Siendo niño, el emperador Fernando I de Austria (1793-1875), sufría ataques de epilepsia, por lo que su educación se vió seriamente mermada. En 1830, su padre le hizo coronar rey de Hungría sin por ello cederle ni un ápice de sus atribuciones. Al año siguiente le casaron con la hija del rey Victor-Manuel I de Cerdeña, pero dicha unión nunca produjo descendencia.
Cuando en 1835 el emperador Francisco I de Austria falleció, su hijo Fernando I le sucedió en el trono, pero su incapacidad era tan obvia que todos los asuntos del Gobierno fueron llevados por un consejo de Estado capitaneado por Metternich. El monarca era a menudo sujeto a crisis de demencia y, en sus momentos de lucidez, estaba siempre confuso y decía barbaridades. A pesar de su pobre estado mental, su popularidad era notable entre la gente sencilla, sobre todo por su trato amable y amigable.
El 17 de mayo de 1848, Fernando I tuvo que refugiarse en Innsbrück, para huír de la revolución vienesa que provocó la caída del Gobierno de Metternich. Volvería a la capital, saliendo otra vez por patas al sublevarse los universitarios y los obreros, que se hicieron con la ciudad. El 2 de diciembre abdicaría finalmente la corona en su sobrino el archiduque Francisco-José. A partir de entonces, se retiró a Praga, asistido por toda una pléyade de médicos hasta que murió 27 años más tarde...
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