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domingo, 5 de agosto de 2012

BARNAVE: Las dos caras de la Revolución Francesa

ANTOINE PIERRE JOSEPH MARIE BARNAVE
1761 - 1793
"Las dos caras de la Revolución"



Nació el 21 de septiembre de 1761 en Grenoble, capital del Delfinado (Departamento de Isère), y murió guillotinado el 29 de noviembre de 1793 (9 Frimario Año II), en la actual Plaza de la Concordia, París. Fue abogado (de confesión protestante) en el Parlamento de Grenoble, miembro de los Estados del Delfinado que se reunieron en el castillo de Vizille en 1788, y diputado del Tercer Estado para el Delfinado en los Estados Generales reunidos el 5 de mayo de 1789 en Versailles.

Llegó a Versailles junto a su amigo Mounier, precedido de una notoriedad adquirida durante la rebelión de los Estados Provinciales del Delfinado, y su nombre estuvo asociado a "La Jornada de las Tejas" (Grenoble, 1788).

Barnave era un orador nato, un "héroe parlamentario" que fue, en suma, uno de los fundadores del régimen político actual francés.

Fue uno de los fundadores del Club de los Jacobinos, antiguamente llamada "Sociedad de los Amigos de la Constitución y de la Libertad", y constituyó un "triumvirato" con Lameth y Duport que, paulatinamente, se opuso a los ministros. Presidente de la Constituyente en octubre de 1790, goza entonces de una enorme popularidad, popularidad que menguará entre los demócratas cuando se opone al Sufragio Universal y a la emancipación de los esclavos en las colonias de ultramar (los Lameth tenían intereses en las plantaciones), que le atraerán la hostilidad de Brissot, Robespierre y el abad Grégoire, "Amigos de los Negros".

Ejerció sobre la Asamblea una influencia comparable a la del Marqués de Mirabeau, al cual, junto con Alexandre de Lameth y Adrien Duport, se opuso. Durante los debates sobre la Constitución, intervino de manera constante para restringir las prerrogativas reales. Posteriormente, encargado de traer de vuelta a París al rey Luis XVI, tras la huída de Varennes, se operó un acercamiento a la Familia Real y defendió su irresponsabilidad. Mantuvo una correspondencia secreta con la reina Maria-Antonieta y se unió al Club de los "Feuillants" y al partido monárquico-constitucional, abandonando a los Jacobinos y militando contra la República y contra cualquier intento de vulnerar el derecho de propiedad.

A la muerte de Mirabeau, en 1791, fue propuesto como sucesor de éste en calidad de consejero de la Corte. El mismo año, Barnave toma la dirección del periódico "Le Logographe". Aconsejó al rey adherirse a la Constitución de 1791 y desolidarizarse de los emigrantes. No siendo elegido para la Asamblea Legislativa, se retiró en su Delfinado natal permaneciendo fiel a dos principios: nada de contra-revolución, como tampoco la intervención extranjera en los asuntos internos de Francia. Pretendió evitar la guerra que, según él, no haría más que dar paso a una revolución democrática y el advenimiento de la República. Es por ello que, a través de su correspondencia con la reina, instó a ésta a que la realeza mostrara lealtad a la Constitución y condenase la emigración, siempre perseverando en el intento de evitar la guerra contra el emperador. Se descubre, tras el 10 de agosto de 1792, que aconsejó al rey, junto con Alexandre de Lameth, oponer su veto a los decretos sobre los emigrados y los sacerdotes refractarios. El 15 de agosto de 1792, se decretó su arresto en Grenoble. Condenado a muerte por el Tribunal Revolucionario, es ejecutado el 29 de noviembre de 1793.



Decapitado durante el Terror, fue guillotinado por haber sido uno de los sostenes y defensores de la monarquía constitucional. Su cadáver, cabeza y cuerpo, fue transportado hasta una fosa común del cementerio de La Madeleine, dónde también fueron sepultados Brissot "el amigo de los Negros", y la reina Maria-Antonieta de Austria-Lorena "Viuda Capeto".

Barnave se casó con una noble, Marie-Louise de Presle, de la que tuvo un hijo y dos hijas. Una de sus principales obras, "Introducción a la Revolución Francesa", fue redactada durante su arresto en 1792, y publicado posteriormente en 1843.

Su última frase pronunciada al pie del cadalso se hizo célebre:

"He aqui el precio de todo lo que he hecho para la Libertad".

1 comentario:

  1. http://www.hispanidad.com/noticia.aspx?ID=20349
    Inmaculada Concepción: la batalla que perdió Felipe

    Durante su estancia en el Palacio de La Moncloa, Felipe González le ganó muchas batallas a la Iglesia pero perdió la de la Festividad de la Inmaculada Concepción.

    Consiguió, por ejemplo, por medio de normas propias o con la ayuda de las autonomías gobernadas por el PSOE y por la inopia habitual del Partido Popular y su empeño en centro-reformista, convertir a San José en día laboral, y al patrón de España, Santiago Apóstol. Consiguió que el Jueves Santo se convirtiera en un día laboral y, apoyado por el ambiente dominante, otras fiestas como el Corpus se trasladaron al domingo. Incluso hubo un intento de terminar con la Festividad de los Reyes Magos, pero ahí el comercio puso el grito en el Cielo. Algo similar a la presión permanente para cambiar la Fiesta Nacional del 12 de octubre al precitado 6 de diciembre. ¿Por qué? Porque el 12 de octubre nació para festejar al Virgen del Pilar, primera patrona de la hispanidad. Y claro, eso no puede ser. Contra la festividad de la Inmaculada, 8 de diciembre, se arguyó todo, especialmente su cercanía con al aniversario de la aprobación en referéndum de la Constitución Española, dos días antes. Sin embargo, el pueblo que 500 años antes del dogma ya festejaba la Concepción sin mancha de Santa María, y corría a boinazos a los teólogos que osaban negarlo (el genial Vittorio Messori ha narrado esta jugosa historia con pelos y señales), se negó en redondo, y González tuvo que dar marcha atrás ante la más que previsible pérdida de votos que podría acarrearle.
    La Inmaculada Concepción es, por decirlo pronto, el dogma español, repugnante nacionalismo teológico que sólo debe ser considerado en sentido figurado. Juan Pablo II siempre se refería a España como “la tierra de María” y ni Felipe González ni nadie ha logrado borrar ese amor por Santa María, amor recio, de los españoles, que con la lógica afilada del Quijote y el sentido común de Sancho, concluyen que la madre de Dios no podía haber venir al mundo con el pecado original que a todos nos atenaza y que hoy llamaríamos “tendencia a fastidiar”.
    Toda una derrota del poderoso y astuto Felipe González, que, sin duda, algo quiere decir.
    Eulogio López

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