Dice Suetonio que el emperador Nerón declaró, al entrar por vez primera en su Domus Aurea (Casa de Oro):
-"¡Bien! Ahora por fin puedo empezar a vivir como un ser humano."
Gracias al gran incendio que arrasó Roma en el año 64, el césar se hizo con los terrenos que habían sido ocupados por varias manzanas de viviendas arrasadas por el fuego para dar cuerpo a su sueño: ofrecerse una residencia digna de un emperador divinizado. Sobre una extensión de unas 50 hectáreas, y entre las colinas del Palatino y del Esquilino, Nerón ordenó que se alzase la joya pétrea de las residencias imperiales habidas y por haber de entonces: una sinfonía de mármoles, piedras nobles, mosaicos e incrustaciones de marfil, piedras preciosas y oro. El palacio era gigantesco y de una suntuosidad impresionante, a la par que constituía una novedad en su planteamiento al armonizar los edificios con extensas zonas ajardinadas. En el centro de uno de sus foros, se erguía una colosal estátua de Nerón representado como el dios Helios, imitando el legendario Coloso de Rodas. Sin embargo, Nerón no pudo verlo acabado ni disfrutarlo como hubiera deseado; cuatro años después, se suicidaba con la ayuda de su secretario Epafrodito para evitar caer en manos de sus enemigos del Senado que le habían declarado enemigo público.
Si la muerte de Nerón fue acogida con satisfacción por los senadores, la nobleza y la clase alta romana, no fue así entre los romanos de a pie, que le lloraron amargamente. Su desaparición dejaba la Domus Aurea ante un destino incierto y Roma ante en una época de guerra civil, recordada como el Año de los Cuatro Emperadores. Con el emperador Trajano, la residencia imperial quedó enteramente sepultada bajo un montón de escombros y, encima de ella se edificaron los Baños de ese emperador. La Domus Aurea no fue redescubierta, casualmente, hasta el siglo XV suponiendo un gran impacto en la Italia de entonces.
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