Roberto III de Escocia (1337-1406), fue un monarca dominado por la duda, la tristeza, la pereza y el abandono, y su reinado por el desgobierno. Se enfrentó a una empresa extremadamente difícil cuando intentó mantener el control sobre los turbulentos nobles escoceses. Cuando ascendió al trono en 1390, era un monarca inválido desde una estúpida caída de caballo. A eso se sumaba su falta de determinación, su carencia de autoridad y su depresión crónica, viviendo casi siempre recluído. Pero era consciente de sus limitaciones, hasta tal punto que, en un momento en que discutía con su mujer de cómo planear sus propios funerales (como buen pesimista que era), dijo que deseaba que pusieran en su lápida este epitafio:
"Aqui yace el peor de los reyes y el más desgraciado de los hombres."
En febrero de 1406, el hijo y heredero de Roberto III, Jacobo, que tan solo contaba 11 años de edad, cayó prisionero de los ingleses después de un encontronazo con el enemigo. Cuando el rey supo de la noticia de la captura de su hijo, cayó en tal depresión que se negó a comer, muriendo de inanición días después. Tras dejarse morir, había mandado en su testamento que le enterrasen en la abadía de Paisley, lejos de sus predecesores en el trono, ya que se consideraba indigno sucesor de éstos y no merecía yacer para la eternidad al lado de aquellos en Scone.
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