LA SOBERBIA SERÁ LA
PERDICIÓN DE ESPAÑA
El tsunami democrático europeo hace estragos en España
La reciente
sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea hará historia. Y no
únicamente dentro del marco jurídico-político del Estado Español, también en el
internacional. Para empezar, el requisito que dice que los eurodiputados tienen
que pasar primero por el Congreso a jurar la Constitución ha sido borrado de un
plumazo porque, como afirma la sentencia, impecablemente democrática, la calidad
de eurodiputado sólo (¡sólo!) la otorga la ciudadanía con sus votos, ninguna
formalidad ulterior estatal. España, pues, tendrá que pintarse su “formalidad”
al óleo ya que no se puede subordinar el veredicto de las urnas a ningún
caprichito nacionalista. Estamos hablando de una sentencia que crea
jurisprudencia, que afecta a todos los estados miembros de la UE y que será un
referente en el futuro.
Otra razón
por la cual esta sentencia hará historia es porque constituye una
descalificación contundente de la judicatura española y pone en evidencia que
no está al servicio de la justicia, sino al servicio del Estado, de manera que
acusa, juzga y condena en función de los intereses políticos. El llamado “juicio
del Procés”, como hemos visto, ha sido una farsa repugnante, una burla al
derecho democrático y un acto de venganza contra Catalunya por haber quitado la
máscara al Estado Español y mostrado la fantasmada que supuso su famosa “Transición”:
una pura escenificación de la filosofía del príncipe de Salina, el personaje de
Tomasi di Lampedusa, encarnada en esta frase: “Era necesario que alguna cosa cambiara para que todo continuara como
antes”.
Pero la
bomba jurídica lanzada por el TJUE sobre el Estado Español ha tenido otros
efectos, especialmente en los ámbitos simbólico, psicológico y moral: un
gigantesco descrédito que lo emparenta con Turquía, una humillación que le ha
dejado en estado de shock –recordemos
cómo se escondieron Pedro Sánchez y Miquel Iceta- y un batacazo moral
imborrable. Otra cosa son los golpes de efecto que hace y que hará para
aparentar que Europa le resbala. La notificación de la sentencia contra el Presidente
Quim Torra el mismo día que Europa condenaba a España es un ejemplo, cosa que
demuestra hasta qué punto no hay separación de poderes en el Estado Español.
Los cajones y las carpetas judiciales se abren y cierran en función de los
intereses políticos de cada momento.
No es casual
que la letra del himno de Catalunya defina a esta gente como “ufana y soberbia”. La suficiencia y la
soberbia son rasgos definitorios del Estado Español y, cuatro siglos después,
sigue fiel a ese talante. Esperar un cambio, por tanto, es soñar. No solo no
cambiará sino que nunca, nunca, nunca cumplirá ni uno de los pactos que haga
con Catalunya o con algún partido catalán. Nunca. Todos los acuerdos, todos los
pactos, todos los compromisos que no estén tutelados por una instancia
internacional serán automáticamente incumplidos por España sin el menor reparo
ni escrúpulo, por la sencilla razón de que su fanatismo místicoreligioso establece
que la unidad de España está por encima de los derechos humanos y, en
consecuencia, justifica la violación de éstos.
Estos días,
el mundo ha tenido una prueba de las chabacanas presiones españolas a David
Sassoli, presidente del Parlamento Europeo, exigiéndole que aplazara tanto como
pudiera cualquier decisión vinculada con la sentencia y con sus efectos en las
personas del Presidente Carles Puigdemont, el vice-presidente Oriol Junqueras y
el conseller Toni Comín. En este sentido, fue un espectáculo esperpéntico el
comportamiento de Josep Borrell, abandonando, rabioso, la eurocámara para no
tener que oír las directrices de Sassoli, y el de Iratxe García, presidenta del
grupo socialista europeo y mano derecha de Pedro Sánchez, amenazando a Sassoli
y gritándole “¡tú no puedes hacer esto a
España!¿Te das cuenta de lo que vas a hacer?”. El diario francés Libération lo titulaba “Ataque de nervios español en Estrasburgo”,
y lo explicaba muy gráficamente hablando de funcionarios españoles infiltrados
a las órdenes de Madrid y del comportamiento histérico de Iratxe García. Lo
decía así: “García pierde el control de
sus nervios y se pone a gritar”. Y continuaba: “Rabiosa, tira los dossieres al suelo, pero Sassoli, en absoluto
alterado por la violencia española, no cede”. El episodio se repitió cuando
García intentó impedir la fotografía de Puigdemont y Comín luciendo el
distintivo dentro de la eurocámara, pero fracasó estrellándose contra la
democracia y, como hemos visto, la fotografía dio la vuelta al mundo.
La sentencia
del TJUE, ya lo vemos, es un tsunami democrático que ha hecho estragos en
España, la ha herido profundamente en su orgullo y ha demostrado que lo único
que le interesa de Europa son las ayudas económicas. España sólo es europea
geográficamente hablando, porque de pensamiento nunca lo ha sido. Por esto,
cuando Europa no le ríe las gracias, la maldice. “¡Con Alemania no se habrían atrevido!” gritaron los políticos
españoles mientras vomitaban su bilis. Es para contestarles que si los quince
inmigrantes africanos que ellos asesinaron cuando intentaban llegar a la costa
de Ceuta en 2014, hubiesen sido alemanes no se habrían atrevido, cobardes
racistas! “La Guardia Civil nos disparaba
a bocajarro” explicaba Hervé, un superviviente camerunés que escapó a la
matanza.
Estas
reacciones paroxísticas, como ahora considerar que Europa no deja que España
haga lo que le venga en gana, revelan un inmenso complejo de inferioridad, un
despecho por haber visto refutada aquella máxima española que dice “la ley soy yo” y un reconocimiento
implícito de la culpa. Eso es, España sabe de sobras que ha violado los derechos
humanos, y lo que le escuece no es que Europa lo haya visto sino que ose
reprochárselo. Su reacción, pues, viene de esta conclusión: “Tengo derecho a violar los derechos humanos
en nombre de la unidad de España cuando quiera y como quiera, y si me lo
reprochan es porque soy yo; a otro no se lo echarían en cara”. Es la
reacción de la soberbia.
Digamos
finalmente que la maniobra española para inhabilitar el President Quim Torra,
propia de un Estado absolutista dentro del cual los votos no tienen ningún
valor y los dirigentes políticos se quitan y se ponen en función de su sumisión
al régimen, forma parte de esta violación sistemática de los derechos políticos
y civiles. España sitúa la Junta Electoral –que es un órgano ultranacionalista
español- por encima del Presidente de la Generalitat y le acusa de desobedecer
por no haber retirado del balcón de palacio la pancarta que pedía libertad para
los presos políticos. Opina el Estado Español que no hay presos políticos y
que, por tanto, la pancarta no podía ampararse en la libertad de expresión. ¿A
que es alucinante ese razonamiento? Pues claro que lo es, pero éste es el
nivel. Sin embargo, la sentencia del TJUE deja bien clara la existencia de
estos presos políticos y la violación de los derechos políticos y civiles que
ha supuesto el “juicio del Procés”, razón por la cual todas sus consecuencias
deberían quedar sin efecto. Hablando en plata en tres puntos: uno, el President
Torra hacía uso de la libertad de expresión colgando una pancarta; dos,
defendía un derecho humano básico; y tres, su exhibición tenía y tiene más
sentido que nunca.
Dice un
antiguo proverbio que “toda perdición
tiene su origen en la soberbia”, y es bien cierto. La soberbia será la
perdición de España. No lo sabe ni lo quiere saber, pero lo será. Se diría que
necesita inventarse enemigos, como la independencia de Catalunya, para no tener
que afrontar esta terrible verdad, pero día tras día avanza inexorablemente
hacia su destino.
Artículo de Víctor Alexandre / in elmon.cat
29-12-2019.