jueves, 20 de octubre de 2011

CAROLINA DE BRÜNSWICK, la desafortunada mujer de Jorge IV -2-

CAROLINA DE BRÜNSWICK
-WOLFENBÜTTEL
1768-1821



PRINCESA DESDEÑADA, REINA MALTRATADA
-IIª PARTE-


Exilio y rumores

Retrato de Robert Stewart, Lord Castlereagh (1769-1822), posteriormente 2º Marqués de Londonderry (1821), fue Secretario de Estado para Asuntos Exteriores entre 1812 y 1822, año en que se suicidó.


Cansada y asqueada por su situación y el trato dispensado, Carolina negociará finalmente con el Secretario de Asuntos Exteriores, Lord Castlereagh, una salida más o menos honrosa para ella: a cambio de abandonar Gran-Bretaña, recibirá una renta anual de 35.000 libras Esterlinas. Al enterarse de aquella decisión, tanto Brougham como la Princesa Carlota Augusta se aterraron: con la ausencia de la Princesa de Gales, se ponía un punto final a la campaña de oposición al Príncipe-Regente y a cualquier posibilidad de contrarrestar su poder... Nada pudieron hacer para convencerla de que no tirase la toalla.


Retrato de Henry Brougham, 1er Barón Brougham y Vaux (1778-1868), abogado y político Whig que se hizo popular al defender la causa de Carolina de Brünswick durante el juicio de 1820. Se convirtió en el líder de los liberales y en Lord Canciller entre 1830 y 1834.

El 8 de agosto de 1814, Carolina abandonaba Inglaterra para regresar a Brünswick. Tras dos semanas de estancia en su tierra natal, puso rumbo a Italia pasando por Suiza. En el curso de sus viajes, quizás en Milán, conoció a un tal Bartolomeo Pergami al que empleó como sirviente. En cuestión de semanas, Pergami acabó dirigiendo la domesticidad de la Princesa junto con su hermana la Condesa Angelica di Oldi, que se convirtió en su dama de compañía. A mediados de 1815, Carolina compraba un palacio a orillas del Lago Como, la Villa d'Este, pese a no tener grandes recursos financieros.


Caricatura de la Princesa Carolina de Gales dando un paseo con su "hombre de confianza" Bartolomeo Pergami, a orillas del Lago Como. / Abajo, fotografía actual de la vasta Villa d'Este frente al lago, hoy convertida en un hotel de lujo.


A primeros de año de 1816, ella y Pergami partieron de crucero por el Mediterráneo haciendo escala en Elba, en Sicilia (donde Pergami obtuvo su ingreso en la Soberana Orden Militar de Malta y un título de barón), en Túnez, Malta, Milos, Atenas, Corinto, Constantinopla, Nazaret, Jerusalén y, en agosto, regresaron a Italia haciendo escala en Roma donde el papa les concedió audiencia. La gira mediterránea de Carolina dando el brazo a Bartolomeo Pergami y compartiendo mesa como iguales levantó todo tipo de rumores en Europa. El mismo Lord Byron contribuyó a que se multiplicaran los chismorreos al decir que la Princesa de Gales y Pergami eran amantes. Incluso un agente de la corte de Hannover, el Barón Ompteda, sobornó a los criados de la Princesa para que le trajeran pruebas tangibles de sus relaciones sexuales con Pergami, pero fue todo en vano. No encontró ni un solo indicio sobre la tan cacareada infidelidad de la Princesa con el italiano que, por cierto, también estaba casado.


La Villa Caprile, en las cercanías de Pesaro (Italia), a vista de pájaro.

En un momento dado y por culpa de las crecientes deudas que se iban acumulando, Carolina tuvo que vender la dispendiosa Villa d'Este e instalarse en una más modesta: la Villa Caprile, en las cercanías de Pesaro, en agosto de 1817. Allí, toda la familia de Pergami se trasladó a vivir bajo el techo de Carolina, a excepción de la esposa del italiano.


Retrato de la Princesa Carlota Augusta de Gales (1796-1817), la malograda heredera del Príncipe-Regente y de la Princesa Carolina de Gales que falleció de sobreparto.

En noviembre del mismo año, la única hija de Carolina y Jorge, la Princesa Carlota Augusta, fallece después de un mal parto en el que da a luz a un niño muerto. Se había casado con el Príncipe Leopoldo de Sajonia-Coburgo-Gotha el año anterior. La repentina muerte de la heredera del trono, muy popular en Gran-Bretaña, sumió a los ingleses en la más honda tristeza. Para colmo, el Príncipe-Regente rehusó informar a la madre de tamaña pérdida delegando semejante deber en su yerno... Aplastado por el dolor, el príncipe Leopoldo no consiguió escribir a su suegra hasta semanas después. Sin embargo, un correo escrito por el propio Jorge y destinado al papa para informarle de la muerte de su heredera, fue el que dio la noticia de modo accidental a Carolina. Al enterarse de esa forma, Carolina se derrumbó.


Propuesta de divorcio


Retrato de Jorge Augusto Federico, Príncipe de Gales (1762-1830), Regente de Gran-Bretaña e Irlanda y de Hannover desde que su padre fuera declarado incapacitado para reinar, y más conocido como "el Príncipe-Regente", en un lienzo conmemorativo de 1815 según Sir Thomas Lawrence.

Empecinado en obtener la separación legal de su mujer, el Príncipe-Regente no cejó en sus intentos por encontrar hasta la más nimia prueba de adulterio que pusiera contra las cuerdas a Carolina. Pero todas sus actuaciones fueron vanas y nunca producían el efecto deseado. Pese a nombrar otra comisión encargada de examinar con lupa la vida íntima de su consorte en Italia, con el convencimiento de que ésta convivía en concubinato con Pergami, aquella fracasó estrepitosamente. Ni los interrogatorios al personal doméstico de la Villa Caprile, ni las pesquisas humillantes hasta en su dormitorio, revelaron algo con que acusar a la Princesa de Gales de adúltera. Harta de esa persecución, Carolina informó a Brougham que estaba dispuesta a divorciarse siempre y cuando le concediesen, a cambio, una renta adecuada a su rango y mucho más generosa que la anterior. Por desgracia, una separación de mútuo acuerdo era ilegal en Inglaterra: solo se podía conceder el divorcio cuando uno de los dos admitía haber cometido adulterio. Ante esa réplica, Carolina sentenció que le era totalmente imposible admitir semejante cosa pese a que Brougham le representó que era la única fórmula para conseguir una separación.


Retrato de Carolina de Brünswick-Wolfenbüttel, Princesa de Gales (1768-1821).


En los tiros y afloja de las negociaciones entre Londres y Pesaro, el Gobierno Británico barajó incluso la posibilidad de que Carolina dejase de ser "Su Alteza Real la Princesa de Gales" para ser "Su Alteza la Duquesa de Cornualles"... Las discusiones duraron hasta finales de 1819, cuando Carolina viajó a Francia y se especulaba con su posible regreso a Inglaterra. En enero de 1820, sin embargo, planeó regresar a Italia hasta que, el 29 del mismo mes, se supo de la muerte de su suegro el rey Jorge III. Puesto que su marido se convertía en el nuevo rey de Gran-Bretaña e Irlanda y de Hannover, Carolina se convertía automáticamente en la Reina consorte.


Reina ninguneada


Retrato oficial del Rey Jorge IV de Gran-Bretaña e Irlanda y de Hannover, según Lawrence.

En el momento en que su marido se convierte en el rey Jorge IV de Gran-Bretaña e Irlanda y de Hannover, Carolina espera como poco que se le otorgue naturalmente el tratamiento que corresponde a una consorte real. Sin embargo, y dada su "separación" y lejanía, Carolina se encontrará peor parada. El primer síntoma se produjo cuando, de visita en Roma, vio rechazada su petición de audiencia con el papa y que el cardenal Consalvi, primer ministro del Santo Padre, rehusó tratarla de otro modo que como "Su Alteza Serenísima la Duquesa de Brünswick-Wolfenbüttel"!


Retrato esbozado de la Reina Carolina de Gran-Bretaña e Irlanda y de Hannover, fechado en 1820 y realizado por Sir George Hayter.

Hondamente dolida por los sucesivos desaires recibidos y en un intento por reivindicar sus derechos como consorte real, planeó regresar de inmediato a Inglaterra. Ante la iniciativa de su mujer, Jorge IV pidió a sus ministros que se deshicieran de ella y le dieran largas, que la borrasen de la liturgia de la Iglesia de Inglaterra,... en pocas palabras: que la ninguneasen hasta hacerla invisible. Sin embargo, el Gobierno no se atrevió a abordar la petición de divorcio de Jorge IV por miedo a las consecuencias que podría traer un juicio público contra Carolina. En ese momento precisamente, el Gobierno de Su Graciosa Majestad no gozaba del favor popular y un juicio de tal magnitud, con los escabrosos a la par que jugosos detalles de la vida privada de los reyes, expuestos por los abogados de ambas partes, no harían otra cosa que ahondar aún más la ya notoria impopularidad del monarca y desestabilizar por completo a su Gobierno. Antes que correr semejante riesgo, el primer ministro optó por la negociación con la reina consorte: Londres ofrecía a Carolina un sustancial aumento en su renta anual -50.000 libras Esterlinas-, a cambio de que permaneciera lejos de Gran-Bretaña.

Antes de inicios del mes de junio de 1820, la reina Carolina abandonó el Norte de Italia para trasladarse a la localidad francesa de Saint-Omer, cerca del puerto de Calais y, aconsejada por Matthew Wood y Lady Anne Hamilton, rechazó de plano la oferta del Gobierno Británico. Despidió a Pergami y se embarcó rumbo a Inglaterra, decidida a librar batalla. A su llegada, el 5 de junio, estallaron de inmediato varias revueltas populares que apoyaban su causa. Carolina se había convertido en la figura de proa de un movimiento de oposición radical que exigía una reforma política dirigida contra el gobierno del impopular Jorge IV.


Cuadro reproduciendo el sonado juicio de la reina Carolina en la Cámara de los Lores en Westminster, en julio de 1820.

Lejos de amedrentarse, Jorge IV persistió en la necesidad de divorciarse de Carolina y echó mano de las evidencias recogidas por la comisión de Milán para presentarlas en el Parlamento. Días después, el 15 de junio, la Guardia de las Reales Caballerizas se amotinó y, a duras penas, el Gobierno consiguió contener y reprimir una revuelta que amenazaba con repetirse y extenderse. Mientras, el Parlamento retrasó el momento de examinar las evidencias presentadas por el rey hasta ponerse de acuerdo sobre la forma de llevar tal investigación aunque, el 27 de junio, quince Pares de la Cámara de los Lores examinaron secretamente el contenido de los documentos facilitados en dos grandes bolsas verdes por el interesado. Los Pares consideraron que las evidencias aportadas eran escandalosas y, una semana después, tras transmitir su informe a la Cámara, el Gobierno presentó un proyecto de ley en el Parlamento que pretendía quitar a Carolina su título de reina consorte y pronunciar la disolución de su matrimonio (Pains and Penalties Bill, 1820). Se dijo abiertamente que Carolina había cometido adulterio con un hombre de inferior condición social (Bartolomeo Pergami), y varios testigos fueron llamados a declarar durante la lectura del proyecto de ley, en el Parlamento, como si se tratase efectivamente de un juicio público contra la reina. Aquel juicio causó sensación: se revelaron morbosos detalles sobre la dudosa familiaridad existente entre Carolina y Pergami, en los que varios testigos afirmaron que ambos habían compartido habitación, que se habían besado y que habían sido vistos juntos en paños menores...

Tras el sensacionalismo de aquellas sesiones, el proyecto de ley fue aprobado por la Cámara de los Lores pero, en vista de la improbabilidad de que fuera refrendada y votada unánimamente por la Cámara de los Comunes, se abstuvieron de presentarla a los diputados y se quedó en eso: un proyecto.

Bromeando con sus amigos, la reina Carolina admitió haber cometido adulterio tan solo una vez en su vida: con el marido de la Sra. Fitzherbert, el Rey!


Retrato de la reina Carolina de Gran-Bretaña a sus 52 años, 1820.

Durante aquel juicio, la reina se volvió inmensamente popular entre los británicos. Buena prueba de ello fueron las 800 peticiones y cerca de un millón de firmas a favor de su causa. Como cabeza de la oposición que reivindicaba una profunda reforma política, no fueron pocos los pronunciamientos revolucionarios que se hicieron en nombre de Carolina:

-"Todas las clases encontrarán en mi una sincera amiga de sus libertades y una celosa defensora de sus derechos."


-"Un gobierno no puede impedir la marcha del intelecto como tampoco puede frenar las mareas o el curso de los planetas."

Pero, con el final del juicio, la alianza de Carolina con los radicales tocó a su fin. El Gobierno volvió a ofrecerle las 50.000 libras de renta anuales y sin las condiciones anteriores, y Carolina aceptó.


Extraño final


Retrato del Rey Jorge IV de Gran-Bretaña (1762-1830), realizado en 1822 por Sir Thomas Lawrence.

Pese a todas las tentativas de Jorge IV por desacreditarla y cubrirla de ridículo, Carolina retuvo en sus manos esa fuerte popularidad entre las masas que le dieron el suficiente coraje como para seguir luchando por sus derechos, como el de querer presenciar en lugar preferente la consagración y coronación, en Westminster, de su marido como rey de Gran-Bretaña e Irlanda, fijada para el 19 de julio de 1821.

Pese a las advertencias de Lord Liverpool, que le rogó que no se presentara a la ceremonia, Carolina hizo caso omiso. El día de la celebración en Westminster, la reina se presentó e intentó acceder a la real abadía sin éxito. Se le negó el paso tanto por la puerta principal como por las del Claustro del Este y del Claustro del Oeste. Lejos de amedrentarse y darse por vencida, lo intentó por última vez utilizando la galería de Westminster Hall que conectaba con la abadía, donde precisamente se concentraban pacientemente muchos de los invitados a la coronación, a la espera de tomar sus asientos asignados... Un testigo presencial relató entonces cómo la reina se topó con las bayonetas de la Guardia Real -cruzadas bajo su mentón- cortándole el acceso a la abadía, y cómo el Lord Chambelán le dio un sonado portazo en las narices.

Carolina decidió entonces probar por la entrada de la Esquina del Poeta (Poet's Corner), donde se topó con Sir Robert Inglis, quien desempeñaba su oficio de "Gold Staff". Éste consiguió finalmente persuadir a la reina para que regresara a su carruaje y se alejase de la abadía, y dejase de hacer el ridículo.


19 de Julio de 1821, Abadía de Westminster, Londres: Jorge IV es coronado rey de Gran-Bretaña e Irlanda...

Con su patética exhibición en la coronación de Westminster, Carolina perdió numerosos apoyos y se convirtió en el hazmerreír de los salones londinenses. Incluso Brougham, su gran defensor en el Parlamento, admitió su disgusto ante tan indigna conducta.

La misma noche, Carolina cayó repentinamente enferma y tomó grandes cantidades de leche de magnesia con algunas gotas de laudano, en un vano intento por aminorar su malestar. En las tres semanas siguientes, sufrió cada vez más de atroces dolores, haciéndose patente la progresiva deterioración de su salud. Cayendo en la cuenta que le queda poco para morir, Carolina pone orden en sus asuntos: sus papeles, sus cartas, sus diarios son quemados al instante; redacta un nuevo testamento y nuevas disposiciones para su funeral y entierro, deseando ser sepultada en su tierra natal, Braunschweig, y que su tumba lleve el siguiente epitafio "Aqui yace Carolina, la Maltratada Reina de Inglaterra".

El 7 de agosto de 1821, en Brandenburg House, a las 22:25 de la noche y a la edad de 53 años, la reina Carolina dejaba de existir...



Sus médicos determinaron que había fallecido probablemente a causa de una obstrucción intestinal, aunque también se barajó que podía haber padecido un cáncer. Sin embargo, nada más saberse la noticia en Londres, corrió el rumor de que la habían envenenado. Para agravar aún más la sospecha de una mano invisible implicada en la súbita muerte de la reina, se supo que un tal Stephen Lushington, leal al rey y agente del Primer Ministro Lord Liverpool, estuvo al tanto de la evolución de la moribunda desde el principio hasta el final y que envió detallados informes a Downing Street. El caso es que se desconocen las razones del por qué de esa vigilancia a la moribunda y la documentación rescatada de los archivos gubernamentales ha llegado hasta nosotros fragmentada, llena de lagunas, por no decir que ha sido previamente censurada y que por ello faltan muchas páginas, misteriosamente perdidas.


Retrato de Robert Jenkinson, 2º Conde de Liverpool (1770-1828), Primer Ministro de 1812 a 1827, según Sir Thomas Lawrence, 1827.

Ante el temor de unas más que probables revueltas populares, Lord Liverpool ordenó que se trazara una ruta oficial que circundara la ciudad de Londres para el convoy funerario, y que la procesión fuera fuertemente escoltada por soldados de la Guardia Real. Por desgracia para el Gobierno, el convoy se topó con que la ruta oficial fue inmediatamente obstruída por numerosas barricadas populares, lo que obligó a Sir Robert Baker a planear una ruta alternativa a través de la capital. Al cruzar las calles de Londres, la procesión se topó con un gentío indignado que acogió a la guardia de honor a golpes de ladrillo y a pedradas, y la situación degeneró en un enfrentamiento que se saldó con dos víctimas del público. En consecuencia, Sir Robert Baker fue fulminantemente destituído de su cargo de Magistrado Jefe Metropolitano.

La procesión que llevaba el cuerpo sin vida de la reina de Gran-Bretaña e Irlanda y de Hannover, pudo finalmente llegar a Harwich por la ruta de Romford, Chelmsford y Colchester, bajo una intensa lluvia. El 16 de agosto, el ataúd fue embarcado y llegó el 24 a Braunschweig, siendo al día siguiente sepultado en la catedral de la ciudad ducal.



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