sábado, 14 de enero de 2012

Anécdotas Históricas -96-

LOS CALZONES DE NAPOLEÓN I



La imagen ha popularizado los retratos de Napoleón I en uniforme. Todo el mundo sabe que el poderoso dueño de Francia iba normalmente vestido con una casaca verde de los coroneles de los Cazadores de la Guardia, de un chaleco y unos calzones de casimiro blanco. Esas dos últimas partes de su uniforme eran de una extrema delicadeza. La menor mancha hacía imposible llevarlos y, para colmo, el emperador no era nada cuidadoso. Siempre que se sentaba en la mesa, se manchaba inevitablemente. No dedicaba más de 20 minutos a sus comidas y, como siempre estaba ocupado en proyectos de gran envergadura, guiaba sin mirar sus manos del plato a la boca. Obviamente, las salsas acababan por inundar sus calzones y su chaleco inmaculados y, como la pulcritud de esos dos componentes de su vestimenta eran capitales, siempre acababa por cambiarlos. Esa operación solía ocurrir varias veces al día.



Eso llevó a Napoleón I a poseer un gran número de calzones y chalecos blancos, mucho mayor que el número de sus victorias. A base de limpiar sus trajes y de renovarlos con tanta frecuencia, la factura del Sr. Léger, el sastre de Su Majestad Imperial, se inflaba considerablemente. El proveedor se alegraba, ya que el Emperador era un cliente serio a quien se podía, con toda seguridad, abrir un crédito sin límite. Pero, en el Palacio de Las Tulerías, un alto funcionario veía con angustia aumentar la cuenta de gastos en calzones y chalecos: el Conde de Rémusat, Gran Maestre de la Guardarropía Imperial, encargado de velar por el correcto mantenimiento y renovación del armario del Emperador. Para ello, se le destinaba anualmente la suma de 20.000 Francos para sus uniformes pero, el gasto rebasaba desde hacía mucho el crédito concedido por el sastre.

Preocupado, Rémusat no osaba informar a Su Majestad que se estaba endeudando, ya que Napoleón no siempre se mostraba de buen humor. Una observación en un momento inoportuno, una palabra que le desagradara y el funcionario era fulminantemente despedido. Asi que, para evitar la cólera del Emperador, Rémusat no imaginó otro medio que el de hacer esperar al Sr. Léger y retrasar los pagos que se le adeudaban. El sastre tenía mucha paciencia; sin embargo, la cuenta llegó a los 30.000 Francos y el Emperador seguía manchando sus ropas!



Un día, Léger se encontró en la necesidad de disponer del dinero que se le adeudaba y solicitó al Conde de Rémusat que se le liquidara la cuenta. El Gran Maestre se salió por la tangente y consiguió retrasar el vencimiento a un mes. Expirados los treinta días, el sastre reiteró su demanda; Rémusat consiguió retrasar el pago quince días más. Al final, el pobre Sr. Léger tuvo que ir día si y día también a palacio para intentar que se le abonaran las cantidades adeudadas por el Emperador. Usando de estratagemas poco creíbles, Rémusat huía de él pretextando malestares, una urgencia o un recado de última hora para no recibirle.

Ese circo habría durado mucho de no ser que Napoleón juzgó oportuno encargar un uniforme nuevo. Las sesiones de prueba en palacio ofrecieron al sastre la ocasión de ver al Emperador en persona y hablarle directamente pero, ¿de qué modo? Tenía que exponerle el problema sin despertar su enfado. Léger estaba tan absorto en buscar cómo plantear al soberano el asunto de su factura pendiente de pago que, al cortar la casaca verde, se equivocó en las medidas.



El día fijado, se presentó en palacio sin haber constatado su error. Cuando el Emperador le recibió en su gabinete y se ponía a su disposición para probar el uniforme, pareció que éste estaba de humor agradable.

-"Buenos días Monsieur Léger. Parecéis preocupado, señor."

-"Sire, los asuntos van con dificultad. Se me adeuda mucho dinero. Los clientes no pagan siempre regularmente..."

El giro que estaba tomando la conversación habría podido dar lugar al sastre exponer sus quejas, sin embargo, el temor de despertar la cólera imperial le frenó. Finalmente, Napoleón endosó la casaca verde y reventaron las costuras.

-"¿Qué es esto, Monsieur Léger?¡No entro en este uniforme! Es demasiado estrecho."

El sastre empalideció. Era la primera vez que se equivocaba en las medidas, y eso para un proveedor de la corte era inaceptable. Antes que reconocer su error, el Sr. Léger se aventuró jugando la carta de la audacia.

-"Sire, Vuestra Majestad perdonará mi franqueza pero, me veo en la obligación de confesarle que, con ella, debo ensancharle el paño para vestirla."

-"¿Qué significan esas palabras Monsieur Léger? Si falta el paño en Francia, conquistaré Inglaterra donde se fabrican unos muy buenos!"

-"Sire, no es el paño lo que escasea sino el dinero. Monsieur de Rémusat me debe más de treinta mil Francos para liquidar la cuenta de Vuestra Majestad."

Sin mediar palabra, el Emperador tiró de la campanilla y mandó que acudiera en su presencia el Gran Maestre de la Guardarropía para relevarle de sus funciones.

-"En cuanto a vos, Monsieur Léger, tendréis cuidado, mañana, de traerme otro traje que no sea ni demasiado estrecho, ni demasiado ancho!"

El día siguiente, el Emperador tuvo su traje nuevo y el sastre cobró la totalidad de la suma que se le adeudaba. Napoleón dio el puesto de Rémusat a uno de sus chambelanes, el Conde de Montesquiou-Fezensac, aconsejándole:

-"Espero, señor, que nunca me expondréis a la vergüenza de verme reclamar el precio de mis calzones y de los trajes que llevo!"



Anécdota de: Napoleón I, Emperador de los Franceses (1769-1821).

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