El Duque de Saint-Simon, embajador extraordinario de Francia en la corte española, se despedía de la entonces Princesa de Asturias, Luisa Isabel de Orléans, a la que había acompañado hasta Madrid para casarla con Don Luis, primogénito y heredero del rey Felipe V, en una solemne ceremonia. La flamante esposa del heredero del trono estaba entonces en pie, engalanada bajo un dosel, las damas a un lado y los Grandes de España al otro. El duque hizo sus tres reverencias de rigor, dijo un cumplido a la princesa y calló, esperando en vano una respuesta de ésta. Al ver que no decía nada y para romper un silencio incómodo, Saint-Simon le preguntó a Luisa Isabel si deseaba transmitir algún mensaje al rey de Francia, a la Infanta Mariana Victoria y a sus padres los Duques de Orléans. La Princesa de Asturias le miró y, por toda respuesta, le soltó un sonoro eructo dejando confundido al duque. Toda la corte enmudeció, atónita. Al primero le sucedió un segundo, igual de ruidoso provocando la risa floja entre toda la asistencia. Finalmente, la princesa soltó un tercer y estruendoso eructo, más fuerte que los dos anteriores, dando lugar a que todos los cortesanos, incluído el duque, estallasen en sonoras carcajadas y salieran corriendo de la estancia mientras se desternillaban, sin que la nuera del rey de España perdiera ni un ápice de su serenidad.
Anécdota de: Luisa Isabel de Orléans, Reina de las Españas (1709-1742).
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