domingo, 26 de febrero de 2012

PARIS 1887: Venta de los diamantes de la Corona





UNA CATASTROFE NACIONAL
La Venta de los Diamantes de la Corona Francesa





París, 1887

En este período en el cual la inalienabilidad de las obras conservadas en las colecciones públicas están amenazadas, puede ser útil recordar, con la ayuda de los trabajos de Bernard Morel, la lamentable venta de los Diamantes de la Corona Francesa organizada por el Estado en 1887, durante la IIIª República. Ésta amputó vertiginosamente el patrimonio nacional galo.

Retrato del rey Francisco I de Francia (1494-1547); composición de Andelot.


La colección de los Diamantes de la Corona fue constituída de manera deliberada en 1530, por el rey Francisco I, quien aisló un pequeño grupo formado por 8 piedras que estaban en su posesión y a las que declaró inalienables. En el inventario de entonces, se precisó que las piedras estaban engarzadas en diversos anillos del rey Francisco y que las donaba a sus sucesores en el trono de Francia, exigiendo que a cada accesión de los reyes, éstas fueran inventariadas y descritas según su peso, talla y color en presencia del monarca.

El rubí Côte-de-Bretagne (Costa de Bretaña), de la colección de los Diamantes de la Corona, es en realidad una espinela de 107,88 quilates que formaba parte de la dote de la Duquesa Ana de Bretaña, esposa del rey Luis XII de Francia y suegra de Francisco I. Integrada en la colección de los Diamantes de la Corona en 1530, la piedra sería tallada en forma de dragón en 1750 por el joyero de Luis XV, para formar parte de uno de los dos joyeles concebidos para decorar la venera de la Orden del Toisón de Oro, junto con los diamantes "Bazu" y "Grand Bleu de France" -el actual diamante Blue Hope- y otras piedras preciosas (reproducción a pie de texto). Actualmente, forma parte de las Joyas de la Corona expuestas en la Galería de Apolo, del Museo del Louvre (París).

Insignia de la Orden del Toisón de Oro del rey Luis XV, creada en 1750; el joyel reúne dos importantes diamantes de la Corona: el "Bazu" y el "Grand Bleu de France", a un extremo y otro del rubí "Côte-de-Bretagne" tallado en forma de dragón.

Luis XIV, rey de Francia (1638-1715).



Este primitivo fondo de piedras preciosas, del que tan solo subsiste el rubí Côte-de-Bretagne (Costa de Bretaña) hoy día, fue considerablemente aumentado por los sucesivos reyes que vinieron después de Francisco I y, particularmente, por Luis XIV, quien compró por valor de 3 millones de libras de entonces (una gran fortuna) gran cantidad de diamantes y piedras preciosas entre las que podemos citar el Gran Zafiro o Zafiro Rúspoli y el Diamante Azul o Bleu de France, de siniestra fama, belleza y color.

El Gran Zafiro Luis XIV o Zafiro Rúspoli, es una gema peculiar de 6 facetas que forma parte de los Diamantes de la Corona desde el reinado de Luis XIV, después de pertenecer a la eminente familia italiana de los Príncipes Ruspoli. / Abajo, el que fuera antes de 1792 el Gran Diamante Azul alias Azul de Francia o Bleu Tavernier, el más preciado y peculiar diamante de la Colección Real Francesa que Luis XV llevaba engastado en el joyel de la Orden del Toisón de Oro, por su color azul profundo. Robado en 1792, tallado de nuevo para evitar que fuera reconocido y reclamado por Francia, el diamante menguó hasta pesar 44, 50 quilates y pasó entre distintas manos, siendo rebautizado como Blue Hope y cosechando, entre sus sucesivos dueños, ruinas y tragedias hasta que el norteamericano Harry Winston lo adquirió y lo cedió a la Smithsonian Institution, Washington D.C. (EE.UU.)



Las piedras fueron, en ciertas ocasiones, empeñadas pero siempre recuperadas. El fabuloso tesoro de la Corona se vio seriamente mermado tras el célebre robo del Guarda-Mueble, ocurrido durante la semana del 11 al 17 de septiembre de 1792 en París, dónde se conservaba habitualmente. Pero fue nuevamente aumentado bajo Napoleón I, de tal modo que constaban en 1814, 65.072 piedras y perlas de todos los tamaños, la mayoría montadas en alhajas y joyeles; se contaron entonces 57.771 diamantes, 5.630 perlas y 1.671 piedras preciosas (424 rubís, 66 zafiros, 272 esmeraldas, 235 amatistas, 547 turquesas, 24 camafeos, 14 ópalos y 89 topacios).

La corona del rey Luis XV trona en una de las vitrinas de la Galería de Apolo del Palacio del Louvre, rodeada por diversas joyas de la Corona que han sido recuperadas después de la Revolución Francesa y de otras de posterior creación.

"La Galería de Apolo" en el Palacio del Louvre alberga, desde finales del siglo XIX, las Joyas de la Corona Francesa y sus tesoros; pintura de finales del siglo XIX.



Puestos a buen recaudo durante la guerra franco-prusiana de 1870, los Diamantes de la Corona fueron expuestos, con gran éxito, durante la Exposición Universal celebrada en París en 1878, y nuevamente en la Sala de los Estados del Museo del Louvre en 1884. Sin embargo, sobre las Joyas de la Corona ya planeaba una amenaza, no por una cuestión de necesidad pecuniaria del Estado sino por el odio que los republicanos le tenían a la monarquía. La IIIª República, aún frágil y temerosa de una más que probable restauración borbónica, quiso privar para siempre a los pretendientes de la posibilidad de utilizar, en un futuro hipotético, los Diamantes de la Corona. El más tenaz de los adversarios de la monarquía, fue el diputado Benjamin Raspail. En 1878, éste presentó ante la Cámara una moción pidiendo la venta de las alhajas reales e imperiales; moción que fue aprobada finalmente en 1882, por 342 votos a favor y 85 en contra. El mismo año, fue nombrada una comisión de expertos encargados de preparar la venta. No obstante, la comisión propuso y obtuvo el permiso para conservar algunas piedras y perlas emblemáticas que fueron cedidas al Museo del Louvre, como el gran diamante El Regente y el rubí Côte-de-Bretagne, al Museo de Historia Natural y a la Escuela de Minas.

El gran diamante conocido como El Regente, de 140,50 quilates y tallado en cojín redondeado, fue adquirido a inicios del siglo XVIII por el Duque Felipe II de Orléans, a la sazón Regente de Francia durante la minoría de edad del rey Luis XV, de ahí su nombre. En 1722, el diamante fue engarzado en la parte frontal de la corona real para la coronación de Luis XV en Reims. Napoleón I lo mandó engarzar en la empuñadura de su espada para su consagración en Notre-Dame en 1804.


Tras las discusiones que se desarrollaron en el seno del Senado, la ley de alienación fue aprobada en diciembre de 1886 y publicada en el Boletín Oficial el 11 de enero de 1887, con las firmas de Jules Grévy, Presidente de la República, y de Sadi Carnot, ministro de Hacienda: "Los diamantes, las piedras y joyas formando parte de la colección llamada Diamantes de la Corona (...), serán vendidas en subasta pública. El producto de esta venta será convertido en rentas sobre el Estado." Rezaba la resolución.

Retrato del rey Luis XVIII de Francia (1755-1824), en un lienzo fechado en 1822.

Retrato de la Princesa Maria-Teresa Carlota de Francia, Duquesa de Angulema y Delfina de Francia (1778-1851), según el Barón Antoine Jean Gros, 1815.



En ese momento, la colección, que se hallaba conformada por 77.486 piedras y perlas, comprendía dos grupos de joyas: el primero y más antiguo, que databa de la Restauración, y el segundo compuesto bajo el IIº Imperio. La Monarquía de Julio nunca los utilizó ya que poseía sus propias alhajas particulares y eran bienes privados.

En los inicios de la Restauración, el rey Luis XVIII hizo reconvertir para sus sobrinas, la duquesa de Angulema y la duquesa de Berry, las alhajas confeccionadas para la emperatriz Maria-Luisa, segunda esposa de Napoleón I. De este modo, la venta de 1887 comprendía el conjunto de diamantes y rubís, el conjunto de zafiros y diamantes, el conjunto de turquesas y diamantes y la diadema de esmeraldas y diamantes ejecutadas para esas princesas y que habían sido utilizadas por la emperatriz Eugenia.

Retrato de Eugenia de Montijo, Emperatriz de los Franceses (1826-1920), según Etienne Billet, copia del original de F.X. Winterhalter fechado en 1853.


En cuanto a las alhajas constituídas bajo el IIº Imperio, éstas desbordaban la imaginación por su opulencia; aprovechando la Exposición Universal de París en 1855, Napoleón III encargó a los mejores y afamados joyeros de la capital, un sinfín de magníficas joyas: una corona imperial para el emperador (su montura de oro sería desguazada y fundida en 1887), otra corona para la emperatriz y varias diademas, collares, brazaletes, broches y cinturones cuajados de diamantes, perlas y piedras de color. A éstas se añadieron más en los años siguientes: la peineta de diamantes (1856), la diadema rusa (1864), la diadema griega (1867),...



La subasta tuvo lugar en el mismo Louvre, en la Sala de los Estados, y en el curso de nueve sesiones celebradas entre el 12 y el 23 de mayo de 1887. Fue un fracaso financiero en toda regla. La aparición de tal cantidad de piedras y alhajas en el mercado, no hizo sino devaluarlas. La procedencia histórica de las piezas subastadas, tan comercialmente importante en la actualidad, no fue tomada en cuenta. La colección vendida estaba entonces estimada en 8 millones de Francos Oro. Su precio de salida fue de 6 millones... El Estado habiendo pagado 293.851 Francos para organizar la subasta, la ganancia limpia se tradujo en no más de 6.927.509 Francos. Decepcionante desde el punto de vista financiero, la venta fue desastrosa en el plano histórico, mineralógico dada la alta calidad de algunas piedras que ya no se encuentran, y en el plano artístico al desaparecer tantas obras de arte de la joyería francesa. Todo pareció conjurarse para que las piedras perdieran su identidad: para facilitar su compra, los elementos de los conjuntos de la Restauración fueron vendidos por separado, las decoraciones de Napoleón III fueron desmontadas, los conjuntos diseminados...

Fotografía de parte de los diamantes de la Corona subastados en 1887, en los que se encuentran la diadema griega, broches, pendientes, brazaletes y collares de la emperatriz Eugenia, y cuatro broches conformados con los famosos diamantes "Mazarino".



Los compradores fueron, esencialmente, joyeros de prestigio como Boucheron, los hermanos Bapst, Tiffany's, que acabaron por desmontar la mayor parte de las alhajas para reutilizar las piedras.

Objetivo: recuperar las Joyas de la Corona
No queda más que el esfuerzo de recordar lo que fue ese tesoro que acompañó la Historia de Francia. Es una misión que se ha fijado el Louvre: reintegrar en sus colecciones nacionales las joyas que pueden haber sobrevivido al desgüace y a la diseminación, siempre que sea posible. Algunas operaciones fueron felices, desde luego, y podemos citar algunas:



-El famoso par de brazaletes que formaban parte del conjunto de rubís y diamantes de la Duquesa de Angulema, comprada por Tiffany's por la suma de 42.000 Francos, fue legada al Museo del Louvre por un gran coleccionista, el Sr. Claude Menier, en 1973.




-La corona de la emperatriz Eugenia de Montijo, que le fue devuelta a cambio del valor equivalente de diferentes piedras que Napoleón III había comprado de su bolsillo y entregadas al fondo de los Diamantes de la Corona, fue donada al Louvre en 1988 por el Sr. Roberto Polo.



-La hermosa diadema de perlas y diamantes confeccionada por Lemonnier para la emperatriz el año de su enlace (1853), vendida por 78.100 Frcs. en 1887, fue adquirida en 1890 por el Príncipe Albrecht von Thurn-und-Taxis, para su boda con la Archiduquesa Margarita de Austria, y conservada por sus descendientes hasta la venta en subasta de la fabulosa colección Thurn-und-Taxis en Ginebra en 1992, y adjudicada a la sociedad Los Amigos del Louvre.



-El elegante conjunto de oro y mosaicos romanos ejecutado por François-Regnault Nitot, joyero del emperador para Maria-Luisa de Austria en 1810, vendido por 6.200 Frcs. en 1887, fue adquirida por la sociedad anteriormente citada en una subasta pública del 2001.



-La diadema de esmeraldas y diamantes de la Duquesa de Angulema, que había sido vendida por 45.900 Frcs. y milagrosamente preservada de la destrucción, se encontraba en una colección inglesa cuando el Museo del Louvre la adquirió.

-La diadema de rubís y diamantes, también de la Duquesa de Angulema, sigue estando en manos privadas. Fue, sin embargo, prestada por Pierre Verlet al Museo del Louvre para la exposición Diez Siglos de Joyería Francesa, en 1962.



-El suntuoso broche en forma de nudo con dos borlas de diamantes, que perteneció a Eugenia de Montijo y que Napoleón III encargó al joyero Kramer en 1855, fue perseguido en una primera subasta de Sotheby's celebrada en Londres en 2002, aunque en vano pese a la ayuda de un importante mecenas. Poco después, la alhaja imperial volvió a salir al mercado en otra subasta celebrada en Christie's (Nueva York) y fue finalmente adjudicada al representante del Museo del Louvre, que pagó por la fabulosa joya nada menos que 6 millones de €uros.



-Un cofrecillo con la miniatura del rey Luis XIV con 78 diamantes engarzados en su montura, procedente de la colección privada del diseñador Yves Saint-Laurent y considerada una pieza rarísima (solo han llegado a nuestros días 3 cajas de las 300 que se estiman fueron fabricadas en el siglo XVII), fue subastada en la sala Christie's de París en 2009, adquiriéndola el Museo del Louvre por la friolera de 481.000 €.

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