lunes, 23 de abril de 2018

CURIOSIDADES -210-


"EL REY SANGRIENTO"



Carlos IX de Francia (1550 - 1574), penúltimo monarca de la Casa de Valois-Angulema que ostentó la corona francesa y que pasó la mayor parte de su vida matando bestias y hombres, fue eminentemente violento y extravagante. Larguirucho, delgado sin llegar a enjuto, un poco encorvado, daba la falsa impresión de ser un príncipe enfermizo y de salud delicada, pero su comportamiento extremadamente violento y sus extrañas extravagancias no dejaban de sorprender y aterrar a sus cortesanos.

Cuando volvía de sus cacerías, “deporte” en el que brillaba sobremanera, nada le divertía más que abatir asnos y cerdos lo suficientemente desafortunados como para cruzarse en su camino de regreso a palacio. No lo hacía desde luego por despecho tras una mediocre cacería, sino porque era su entretenimiento favorito, su particular juego. Cerrando la comitiva real, iba un lacayo bien provisto de monedas para indemnizar generosamente a los propietarios de las víctimas.

Cuando desmontaba su caballo, y a pesar de haber pasado muchas horas a lomos de su montura, Carlos iba derechito a la herrería real y, a decir del embajador veneciano Sigismondo Cavalli, se ponía a forjar a golpes sobre el yunque, con la ayuda de un enorme martillo, y durante tres o cuatro horas, ¡una coraza!

En la corte, su comportamiento era igualmente extraño, por no decir alarmante. Un día, decidió llanamente que todos los gentilhombres de su séquito debían llevar un pesado pendiente en una oreja, y su orden así fue transmitida. Enseguida se formó una larga cola de caballeros, incluidos los de más edad, ante las puertas del cirujano del rey, esperando su turno para hacerse perforar el lóbulo. Al día siguiente, Carlos IX anuló la orden y se puso a tirar de las orejas, hasta hacerlas sangrar, de sus desafortunados caballeros que no habían sido informados a tiempo.

En otra ocasión, y computando veinte años de edad, se le vio corretear por pasillos, salones y galerías del palacio del Louvre, la cara embadurnada de hollín y con una silla de montar atada a su espalda.

A medida que ganaba en años, su crueldad y su gusto por la violencia fueron en aumento. Aunque pertenece a la leyenda negra y esa falsa imagen se resista a desaparecer de la memoria colectiva, Carlos IX nunca se puso a disparar a diestro y siniestro desde su ventana sobre hugonotes la terrible noche de San Bartolomé [24 de agosto de 1572], como un vulgar francotirador. Sin embargo, los esbirros/asesinos católicos de la Santa Liga que provocaron la masacre y a los que se les dio carta blanca, sí tuvieron su aval. A fin de cuentas, de sus labios cayó esa horrible recomendación: “Matadlos, pero matadlos a todos, para que no quede ni uno para reprochármelo”.

Es precisamente después de esa macabra orgía de sangre, que duró varios días, cuando el monarca empieza a sufrir alucinaciones, debidamente reseñadas por el cirujano real Ambroise Paré, y que le perseguirán regularmente con “sus horribles y sangrientas caras” (las de sus víctimas, se entiende).

Para huir de ellas, Carlos IX redoblará con sus actividades cinegéticas, cada vez más desordenadas y violentas, cada vez más largas. Su afición al aire libre, le hace contraer fiebres intermitentes. Meses más tarde aparece la tuberculosis, con su cortejo de esputos sanguinolentos y de ahogamientos, amén de sus alucinaciones, que redoblan en frecuencia.

Firmado por Ambroise Paré, su autopsia pone de relieve que “sus pulmones estaban podridos”.

miércoles, 4 de abril de 2018

ARRIBA Y ABAJO: La Servidumbre de las Casas Señoriales


LA JERARQUÍA DE LA DOMESTICIDAD

En tiempos que ya son, afortunadamente, más bien un recuerdo, en que nobles terratenientes y familias pudientes tenían a su servicio a toda una cohorte de criados, a menudo mal pagados y hacinados en las golfas o en armarios, sin horario fijo, sin pagas extras y sin días de descanso (y por descontado sin vacaciones pagadas), a los que se les exigía una conducta impecable, una lealtad y discreción absoluta, éstos se regían por unas normas tan estrictas como implacables, viviendo y trabajando por y para sus señores.

Se levantaban diariamente antes de que despuntara el alba, para poner en marcha la casa: apertura de contraventanas y cortinas, limpieza y reordenamiento de las estancias señoriales, encendido de fogones y chimeneas, preparación del desayuno para llevarlo a la cama o disponerlo en el comedor, recepción de los pedidos para aprovisionar las despensas, se ejecutaban con la misma precisión que la maquinaria de un reloj o, si me apuran, de un cuartel militar e incluso de un hotel, aunque hay siempre algunas diferencias. Las mañanas eran las más laboriosas para todo el servicio de la casa, y se desayunaba, comía, merendaba o cenaba antes o después de que lo hicieran los señores o la familia a cuyo sueldo estaban. El fin de la jornada acababa siempre dependiendo de los señores, si tenían invitados o no, y cuando éstos se decidían a acostarse, la servidumbre fácilmente se acostaba una o dos horas después de recoger y cerrarlo todo. Con decir que la jornada media era de 14 horas, ya nos podemos hacer a la idea. Quizá la única ventaja de trabajar en una gran casa como sirviente, era que tenías un uniforme, techo, cama y comida caliente sin preocuparse de pagar mensualmente un alquiler en un mugriento y angosto alojamiento de obrero de ciudad, y podían ir acumulando su sueldo para asegurarse una jubilación más o menos decente (menos que más), o para montarse un negocio propio llegado el momento oportuno.



Las mejores ilustraciones sobre cómo vivía y trabajaba la domesticidad de una casa señorial o burguesa, las encontramos en películas como “Lo que queda del día”/ “The Remains of The Day” (1989), “Gosford Park” (2001) o en series televisivas de gran éxito como “Arriba y Abajo”/ ”Upstairs, Downstairs” (1971-1975) y la más reciente “Downton Abbey” (2010-2015), curiosamente todas británicas. En ellas se abordan tanto la vida de los señores (los de arriba) como la de sus criados (los de abajo) a finales de la Era Victoriana y principios del siglo XX, con acentos nostálgicos. Otra película recomendable, aunque centrada en la segunda mitad del siglo XVIII, es la de “La locura del rey Jorge” / “The Madness of King George”, que nos muestra a la domesticidad de la casa real británica y sus duras condiciones de vida, vaciando orinales y durmiendo unos encima de otros en armarios empotrados.  
El rey de Francia, por ejemplo, siempre dormía con uno o dos de sus “garçons bleus”* instalados al pie de su cama, a ras de suelo, con la única comodidad de un cojín para descansar la cabeza. Y éstos mismos se encargaban de encender la chimenea de la alcoba antes de que el monarca abriera los ojos. Luego, sigilosamente, y tras abrir cortinas y contraventanas, se acercaba uno al oído del rey y le susurraba suavemente: “Sire, es la hora.”



Otro tema sería abordar la domesticidad en tiempos del Imperio Romano, en que los criados eran esclavos y tratados como una casta de   subhumanos que llegaban incluso a ser juguetes sexuales de sus retorcidos domini, como en la serie televisiva de “Spartacus” (2010-2013), y cuyas existencias no tenían valor alguno, si no fuera por el puñado de denarios** que habían pagado para comprarlos en el mercado.



El número de criados dependía obviamente de la importancia de la casa en la que se les empleaba. Cuanto más grande era, más imponente se esperaba que fuera. En ciertos casos, el número llegaba a ser exagerado y no respondía a otro motivo que el de pretender  impresionar a terceros, y esos casos se encontraban habitualmente en las sonadas embajadas extraordinarias de aristócratas con ínfulas de gran señor en cortes extranjeras. Solo hay que fijarse en las pinturas que conmemoran ese tipo de misiones diplomáticas en los siglos XVII-XVIII, que respondían a la necesidad de impresionar al monarca de turno y a sus súbditos, obviamente, como muestra de la riqueza y magnificencia del soberano o del país que representaba. Que sus conciudadanos malvivieran en la miseria más absoluta, era totalmente irrelevante. Una cosa importante a tener en cuenta: durante el antiguo régimen, el embajador costeaba de su bolsillo sus gastos e incluso se veía a menudo forzado a endeudarse, por lo que era habitual que éstos enviasen cartas pidiendo, al ministro de turno, que le hicieran llegar fondos o reclamando una compensación. Cuando la cosa se ponía fea, financieramente hablando, reclamaban ser relevados y que se les permitiera regresar a casa.



Hoy en día, los jefes de Estado perpetúan esa política de impresionar al contrario desplegando sus misiles con cabezas nucleares, o con desfiles militares tan estrafalarios como dispendiosos. Los ejemplos los encontramos sobretodo en los días de las fuerzas armadas, claramente inspiradas en la antigua Unión Soviética, en la República Popular China o en su homóloga norcoreana. Lo que nos deja claro que, recordando el famoso refrán del “dime de qué presumes”, toda magnificencia artificial esconde una miseria equivalente.

Volviendo al tema de la domesticidad de una casa señorial, existía en ella una clara jerarquización, reflejo de la sociedad de entonces, dirigido como si se tratara de un ejército, donde los rangos y sus roles eran claros y rigurosamente seguidos al pie de la letra. La servidumbre era dirigida por el mayordomo, máxima autoridad de la casa después del señor/señora, quien le dictaba las normas de conducta del personal y lo que esperaba de él en todo momento. El mayordomo, aparte de llevar al equipo masculino que estaba a su mando, conformado por ayudantes de cámara y lacayos, se ocupaba de repartir las tareas diarias asistido y secundado por el ama de llaves, su alter ego femenino (aunque por debajo de él), bajo cuya autoridad se encontraban sobretodo las doncellas encargadas de la limpieza general o de asistir a la señora en la intimidad de sus habitaciones. Por debajo del ama de llaves estaba la cocinera, jefa de su departamento pero dependiente de las directrices de la primera, auxiliada por aprendices y ayudantes de cocina, todas ellas muy jóvenes. Claro está, en tiempos de carrozas y caballos, se disponía de un cochero, secundado por lacayos, que subían a la parte trasera del carruaje, y por palafreneros, encargados éstos del cuidado de las monturas y de sus cuadras. Con la llegada del automóvil y su progresiva generalización, en los albores del siglo XX, el cochero fue reemplazado por un chófer que, además, debía ser un entendido en mecánica para que el vehículo tuviera un óptimo mantenimiento. En ciertas casas, se llegó incluso a tener a disposición varios vehículos, cuyos usos dependían del momento.

No hemos de olvidarnos de los jardineros, sumamente importantes para una finca dotada de jardines. No era extraño que su número alcanzara la docena para ocuparse de los parterres, de las flores, de la poda de los árboles exóticos, de los frutales y de la huerta (que aprovisionaban la cocina en frutas y verduras) o del jardín de invierno, dónde se resguardaban de las heladas invernales a los preciados naranjos enmacetados.

Y por último estaban los guardas, que ocupaban los pabellones de la entrada principal de la finca, y que se encargaban de disuadir a los intrusos, como los ladrones y los cazadores furtivos, con sus rondas diurnas y nocturnas, escopeta al hombro. También se encargaban de la perrera, y asistían al señor cuando salía de caza.



Para que nos hagamos una idea del número de empleados que podía tener una casa señorial, podemos tomar como ejemplo el castillo de Highclere, donde se rodó la serie “Downton Abbey”, y casa solariega de los condes de Carnarvon desde 1679. 
En tiempos del quinto conde, famoso patrocinador del célebre Howard Carter, y en plena Era Eduardiana (1901-1910), Highclere contaba con una sesentena de empleados repartidos dentro del castillo y fuera, en sus dependencias o alrededores. Todo hay que decirlo: si Lord Carnarvon, cubierto de deudas, no se hubiese casado con Almina Victoria Maria Alexandra Wombwell en 1895, que aportaba una más que suculenta dote (500.000,00 libras Esterlinas) y el pago de todas sus deudas por parte de su “suegro”, el banquero y barón Alfred Rothschild, nunca hubiera podido mantener ese tren de vida. Es más, se habría visto forzado en vender Highclere Castle y sus más de cuatrocientas hectáreas para, al menos, salvar las apariencias y vivir con un tren de vida más acorde con sus posibilidades. De ahí que muchos aristócratas europeos con conocidos títulos se lanzasen a la caza de las ricas herederas norteamericanas: para salvar su modo de vida y evitar la dispersión de sus bienes. Otros contemporáneos, no tuvieron la suerte de dar con una hija de la alta burguesía y tuvieron que soltar lastre.



Los rangos y sueldos de la servidumbre de más a menos:

Mayordomo: es el encargado de la organización y óptimo funcionamiento del servicio de la casa y de la administración de los gastos, con autoridad sobre todos los demás criados. También es el que dirige el servicio de la mesa, supervisándola antes y durante, y de servir los vinos, teniendo a su cargo la gestión de la bodega y la guarda de la plata, amén de su mantenimiento y limpieza diaria, que suele delegar en los lacayos. En inglés, el equivalente es “Butler” y en francés “majordome”. Su sueldo era entonces de 40 a 60 libras anuales ($4,300 - $6,400).

Ama de llaves: es la persona que dirige el servicio femenino compuesto por las primeras doncellas y las doncellas ordinarias (equipo de limpieza general), supervisa también el buen funcionamiento de la cocina y de su personal, administra los gastos y gestiona lo que atañe a la despensa y su aprovisionamiento, de la que tiene las llaves (como el mayordomo las tiene de la bodega y del armario del servicio de plata), así como de los armarios roperos y de las habitaciones de la casa, de ahí su nombre. En la cadena de mando, ella es la segunda autoridad después del mayordomo, y es la intermediaria entre la señora de la casa y la cocinera jefe. Su sueldo rondaba las 5 o 10 libras por debajo del de mayordomo ($3,700 - $5,400 anuales).

Cocinera: estaba al mando del equipo de cocinas y la responsable de la preparación de las comidas de la familia de la casa y de los banquetes que se pudieran dar. Su ayudante de cocina (aprendiz) se encargaba de preparar las comidas de la servidumbre. Una cocinera de una casa modesta solía tener un salario de 30 libras anuales ($3,200), mientras que un renombrado “chef” contratado por la familia real percibía unas 300 libras anuales ($32,000).

Primer Ayudante de Cámara: es el encargado de vestir y desvestir al señor, se encarga de su guardarropía y complementos, del mantenimiento de éstos, de preparar sus maletas en caso de viaje y de servirle en lo que se le requiera, incluso acompañarle en sus desplazamientos. Es lo que hoy día conocemos como “asistente personal”. En inglés como en francés, se le denomina “1st. Valet” o “Premier Valet de Chambre”. Es el sirviente masculino mejor pagado después del mayordomo y se le considera como el más privilegiado, por su contacto constante con el señor. Su salario iba de las 20 a 30 libras anuales ($2,100 - $3,200).

Primera Doncella: suele ser la más veterana del equipo de doncellas, encargada de asistir a la señora de la casa o a sus hijas, teniendo el mismo papel que el Primer Ayuda de Cámara. Bajo su responsabilidad recae el cuidado del joyero, de la guardarropía y complementos de su señora. Su sueldo bailaba entre las 20 o 30 libras anuales ($2,100 - $3,200). En inglés es la “Personal Maid”, en francés “Première Femme de Chambre”.

Ayuda de Cámara: es el que asiste al Primer Ayudante de Cámara y le secunda en sus quehaceres. En inglés como en francés correspondería al “Valet”. Su salario rondaba obviamente las 25 libras anuales.

Primer Lacayo: es el primer sirviente encargado de secundar al mayordomo en sus quehaceres y en transmitir, en ocasiones, las órdenes de éste a los que están por debajo de él, a los que también supervisa. Suele ser el más veterano de los lacayos de la casa, el más alto y el más presentable, físicamente hablando. En inglés correspondería al “1st. Footman” o al “Premier Valet de Pied” en francés. Su uniforme es la llamada “librea”, que suele estar confeccionada con los colores heráldicos de su señor, con botones de latón dorado grabados en relieve a las armas de la casa, y pasamanería bordada con coronas y escudos heráldicos. El salario era de 30 libras anuales ($3,200), y solía recibir gratificaciones anuales de 5 a 15 libras extras ($500 - $1,500) si al desempeñar sus tareas satisfacía a los señores.

Lacayo: sirviente ordinario encargado de servir en la mesa, poner y quitarla, equiparable a un aprendiz de camarero de hoy en día. Pero también se ocupa de asistir a los invitados y a los anfitriones de la casa, siguiendo las indicaciones del mayordomo. Por las mañanas, ayudan a las doncellas que suben a limpiar, a desplazar muebles y reordenarlos después de la limpieza, abren y cierran puertas y ventanas, cargan con los baúles y maletas, se ocupan de limpiar el calzado y la plata. Son los “Footmen” o “Lackey” ingleses o “Laquais” y “Valets de Pied” franceses. Revisten la librea de su señor y llevan guantes blancos. El salario de lacayo era de 20 libras ($2,100) anuales.

Doncella: básicamente se encarga de la limpieza diaria y del mantenimiento de la casa, de hacer y cambiar las camas, limpiar y ordenar las habitaciones. Suelen ser jovencitas de pueblo de hogares humildes, solteras y sin compromiso. Su uniforme consiste sobretodo en llevar delantales y cofias blancas, con un vestido largo, oscuro y sobrio. Su salario era el mismo que un lacayo, 20 libras anuales.

Niñera: era la responsable de los cuidados de los bebés y niños de la casa. Por norma, percibía un salario de 10-15 libras anuales ($1,100 - $1,600), dependiendo de la edad y de sus capacidades. En inglés se les llama “Nurse”, palabra también usada para designar a una enfermera.

Aprendiz de Cocina: se encargaba de preparar las comidas para el personal y, de paso, recibía una sólida formación de la cocinera para ser un día su sustituta. El salario era de 15 libras anuales. En inglés es “Under Cook”.

Moza de Cocina: asistían a la cocinera y a su aprendiz en la confección de los menús establecidos. El salario era de 15 libras anuales. En inglés se les llaman “Kitchen Maid”.

Lavaplatos: lo dice el nombre. Se encargaban de lavar los platos, cubiertos, utensilios de cocina, cazuelas y ollas, entre otras cosas. Su salario era de 13 libras ($1,300) anuales. En inglés se les denomina “Scullery Maids”.

Lavanderas: al cargo de lavar y planchar toda la ropa de la casa. Las “Laundry Maids” cobraban lo mismo que una lavaplatos.

Paje: chico joven pre-adolescente, de entre 10 y 16 años, procedente de familia noble o hidalga, empleado temporalmente para formarse en la asistencia y servicio a los reyes y príncipes dentro y fuera de palacio. En las cortes europeas era costumbre que las familias nobles enviasen a sus retoños a servir como pajes del rey, de la reina o del príncipe heredero o de otro miembro de la familia real, más que nada para que fueran “pulidos” y aprendieran a obedecer.  Servían de acompañantes, asistentes, recaderos, incluso para atender en la mesa o en limpiar las armas de su señor y engrasar sus botas de montar. No era común que hubiesen pajes en casas señoriales, a menos que se tratasen de casas principescas o de muy alta posición e importancia social. En las casas señoriales, los chicos de esa edad eran aprendices de lacayo y procedían de casas humildes sin medios para darles una educación. En inglés se les conoce como “Page Boy”, “Tea Boy” o “Room Boy” y “Page” en francés. El sueldo era de 8 a 16 libras anuales ($860 -  $1,700), dependiendo de la edad, altura, apariencia y habilidad.

Primer Palafrenero: era el responsable de los establos o cuadras de la casa, y bajo su mando se encontraban los palafreneros y los chicos de los establos. El “Head Groom” o “Stable Master” percibía entre 30 y 50 libras anuales ($3,100 - $5,300).

Palafrenero: estaba al cuidado de los caballos y del mantenimiento de los complementos, como las sillas de montar, etc. Llamado “Groom” en inglés. El salario era de 15 libras.

Mozo de Cuadras: encargado de la limpieza de las cuadras y de aprovisionar a los caballos con forraje. El “Stable Boy” percibía entre 6 y 12 libras anuales ($640 - $1,300). Empezaban a trabajar a los 10 años.

Jardinero Jefe: dirigía el equipo de jardineros dependiendo de lo extensos que podían ser los jardines y huertos. Su salario era de 120 libras anuales ($12,800) como mucho. Los que trabajaban a sus órdenes percibían entre 8 y 16 libras ($850 - $1,700).

Guardabosques: controlaba la populación de las aves de caza de la finca, como los faisanes, o del venado, y vigilaba los límites de ésta. Su salario era de entre 30 y 50 libras ($3,100 - $5,400) anuales.



(*)_Los “garçons bleus” (chicos azules) del rey de Francia se llamaban así por el color de su librea, en la que predominaba el “bleu de France”, el azul de Francia, bordada con pasamanería de hilo de oro y plata. (Ilustración superior).

(**)_En la antigua Roma, según Catón, el coste medio de un esclavo de entre 20-30 años, ascendía a 1.500 denarios de plata (se cree que serían el equivalente a unos 120.000 Euros de hoy, suponiendo que 1 denario equivaldría a unos 80€). El precio aumentó a lo largo del siglo II a.C. hasta llegar a los 24.000 sestercios.