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viernes, 8 de noviembre de 2013

PARÍS, 1684: El Caso de la Princesa Asesina

LA DAMA SANGUINARIA



Si los Británicos tuvieron a un hombre que aterrorizaba a las mujeres de mala vida con Jack "el Destripador", los Franceses también tuvieron a su asesino en serie, con la diferencia de que se trató de una mujer que masacraba únicamente a los hombres de buena familia, y que sobrepasó ampliamente el número de asesinatos cometidos por el serial killer de White Chapel. La única semejanza que puede existir entre ambos psicópatas parece ser la nacionalidad: los dos eran ingleses.

París, Año de Gracia de 1684. Los Parisinos llevan 2 meses encerrándose a cal y canto en sus casas al correr por las calles un escalofriante rumor: una bellísima mujer estaría tras las misteriosas desapariciones aún por resolver de 26 jóvenes muchachos pertenecientes a ricas familias de la capital, todos ellos de entre 17 y 25 años de edad.

Algunos piensan que es una princesa que padece del hígado y que, para curarse, toma baños de sangre joven y rica en testosterona; otros apuntan hacia los proveedores de colonos hacia las Américas; en otros círculos, se difunde que los culpables son los Judíos y que éstos utilizan la sangre cristiana para sus extraños rituales del Sabbat.

El temor de la gente de la capital, que va in crescendo y amenaza con provocar alguna que otra caza popular de brujas contra la comunidad Judía o contra quien pareciera sospechoso, empuja al rey Luis XIV a tomar cartas en el asunto. Para ello, no duda en utilizar a su mejor sabueso, el famoso Gabriel Nicolas de La Reynie, Teniente-General de la policía de París. Este último delega la investigación del caso al policía Lecoq, su más eficaz inspector, y ése mismo envía a su propio hijo, de nombre Exupère, a patrullar por las calles más de moda de la capital y, sobretodo, para servir de anzuelo.

 
Retrato de Gabriel Nicolas de La Reynie, Tnte. General de la Policía de París.


Disfrazado de joven pimpollo-gentilhombre guarnecido con una bolsa repleta de luises, Exupère Lecoq se pasea por calles y plazas en busca de la sospechosa ideal. Con espléndido aspecto de noble acaudalado, frecuenta los jardines de Las Tulerías, del Palacio de Luxemburgo, el Palais-Royal, ... dónde lo más granado de la capital suele mostrarse. Tras cinco días de paseos, se topa por fin con una bellísima dama acompañada de su "dueña" en los jardines de Las Tulerías. Después de algunos intercambios galantes, en las que Lecoq Hijo declara su violenta pasión por ella, éste recibe las confidencias de la acompañante quien le explica que su señora, en realidad, es una rica princesa polaca que responde al nombre de Jabirouska . Fijan una cita para esa misma noche, a las 21 horas, frente a la iglesia de Saint-Germain-L'Auxerrois.

Por fin de noche, el disfrazado Exupère Lecoq en ingénuo caballero es conducido por la dama de compañía de la princesa hasta la calle des Orfèvres e introducido en una casita, dónde es recibido "discretamente" por la galante princesa. Se deja seducir por ella a la luz de los candelabros; tanto que, casi olvida su misión al caer bajo el embrujo de esta hermosa Circe. En un momento dado, la dama se ausenta del salón con el pretexto de refrescarse (en realidad, iba a avisar a sus 4 cómplices que estuvieran preparados para asesinar al suspirante). Lecoq Hijo aprovecha entonces su ausencia para inspeccionar la estancia ricamente decorada. Tras unos paneles, descubre horrorizado una decena de cabezas cercenadas recién embalsamadas y dispuestas sobre bandejas de plata.

Lecoq Padre, que esperaba fuera con sus agentes una señal de su hijo para entrar en tropel en el domicilio de la asesina, procede in extremis al asalto. Al oír el escándalo, la supuesta princesa irrumpe en la estancia con sus cuatro esbirros pero son inmediatamente apresados. Lo que descubren entre sus muros es realmente macabro: no solo encuentran cabezas cortadas, sino también cuerpos mutilados, miembros amputados por decenas. La dama, su "dueña" y los esbirros son inmediatamente arrestados, encarcelados, sometidos a tortura sin contemplaciones. Se descubre el motivo de semejante carnicería: el dinero. La distinguida dama, que se hacía pasar por princesa, no era más que una vulgar charcutera que comerciaba con los cadáveres de sus víctimas y se llenaba los bolsillos vendiéndolos a los estudiantes de medicina (las clases de anatomía humana eran, en esa época, poco tolerados y solo disponían de un cadáver al año para estudiarlo); en cuanto a las cabezas cercenadas, las vendía a muy buen precio a los frenólogos del otro lado del Rhin.

La falsa princesa devora-hombres afirmaba ser en realidad una noble inglesa de rancio abolengo que respondía al nombre de Lady Olympia Guilfort. Pero no era otro que uno de sus muchos alias. Lo único cierto al parecer fue su nacionalidad. Aristócrata o no, la Justicia Francesa la miró como lo que era: una vil asesina que encima sacaba pingües beneficios de sus crímenes. Mientras sus 5 cómplices fueron condenados a muerte y ejecutados públicamente poco después, ella desapareció en extrañas circunstancias.

 
Retrato del Príncipe Felipe de Francia, Duque de Orléans (1640-1701).


Más tarde se supo que, al comentar el caso el rey a su hermano el Duque de Orléans y a otros altos personajes de su corte, uno de ellos fraguó en su enfermiza mente la idea de sacar a la asesina de su celda para invitarla a cenar. El autor de semejante idea no era otro que el Caballero de Lorena, favorito de Monsieur, hermano del rey, quien consiguió convencer al príncipe que cenar con una asesina sería tremendamente divertido. Después de las protestas iniciales del Duque de Orléans, éste acabó autorizando la comedia y dejó a su favorito la organización de tan extraña velada.

 
Retrato del Caballero Philippe de Lorena-Armagnac (1642-1705).


Sacada de su celda bajo un falso pretexto y gracias a una orden rubricada por el príncipe, la pseudo-princesa asesina fue trasladada en carroza a una casa de campo a las afueras de la capital. Allí, fue recibida por el Duque de Orléans, el Caballero de Lorena y el Marqués d'Éffiat. Los cuatro cenaron y se divertieron a placer hasta que, tras observar al tenebroso personaje, el Duque de Orléans sentenció que era menester enviarla a La Bastilla y dejar que la Justicia Real se encargase de ella. El Caballero de Lorena opinaba que lo mejor era trasladarla en secreto a Bruselas o a La Haya y dejarla libre, como justo pago a ese divertimento. Harto y aburrido, el príncipe se marchó, dejando a la asesina en compañía de su favorito y del marqués quienes pretendían coronar la extraña velada con una pequeña orgía sexual a tres. El caso es que la dama en cuestión no se creyó las promesas de sus dos compañeros: los emborrachó a conciencia y, cuando ya habían caído en la mayor de las somnolencias, aprovechó para escapar de sus viciosos captores. Lo hizo tan bien que nunca más se supo de ella.

Desvanecida la asesina, se tapó el asunto para evitar el escándalo y se dijo que ésta había muerto en su celda de La Bastilla la misma noche de su traslado.

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