martes, 28 de junio de 2011

LORD CORNBURY: el travesti que gobernó Nueva York

EDWARD HYDE,
3er CONDE DE CLARENDON




El Gobernador travesti de Nueva York


Antecedentes familiares

Edward Hyde, Lord Cornbury y luego 3er Conde de Clarendon, nació el 28 de noviembre de 1661 y falleció el 31 de marzo de 1723, siendo el único vástago de Henry Hyde, Vizconde Cornbury (1638-1709), primogénito y heredero del 1er Conde de Clarendon, y de Lady Theodosia Capell (1640-1700), hermana del 1er Conde de Essex. Por parte paterna era el sobrino de Lady Anne Hyde, Duquesa de York y primera consorte del que sería a la postre Rey Jacobo II de Inglaterra en 1685.



Su abuelo, Edward Hyde, 1er Conde de Clarendon (1609-1674) fue un historiador y hombre de Estado británico de gran fama e importancia. Ostentó sucesivamente los cargos de Canciller del Exchequer, Lord Canciller de Inglaterra, Primer Lord del Tesoro y Canciller de la Universidad de Oxford. Fue el autor del "Código Clarendon", que establecía y perseguía la preservación de la supremacía de la Iglesia de Inglaterra.



Fue el constructor de la admirada Clarendon House, una enorme y aristocrática mansión situada en el elegante barrio londinense de Piccadilly, entre 1664 y 1667. Pero al caer en desgracia en 1667, Lord Clarendon se exilió a Francia y falleció allí en 1674, tras romper sus relaciones con Carlos II. Sus herederos vendieron la casa a Christopher Monck, 2º Duque de Albemarle, por la suma de 26.000 libras en 1675. En 1683, la mansión sería demolida para dejar sitio a tres calles: Dover Street, Albemarle Street y Bond Street.



Su tío paterno, Laurence Hyde, 1er Conde de Rochester (1641-1711) hermano menor de su padre, fue una figura política y social importante, casado con la rica heredera anglo-irlandesa Lady Henrietta Boyle, hija del Conde de Burlington y de Cork. Maestre de la Guardarropa Real, enviado extraordinario en Versailles y embajador en Polonia, participó en un congreso diplomático en Viena a raíz del Tratado de Nimega, y pronto se convirtió en 1er Lord del Tesoro y principal consejero del rey Carlos II. La cercanía, el favor y el parentesco real hicieron que el monarca le crease 1er conde de Rochester, vizconde Hyde de Kenilworth y barón Wotton Basset (Noviembre de 1682). Pero caería en desgracia en 1687, dimitiendo de su cargo de Presidente del Consejo, y yéndose con una pensión anual de 4.000 Libras y tierras en Irlanda.


Doble retrato de Guillermo III de Orange y de María II, Reyes de Inglaterra, Escocia e Irlanda, en un lienzo de 1689.

Tras la Revolución de 1688, Lord Rochester reaparecería como líder de los Tories, oponiéndose a la elección del Príncipe Guillermo III de Orange y de su sobrina la Princesa María Stuart como reyes de Inglaterra, Escocia e Irlanda, exigiendo el establecimiento de una regencia mientras el rey Jacobo II estuviese exiliado. Luego daría un giro de 180º para reconocer a su sobrina y al marido de ésta como nuevos soberanos británicos, siendo nombrado miembro del Consejo Privado de SS.GG.MM.

Un año antes de su muerte, volvería a asumir la presidencia del Consejo Real.

Lord Rochester fue el padre de Henry Hyde, 2º Conde de Rochester (1672-1758), quien en 1724 heredaría del título de Conde de Clarendon, aunque fallecería sin descendencia.

Pasó su infancia en la finca de Swallowfield, en el condado de Berkshire, y recibió educación académica en la Universidad de Oxford a partir del 23 de enero de 1675. Un mes después, su abuelo fallecía y su padre se convertía en el segundo Conde de Clarendon, convirtiéndole así en el nuevo Lord Cornbury (vizcondado que era feudo de los herederos del condado de Clarendon).


Carrera militar, política y cortesana

Años más tarde, ingresa en el Royal Regiment of Dragoons (también conocido como la Royal Horse Guards/1st Dragoons). De la vida militar pasaría prontamente a la política.

Entre 1685 y 1687, se convirtió en un miembro del Parlamento dentro del Partido Tory, representando el condado de Wiltshire, renovando su elección entre 1689 y 1696. Luego sería reelegido para Christchurch entre 1695 y 1701.


Retrato del Príncipe Jorge de Dinamarca y de Noruega (1653-1708), Duque de Cumberland y esposo de la Princesa Ana de Inglaterra.

Dada la alta posición de su familia en la corte londinense, es nombrado Caballerizo Mayor del Príncipe Jorge de Dinamarca, esposo de la Princesa Ana de Inglaterra (segunda hija del rey Jacobo II y de Lady Anne Hyde), para luego desempeñar el papel de "Paje de Honor" del rey Jacobo II durante la ceremonia de la coronación en Westminster, en 1686.


Retrato del rey Jacobo II de Inglaterra y VII de Escocia (1633-1701), grabado según un original de Kneller. Sucedió a su hermano mayor Carlos II en el trono en 1685, y lo perdió en 1688 al estallar "la Gloriosa Revolución" que, en 1689, le depuso definitivamente...

Sería uno de los primeros altos oficiales de la Corona en desertar en 1688, al estallar la Revolución Gloriosa, abandonando a su suerte a Jacobo II y llevándose consigo gran cantidad de tropas para unirse al Príncipe Guillermo III de Orange.

El mismo año y poco antes de la hecatombe, Lord Cornbury se casa secretamente, y en una ceremonia clandestina, con Katherine O'Brien, hija de Henry, Lord Ilbracken, primogénito del 7º Conde de Thomond. La novia heredaría de su madre, en 1702, el título de 8ª Baronesa Clifton.


Un gobernador travesti



En 1701, sería designado Gobernador de Nueva York y de Nueva Jersey, lo que le obliga a abandonar Inglaterra y cruzar el Atlántico para asumir sus nuevas funciones en las colonias británicas del continente americano.

Su llegada a Nueva York sería sensacional, ya que Lord Cornbury aparecería ante los colonos totalmente vestido de mujer.

La excentricidad de Lord Cornbury y sus hábitos inmorales darían muchos motivos para que fuera tachado de corrupto y ladrón, siendo acusado de servirse de los fondos públicos para sus propios placeres, sin vergüenza alguna.

De su gusto por travestirse quedaría un retrato actualmente conservado en la Sociedad Histórica de Nueva York (EE.UU.).


Sir Edward Hyde, Vizconde Cornbury y futuro 3er Conde de Clarendon (1661-1723), Gobernador de Nueva York y Nueva Jersey entre 1701 y 1708 en nombre de su prima la reina Ana I.

En 1706, su esposa Lady Cornbury fallecería y sería cristianamente sepultada en la Trinity Church de Nueva York, tras haberle dado un único heredero varón, Edward (que fallecería antes que su padre), y una hija llamada Theodosia, futura esposa de John Bligh, 1er Conde de Darnley (antepasados directos del actor Cary Elwes).

Dos años después, en 1708, Londres le releva de su cargo de gobernador y le ordena que regrese a la metrópoli. Demasiados escándalos...

Eso no supondrá que Lord Cornbury cambie de hábitos: seguirá vistiéndose de mujer y gastando la dote de su difunta mujer en carísimos vestidos de seda y complementos.


Deudas, cárcel y misión diplomática


Retrato de la reina Ana I de Gran-Bretaña e Irlanda (1665-1714), según Closterman en 1702.

Al fallecer su padre en 1709, Lord Cornbury se convierte en el 3er Conde de Clarendon. Sin embargo, las grandes deudas dejadas por su progenitor, le llevan hasta los tribunales y, no disponiendo de medios ni de liquidez para compensar a los acreedores, le cuesta una sentencia desfavorable y el inmediato encarcelamiento.

Rehabilitado a duras penas gracias al favor de su prima la Reina, es, pese a todo, nombrado representante de Gran-Bretaña en Hannover en 1714, para saludar al Elector de Hannover como nuevo Rey de Gran-Bretaña e Irlanda, bajo el nombre de Jorge I, al fallecer la Reina Ana I.

Sería su última misión. Sin el favor de la Reina, ya fallecida, Lord Clarendon se debate en medio de graves problemas financieros, falleciendo arruinado, abandonado, aborrecido y finalmente ignorado por todos en su casa de Chelsea, el 23 de marzo de 1723. Su cuerpo recibiría una más que honorable sepultura dentro de la Abadía de Westminster, en Londres, el 5 de abril siguiente.

Su heredero, por llamarle así, fue su primo Henry Hyde, 2º Conde de Rochester, quien se convirtió en el 4º Conde de Clarendon en 1724, y fallecería a su vez sin descendencia 34 años más tarde, lo que supuso la extinción de todos sus títulos.


Mala fama

Retrato de Lord Clarendon, según Sir Peter Lely.


Lord Cornbury parece, a ojos de la posteridad, ser el peor ejemplo de la arrogancia de la aristocracia británica y de la imbecilidad intelectual indisociable a su casta, en su aspecto más negativo.

Posteriormente, sería calificado de "personaje degenerado y pervertido, que pasaba gran parte de su tiempo vestido y maquillado como una mujer", de "presumido, vano, lechuguino y derrochador"...

Le acusaron de apropiarse indebidamente de la suma de 1.500 Libras destinadas a la defensa del Puerto de Nueva York, y de aparecer pública e indecentemente travestido de mujer, paseando por las defensas del puerto riéndose sardónicamente de la suerte de sus víctimas.

En oposición a sus detractores coetáneos, la escritora Patricia Bonomi rebatió muchas de las acusaciones de sus enemigos, poniendo en evidencia la falta de pruebas contundentes contra Lord Cornbury. Argumenta, además, la supuesta probabilidad que el gobernador de Nueva York tan solo se vestía una vez al mes, cada año, de mujer figurando ser la Reina Ana I, dado que él era el representante legal de la soberana en la colonia y gobernaba en su nombre.

Sin embargo, Bonomi pone en duda esa costumbre de Lord Cornbury y señala que la única evidencia reside en un retrato que, presumiblemente, representa al gobernador travestido de mujer, y actualmente conservado en la New York Historical Society. Pese a la leyenda, no se han encontrado pruebas suficientes que confirmen quién es el personaje pintado, ya que el lienzo de inicios del siglo XVIII carece de inscripciones...

En cuanto a la acusación de apropiación indebida, solo existen diversas cartas escritas por sus enemigos entre 1707 y 1709, en las que además se habla de rumores y no de hechos. Por tanto, P. Bonomi da por cuestionables las acusaciones vertidas contra él.

En cualquier caso, Lord Cornbury permanece en la Historia como el peor y más aborrecido gobernador real de los estados de Nueva York y Nueva Jersey.

Anécdotas Históricas -54-



Un día en que Bassompierre se encontraba hablando con la Reina-Madre, concluyó que habían pocas mujeres que no fueran putas..."¿Y yo?" -preguntó la Reina-. "Ah! en cuanto a vos, Madame, vos sois la Reina!" -respondió Bassompierre.


 
Anécdota de: François de Bassompierre, Marqués de Haroué (1579-1646), Mariscal de Francia.

lunes, 27 de junio de 2011

1793: LA FRUSTRADA EVASIÓN DE LA REINA

"EL COMPLOT DEL CLAVEL"




El complot conocido como "del Clavel", tuvo lugar en la noche del 2 al 3 de septiembre de 1793, y fue organizado por el contrarrevolucionario Jean de Batz, el mismo que había prometido un millón de libras a quien salvase a la reina Maria-Antonieta de Austria. Desgraciadamente para la Viuda Capeto, el plan fracasó. Aquella tentativa frustrada sería, posteriormente, reprochada a la reina durante su juicio.

Retrato de Jean-Pierre de Batz, Barón de Sainte-Croix.


PARIS, Cárcel del Palacio de La Conciergerie, 28 de Agosto de 1793


Retrato del Caballero Alexandre Gonsse de Rougeville (1761-1814).

El miércoles 28 de agosto de 1793, Jean-Baptiste Michonis penetra en la celda de la reina Maria-Antonieta en compañía de un hombre de unos 36 años de edad, y de baja estatura. En la solapa de su casaca a rayas, el hombre luce dos magníficos claveles. Con solo ver al personaje, la reina le reconoce enseguida: es el caballero Alexandre Gonsse de Rougeville, el mismo que, durante la jornada del 20 de junio de 1792, la defendió del populacho.


La reina Maria-Antonieta de Austria en su celda de La Conciergerie, en 1793.

El Caballero de Rougeville se inclina ante la viuda de Luis XVI y, fingiendo un despiste, deja caer a los pies de ésta sus dos claveles, que contienen mensajes enrollados entre sus pétalos. El caballero, acompañado de Michonis, abandona poco después la celda y la reina puede leer estas palabras: "Tengo hombres y dinero."

Sin dudarlo un solo momento, responde con ayuda de un alfiler y le responde sobre otro trocito de papel: "Estoy estrechamente vigilada, no hablo con nadie, confío en vos, vendré."

Un cuarto de hora después, Rougeville reaparece con Michonis. Una conversación se establece. El caballero informa a la reina que volverá pasado mañana y que llevará consigo el dinero necesario para sobornar a los guardias. Parece ser que, en ese momento, Maria-Antonieta se emplea a fondo para "comprar" la complicidad del gendarme Jean Gilbert, quien se encarga de hacer pasar su mensaje al caballero de Rougeville.

Panorámica actual del vasto edificio antaño conocido como La Conciergerie o Palais de la Cité, en la Isla de La Cité de París, en medio del río Sena, y actual Palacio de Justicia.


Palacio de La Conciergerie: 30 de Agosto de 1793

Como prometió, el 30 de agosto, el caballero de Rougeville reaparece con Michonis en La Conciergerie, y ambos se entretienen con la reina abordando los detalles del plan elaborado para su evasión, que debe efectuarse la noche del 2 al 3 de septiembre. El matrimonio Richard, conserjes de la cárcel y una tal Marie Harel forman parte del secreto y aseguran su plena colaboración. Rougeville, por su parte, lleva encima 400 Luises de oro y 10.000 libras en asignados destinados a comprar a los guardianes de La Conciergerie.


Recreación de la diminuta celda de la reina Maria-Antonieta en la cárcel de La Conciergerie.

A pesar de la extrema debilidad que resiente la reina, agotada por sus contínuas pérdidas de sangre (sufría de un fibroma en el útero), se ponen de acuerdo para que, cuando escape, irá al castillo de Livry dónde le espera escondida Madame de Jarjayes y, desde allí, ambas partirán disfrazadas para refugiarse en territorio alemán.



La Noche del 2 al 3 de Septiembre


Retrato de la última reina de Francia, Maria-Antonieta de Austria (1755-1793), realizado durante su estancia entre los muros de La Conciergerie.

El asunto parece estar destinado a ser todo un éxito. A la hora fijada, la reina sale de su celda, atraviesa la sala donde se encuentran los gendarmes encargados de custodiarla, penetra en la conserjería del matrimonio Richard y pasa por dos estafetas. Aún queda una reja por cruzar y saldrá al patio de Mai y, a la calle. Sin embargo, atenazado por el miedo o la codicia de hacer pagar más cara su complicidad, Jean Gilbert impide a la reina cruzar la última puerta que la lleva a la libertad. Pese a sus súplicas y a las promesas de sus dos salvadores, Gilbert rehusa con obstinación abrirle la reja. Maria-Antonieta ve, de este modo, frustrada su última oportunidad de escapar a sus verdugos. El caballero de Rougeville y Jean-Baptiste Michonis tendrán que irse y el gendarme Jean Gilbert conduce nuevamente a su celda a la reina.



Para colmo de males, Jean Gilbert no mantendrá el pico cerrado. Por temor a que la tentativa de evasión fuera soplada a sus jefes, el gendarme, preocupado por su posición y su cabeza, redacta y envía un informe harto embarazoso a su superior más inmediato, el teniente-coronel Dumesnil. En él, denuncia tardíamente las artimañas de Michonis y del caballero de Rougeville. Peor aún: desvela que la reina le confió un papel escrito a base de punciones de alfiler, para que lo entregara a Rougeville. Para acabar de ser aún más vil, protesta argumentando que entregó dicho mensaje al conserje Richard. A la vista del informe, el teniente-coronel Dumesnil alerta enseguida al Comité de Seguridad General. Éste encarga a Jean-Pierre André Amar, secundado por el diputado Sevestre, acudir a La Conciergerie sin más dilaciones. Una vez allí, los dos miembros del Comité se introducen en la celda de la reina y la interrogan. Asediada por multitud de preguntas inquisitivas, Maria-Antonieta responde con evasivas, intentando por todos los medios evitar revelar nada que pueda incriminar a sus cómplices.

El caballero de Rougeville ha podido huír de París por los pelos y desvanecerse, pero Jean-Baptiste Michonis es arrestado y enviado a prisión (será posteriormente juzgado, encontrado culpable y guillotinado el 17 de junio de 1794, pero por otros motivos). En cuanto al matrimonio Richard, sospechoso de complicidad con la reina, serán cesados y expulsados.


16 de octubre de 1793: Maria-Antonieta, sentenciada a muerte, es conducida por los guardias hasta la carreta que la transportará hasta la Plaza de la Revolución, lugar de su ejecución.

El 16 de octubre de 1793, tras un ignominioso juicio, Maria-Antonieta de Lorena-Austria (como ella puntualizó ante sus jueces, y no como viuda de Luis Capeto), última reina de Francia y de Navarra, sube los peldaños del cadalso erigido en medio de lo que fue la Plaza de Luis XV, y es guillotinada a las 12 h. 15' del mediodía.

domingo, 26 de junio de 2011

Cita de la Semana




"Las preguntas nunca son indiscretas, tal vez las respuestas."


 
frase de: Oscar Wilde, escritor, poeta y dramaturgo (1852-1900).

viernes, 24 de junio de 2011

1963: EL ESCANDALOSO DIVORCIO DE LA DUQUESA DE ARGYLL

MARGARET, 11ª DUQUESA DE ARGYLL

La Duquesa Ninfómana


La biografía de la Duquesa de Argyll -pronúnciese Argaïl- fue, sin duda alguna, marcada por el más sensacional y escandaloso divorcio del siglo XX, al que ella se refirió desde un punto de vista complaciente y ciertamente desde una mirada hipnótica de si misma, que aflora en las páginas de la autobiografía de la Duquesa escrita en 1975, bajo el título Forget Not.

Según sus propias palabras: "(...) Tenía fortuna, tenía una excelente imagen y un físico estupendo. Siendo una mujer joven fui constantemente fotografiada, hablaban de mi en las revistas, era halagada, admirada e incluída entre las diez mujeres mejor vestidas del Mundo, y aludida por el cantante Cole Porter en su exitosa canción "You're the Top!". Si, fui la mejor tal y como se suponía que tenía que ser. Me convertí en duquesa y en señora de un histórico castillo. Mi hija se casó con un duque. La vida fue aparentemente de color rosa en todos los sentidos..."

La histórica mansión de la cual fue señora, Inveraray Castle, figura en segundo plano en ese retrato de cuerpo entero, tan fashion -en la imagen superior-, realizado por el pintor Sir James Gunn, retratista de la High Society aristocrática de los cincuenta y de la realeza británicas. Pero pronto la idílica vida de la duquesa se vio comprometida por su insaciable ninfomanía, hasta el punto que se hizo incontrolable. Su marido, Ian Douglas Campbell, 11º Duque de Argyll y jefe de una de las primeras familias de la aristocracia escocesa, cansado de su compulsiva infidelidad, puso en marcha el más infame caso de divorcio que se ha conocido en los tribunales británicos hasta la fecha: el Caso del "Hombre sin Cabeza".


Fotografía de Ian Douglas Campbell, 11º Duque de Argyll (1903-1973).

En su voluntad de poner término a las repetidas e incesantes infidelidades de su esposa, el Duque de Argyll no dudó en aportar pruebas, siendo la principal y determinante una fotografía Polaroïd (entonces nada corriente en la época, y cuya cámara pertenecía al Ministro de Defensa), en la que aparecía un hombre desnudo y "decapitado" -al salirse del encuadre- junto a la que se suponía era la Duquesa, totalmente desnuda pero identificada por su famoso collar de perlas de tres vueltas.


Margaret Whigham-Campbell, 11ª Duquesa de Argyll (a la derecha), junto con su hija Frances Sweeny-Manners, 10ª Duquesa de Rutland (izq.), en una fotografía de finales de la década de 1950.

Habiendo ganado el juicio el Duque, la Duquesa no pudo argumentar nada contra la sentencia de divorcio y tuvo que hacer luz de gas. A partir de su escandaloso divorcio, que ocupó las primeras planas de los periódicos británicos, Margaret tuvo que encajar otro duro golpe: todas sus amistades y sus galanes se habían esfumado. La alta sociedad le dio literalmente la espalda y la trató como una apestada. Excluída de su antiguo universo de fiestas, reuniones sociales y saraos, su vida pronto se convirtió en una pesadilla: acostumbrada a llevar un tren de vida que requería una sólida fortuna, se fue arruinando y endeudando hasta que, al final de su vida, tuvo que vender su lujosa casa de Londres y trasladarse a la suite de un hotel. Pero al tiempo, el dinero que había cobrado de la venta se esfumó y llegó al punto de que los impagos se iban acumulando peligrosamente en su cuenta. Cansado de evasivas, el director del hotel tuvo que echar a la ex-duquesa y ésta tuvo que ver, impotente, como sus hijos la trasladaban de una lujosa suite a una pequeña habitación en una residencia para jubilados de Pimlico, donde fallecería.

Su vida se había convertido en un triste espectáculo, y los periodistas se ensañaron con ella hasta su muerte, sacando una y otra vez a la palestra todo tipo de especulaciones sobre la identidad del "Hombre sin Cabeza" de aquella famosa Polaroïd que supuso para ella el principio del fin...

Notas:



-Ian Douglas Campbell, 11º Duque de Argyll, Par de Escocia (1903-1973), hijo de Douglas Walter Campbell y de Aimee Suzanne Lawrence, era el biznieto de George Douglas Campbell, 8º Duque de Argyll. Heredó del ducado tras la muerte de su primo Niall Diarmid Campbell, 10º Duque de Argyll, en 1949. Contrajo matrimonio en cuatro ocasiones:

1/-la Honorable Janet Gladys Aitken, hija de Lord Beaverbrook, el 12 de diciembre de 1927. Tuvieron una hija, Lady Jeanne Louise Campbell, y se divorciaron en 1934.

2/-Louise Hollingsworth Morris Clews, el 23 de noviembre de 1935; tuvieron dos hijos varones: Ian Campbell, 12º Duque de Argyll, y Lord Colin Ivor Campbell. También se divorciaron en 1951.


Fotografía de los Duques de Argyll, Ian y Margaret, vestidos de gala para la coronación de la reina Elizabeth II de Gran-Bretaña en 1953.

3/-Margaret Whigham, madre de la 10ª Duquesa de Rutland Frances Helen Sweeny, habida de su primer matrimonio con Charles Sweeny. Margaret y Ian se casaron el 22 de marzo de 1951. Margaret tenía un apetito sexual voraz que la llevó a tener una larga lista de aventuras extramatrimoniales, en la que sobresalieron Douglas Fairbanks Jr. y Duncan Sandys, ministro de Defensa. El matrimonio no produjo hijos y se tradujo en divorcio en 1963, después de que el duque hiciera unas instantáneas harto comprometedoras en la que Margaret, totalmente desnuda pero con un triple collar de perlas, le estaba haciendo una felación a un hombre desnudo que sigue sin identificar.

4/-Mathilda Costa Mortimer, el 15 de junio de 1963. Con ella tuvo una hija que falleció pocos días después de nacer. Siguieron casados hasta la muerte del duque el 7 de abril de 1973.



-Ethel Margaret Whigham (1912-1993), 11ª Duquesa de Argyll, fue una importante y popular figura de la alta sociedad británica, hija única de Helen Mann Hannay y del millonario escocés George Hay Whigham, presidente de la Celanese Corporation de Inglaterra, EE.UU. y Canadá. Educada en Nueva York, tuvo su puesta de largo en Londres en 1930, anunciandose su compromiso con Charles Guy Fulke Greville, 7º Conde de Warwick, pero la boda nunca tendría lugar... Margaret rompió su noviazgo al caer enamorada del que iba a ser su primer marido, el jugador de golf norteamericano Charles Sweeny. Antes de casarse con Sweeny, Margaret tuvo varios romances con el playboy Príncipe Ali Khan, con el aviador millonario Glen Kidston, el vendedor de coches Barón Martin Stillman von Brabus, y el heredero Max Aitken.

La nimfomanía de Margaret Whigham surgió, al parecer, a raíz de un accidente que casi le cuesta la vida en 1943. En una cita concertada con su podólogo de Bond Street, el ascensor que la llevaba se desplomó, saliendo mal herida, con graves contusiones en la nuca y roturas en las piernas. El accidente le afectó el sentido del gusto y del olfato en consecuencia a las lesiones sufridas, pero también le afectó seriamente en el comportamiento sexual: se volvió voraz e insaciable.


Retrato de Douglas Fairbanks Jr. (1909-2000).

El famoso amante "sin cabeza" de las fotografías presentadas como pruebas de las infidelidades de Margaret Whigham, apodada por la prensa The Dirty Duchess (la Duquesa Guarra), fue sin duda el célebre Douglas Fairbanks Jr., según las investigaciones secretas que nunca fueron reveladas públicamente a los periodistas. De hecho, la Duquesa de Argyll siempre se negó a revelar la identidad del hombre desnudo, y Douglas Fairbanks Jr. (entonces casado) siempre negó que fuera él y mantuvo el desmentido hasta su muerte.


Fotografía de Duncan Edwin Sandys, Lord Sandys (1908-1987).

También se inculpó a Lord Duncan Sandys, ministro de Defensa y yerno de Sir Winston Churchill, Primer Ministro de Gran-Bretaña. Se sabe que fue uno de los numerosos amantes de Margaret, y se creyó durante un tiempo que era él el famoso descabezado a quien la duquesa le hacía una felación. Lord Duncan Sandys dimitió a raíz del escándalo sexual.


Fotografía del magistrado John Thomas Wheatley, Lord Wheatley of Shettleston.

Lord Wheatley, el magistrado que presidía el tribunal que instruía el caso, estableció la evidencia de que "(...) la Duquesa era una mujer totalmente promíscua cuyo apetito sexual solo se podía saciar con varios hombres." El juez también calificó a la duquesa como "una mujer de actividades sexuales asquerosas".

Mucho se guardaron los jueces de nombrar a los tres amantes reales de la Duquesa, y me refiero a tres príncipes de la Casa Real Británica entre los que figuraron sobretodo el entonces Príncipe George, Duque de Kent (1902-1942), y cuarto hijo del rey Jorge V.



domingo, 19 de junio de 2011

KURAKIN, el Príncipe Diamante

ALEKSANDR BORISOVICH,
PRÍNCIPE KURAKIN
1752 - 1818

"el Príncipe Diamante"

Retrato del Príncipe Aleksandr Borisovich Kurakin (1752-1818), según Brompton.


Aleksandr Borisovich, Prí­ncipe Kurakin (1752-1818), Hijo del prí­ncipe Boris Leonti Alexandrovich Kurakin -fallecido en 1764- y de la condesa Elena Semyonova Apraksina, es compañero de estudios del entonces hijo y heredero de la emperatriz Catalina II "la Grande", el gran-duque Pablo de Rusia, con el cual empezará su educación. Gracias a la costumbre cosmopolita imperante entonces en la Europa dieciochesca, acabará completando sus estudios en la Universidad de Leyden, en las Provincias Unidas, siguiendo una tradición inaugurada por el entonces emperador Pedro I "el Grande", el cual ya recomendaba entonces la formación de los hijos nobles rusos en los Paí­ses-Bajos y en otros países europeos con prestigiosas universidades.


Retrato del Príncipe Kurakin, según Alexandre Roslin.

De vuelta a San Petersburgo, Kurakin será nombrado Senador Imperial en 1775, obteniendo en 1778 el cargo de chambelán de la corte y recibiendo su nominación de Procurador Jefe del Senado Ruso. Sin por ello renunciar a sus nuevas dignidades palatinas y públicas, Alejandro Borisovich Kurakin formará parte del séquito del gran-duque Pablo en su gira por Europa debido a la estrecha amistad que le une al heredero del trono, quien le llama cariñosamente "mi alma".


Retrato del Gran Duque Pablo Petrovich de Rusia (1754-1801), en 1780 según Levitzky.

Desgraciadamente, la amistad de Kurakin con el gran-duque heredero es mal vista por Catalina II quien, usando de pequeños pretextos, lo exilia lejos de la corte, confinándolo en sus posesiones de Nadezhdino, en la provincia de Saratov. Su lejanía no impide, afortunadamente, que mantenga con Pablo una estrecha relación epistolar que durará hasta la muerte de la emperatriz en 1796. En esa fecha, y ya proclamado zar y emperador Pablo I, Kurakin será llamado a su lado para ocupar un puesto de importancia en la corte rusa. El emperador le colmará entonces de todos los honores posibles nombrándole consejero secreto y personal, miembro del Consejo Imperial y vice-canciller de Rusia, premiándole con las más altas condecoraciones de las órdenes de San Vladimiro y de San Andrés (caballero Gran-Cruz de 1er grado). No contento con ello, Pablo I le regalará un suntuoso y enorme palacio en San Petersburgo a modo de residencia, y extensas propiedades en Astrakhan con 4.000 siervos. El fastuoso tren de vida, las aventuras femeninas y el desmedido amor por los diamantes del príncipe Kurakin le transforman en un cortesano popular al que ya entonces se conoce bajo el apodo de "el Prí­ncipe Diamante".

Retrato de Aleksandr Borisovich Kurakin en 1797, según la pintora Elisabeth Vigée-Lebrun.


Caído en desgracia en 1798, Kurakin se retira en Moscú por espacio de 3 años. Las paranoias del monarca, cada vez más delirantes y rayanas en la locura, transforman su vieja amistad por Kurakin en auténtica aversión por el mero hecho de sospechar que no aprueba la avalancha de decretos imperiales tan excéntricos como abusivos. En realidad, Pablo I ya no está en sus cabales, tal y como escribirí­a en sus cartas al Gobierno de Londres el entonces embajador británico en San Petersburgo, Lord Whitworth. Tras cerrar a cal y canto las fronteras de su Imperio, Pablo I arremeterá contra cualquier publicación extranjera (más si es francesa) imponiendo una férrea censura hasta en los salones aristocráticos de la capital donde antes se alababan y leían a los filósofos franceses. Irá hasta regular en los más nimios detalles el reglamento protocolario y la vida diaria de su corte, fijando la cantidad de caballos permitidos para una carroza o una calesa, la vestimenta y las joyas que se han de llevar, todo eso y más a golpe de decretazo inapelable. En consecuencia se atrae las iras populares, de la nobleza y de la propia iglesia ortodoxa, convirtiéndole en el monarca más odiado y temido de la historia rusa desde el reinado de Ana I.

Retrato del zar Pablo I Petrovich (1754-1801), Emperador de Todas las Rusias entre 1796 y 1801, según Shubin.


Consciente de su impopularidad y temeroso de ser ví­ctima de una conspiración, Pablo vive entonces recluído en su palacio-fortaleza de San Miguel, lo que no evitará que un complot llevado a cabo por sus más allegados consejeros, y con el acuerdo del gran-duque heredero Alejandro, acabe con su vida en 1801, al ser asesinado.


Retrato del Príncipe Aleksandr Borisovich Kurakin (1752-1818), con el hábito de Caballero de la Orden Imperial de San Andrés en 1799, según Borovikovsky.

Con el asesinato de Pablo I, Kurakin podrá regresar a San Petersburgo llamado por el emperador Alejandro I, el cual le devolverá su cargo de vice-canciller y, además, nombrándole canciller de las Ordenes Rusas, abriéndole las puertas de una brillante carrera diplomática.

Presente en el Tratado de Tilsit, junto al emperador, es finalmente destinado a encabezar la importante embajada rusa en Parí­s, embajada que desempeñará con éxito entre 1809 y 1812. Interrumpidas las relaciones amistosas con Francia en 1812, es llamado a San Petersburgo y, poco después, estalla la guerra. Durante la invasión francesa en Rusia, con la caída de Moscú a manos enemigas, Kurakin sigue al emperador en todos sus desplazamientos hasta el final de las hostilidades.

De su estancia de 3 años en Parí­s, Kurakin dejará redactadas unas interesantes "Memorias".Hombre conocido por su vanidad, su fastuosidad, su desmedido amor a los diamantes (que compra a kilos), y con fama de terrible mujeriego, Alexander Borisovich Kurakin nunca juzgó oportuno casarse, aunque eso no le impidió tener nada menos que 70 hijos ilegí­timos!

Falleció a sus 66 años de edad después de haber disfrutado mejor que nadie de la vida y de los placeres que le ofrecía su posición social.

EL MITO DE LA SANGRE AZUL

"DE SANGRE AZUL"




En la Edad Media, blasfemar era un pecado mortal, y la plebe jamás se arriesgaba a caer en esa costumbre proscrita por la Iglesia. Los señores feudales, en concreto los nobles franceses, por el contrario, acostumbraban blasfemar sin el menor escrúpulo ni temor hasta que cierto día, un jesuita muy cercano al soberano galo, les prohibió mentar el nombre de Dios en sus blasfemias predilectas. Para ello, y para afrontar ese contratiempo, señores y damas acabaron por sustituir "Dios" por la palabra "Azul" y así sus imprecaciones se modificaron como por ejemplo:

Par la mort de Dieu (por la muerte de Dios), pasó a ser Morbleu!; Sacré Dieu! (Santo Dios!) pasó a ser Sacrébleu!; Par le Sang de Dieu (por la sangre de Dios), Palsembleu! etc.



Obviamente, los criados que oían esos improperios a diario, acabaron por retener la palabra "bleu" (Azul) que, pronto, derivó en sang bleu (sangre azul); ya que la blasfemia era un privilegio de la aristocracia notoriamente malhablada, les llevó a distinguir al noble del plebeyo instaurando la costumbre de decir: "Ése es de sangre azul!".

De ahí, en parte, la leyenda de que los nobles y reyes tuviesen sangre azul y no roja, como la de los plebeyos.

Por otro lado, el hecho de que las damas y los caballeros se distinguían de la plebe era, además de la suntuosa vestimenta, por el aspecto lechoso de su piel. Al no tener que faenar, como los campesinos, al aire libre, su epidermis permanecía blanca e impoluta al contrario de la chusma que, bajo todo tipo de inclemencias, solían tostarse sobretodo bajo el sol estival durante las largas jornadas de trabajo en el campo.


Retrato de Lady Frances Cotton de Boughton Castle, obra del pintor inglés Robert Peake.


De hecho, caló tanto en la clase aristocrática, que siempre se tuvo mucho cuidado en que las damas sobretodo, no se expusieran demasiado bajo el sol. Cuanto más blanco y fino era el cutis, más sexy y excitante resultaba para los caballeros adivinar las venas azuladas en los opulentos bustos y orondos rostros femeninos, recordando el mármol más preciado y delicado.


fotograma de la película "Elizabeth: the golden age", de Shekhar Kapur, protagonizado por la actriz Cate Blanchett.

Quizá encontremos un excelente ejemplo visual en la película "Elizabeth" de Shekhar Kapur (1998), protagonizada por la actriz Cate Blanchett, en el momento de su transformación de reina mortal en reina virginal y divinizada, de hierática majestad, cuyo semblante y nobles manos son blanqueadas minuciosamente por sus damas.


Retrato de aristócrata británica, obra de Charles Jervas, 1720.


Hasta tal punto llegó esa obsesión entre las féminas de alcurnia, que se puso de moda en el siglo XVII hacer una dieta a base de vinagre, con tal de conseguir un cutis de incomparable palidez que imitase la de los cadáveres y de las estátuas marmóreas.

La perdurable moda de esa blanca palidez cadavérica se combinó, prontamente, con el rojo carmín que se aplicaba difuminada en mejillas y chillona en labios para dar más énfasis a la blancura del cutis a finales del XVII y durante el XVIII. Algunos afeites que se fabricaban entonces para conseguir esos tonos blancos y rojizos, ocasionaron no pocas muertes por intoxicación cutánea.


Retrato de Madame Gautreau, según John Singer Sargent, 1884.


El caso es que la blancura de la piel estuvo, hasta los albores del siglo XX, asociada al estatus social de la persona como sinónimo de nobleza. Lo curioso es que, desde mitades del mismo siglo XX hasta nuestros días, los papeles se han invertido; el bronceado que era propio de los que faenaban penosamente en el campo o en el mar, ahora es sinónimo de persona ociosa de clase media alta y dada a todo tipo de actividades sanas y deportivas marítimas y montañesas (esquí, navegación, turismo, etc.); mientras que los paliduchos ahora suelen ser los obreros de las grandes urbes, invirtiéndose asi los papeles.

Fotografía de mediados de la década de 1950, de la famosa "Muscle Beach" de Santa Mónica, California (EE.UU.), donde la juventud norteamericana se exhibía en traje de baño y hacía musculación y ejercicios acrobáticos al tiempo que se tostaban al sol. 


Aunque, todo hay que decirlo, la generalización de la insana práctica de las sesiones de rayos uva y de los solariums en gimnasios, así como la delgadez (siguiendo los cánones de la moda) entre la gente obsesionada por su aspecto físico, han hecho aumentar de forma alarmante el porcentaje de casos de cáncer de piel y de anorexia.
 

Cita de la Semana




21/"Nunca se paga demasiado cara la paz."


 
frase de: Erasmo de Rotterdam, humanista (1467-1536).

viernes, 17 de junio de 2011

Anécdotas Históricas -53-



La conocida actriz, humorista y presentadora catalana, Rosa Maria Sardà, subió un día en un taxi barcelonés, escondiendo su cara tras unas enormes y oscuras gafas de sol, soltándole al taxista :


-“ Lléveme a la calle Sicilia con Provenza. No fume, no me dé conversación, no ponga música y no me moleste.”
 
 
Anecdotario del siglo XX.

domingo, 12 de junio de 2011

LUCIA MIGLIACCIO, DUQUESA DE FLORIDIA

LUCIA MIGLIACCIO BORGIA
1770 - 1826




LA CONSORTE REAL QUE NUNCA FUE REINA


Lucia Migliaccio Borgia nació en Siracusa, Sicilia, el 19 de julio de 1770, hija y heredera de Vincenzo Migliaccio, Duque de Floridia y de Doretta Borgia, hija de los Marqueses del Casale y perteneciente ésta a la célebre familia oriunda de Játiva (Valencia, España), la noble casa de los Borja, duques de Gandía y marqueses de Lombay que, en Italia y con el papa Calixto III, pasó a italianizarse como "Borgia" en el siglo XV. Con semejante linaje y fortuna, Lucia no podía casarse con alguien de menor pedigrí y fue prontamente desposada en 1781 por Benedetto Maria III Grifeo, 25º Barón y 8º Príncipe de Partanna y de Castura, representante de una antiquísima y poderosa familia de Palermo de la cual ya se hablaba en el siglo XI. En el momento de la boda, la novia tan solo computaba 11 años y el novio 25!


Blasón de la familia Grifeo, Príncipes de Partanna.

La jovencísima Lucía aportaba en dote nada menos que el ducado de Floridia al matrimonio, del que era la heredera universal.


Princesa de Partanna y Duquesa de Floridia 


Retrato de Fernando IV (1751-1825), Rey de Nápoles y de Sicilia desde 1759, según A.R. Mengs.

La flamante pareja formó inmediatamente parte de la animada corte napolitana y, en 1786, el príncipe fue nombrado diputado del reino de Sicilia, gentilhombre de la Cámara, consejero de Estado del Rey y caballero de la Insigne y Real Orden de San Genaro mientras que la princesa, debidamente presentada a los soberanos, se convirtió en una de las damas de honor de la reina Maria-Carolina de Austria y pronto condecorada con las órdenes de Maria-Luisa de España y de la Cruz Estrellada de Austria.


La Familia Real Napolitana: los reyes Fernando IV y Maria-Carolina de Austria con sus hijos en 1783, según la pintora Angelica Kauffmann.


Retrato de Maria-Carolina de Austria-Lorena (1752-1814), Reina de Nápoles y de Sicilia, según A. Kauffmann, 1783.

Semejante beldad no pasó inadvertida y pronto conquistó al rey Fernando IV, dada su proximidad con la familia real napolitana. Pese a sus numerosos y seguidos embarazos, la princesa fue asiduamente cortejada por el monarca y acabó cediendo ante su insistencia, convirtiéndose finalmente en su amante. De este modo, se inició una relación que iba a durar años y que estuvo condenada al secretismo mientras estuvieron vivos los respectivos consortes de uno y otro. Como amante del rey, la princesa de Partanna siempre jugó un discreto papel con poquísima influencia en el escenario cortesano. Moderada y prudente, Lucia nunca se valió de su ascendencia sobre el monarca para inmiscuirse en asuntos de gobierno que no le competían, como tampoco en otros de menor calibre como las pequeñas intrigas palaciegas. En eso, se diferenciaba enormemente de la reina Maria-Carolina que, desde su llegada a Nápoles, ya metía mano en todos los asuntos y gobernaba como si fuera ella el rey y no su marido Fernando.


Retrato del rey Fernando IV de Nápoles junto al busto de Lucia Migliaccio-Grifeo, Duquesa de Floridia y Princesa Vda. de Partanna.

El Príncipe de Partanna fallecería el 28 de marzo de 1812, dejando a su viuda a la cabeza de una colosal fortuna que aseguraba el futuro de su numerosa prole. Muerto el príncipe, tan solo faltaba que muriera la reina... Lucia y Fernando tuvieron que esperar a que Maria-Carolina, exiliada en Viena desde 1812, falleciera el 8 de septiembre de 1814 para poder regularizar su situación y acabar con un adulterio que duraba desde hacía años. Unos escasos tres meses después de que muriera la reina, Fernando IV y Lucia se casaron morganáticamente en Palermo el 27 de noviembre de 1814, lo que significaba que la princesa nunca podría ascender al rango de reina de las Dos-Sicilias, ni disfrutar de sus tratamientos y honores, y que los posibles hijos nacidos de aquella unión no podrían pretender a la Corona. En el momento de la boda, Lucia computaba 44 años y Fernando 63, por lo que la posibilidad de tener hijos era bastante remota, sobretodo en el caso de ella. A eso se sumaba el hecho de que Fernando IV había delegado gran parte de su poder en su hijo y sucesor Francisco, Duque de Calabria, al que había nombrado Príncipe Regente de Nápoles y de Sicilia.


Retrato juvenil de Lucia Migliaccio, Princesa de Partanna (1770-1826), realizado en la década de 1790.


La Tormenta Napoleónica



Aqui cabría explicar cual era la situación del reino napolitano en ese momento. Desde que las tropas francesas del General Napoleón Bonaparte habían entrado victoriosamente en Italia (1796), Nápoles se vio en la imposibilidad de hacer frente a la imparable invasión gala y obligada a firmar el armisticio de Brescia (5 de junio). Posteriormente, se proclamaban las nuevas repúblicas de la Liguria, la Cisalpina (1797) y la Romana (1798), hechuras de los franceses y de los francófilos jacobinos italianos que se habían desembarazado de los principículos, duques y reyes de la mitad Norte de la península Itálica. Finalmente, Nápoles se vio abocada a declarar la guerra a los franceses el 23 de octubre de 1798, contando con su ejército de 70.000 hombres comandado por el general austríaco Karl von Mack y el inestimable apoyo naval inglés del almirante Nelson, y con la clara intención de liberar Roma y restaurar el poder papal. Seis días después, Fernando IV entraba triunfalmente en Roma como un conquistador pero, el 14 de diciembre, la contraofensiva francesa obligó al ejército napolitano a una pronta retirada que se tradujo en una llana derrota.


Retrato del rey Fernando IV de Nápoles y de Sicilia (1751-1825).

Regresado a su capital, ahora amenazada por los franceses, y siendo insostenible la situación, Fernando IV no tuvo más opción que la de planear su embarque para Sicilia con toda su familia, su corte y su gobierno, llevándose en sus baúles las joyas de la Corona, gran cantidad de oro y un gran número de obras de arte de gran valor. Asi pues, el 21 de diciembre de 1798, Fernando IV y la familia real subían a bordo del Vanguard, navío de Lord Nelson que debía conducirlos hasta Palermo, capital siciliana, mientras delegaba en Francesco Pignatelli, Príncipe de Strongoli, poderes para representarle en Nápoles. Acto seguido y, en virtud de aquellos poderes reales, Pignatelli mandó prender fuego a toda la flota napolitana para evitar que los franceses la utilizacen para llegar hasta Sicilia.

Retrato del General Francesco Pignatelli, Príncipe de Strongoli (1775-1853).


El 12 de enero de 1799, Pignatelli concluyó un armisticio que implicaba la ya inevitable entrada de los franceses en Nápoles... Sin embargo, los lazzari, leales al rey Fernando IV, se alzaron y unieron con la población civil para defender la capital del ejército invasor; no estaban dispuestos a facilitar la conquista a los franceses. Por desgracia y gracias a una estratagema, los galos consiguieron hacerse con el castillo de Sant'Elmo y bombardear la ciudad de tal modo que causaron unas 8.000 bajas entre los civiles, provocando la general desbandada y dispersión de los lazzari. Finalmente, los franceses entraron en la ciudad sitiada y proclamaron, con el apoyo de algunos nobles y burgueses francófilos, la República Partenopea el 23 de enero.



La temporada que pasó en Sicilia la familia real y su séquito se caracterizó, sobretodo, en planear cómo recuperar Nápoles y echar al invasor francés.


Retrato del Cardenal Fabrizio Ruffo.

Gracias a que las tropas francesas fueron nuevamente mobilizadas hacia el Norte de Italia un 7 de mayo, dejando la capital del Vesuvio con una reducida guarnición, se presentó la ocasión para liberar Nápoles del ocupante. El cardenal Fabrizio Ruffo la aprovechó y armó su llamado Ejército de la Santa Fe, compuesto por 25.000 voluntarios y, contando con el soporte de la artillería inglesa, partió desde Calabria para unirse a los lazzari del temido bandido Fra Diavolo con el objetivo de reconquistar la capital del reino. Aquello causó el colapso de la República Partenopea y sus dirigentes tuvieron que rendirse al cardenal Ruffo; rendición que, por cierto, no fue aceptada por Lord Nelson y mucho menos por el rey Fernando IV, quien ordenó de inmediato prender a los cerca de 8.000 prisioneros para enjuiciarlos de manera expeditiva. La venganza de Fernando fue épica: 124 fueron condenados a muerte, 6 fueron perdonados, 222 fueron condenados a cadena perpétua, 322 a penas menores, 288 fueron deportados y 67 exiliados, y el resto liberado. Después de satisfacer su sed de venganza, Fernando se fijó el objetivo de liberar Roma y reponer en el trono de San Pedro al pontífice. Fue cosa hecha el 27 de septiembre de 1799.

El 31 de enero de 1801, la familia real volvía a Nápoles en medio de vítores y grandes festejos, celebrando el regreso del monarca y la liberación del reino con gran alegría. Un año después, en 1802, Nápoles y Sicilia fueron provisionalmente liberadas de tropas francesas, inglesas y rusas en virtud de la Paz de Amiens. En 1805, Fernando IV firmaba un tratado de neutralidad con los franceses, cosa que no le impidió permitir el libre paso, por su territorio, de un cuerpo expedicionario anglo-ruso que tenía por misión defender las fronteras de una posible invasión francesa. Después del desastre de Austerlitz, los rusos abandonaron Italia mientras los ingleses se retiraban en Sicilia.

Retrato a tempera de Joaquín I Napoleón Murat (1767-1815), Gran Duque de Berg y Rey de Nápoles entre 1808 y 1815, como sucesor de José I Bonaparte. Durante la debacle que precipitó la caída del Ier Imperio Francés, Murat, cuñado del emperador Napoleón, se preocupó en salvar su reino napolitano y conservar la corona usurpada a Fernando IV de Borbón, intentos que le costaron finalmente la vida.


A primeros de febrero de 1806, las tropas galas reorganizadas y dirigidas por Masséna volvieron a invadir el reino napolitano provocando la segunda estampida de la familia real... El 23 de enero, en medio del pánico general, Fernando IV embarcaba a toda prisa a bordo del Arquímedes para refugiarse en Palermo, sin sus hijos y sin su esposa la reina que se habían quedado atrás. El 14 de febrero, las tropas francesas entraban por segunda vez en Nápoles y Napoleón I declaraba derrocada la dinastía de los Borbones proclamando a su hermano José Bonaparte, nuevo rey de Nápoles como José I. A partir de ese momento, Fernando IV se ve confinado en su reino insular de Sicilia, defendido y protegido por los británicos, y no regresaría a Nápoles hasta la caída de Napoleón I y tras apresar y fusilar al usurpador Joaquín Murat que, desde 1808, ceñía la corona napolitana (octubre de 1815). De hecho, Fernando IV recuperó el trono de Nápoles uniéndolo al de Sicilia para refundar sus dos reinos en uno solo: el Reino de las Dos-Sicilias, y adoptando el ordinal de Fernando I.


Una Pareja Real Discreta


Retrato oficial del rey Fernando I de las Dos-Sicilias, con el hábito de Gran Maestre de la Insigne y Real Orden de San Genaro.

Volviendo al hilo inicial, Fernando consigue liberar Nápoles de las garras napoleónicas tras su victoria en la batalla de Tolentino (3 de mayo de 1815) sobre el rey usurpador Joaquín I Murat. El 8 de diciembre de 1816, se opera la unión de Nápoles con Sicilia para conformar el nuevo Estado de las Dos-Sicilias, siendo regente el príncipe heredero Francisco de Borbón, Duque de Calabria. Obviamente, Fernando regresó a su capital dando el brazo a su nueva consorte Lucia Migliaccio, con la que se había casado morganáticamente para no dificultar la línea de sucesión al trono. Sin embargo, y pese a todo, el príncipe-regente nunca aceptó de buen grado que su padre casase con su antigua amante... Se puede decir que el heredero no se llevaba bien con su madrastra, a la que despreciaba por ser nada menos que el auténtico amor de su padre, cosa que le dolía sobremanera y ofendía la memoria de su madre:
-"¿Has olvidado todas las cosas por las que me hizo pasar tu madre?"- le recordó Fernando a su heredero, haciendo alusión a sus notables infidelidades.


Retrato del Príncipe-Regente Francisco I de las Dos-Sicilias, Duque de Calabria (1777-1830), rodeado de su segunda esposa e hijos coronando el busto de su padre el rey Fernando I en 1820, según Cammarano.


Retrato de Lucia Migliaccio-Grifeo (1770-1826), Princesa Vda. de Partanna y de Castura, Duquesa de Floridia, inmortalizada en su madurez.

Asi las cosas, Lucia seguía siendo oficialmente la Princesa de Partanna y Duquesa de Floridia a ojos del Mundo, aunque estuviera legalmente casada con el rey Fernando I de las Dos-Sicilias. El príncipe-regente Francisco no la hubiera tolerado de otro modo... y ella se contentó con esa delicada situación: ser esposa de un rey sin ser su reina.

En 1823, Lucia recibió de su real marido una vasta finca sobre la colina del Vomero, otra en Certosa di San Martino y un puñado de villas palatinas entre las que sobresale la Villa Carafa di Belvedere. En su finca principal, la princesa Lucia mandó construir un palacio de estilo neoclásico conocido como Villa Floridiana, y otro próximo de menor dimensión llamado Villa Lucia. En ambas villas vivieron tranquilamente el rey y su esposa, ajenos a cualquier asunto de Estado.

Fernando I moriría el 4 de enero de 1825 y Lucia, su viuda, le sobreviviría un año y tres meses. Tras la muerte de la Princesa Vda. de Partanna, acaecida el 26 de abril de 1826, todas sus propiedades fueron heredadas por los hijos de su primer matrimonio, quienes se repartieron sus posesiones en dos partes.

La Villa Floridiana, residencia de la Duquesa de Floridia y del rey Fernando I de las Dos-Sicilias en el Vomero, Nápoles. Hoy es la sede del Museo Ducal de Martina.