Antes del año 595 d.C., y bajo los primeros reyes francos de la dinastía Merovingia, el asesinato era perdonado a cambio de un puñado de monedas contantes y sonantes, como si se tratase de una multa por falta grave: por matar a un obispo, el asesino debía abonar 400 escudos; por un pastor o un campesino, 30 escudos; por un orfebre y joyero, 150... Pero todo cambió en febrero de 595, cuando el rey Childeberto II decretó que todo asesinato sería castigado con la pena de muerte.
Anécdota del Siglo VI.
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