infamia.

Haz lo que te digo, no lo que yo hago

Sabemos que nuestros dirigentes, de tradición centralista, “integracionista” y jacobina, están en contra de la separación de Catalunya del resto de España, que no reconocen el referéndum sobre la independencia organizado por Barcelona el 1 de octubre pasado. Pero, curiosamente, no dijeron nada cuando los Británicos (que no deben ser tan demócratas como los Franceses o los Españoles?), organizaron un voto separado sobre la independencia de Escocia.

Muy extrañamente también, es en nombre del referéndum de independencia separado que Francia ocupa ilegalmente Mayotte, la cuarta isla del Archipiélago del Estado de las Comores, en el Océano Indico, desde 1975 y que París se hace condenar regularmente por ello ante la ONU. Así que, es menester que en Madrid el primer ministro español haga lo que Francia le dicta pero, sobretodo, que no haga como ella. Y aún así…

Pero lo más grave no está en eso. Lo más problemático no es la cuestión jurídica que, en el conflicto catalán, no es más que el ridículo taparrabos democrático de la confrontación de dos nacionalismos. Al respaldar, incluso indirectamente Madrid contra Barcelona, “en nombre de la ley”, París y las demás capitales europeas alientan a los conservadores en el poder del Partido Popular español, lejano heredero del franquismo, con tendencias autoritarias, machistas y dominadoras, a utilizar la represión contra el independentismo catalán. Que estemos a favor o en contra, que ese independentismo sea una buena cosa o no lo sea, aquí no está la cuestión. La cuestión es que la represión, aunque fuera “legal”, tiene muy pocas posibilidades de llegar a ninguna parte. Todo lo contrario. Se arriesga a ser contraproducente, a alimentar el fuego de la indignación y de la revuelta y, finalmente, a hacer de la independencia, que se pretendía combatir, en un hecho inevitable. Quizás lo sea ya.

Cuando los independentistas catalanes solo tenían una mayoría relativa en votos (entre un 40% y 45%) antes de la represión española en el referéndum “ilegal”, según Madrid, los separatistas catalanes, a los que se unieron los “indecisos” indignados por los porrazos, se habrían convertido en mayoritarios según un sondeo confidencial. El único medio de reprimir eficazmente un movimiento independentista tan poderoso como el de Catalunya, que reúne casi la mitad de la población (sin duda ya superior en número desde el 1 de octubre), es el aplastamiento a lo Putin en Chechenia, a la Milosevic en Kosovo.

Entonces, si queremos evitar a cualquier precio el riesgo de un baño de sangre, hay que reconducir Madrid para que tome la única vía posible, la única solución democrática: la del diálogo, la de organizar, si no es ya demasiado tarde, modificando la Constitución española, un referéndum legal sobre la independencia en Catalunya. Si Madrid, París o Berlín pretenden conservar a Catalunya en el seno de España, deben arriesgarse a perderla en esa votación. Catalunya debe sentirse libre. Es por eso que lucha. Es como en un matrimonio: cuanto menos libre se sienta, con más ganas querrá partir.

Sabemos que el Partido Popular español en el poder en Madrid (la derecha conservadora que, por naturaleza, no comprende jamás que los tiempos cambian), siempre ha estado en contra del divorcio. Pero es legal hoy en España.  Y no es legal dar una paliza a su mujer si ella quiere marcharse. Y si mañana las porras de una Guardia Civil aún infiltrada por fascistas y por nostálgicos del franquismo se abaten sobre manifestantes pacifistas catalanes, si se derrama sangre en Barcelona, veremos cómo el pueblo francés tomará partido. Francia no son las declaraciones del Elíseo, no son los comunicados del Quai d’Orsay que, desde la caída del muro de Berlín, ha reconocido en Europa la independencia de todos los países a los que, sistemáticamente, había jurado jamás reconocer. Francia es la Revolución Francesa (ilegal). Es lo que hay escrito en nuestros edificios públicos. “Libertad, Igualdad, Fraternidad”. Y para Catalunya también.


Jean-Baptiste Naudet, periodista en Obs.

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