El fraude fiscal siempre ha sido, desde tiempos inmemoriales, un problema para los gobernantes y las arcas de los Estados. En Inglaterra, y bajo el brillante reinado de Elizabeth I, para evitar que el contribuyente escaquease el pago de impuestos en sus transacciones comerciales, se introdujo una medida legal que incentivaba poderosamente a la gente si se convertían en delatores de aquéllos que obviaban declarar sus ganancias y pagar la correspondiente tasa debida a la Corona. Como recompensa, si en la setencia judicial se declaraba culpable de fraude al denunciado, el delator percibía un buen porcentaje de la multa impuesta por el juez.
Anécdota del siglo XVI.
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