domingo, 19 de junio de 2011

EL MITO DE LA SANGRE AZUL

"DE SANGRE AZUL"




En la Edad Media, blasfemar era un pecado mortal, y la plebe jamás se arriesgaba a caer en esa costumbre proscrita por la Iglesia. Los señores feudales, en concreto los nobles franceses, por el contrario, acostumbraban blasfemar sin el menor escrúpulo ni temor hasta que cierto día, un jesuita muy cercano al soberano galo, les prohibió mentar el nombre de Dios en sus blasfemias predilectas. Para ello, y para afrontar ese contratiempo, señores y damas acabaron por sustituir "Dios" por la palabra "Azul" y así sus imprecaciones se modificaron como por ejemplo:

Par la mort de Dieu (por la muerte de Dios), pasó a ser Morbleu!; Sacré Dieu! (Santo Dios!) pasó a ser Sacrébleu!; Par le Sang de Dieu (por la sangre de Dios), Palsembleu! etc.



Obviamente, los criados que oían esos improperios a diario, acabaron por retener la palabra "bleu" (Azul) que, pronto, derivó en sang bleu (sangre azul); ya que la blasfemia era un privilegio de la aristocracia notoriamente malhablada, les llevó a distinguir al noble del plebeyo instaurando la costumbre de decir: "Ése es de sangre azul!".

De ahí, en parte, la leyenda de que los nobles y reyes tuviesen sangre azul y no roja, como la de los plebeyos.

Por otro lado, el hecho de que las damas y los caballeros se distinguían de la plebe era, además de la suntuosa vestimenta, por el aspecto lechoso de su piel. Al no tener que faenar, como los campesinos, al aire libre, su epidermis permanecía blanca e impoluta al contrario de la chusma que, bajo todo tipo de inclemencias, solían tostarse sobretodo bajo el sol estival durante las largas jornadas de trabajo en el campo.


Retrato de Lady Frances Cotton de Boughton Castle, obra del pintor inglés Robert Peake.


De hecho, caló tanto en la clase aristocrática, que siempre se tuvo mucho cuidado en que las damas sobretodo, no se expusieran demasiado bajo el sol. Cuanto más blanco y fino era el cutis, más sexy y excitante resultaba para los caballeros adivinar las venas azuladas en los opulentos bustos y orondos rostros femeninos, recordando el mármol más preciado y delicado.


fotograma de la película "Elizabeth: the golden age", de Shekhar Kapur, protagonizado por la actriz Cate Blanchett.

Quizá encontremos un excelente ejemplo visual en la película "Elizabeth" de Shekhar Kapur (1998), protagonizada por la actriz Cate Blanchett, en el momento de su transformación de reina mortal en reina virginal y divinizada, de hierática majestad, cuyo semblante y nobles manos son blanqueadas minuciosamente por sus damas.


Retrato de aristócrata británica, obra de Charles Jervas, 1720.


Hasta tal punto llegó esa obsesión entre las féminas de alcurnia, que se puso de moda en el siglo XVII hacer una dieta a base de vinagre, con tal de conseguir un cutis de incomparable palidez que imitase la de los cadáveres y de las estátuas marmóreas.

La perdurable moda de esa blanca palidez cadavérica se combinó, prontamente, con el rojo carmín que se aplicaba difuminada en mejillas y chillona en labios para dar más énfasis a la blancura del cutis a finales del XVII y durante el XVIII. Algunos afeites que se fabricaban entonces para conseguir esos tonos blancos y rojizos, ocasionaron no pocas muertes por intoxicación cutánea.


Retrato de Madame Gautreau, según John Singer Sargent, 1884.


El caso es que la blancura de la piel estuvo, hasta los albores del siglo XX, asociada al estatus social de la persona como sinónimo de nobleza. Lo curioso es que, desde mitades del mismo siglo XX hasta nuestros días, los papeles se han invertido; el bronceado que era propio de los que faenaban penosamente en el campo o en el mar, ahora es sinónimo de persona ociosa de clase media alta y dada a todo tipo de actividades sanas y deportivas marítimas y montañesas (esquí, navegación, turismo, etc.); mientras que los paliduchos ahora suelen ser los obreros de las grandes urbes, invirtiéndose asi los papeles.

Fotografía de mediados de la década de 1950, de la famosa "Muscle Beach" de Santa Mónica, California (EE.UU.), donde la juventud norteamericana se exhibía en traje de baño y hacía musculación y ejercicios acrobáticos al tiempo que se tostaban al sol. 


Aunque, todo hay que decirlo, la generalización de la insana práctica de las sesiones de rayos uva y de los solariums en gimnasios, así como la delgadez (siguiendo los cánones de la moda) entre la gente obsesionada por su aspecto físico, han hecho aumentar de forma alarmante el porcentaje de casos de cáncer de piel y de anorexia.
 

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