Corría el año de 1585 y el rey Felipe II se trasladaba a Cataluña tras presidir las Cortes de Monzón. Aprovechando su viaje hasta Barcelona, quiso visitar el famoso Monasterio de Poblet. Por ello, mandó al abad del monasterio, Oliver, un correo señalándole su próxima llegada. El día indicado, un Emisario Real que precedía al monarca y a su nutrido séquito, se personó ante las puertas de Poblet encontrándolas cerradas a cal y canto. Llamando a la puerta, inusualmente cerrada, solo consiguió que se abriera la rejilla de aquella y le contestase el hermano portero a través de ella:
-"¿Quién llama?"
-"Abrid en seguida. Apresuraos, porque el Rey llega tras de mí."
-"¿Qué rey?". Preguntó el portero.
-"¡El de España!"
-"Aqui no conocemos a ese señor rey."
-"¿Estáis loco?" protestó airadamente el emisario, "¡Abrid a Su Majestad el Rey de España Don Felipe!"
-"Os digo y repito que aqui no conocemos al rey de España, y que no podemos en esta ocasión albergarle, por estar esperando a nuestro soberano." contestó el monje.
Ante la rotunda negativa del monje portero, el Emisario Real no tuvo más opción que volver sobre sus pasos y contar a Felipe II lo ocurrido. Dicen entonces que el soberano le soltó pausadamente:
-"Hubierais dicho que ibais en nombre del Conde de Barcelona y os hubiesen abierto."
Entonces el emisario volvió hasta el monasterio para pedir nuevamente que abriera sus puertas, diciendo, a voz en grito:
-"¡Abrid al Conde de Barcelona!"
Y las puertas se abrieron inmediatamente de par en par.
Anécdota de: Felipe II de Austria, Rey de España y de las Indias (1527-1598).
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