En la historia británica no se conoce una coronación tan catastrófica como la de los reyes Jorge III y Carlota Sofía. La pomposa ceremonia se celebró el 22 de septiembre de 1761 en la Abadía de Westminster y empezó con mal pie; gracias a la desorganización de sus responsables, se extraviaron la Espada de Estado y los asientos en los que Sus Graciosas Majestades debían sentarse. Aquel incidente, que retrasó la ceremonia durante varias horas, no fue el último. En el momento de ponerse en marcha la solemne procesión de los dignatarios de la Corona que precedían y seguían a los monarcas, se creó tal confusión entre ellos en la asignación de puestos protocolarios que se alteró el orden de la misma y, para cuando ya se aclararon los rangos de cada uno de ellos según la rigurosa etiqueta, ya había anochecido. Peor aún; una de las valiosas gemas que adornaban la corona de San Eduardo, y que Jorge III ceñía tras ser ungido y consagrado, cayó inesperadamente al suelo. Aquella siniestra señal fue, posteriormente, relacionada con la pérdida de las colonias norteamericanas...
¿Has pensado alguna vez cuantas historias se esconden tras un retrato? Pues ésas son las que componen lo que llamamos "Historia".
jueves, 10 de mayo de 2012
CURIOSIDADES -30-
En la historia británica no se conoce una coronación tan catastrófica como la de los reyes Jorge III y Carlota Sofía. La pomposa ceremonia se celebró el 22 de septiembre de 1761 en la Abadía de Westminster y empezó con mal pie; gracias a la desorganización de sus responsables, se extraviaron la Espada de Estado y los asientos en los que Sus Graciosas Majestades debían sentarse. Aquel incidente, que retrasó la ceremonia durante varias horas, no fue el último. En el momento de ponerse en marcha la solemne procesión de los dignatarios de la Corona que precedían y seguían a los monarcas, se creó tal confusión entre ellos en la asignación de puestos protocolarios que se alteró el orden de la misma y, para cuando ya se aclararon los rangos de cada uno de ellos según la rigurosa etiqueta, ya había anochecido. Peor aún; una de las valiosas gemas que adornaban la corona de San Eduardo, y que Jorge III ceñía tras ser ungido y consagrado, cayó inesperadamente al suelo. Aquella siniestra señal fue, posteriormente, relacionada con la pérdida de las colonias norteamericanas...
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