EL TENEDOR: una novedad importada desde Italia
El tenedor, tal y como lo conocemos hoy (utensilio, junto con el cuchillo y la cuchara, indispensables en una mesa) parece haber sido creado en Italia en el siglo XI, aunque otras fuentes apuntan al siglo XIII para marcar su introducción en Europa procedente del Imperio Bizantino. En cualquier caso, fue una princesa italiana, Catalina de Médicis (1519-1589), princesa de Urbino quien, recién llegada a Francia para desposarse con el que fuera posteriormente Enrique II de Francia, heredero del rey Francisco I, introdujo el cubierto en la corte gala junto con otras novedades culinarias traídas de Florencia y de Venecia (entre ellas el consumo de pasta, alcachofas y espinacas). En un principio, el tenedor servía para pinchar la fruta pero se miraba ese instrumento como un objeto estrafalario en una sociedad donde ricos y pobres comían con los dedos, y solo utilizaban los cuchillos para cortar carnes o despedazar aves.
Retrato de Catalina de Médicis, Reina de Francia (1519-1589); según Clouet.
En el curso del siglo XVI, la moda de las gorgueras, cada vez más voluminosas y extravagantes a la par que rígidas, empujaron a los cortesanos de Enrique III de Francia -patrocinador del refinamiento en el ámbito doméstico-, a echar mano del tenedor de dos puntas para llevarse a la boca las viandas, verduras y frutas sin mancharse.
Pasado el reinado de Enrique III, tachado de extravagante y amanerado, sus sucesores volvieron a utilizar los dedos para comer y esto duró hasta el final del reinado de Luis XIV quien afirmaba a su heredero el Gran Delfín -que utilizaba cubiertos en su mesa-, en una monumental reprimenda, que (...) "si Dios había dado dedos a los hombres era para que comieran con ellos y no para sostener un ridículo tenedor."
Pese al conservadurismo del Rey-Sol en esa materia, tanto el tenedor como el cuchillo se hicieron imprescindibles en las mesas aristocráticas de la segunda mitad del siglo XVII y sufrieron modificaciones en sus diseños bajo la Regencia de Felipe II de Orléans, generalizándose su uso en todas las cortes europeas del siglo XVIII.
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